Somos universitarios a favor de la devolución de las instalaciones tomadas por diversos grupos en distintos planteles de la UNAM.
viernes, 8 de julio de 2011
viernes, 8 de octubre de 2010
Justo Sierra y la UNAM
1948 fue un año de festejos para la Universidad Nacional Autónoma de México. Se cumplía el centenario del natalicio del fundador Justo Sierra Méndez, quien había sido declarado Maestro de América. El 25 de enero los restos de Sierra fueron trasladados a la Rotonda de los Hombres Ilustres en el panteón de Dolores. Sus restos fueron velados en el salón El Generalito de la Escuela Nacional Preparatoria.
Ese mismo año se comenzaron a publicar las obras completas de Justo Sierra 14 tomos, el último de los cuales salió en el año de 1949. Fue un proyecto dirigido por Agustín Yáñez y en él participaron José Luis Martínez y Edmundo O´Gorman. En 1993, a la obra completa se le añadió el tomo 15 que consta de un epistolario.
La UNAM ha editado otras obras completas como las de José Gaos, Samuel Ramos o José Joaquín Fernández de Lizardi; sin embargo, las obras de Justo Sierra fueron un reto editorial por el tiempo tan corto en el que se reunieron, organizaron, anotaron y se llevaron a cabo los procesos técnicos de edición, impresión y encuadernación.
En las obras completas encontramos mucho de muy variados temas. Poesía, cuento, teatro, ensayos, crónica de viajes, historia, alegatos jurídicos y propuestas educativas. Fue un hombre sumamente ilustrado, digno heredero de su padre el escritor Justo Sierra O’Reilly (1814-1861).
En 1952 se inauguró la primera librería universitaria en las instalaciones preparatorianas del Antiguo Colegio de San Ildefonso en el centro de la Ciudad de México. Fue llamada Justo Sierra y cerrada este año 2010 por bajas ventas. Otra librería que se estableció en Campeche y fue llamada Justo Sierra, también cerró a pesar de los esfuerzos del Instituto de Cultura de Campeche.
Realmente los lugares que han tenido el nombre de Justo Sierra son maltratados. El ejemplo más vergonzoso es el auditorio de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM llamado Justo Sierra y que fue renombrado por los estudiantes universitarios de 1968 como “Che Guevara”. Hoy esa instalación está tomada por un grupo de personas externas a la institución que malviven boteando y están dedicadas al vandalismo violento.
Los del “Che Guevara” dicen que el auditorio es un espacio de trabajo autónomo, anticapitalista, autogestivo e independiente; un espacio de resistencia histórica. La verdad es que se apropiaron ilegalmente de propiedad de la UNAM, de una parte de su patrimonio; y lo usan incluso para la venta de droga y para negocios particulares como el mantenimiento de un maloliente comedor vegetariano.
El anterior rector Juan Ramón de la Fuente no quiso desocupar el auditorio Justo Sierra y el actual rector José Narro siempre le ha tenido miedo a los grupos de seudo-estudiantes. Su política es cerrar los ojos y voltear a otro lado. El pasado 2 de octubre pintaron, golpearon, rompieron y derribaron la estatua del águila y la serpiente que se encontraba en la explanada de la Facultad de Derecho y no ha pasado nada. No hay autoridad.
Narro declaró respecto a la inseguridad que vive el país: "no se resuelve de la noche a la mañana, no habrá una varita mágica, ni una receta inmediata, milagrosa, que nos permita atender esto. Tenemos que trabajar intensamente”. Pero él esta esperando que por arte de magia se resuelva la situación de la violencia en la UNAM.
Justo Sierra tiene muchas frases citables. Una de ellas es: “México es un pueblo con hambre y sed. El hambre y la sed que tiene, no es de pan; México tiene hambre y sed de justicia”. La UNAM tiene hambre y sed de justicia.
Camilo Ayala Ochoa
lunes, 13 de septiembre de 2010
Justo Sierra, figura clave del centenario de la UNAM: Milenio
José Narro, el actual rector de la casa de estudios, recordó que con ese propósito la institución que encabeza diseñó fórmulas para romper “las torres de marfil” sin desnaturalizar los proyectos académicos.
Justo Sierra Méndez es conocido como Maestro de América por el título que le otorgaron varias universidades del continente.
