miércoles, 17 de febrero de 2010

Ternura utópica

A veces enternecen las buenas intenciones, sobre todo cuando se enuncian plenas de candidez como no sabiendo muy bien lo que se dice. Nadie hay que no se oculte tras la máscara de un benefactor cuando quiere justificar su imagen pública. Sin embargo, como en aquella fábula de Esopo, detrás de la máscara no siempre hay lo que se espera. En el caso de los secuestradores del auditorio Justo Sierra la máscara se ostenta como una buena intención: quieren que su trabajo de secuestradores tenga un enfoque educativo, i.e. liberador. Por desgracia, enclenque como todo raquitismo, el documento que contiene la declaración de principios del grupo secuestrador no aclara cómo lograr dicho enfoque. A veces me da por sospechar que ellos confían en la magia declarativa: y digo esto y esto es, y veo que es bueno. Otras veces comienzo a creer que esa es una de muchas frases bonitas que se usan para decorar los documentos. Y unas más me parece que una declaración como la que he referido sirve para no desentonar con el contexto; seguramente si en lugar de secuestrar un espacio universitario secuestrasen la sala de un hospital afirmarían buscar la salud pública, bienestar liberador desde la bata blanca. Pero no son más que sospechas, los autogestivos bienintencionados no aclaran su proyecto educativo, tan sólo dicen que son un colectivo que se entretiene haciendo tal o cual actividad, oponiéndose a tal o cual disposición, adhiriéndose a tal o cual declaración, sintiéndose reprimidos por tal o cual acción, mas de cómo liberar a través de la educación no dicen nada. Desde afuera podríamos juzgar si realmente es posible la verificación de su proyecto: vemos lo que hacen y reconocemos la distancia entre sus palabras y sus actos plenamente discordantes: el proyecto no se verifica. ¿Qué se requeriría para verificar un proyecto tal? Me encontré unos versos que bien pueden servir de sugerencia.

también Minerva queda aquí plantando

una Universidad autorizada,

do sus ciencias se van ejercitando,

y aun la tiene ya casi levantada,

poblada de doctores eminentes

y de una juventud bien inclinada,

dotada de jüicios excelentes,

de habilidad tan rara y peregrina

que parecen Maestros los oyentes

Los versos de Eugenio de Salazar recién citados refieren a la situación de la Universidad de México a poco tiempo de su fundación en el siglo XVI. Me interesa resaltar que a ojos del poeta la posibilidad real de que los estudiantes dignificaran a su universidad le venía de la buena inclinación y los juicios excelentes, de que ante todo se preocupaban primero por estudiar y pensar con claridad, por cumplir cabalmente con su labor universitaria. Ya después, la fiebre romántica de los universitarios deseosos del poder los llevaría a soñar con la liberación del pueblo. La diferencia es notoria: para unos lo importante es el saber, para otros el poder. Desde esta perspectiva parece que su proyecto es irrealizable, su presencia una carga que aletarga y su vida una fábula colmada de buenas intenciones. ¡Ternurita!

sábado, 13 de febrero de 2010

Cortázar, 26 años después

Sí, al parecer no era un mito urbano:


Cortázar 25 años después

Por Ariel González Jiménez

“… me había dado cuenta de que buscar era mi signo, emblema de los que salen de noche sin propósito fijo, razón de los matadores de brújulas.”

Julio Cortázar, Rayuela

Fue a comienzos de los años ochenta cuando Julio Cortázar volvió a México. Había visitado nuestro país por primera vez en 1975, pero esta vez lo traía la presentación de su libro Deshoras, publicado en 1982 por la editorial Nueva Imagen. Entonces, como ahora, me disgustaba asistir a actos multitudinarios tras una figura, pero el autor de Bestiario consiguió que me moviera hasta el Auditorio Justo Sierra de la UNAM, mejor conocido por todos como Che Guevara, para escucharlo leer uno de los cuentos de su nueva obra.

