viernes, 30 de diciembre de 2011

¿Y dónde está el problema?

Ése mismo espectro invocado por Marx y Engels (algo así como el dúo Lennon/MacCartney de la izquierda histórica) en el primer párrafo del Manifiesto Comunista (de 1848, imagínese usted) sigue perturbando el sueño de quienes habitan el Auditorio Che Guevara, como lo prueban las mantas, pintas, volantes y mensajes emitidos a través de bocinas que le dan al local su inconfundible carácter "progre", y a través de los cuales los okupas alertan al mundo, en todos los tonos posibles, de la amenaza permanente: El Capitalismo.

Si usted, estimado lector, todavía no ha saltado por la ventana ante la mención de tan terrible villano, o se ha escondido debajo de la mesa a esperar que pase el peligro, le pediremos que nos regale un poco de su valioso tiempo -unos minutos nada más, en lo que el ponche agarra cuerpo- para compartir con usted las siguientes reflexiones.

Es nuestra opinión que el capitalismo es a las sociedades lo que una glaciación es a la geografía del planeta: el resultado inevitable de la suma de un montón de circunstancias que se dan simple y sencillamente porque, como dicen las abuelas, así es como son las cosas. De lo cual se sigue que, siendo razonables, el capitalismo, antes que un "problema", es, más bien, una situación, una realidad, un estado de cosas.

En todo caso, el verdadero problema es encontrar la manera (o maneras) de vivir con la mayor decencia posible en esa situación; lo mismo que nuestros lejanos antepasados tuvieron que aprender el fino arte de confeccionar elegantes abrigos de pieles en lo que el mundo seguía siendo una inmensa pista de patinaje.

Por supuesto, somos perfectamente conscientes de que la okupa no tardará ni diez segundos en acusarnos de hacer una "apología del capitalismo"; pero nada puede estar más lejos de la verdad. Nosotros, como cualquier persona con dos dedos de frente, somos capaces de percatarnos de que, siguiendo con nuestra analogía, el suelo congelado no es la superficie más cómoda para dormir; sin embargo, como hemos venido diciendo, también entendemos que cuando a la Madre Naturaleza le da la real gana colocar medio planeta en el congelador, ni la más detallada relación de agravios conseguirá elevar la temperatura global ni medio grado Celsius.

Y es que la cuestión aquí, hablando ahora sí del capitalismo, es que ni la industrialización, ni la economía de mercado, ni el odiado imperialismo son "decretos" de ninguna moralmente deficiente camarilla de contrahechos potentados: el capitalismo, si es posible decir que es una decisión dependiente de una voluntad, lo es en el sentido de una elección colectiva y la responsabilidad es grupal; es una "determinación" que millones de personas han -mejor dicho, "hemos"- "tomado", y que ha acabado por adoptar la forma que ahora reconocemos en virtud de la acción conjunta de incontables eventos de todo tipo, muchos de ellos -tal vez, incluso, la mayoría- muy conscientes.

Así las cosas, nos parece más adecuado pensar en el capitalismo como una suerte de equilibrio (económico, espiritual, político o lo que a cada quien le parezca más "infraestructural") al que tienden, de manera por demás natural, las "fuerzas sociales" creadas por los seres humanos que pueblan este planeta y viven en esta dimensión.

Ahora bien, así como no existe método climatológico que pueda garantizar que algún día terminará el "paraíso tropical" que se avecina, tampoco hay -hasta donde sabemos- ninguna teoría que haya probado, fuera de toda duda, que el "concierto capitalista" no es de la clase de música que llegó para quedarse.

Todos sabemos que las cosas humanas cambian, y algo hemos aprendido de cómo provocar dichos cambios, pero, si somos sinceros, tenemos que admitir que somos particularmente ineptos en lo referente a dirigir los procesos de cambio (conocidos como "revoluciones" entre los habituales de la peña) y predecir el exacto lugar adonde todo va a acabar.

"Hacer la historia", creemos, es una confección que requiere una buena cantidad de adaptabilidad, y que se sazona con originalidad... y, sobre todo, con cuidado. Es por eso -entre otras cosas- que nos oponemos a los opositores de tiempo completo que viven en el Che y a sus automatizados seguidores: por tratar de hacer pasar por viable lo que sólo sería posible si (si estudiar no costara dinero, si tener dinero no costara trabajo, "si yo fuera mujer", si los elefantes tuvieran alas y escamas rosas, etcétera).

Finalmente, si se nos perdona el exabrupto sentimental, en el mundo, tal cual es, hay mucho espacio para sembrar una buena semilla y esperar que dé mejores frutos, sin necesidad de enterrarse uno mismo en la vieja trinchera, absurda, anacrónica, inútil. Y el Che es una trinchera, una herida abierta en un lugar en el que la vida creadora necesita cada palmo de tierra.

Y ahora sí, querido lector, que disfrute usted su ponche, junto con su bien ganado descanso, y que tenga un próspero año nuevo.