Fue hijo de Justo Sierra O’Reilly, eminente novelista e historiador, y de doña Concepción Méndez Hechaza Reta, hija de Santiago Méndez Ibarra, quien jugó un papel importante en la política yucateca del siglo XIX.
A la muerte de su padre, acaecida en 1861, siendo casi un niño, Sierra Méndez se trasladó a la ciudad de México donde, después de sus brillantes estudios, se relacionó con los mejores poetas y literatos de ese tiempo, entre ellos, Ignacio Manuel Altamirano, Manuel Acuña, Guillermo Prieto, Luis G.Urbina, poetas de la Revista Azul y de la Revista Moderna.
A partir de 1868 publicó sus primeros ensayos literarios; en el Monitor Republicano inició sus “Conversaciones del domingo”, artículos de actualidad y cuentos que después serian recogidos en el libro Cuentos románticos.
En 1871 se recibió de abogado. Fue varias veces diputado al Congreso de la Unión, lanzó un proyecto que sería aprobado en 1881 y que daba a la educación primaria el carácter de obligatoria.
En ese mismo año fue aprobado su proyecto para fundar la Universidad Nacional de México. Tardaría sin embargo 30 años para verlo convertido en realidad.
Desde 1892, expuso su teoría política sobre la “dictadura ilustrada”, pugnando por un Estado que habría de progresar por medio de una sistematización científica de la administración publica.
Presidió la Academia Mexicana, correspondiente de la española.Influyó también en los escritores Luis González Obregón y Jesús Urueta.
“Es la educación”, decía, “la que genera mejores condiciones de justicia, educar evita la necesidad de castigar”.
Justo Sierra fue también Ministro de la Suprema Corte de Justicia en 1894, de la que llegó a ser presidente.
Ocupó posteriormente importantes cargos en el gabinete porfirista como subsecretario de Justicia e Instrucción Pública y ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, entre los años 1901 y 1911.
Contando con la cartera de este ministerio puso en práctica hacia 1905 su anhelado proyecto: dar a la educación primaria el carácter de nacional, integral, laica y gratuita.
En lo político, supo ser amigo de Porfirio Díaz sin ser su adulador y Díaz lo respetó siempre como a un hombre superior.
Poesías, cuentos, novela, narraciones, discursos, doctrinas políticas y educativas, viajes, ensayos críticos, artículos periodísticos, epístolas, libros históricos y biográficos, forman el valioso legado que dejó Justo Sierra a las siguientes generaciones.
Justo Sierra Méndez falleció en Madrid, España, a la edad de 64 años, el 13 de septiembre de 1912.
miércoles, 24 de marzo de 2010
Señores profesores y alumnos de la universidad:
Señores universitarios:
domingo, 21 de marzo de 2010
Los problemas nacionales, el gobierno y la asamblea
Realmente apoyaría a la administración del Justo-Che si ésta fuera la de las autoridades de la UNAM. Los pseudo revolucionarios no tienen credibilidad y la mayoría somos testigos del mal uso (lucrativo) que se hace actualmente del auditorio: ¡que regrese el auditorio de la Universidad para los universitarios!
Es una verdadera lástima que la Asamblea de la Facultad de Filosofía y Letras (conocida entre algunos como “la asamblea de las piedras”) no tenga un órgano oficial de información y prensa. O si lo tiene es una lástima que no sea eficiente. La mencionada asamblea se viene reuniendo desde hace algunos meses los jueves; haciendo uso de un buen bafle y la electricidad de la Universidad, se encarga de informarnos en ciertos momentos de sus inquietudes alrededor de los problemas de la Universidad y de la Nación. Digo que es una desgracia que carezca de ese órgano informativo pues al ser la “Asamblea de la Facultad”, los miembros de ésta merecemos estar mejor informados acerca de sus resoluciones, argumentos y propuestas.
En las democracias el único soberano es el individuo; sus derechos están fuera de la acción de las mayorías y de la ley misma. La idea del pacto social, resultado del mutuo sacrificio de la libertad, es errónea. El individuo no puede sacrificar un solo ápice de su libertad; el gobierno depositario de una suma de libertades sacrificadas, es un fósil de la antigua filosofía política… La libertad, decimos ahora, es un derecho, es el derecho por excelencia; todo derecho tiene un deber correlativo, este deber es el respeto al derecho ajeno, a la libertad de los otros… El gobierno, conforme a este contrato federal, es el encargado de velar por el respeto al derecho de los demás.