Mientras soportaba los diez mil empellones de la masa que finalmente abarrotó el enorme auditorio, pensé que para ser cronopio era ya demasiado popular. Porque un cronopio, decía para mis adentros, no puede ser la envidia de tanta fama que anda por ahí publicando tonterías. Pero verlo entrar como el gigante que era (ya que, como se sabe, nunca dejaba de crecer debido a una rara enfermedad), con paso tranquilo y elegante; escucharlo con todas sus erres orgullosas y observar sus gestos serenos, valió francamente la pena.

Ya había leído yo casi todos sus cuentos, pero ahora, luego de escucharlo, debía ir corriendo por Deshoras a la librería, donde me esperaba Botella al mar, ese gran epílogo a Queremos tanto a Glenda; también Segundo viaje, secuela indiscutible de sus maravillosos relatos boxísticos Torito y La noche de Mantequilla; y luego La escuela de noche, esa recreación de la vida escolar a manera de pesadilla que muchos podemos referir de distintos modos. En fin, me esperaba la novedad y la continuidad, porque el estilo Cortázar resultaba siempre impredecible, aunque de pronto te sintieras con todos los antecedentes a la mano. Así, en todos sus cuentos de enfermos uno entiende que el escritor sabía de eso por experiencia propia, y no es difícil encontrar atmósferas semejantes en muchas de sus historias (La salud de los enfermos o Liliana llorando, por ejemplo).

Veinticinco años después de su muerte, hojeo y releo muchos de mis subrayados favoritos de su obra y —acaso por el paso del tiempo y su infernal desmemoria— me siento ante un modelo para armar. Los recuerdos de lo leído adquieren hoy otra forma, muy distante de cuando tenía 17 años y llevaba sus libros bajo el brazo. Es natural. Ocurre con todos los autores y, especialmente, con uno que fue capaz de proponerse jugar. Pero no sólo jugar con las palabras o la estructura y contenido de sus relatos, sino también con la posibilidad de que alcanzaran una cierta sonoridad, como si de piezas musicales se tratara.

El pasado jueves 12, para recordarlo, Radio UNAM tuvo el buen gusto de realizar a lo largo de todo el día una transmisión especial que incluyó lecturas de sus textos, música, entrevistas, diversas evocaciones de otros escritores, grabaciones hechas por el propio Cortázar de sus cuentos… Un auténtico festín cortazariano que comenzó desde muy temprano con un platillo exquisito: la retransmisión de algunos de los programas que Juan López Moctezuma preparó hace años para acercar a los radioescuchas a lo que sin duda es ya un tópico: la relación del autor de Rayuela con el jazz.

Con magníficos textos y una selecta discografía, el inolvidable Juanito (incluso apenas conociéndolo, como fue mi caso, su presencia y trato dejaron huella) abordó con fino talento todo el paisaje jazzístico que sirve de trasfondo a una parte esencial de la obra de Cortázar, como Rayuela, pero también en cuentos inolvidables como El perseguidor o Siestas.

El jazz es una de las grandes guías para conocer a Cortázar, aunque en realidad, para quien no esté familiarizado con este género musical, el escritor es el que hace las veces de extraordinario jefe de scouts en el tema. Imposible leer Rayuela sin sentir curiosidad por escuchar a Thelonious Monk, Jelly Roll, Miles Davies y a tantos otros que desfilan por sus páginas; y si no se responde a esa curiosidad se terminará por tener una lectura parcial del texto. Debe haber un editor audaz que incluya en futuras publicaciones de Rayuela un buen mapa de París y varios discos con las luminarias del jazz que allí se mencionan.

Al conseguir armar algo a través de su relectura, llego a la conclusión de que no todo Cortázar me gusta como antes. Prefiero al autor fantástico de La noche boca arriba más que al autor ideologizado de Reunión. Pero sé que todo responde a una época y lugar. Es que tampoco me gusta ya mucho de lo que yo pensaba o creía (más creencia que pensamiento, desde luego) a finales de los setenta y principios de los ochenta, si bien estoy seguro de su honestidad, que en muchas formas amparó la mía.

