¿Tienen algo que ofrecer los secuestradores del Auditorio Justo Sierra? No es pregunta retórica, es duda genuina. ¿De veras pueden ofrecer algo? Sé que, en su discurso, pueden ofrecer resistencia, pueden ofrecer digna rabia, pueden ofrecer revoluciones de papel (¡de papel revolución!); pero universitariamente no ofrecen nada: la resistencia no es cualidad adecuada al diálogo, en nada le va a la ciencia la digna rabia. Los secuestradores del Auditorio Justo Sierra no dan nada a la UNAM, al contrario le quitan mucho. Y no es que le quiten un “espacio” -sepan los físicos lo que eso sea-, tampoco es que le roben recursos -pues también se le pueden robar por otros medios, quizás en el STUNAM y por obra y gracia de su “democrático” líder-, mucho menos es que le deterioren la imagen -tampoco la tiene muy buena que digamos-; lo que los secuestradores del auditorio quitan a la UNAM es parte de su aliento científico. Se aminora el aliento científico cuando se pierde el interés en cultivar la ciencia, en dialogar poniendo a prueba las opiniones y buscando las verdades; y el interés se pierde cuando deja de importar el otro, cuando vale más la propia fe -fe revolucionaria- que la posibilidad de errar, cuando se siguen ciegamente -pero con fervor- los equívocos mandatos del catecismo libertario de tal o cual declaración de tal o cual selva lacandona. Por el contrario, se anima el aliento científico cuando se tiene la voluntad de hacer ciencia, de encontrar los propios errores en ese sinuoso intercambio de razones que llamamos diálogo, de reconocer que sin los otros no hay autonomía. Hay un buen párrafo que expresa bellamente la idea; para escucharlo hay que ir al 26 de julio de 1916 a la Universidad de San Marcos, en Perú. Veamos al frente a José Vasconcelos hablando de la vida cultural de México. Hace pocos minutos nos hablaba sobre los orígenes del Ateneo de la Juventud, grupo innovador en el diálogo cultural, el Marco Polo de la geografía científica del siglo pasado. Ahora nos dice que su disposición a escuchar las otras voces, a que los miembros del Ateneo no aceptaran silenciosos y cabizbajos la doctrina positivista, debe mucho a los maestros de la Escuela Nacional Preparatoria, en especial a Justo Sierra quien les hizo descubrir que el verdadero trabajo científico radica en escuchar lo otro y cuestionar lo propio. Dice Vasconcelos acerca de Sierra: “siempre se mantiene a salvo de las exageraciones de mal gusto, conserva su equilibrio y se muestra escéptico de todo dogmatismo, sin que por ello, para la obra, le faltaran nunca la inspiración, la fe y la constancia ejemplar. A los entusiasmos comtistas opuso la fina ironía y la elevación de su pensamiento. Al público ilustrado siempre repitió en sus memorables discursos que la ciencia está muy lejos de ser lo indiscutible, pues sus mismos principios son materia constante de debates, y aun suponiéndola fija y perfecta, ella no es otra cosa que la disciplina y el conocimiento de lo relativo y nada dice, ni pretende decir, sobre los objetos en sí mismos. Los sistemas y las hipótesis científicas, como las filosóficas, son organismos vivos”. La ciencia es palabra viva, y la misión de la universidad es mantener viviendo a las palabras. Sin embargo, a nombre de la autonomía los secuestradores del Auditorio Justo Sierra intentan sofocar las palabras científicas, se cierran a las otras voces, omiten las críticas y se atrincheran en lo que ellos llaman “espacio autónomo de trabajo autogestivo”. En un comunicado del pasado 10 de junio exhiben con claridad su ímpetu autoritario: se declaran en alerta por un peligro que ellos dicen ver y se “reservan el derecho a emprender las medidas políticas que consideren necesarias, sin previo aviso, dentro y fuera del auditorio, para la defensa del mismo y de sus compañeros”. O en otras palabras, presumen una legitimidad que los protege ante cualquier exceso, que los deja impunes, basada en un acto que ellos califican de agresión, una legitimidad -finalmente- contraria a lo legal. O dicho de otro modo: se proclaman a sí mismos libres de hacer lo que les venga en gana, aun cuando con ello vayan en contra de la civilidad. Aquí no hay diálogo posible. Ellos reclaman la potestad exclusiva sobre las “razones”... y que todos los demás se vayan al carajo. No ofrecen nada, quizá tampoco lo valen: se complacen rumiando oprobios. Son una horda envalentonada que se cree libre, autónoma, digna, revolucionaria y todo lo que su credo les permita alucinar. Son una perrada que reduce la razón a soliloquio y disfraza el solipsismo de autonomía. ¡Nos hace falta un Justo Sierra y nos sobran muchos Che Guevara!
1 comentario:
Te invitó a visitar mi blog. En este POST menciono al desafortunado auditorio:
http://disidenciahostil.blogspot.com/2009/07/reflexiones-sobre-el-antifascismo.html
Saludos.
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