Se comprende, pues, cómo teniendo expedita toda su esfera de acción el individuo, cómo pudiendo asociar su fuerza con un número indefinido de otras, esta idea de clamar contra un gobierno que no hace nuestra felicidad, es exótica y sin significado propio en el idioma político de los pueblos libres.
1. "Los problemas nacionales y el gobierno", La Tribuna, México, 30 de enero de 1874. Reproducido en el tomo IV de las Obras completas de Justo Sierra, pp. 56-59.
martes, 2 de marzo de 2010
Don Justo en Gaceta UNAM 2010
domingo, 13 de septiembre de 2009
El profesor de Historia y su mejor lección
Justo Sierra, La libertad, México. 22 de noviembre de 1884.

domingo, 30 de agosto de 2009
El Maestro Sierra
Luis Lara recuerda el incidente de los jóvenes rebeldes en contra del maestro. Nos deja ver cómo el maestro no lo era sólo de historia, sino también de virtud y honor por medio del ejemplo. Es más fácil para algunos venerar la figura (pues en ocasiones es con lo único que se cuenta de ellos, una imagen, una fotografía) de quien toma el fusil y se refugia en la selva; parece no ser tan atractiva la del maestro que además de educar en las aulas se desnudaba en las columnas de los diarios, nunca desde la clandestinidad sino siempre ante los ojos de la nación, que exponía con valor y respeto a la (hoy en día devaluada) más alta tribuna de la nación, ante el Congreso, sus ideas y proyectos.
Nos recuerda su lealtad, valor ya en desuso en estos tiempos. Cuando hay quienes olvidan que formar parte de la Universidad es un compromiso, cuando hay quienes piensan que el gobierno debe darles, sin entregar nada a cambio... salvo quizás dentelladas. Y nos habla además, desde el lejano 1948, del peligro que correría la Universidad cada vez que fuera tomada como rehén de luchas políticas, ajenas a su misión fundamental. Misión que puede resumirse en estas palabras del Maestro: "En el amor de la ciencia y de la patria está la salud del pueblo". Así pues, Luis Lara Pardo nos cuenta:
Cómo Conocí al Maestro
En aquellos días, ya remotísimos, de mis primeros pasos por la Escuela Preparatoria, Justo Sierra no era todavía el maestro amado y venerado por la juventud mexicana. Comenzaba, sí, su ascensión. Era profesor de historia, por derecho propio, en el Alma Mater de las generaciones profesionales futuras.
Políticamente era diputado, primer peldaño de su carrera. Era literalmente conocido en el cenáculo que rodeaba al maestro Ignacio Altamirano. Los muchachos preparatorianos lo conocíamos principalmente como cantor romántico de la “Playera”.
Dábanse entonces algunos pasos para hacer avanzar los sistemas educativos.
Reuníase una asamblea de educadores que discutían asuntos pedagógicos, y como las sesiones eran públicas, allá íbamos los estudiantes en masa a escuchar buenos augurios para la educación obligatoria laica y gratuita, por la cual luchaban los liberales de aquel tiempo. Entre sus filas, Justo Sierra era uno de los más firmes. Ponía en la lucha su grande inteligencia, su dignidad, su voz robusta y admirablemente matizada, su elocuencia, hacían de él un orador magnífico.
Allí íbamos los muchachos preparatorianos, a oírlo en cada oportunidad que se nos presentaba.
Vino un leve eclipse. La turba estudiantil, alborotadora como siempre, se agitó muchísimo. Turbó las postrimerías de la presidencia del general González. Hubo públicas demostraciones contra la moneda del níquel, emitida en demasía, y entre los estudiantes, más que todo, por el reconocimiento de la “deuda inglesa”, que el Gobierno proponía. Para hacer efectiva una disciplina enérgica en la Escuela Preparatoria que se decía el semillero de la agitación, el Gobierno pidió su renuncia al director, el sabio naturalista don Alfonso Herrera, y nombró en su lugar al licenciado Vidal Castañeda y Nájera, ajeno a la enseñanza, extraño al profesorado, miembro de la corte, militar de Justicia y con grado de coronel del Ejército. Para los estudiantes aquello era el colmo de la humillación.