No sé si hoy Cortázar volvería a donar a los sandinistas (malamente representados en nuestros días por Daniel Ortega) los derechos de autor de un libro como Los autonautas de la cosmopista, escrito en 1983 con su última mujer, Carol Dunlop. No estoy seguro, pero no me preocupa. En todo caso confirmaría que su condición de escritor no le impidió equivocarse en muchos temas políticos. Pero independientemente de ello, él siempre sabría, como Johnny en El perseguidor, que “en realidad las cosas verdaderamente difíciles son otras tan distintas, todo lo que la gente cree poder hacer a cada momento”.

Fuente (de la fuente): Milenio / México
Sábado, 14 de febrero de 2009


Nuestra fuente: Fondo de Cultura Economica: prensafondo.com

jueves, 11 de febrero de 2010

Los antecedentes (II): PRD: "no tenía nada que ver"

Continuamos en torno al décimo aniversario de la recuperación de las instalaciones universitarias por parte de la Policía Federal Preventiva. En esta ocasión les presentamos la columna que el 9 de febrero del año en curso publicó Guilermo Sheridan en El Universal. Anteriormente habíamos publicado aquí otro texto de Sheridan, entre varios más, acerca de una insinuación del PRD en los asuntos de la Universidad en 1997. Ésta puede considerarse una continución de esa entrada acerca de los antecedentes de la larga huelga del 99-2000.

El PRD en la UNAM
Guillermo Sheridan

Con motivo del décimo aniversario del ingreso de la policía para recuperar la Ciudad Universitaria —que estuvo 264 días en manos de unos posesionarios que se hacían llamar “Consejo General de Huelga”—, hubo algunas conmemoraciones interesantes.

Por ejemplo, un grupo de 300 activistas marchaba de San Ángel a CU evocando la heroica toma de la UNAM en el año 2000 y denunciando “la represión” policiaca que le puso fin.

Frente a ella marchaban unos cascados líderes “históricos” y Fernando Belaunzarán, un líder estudiantil (CEU) que cerró la UNAM en 1987 y ahora es secretario de Formación Política del Comité Ejecutivo Nacional del PRD.

Más interesante es la entrevista que otorgó a EL UNIVERSAL el doctor Ángel Díaz Barriga; declaró que “después de la huelga se decidió compartir la dirección universitaria con el PRD.”

Algo que se sabe, pero que no suele decirse. Y ahora lo hace no sólo un universitario de toda la vida, miembro del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación y ex titular de la Dirección del Centro de Estudios sobre la Universidad, sino alguien que fue uno de los representantes de la UNAM ante los invasores durante aquel costoso, bochornoso conflicto. Supongo que la declaración deberá considerarse informada y objetiva.

Agrega Díaz Barriga que “tras la huelga se decidió otorgar una cuota de direcciones e instancias académicas sólo por la pertenencia o simpatía con el PRD, y no por competencia académica. Si hoy la Universidad es más plural, entre comillas, se debe a eso”. Obviamente no menciona ni quién hizo el pacto ni qué puestos de dirección se le entregaron al PRD. Tampoco dice a cambio de qué, pero no es difícil conjeturar que la UNAM habrá claudicado a cambio de un seguro multimodal antihuelgas y de paz interna con sus activistas y con su descomunal sindicato. (Sobre esto, puede googlearse mi artículo “Edipo en la UNAM”, que apareció en Proceso hace 10 años).

Para el PRD es negocio: se hace fuerte en una instancia con peso político nacional, fácilmente inflamable, que cuenta con un presupuesto importante. Y además beneficia a sus cuadros, en algunos casos hinchando el organigrama con dependencias administrativas y académicas para hospedar ideólogos y ex líderes estudiantiles (y a veces sus familias) que se dan premios mutuamente.