Vuelto a la presidencia el general Díaz, que no había visto con malos ojos la agitación antigobiernista de la deuda inglesa, apoyándose en razones de política internacional, la turba estudiantil volvió a agitarse. Justo Sierra, ya respetadísimo, pronunció en la Cámara un elocuente discurso a favor del reconocimiento. A los ojos estudiantiles era una defección. Había en la Preparatoria intenso movimiento, se declaraba una huelga contra el nuevo director, y algunos profesores la apoyaban indirectamente.
Un día, en las puertas del Colegio Grande, los preparatorianos vimos un anuncio que decía: “Hoy viene Justo Sierra; ¡zapotes, muchachos!” Fue la señal de una manifestación de la cuál tuvimos que avergonzarnos después. Cuando el maestro llegó, una multitud de alumnos llenaba la entrada y el portal del piso bajo que conducía a la gran escalera donde estaba el lema: “Amor, orden y progreso”, y otro: “Saber para prever, prever para obrar.”
Pasó el maestro y lo acogió una lluvia de proyectiles; zapotes que al chocar vaciaban su negro contenido. Él pasó imperturbable, subió la escalera sin siquiera volver el rostro; pálido de emoción, pero digno y solemne. Los prefectos disolvieron a la multitud de estudiantes a quienes se habían unido los de las escuelas profesionales vecinas, Jurisprudencia y Medicina, y no hubo más incidentes. Terminada la huelga, el maestro Sierra volvió a su cátedra. Nunca hizo alusión al incidente. Más tarde, le oí explicar el porqué de su apoyo a la iniciativa y su profesión de fe de porfirismo, al cual fue leal hasta el punto de seguir en su descenso al régimen, derribado por la Revolución: “Mi apoyo al gobierno se funda en las promesas que ha hecho de fomentar, perfeccionar, impulsar vivamente la educación pública, porque la educación salvará al país.”
No tardaron en olvidarse aquellos incidentes, y la aureola de maestro se fue avivando en torno de esa figura espléndida de la intelectualidad mexicana. Su cátedra, siempre oral, era en la Preparatoria una de las pocas que podían seguirse con placer y al mismo tiempo con provecho.
Eran conferencias, eran discursos elocuentes, en un estilo puro y vigoroso. Es una lástima y un motivo de sonrojo para todos los discípulos de aquel tiempo que nadie haya pensado en recogerlas taquigráficamente y reunirlas en volúmenes que habrían sido un texto nutrido y preñado de riquezas.
En política, el maestro Sierra se afilió desde sus principios al grupo llamado Científico, del cual fue uno de los portavoces más elocuentes en el Congreso y uno de los valores legítimos y más brillantes.
Así, cuando de la Secretaría de Justicia e Instrucción Pública salió el licenciado Joaquín Baranda, acusado de ambicionar la sucesión del General Díaz, y de no haber guardado discretamente sus ambiciones, resolvió el gobierno dividir en dos la esfera de acción de esa Secretaría y crear la Subsecretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes. El maestro, cuyos esfuerzos a favor de la educación pública le habían dado ya fama bien merecida, fue llamado a ocupar ese nuevo departamento.
Sus amigos le ofrecimos entonces una comida que se efectuó en salón del entresuelo del restaurante “Maison Dorée”, situado en lo que hoy es avenida Madero y entonces uno de los centros gastronómicos preferidos. En aquella ocasión, el maestro habló de sus propósitos, de sus anhelos.
No se le ocultaba que, afiliado a un grupo político que había despertado ya recelos, encontraría oposiciones; le saldrían al encuentro censuras y ataques. José Ferrel había publicado ya un artículo envenenado, “La Prostitución del Bronce”, denigrante para el progenitor del maestro.
En una conversación marcada por el tono de confianza, dijo: “Podrán acusarme de todo, menos de dos cosas: que no sea honrado o que sea tonto.”
Y efectivamente, en el seno mismo de aquel grupo científico de donde salieron grandes fortunas, se conservó siempre pobre, y sus recursos podían contarse y habrían resistido el más severo escrutinio.
De allí paso a ser Secretario, ya sin estar sujeto a otro ministro. Después de haber concurrido a su fecunda cátedra, no perdí contacto con él.
Solía encontrarlo en casa de su tío, don Pedro G. Méndez, hombre rico, cultísimo, generoso, de quien era yo lector y que me dio el único apoyo pecuniario que recibí en mi carrera.
Más tarde, fuimos vecinos. Habitaba en la calle de Londres, una casa, un palacete propiedad del licenciado Emilio Rabasa. No tenía coche. Todavía no se acostumbraba que el gobierno pusiera a la disposición de sus Ministros automóvil, chófer y gasolina. Solía yo encontrarme con él en el tranvía donde muchas veces se dirigía a su ministerio. En uno de esos viajes me confió su proyecto supremo: la creación, o mejor dicho, el restablecimiento de la Universidad, que fue la primera de América y llevaba muchos años de suprimida. Era no sólo su ensueño, sino su decisión; decisión vigorosa, tan enérgica, que sorprendía a quienes, ante la bondad inagotable, la generosidad espléndida del maestro, lo creían débil, y no sabían de qué esfuerzos sería capaz para el progreso intelectual de la patria.
- En cuanto haya realizado este proyecto, inmediatamente me retiraré del ministerio – me dijo con firmeza.
Así lo creí. No me tocó en suerte ver la resurrección de la Universidad con la halagüeña perspectiva de agrupar los altos estudios, las escuelas profesionales, y recibir amplio subsidio de un gobierno que empezaba a preocuparse formalmente de los problemas educativos de México.
La Universidad se volvió a abrir, y es el monumento más elocuente levantado a la memoria del maestro; más duradero, más luminoso, que todas las estatuas erigidas en honor suyo y que todos los homenajes posibles.
Se abrió la Universidad. Quizá no siga la trayectoria que el ilustre maestro quiso trazarle. En los días críticos, cuando se agitan las aulas por motivos no relacionados con la enseñanza universitaria, el maestro, si viviera, se sentiría hondamente contristado y diría: “No es lo que quise hacer.”
Restablecida la casa máxima de estudios, el maestro no se retiró del Ministerio. Era también político y la política suele tener exigencias absurdas. Sentía ya que la nave gubernamental amenazaba perderse, y no quiso salvarse él solo. Fiel a su filiación política, quedó en su puesto hasta el fin. Y como era una excepción en el medio político en que había actuado y todos los intelectuales de la Revolución lo reconocían por maestro, toda sabiduría y bondad y amor a México y a la juventud, fue el único de los “científicos” a quien no alcanzaron los denuestos y los ultrajes, y fue enviado como emisario de la cultura mexicana a la corte de España, donde sus ojos se cerraron para siempre.
Luis Lara Pardo
Revista de revistas, febrero 1º de 1948.
domingo, 9 de agosto de 2009
Conversaciones (III)
El domingo pasado compartía con ustedes, los amables lectores de este blog, la segunda Conversación del joven Justo. Continuemos con el sueño del colegial, nos quedamos en que:
...Todos eran esclavos, y el amo de todo el mundo llevaba tres coronas.
Un hombre nació en las regiones germánicas, y con el trabajo de sus manos inmortalizó el pensamiento sobre la tierra.
Entonces la primera luz apareció en el horizonte.
Un siglo después, los hijos de aquel hombre dijeron: la conciencia es libre en nombre del mártir de la razón, y tembló el trono de las siete colinas.
Estremecióse el mundo como con los dolores del parto... y el alba brilló por el lado del norte.
Entonces un piloto cruzaba los mares, y descubría por el camino que la naturaleza ha marcado a la luz, un mundo ignorado, durmiendo sobre el océano, y reclinando su frente en la almohada glacial del polo.
Y se produjo un movimiento de admiración, y en aquel instante la luz se proyectaba por doquiera...
En vano quisieron apagarla con sangre, y el brillo de las hogueras compitió con el fulgor de lo alto.
Los hijos de Dios vislumbraron el país natal desde el sendero del extranjero, y el tibio aliento de la esperanza refrigeró su alma.
La soberana voz de la inteligencia resonó en todos los ámbitos, y el hacha del verdugo comenzó a embotarse, y los bosques empezaban a negar la leña para la hoguera.
La voz divina recorría el espacio, desde el humilde hogar del pueblo hasta los palacios de los nobles convertidos en templos de Príapo...
Los hijos de la palabra santa sacudían sus cadenas del otro lado del mar, y asentaban en la virgen del mundo la emancipación de los pueblos.
Los desheredados miraban atónitos aquel prodigio, y volvieron la vista hacia sus señores y compararon.
Un rugido como el de todos los leones del desierto, retumbó bajo la tierra y los tronos cayeron, y la fuerza sirvió a la idea, y era aquel como el correr de un torrente retenido por los siglos. Los hijos de Dios vistieron de gala y entraron al país natal...
Una voz de lo alto dijo Fiat lux, como en el primer día de la creación...
Y el disco del sol apareció como una coma de oro sobre el horizonte.
Y comenzó la décimanona centuria.
El reino de Dios se acercaba, y los tigrillos de la opresión se arrojaron a la lucha...
Pero el sol surgía lentamente, y hundíanse lentamente el fanatismo y la tiranía...
En vano agotó su saña la iniquidad y los pueblos cejaron alguna vez en la lucha... Las huellas del sicario imprimieron zonas rojas en todas direcciones: desde el Vístula hasta la verde Erin, desde los Alpes a la Sierra Madre.
Y los gemidos del proscrito y el estertor de la agonía poblaban de dolor los cielos.
En vano. El sol surgía, y surgían con él las flores del surco de sangre, y del dolor de los desheredados un canto de victoria...
Y cuando estaba próximo el faro del día a mostrar toda su esfera, habló la voz de lo alto y dijo: "Vivid, porque sois dignos, y porque con vuestro trabajo habéis destruído la ignorancia y la maldad; vivid y trabajad sobre la tierra a quien habéis arrancado sus secretos. Vivid y sed libres, y dominad vuestra mansión, porque la habéis conquistado y habéis fundado sobre ella el altar imperecedero de la razón que es mi altar"...
Y el sol ilumnió los espacios, y la décimanona centuria cayó como una gota de agua en la clepsidra de los tiempos.
Y el primer destello del día iluminó en la conciencia del género humano la palabra eterna: Libertad.
Justo Sierra, Obras Completas, T. II p. 73 - 76.
domingo, 2 de agosto de 2009
Conversaciones (II)
... Escribílo en ese tiempo de la elaboración penosa de las ideas en el cerebro del joven, cuyas miradas después de registrar el pasado, quisieron magnetizar el porvenir.
domingo, 26 de julio de 2009
Conversaciones del domingo
Se preguntará el lector de este blog a qué viene el fervor por Don Justo últimamente (aparte del hecho obvio de ser "Justo Sierra" el nombre del auditorio por cuya recuperación claman los autores de este sitio). Pues bien, desde un punto de vista personal, y por ello parcial y quizás de cuestionable objetividad; podría aducir razones por las cuáles me parece que la figura de Justo Sierra encarna de mejor manera el carácter; que misión es de los universitarios conformar, mantener y portar honorablemente; de una de las facultades de estudios humanísticos más importantes de latinoamérica. Y no sólo de la Faculta de Filosofía y Letras sino de la Universidad misma como proyecto nacional de progreso científico y cultivo del humanismo. Pero en lugar de perderme en laberínticas argumentaciones, que lo serían no por la naturaleza de la cuestión sino por mi incapacidad actual por presentarla de mejor manera, prefiero dejar un espacio en este sitio de la red para la lectura de algunos fragmento de la obra del célebre Maestro.
No se trata de hacer proselitismo web para cambiar la denominación popular que ha adquirido el viejo "Auditorio de Humanidades". No se trata de una polémica reductible de manera simplista a la oposición entre la jueventud rebelde y la autoridad conservadora. Yo simplemente quiero difundir lo poco que he aprendido estudiando en los últimos días la vida y la obra de Don Justo. Quizás cada uno de los grandes ejemplos del pasado constituyan un guía, una luz, en el turbulento futuro que espera a las universidades como la nuestra. Así pues, a continuación les presentaré un breve fragmento de la primera de las Conversaciones del joven Justo, simplemente para que, si no habían tenido ya el placer, le vayan conociendo.
Tenéisme aquí a vuestras órdenes casi a la puerta de este extraño edificio que se llama un periódico. Allá arriba discuten y enseñan los hombres serios. Aquí dispondremos del "confidente", y con la charla descuidada y fácil, tal vez conseguiremos pasar algún rato de contento. Fumaremos cigarros encantados y en sus largas espirales de humo sorprenderé algún perfil etéreo, que evocaré con mi vara de avellano, para humanizarlo a nuestra vista. Lo veréis, entonces, lo veréis pasar, sentiréis su sereno aliento, os dirá sus secretos al oído, y querréis tocar con vuestra mano los pliegues de su túnica de espectro.
Justo Sierra, Obras Completas, T. II, p. 69 y ss.
jueves, 23 de julio de 2009
El nombre Justo Sierra

El 12 de noviembre de 1884 Justo Sierra sube a la tribuna de la Cámara de diputados para argumentar en favor de un convenio para pagar la deuda que se había contraído con los ingleses, convenio propuesto por el Ejecutivo, presidido entonces por Manuel González. Para no abundar en los detalles de la discusión, sépase que la medida, defendida por Sierra entre otros, era por demás impopular. Salvador Díaz Mirón, representando la postura contraria, había precedido al maestro de la Escuela Preparatoria y diputado Sierra en su turno ante la tribuna. Sierra expresaba “es difícil, señores diputados, seguir paso a paso las razones elocuentísimas vertidas en un lenguaje artístico y poético por el orador que me ha precedido en el uso de la palabra. Ciertamente, si hay algo que pueda turbarme en esta cuestión, es encontrarme frente por frente de una de las genialidades más poderosas que han aparecido en el horizonte de la poesía nacional” (V-102).
Sin embargo, la impopularidad de su postura no le había impedido mantener su leal convicción con lo que consideraba que era la mejor decisión en torno al asunto para la nación, y así, advertía que: “si nuestra reputación y nuestra simpatía tienen que naufragar, bueno será que no naufrague con ellas nuestra conciencia, el sentimiento que tenemos de lo que es verdad” (id.). Sierra, valiente, no cedió a las provocaciones y la calumnia, ni aun cuando en la misma Escuela Preparatoria fue emboscado por los escolares para hacerlo presa de “un grito unánime, ruidoso, prolongado, con acompañamiento de silbidos, de imprecaciones de ira y también de ademanes amenazadores”. Éste era el carácter, fuerte y prudente del maestro Sierra que, ante los vilipendios, respondía con argumentos y serenidad.
Años después, en abril de 1910, Sierra, presentándose ante la Cámara, ahora como Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, al hablar del proyecto próximo a concretarse de la fundación de la Universidad Nacional; explicando a los señores diputados la organización de la nueva institución, señalaba la importancia de la participación de una representación estudiantil en el Consejo Universitario. Reconociendo el “temor de que la deficiencia natural de juicio suficiente en los estudiantes los convirtiese dentro del Consejo Universitario en elemento subversivo, que pudiera alterar los fines de la Universidad” (V-424); habiendo vivido en varias ocasiones los efectos de la pasión de esos indómitos y ardientes adversarios, a pesar de la amarga experiencia personal; todo ello no le impidió defender la causa que consideraba más justa para la organización de la Universidad que estaba por nacer.
El maestro Sierra vino al mundo siendo el primer hijo varón del doctor Justo Sierra O’Reilly – destacado político y hombre de letras de la península de Yucatán, de quién también hablaremos (¿por qué no?) más adelante- el 26 de enero de 1848, en la ciudad de Campeche. Respetado desde temprana edad por sus éxitos literarios; después, inmerso en la efervescencia política de la época ayudó a guiar la conciencia nacional con el impecable ejercicio del periodismo; tuvo la oportunidad de luchar, siempre intentando mantener la paz que el país necesitaba, desde la Cámara; después, de consumar sus más grandes proyectos de educación nacional.
Este es el hombre que una vez se preguntó: “En cuanto a mí, compatriotas, os juro por la sombra sagrada de don Justo Sierra, que no imagino, que no adivino, cuál obra pudiera yo realizar, cuál gloria conquistar, con cuál empresa avasallar la fama, que fuese capaz de producir en mi una satisfacción semejante al orgullo santo de llevar el nombre que llevo” (V-372).