Es penoso que la UNAM comparta la responsabilidad de su conducción con un partido político, ella, tan obsesivamente autónoma. Que, tan adversa a la privatización, tolere entregar zonas de su desinterés universitario al interés privado del PRD, y no sólo a su STUNAM sino a un puñado de funcionarios y académicos “progresistas” cuyas dependencias, programas y proyectos, comisiones, mecanismos de promoción e ingreso, difícilmente podrán abstraerse de su militancia.

Esto, que sería hasta positivo en otros ámbitos, es grave en una universidad. Por eso es que la UNAM, en el artículo dos de su Estatuto General, luego de consagrar “los principios de libre investigación y libertad de cátedra” se ordena a sí misma acoger en su seno “con propósitos exclusivos de docencia e investigación, todas las corrientes del pensamiento y las tendencias de carácter científico y social”. Claro, de eso se trata una universidad, que debe precaverse contra quien opine otra cosa, por lo que el mismo artículo ordena que en la libertad de la UNAM no tienen sitio “las actividades de grupos de política militante, aun cuando tales actividades se apoyen en aquellas corrientes o tendencias”.

Pero el PRD, parecería, mandó al diablo ese estatuto.

Y la UNAM se ha resignado a ese chantaje para agregar, a sus muchos problemas, caminar en una cuerda floja zarandeada por una familia disfuncional y llena de pugnas internas que se riñe los cotos de poder e impone sus propios estatutos.

Y pensar que todavía en 1998 el PRD declaraba, con toda seriedad, que “no tenía nada que ver” con los problemas que llevarían a la UNAM a esa huelga...


domingo, 7 de febrero de 2010

Las dos ocupaciones: ¿Universidad para todos o Universidad para quienes estudian?

Ésta es la cuestión. No es un planteamiento del príncipe de Dinamarca sino de Gastón García Cantú allá por 1990, hace 20 años, allá por los momentos de esplendor del Consejo Estudiantil Universitario (CEU). Por aquel entonces se discutían una serie de reformas promovidas por el anterior rector Jorge Carpizo, así como la orientación y futuro de la UNAM. Reformas que desde el punto de vista de algunos iban encaminadas a mejorar los vicios que estancaban las labores académicas y de investigación. Que fueron vistas por otros, como es costumbre, como "el primer experimento de corte "neoliberal" y privatizador de la educación superior pública en México y en América Latina".

García Cantú continua, después de la cuestión cardinal:

Lo primero se ha confundido, no sin perversidad, con la democracia, fin político de las sociedades contemporáneas pero no medio académico. La participación en materias de estudio no puede confundirse con el sistema de decisiones por mayoría. En la Universidad deben aprenderse las teorías históricas de la democracia, pero no intentar sustituir lo que pertenece a los requerimientos académicos con lo que corresponde al orden político de las sociedades.
Tal confusión, difundida por los partidos en las universidades del Estado -las particulares son para ellos verdaderos recintos sagrados- ha llevado a las oficiales- obra educativa del Estado mexicano- a su gradual deterioro.


Diez años después, el espíritu antireformista del CEU, con el conflicto generado por el alza de cuotas en la UNAM se materializo en el CGH que mantuvo ocupada y paralizada la UNAM durante casi diez meses. Por supuesto que el cierre no era arbitrario, pues cerraban la Universidad para que "permaneciera abierta en el futuro". Sobre ello nos decía el Dr. Francisco Valdés Ugalde lo siguiente:

UNAM: derecho social y aberración política

El Universal, 26 de septiembre de 1999

¿Puede un movimiento en defensa de un “derecho social” condenarse a sí mismo a ser el enterrador de tal derecho? Si el movimiento en cuestión se interna por el camino de la aberración política, la respuesta es positiva. Lo que ocurre en la UNAM es un caso ilustrativo. Reconocerlo es sencillo, explicarlo es otro problema; es el verdadero problema.

Vienen a la mente, multitud de imágenes “útiles” para referirse a la cuestión, desde la famosa idea de Hegel de que los hechos de la historia se producen dos veces, la primera como tragedia y la segunda como farsa, hasta la de quienes han insistido en que lo que ocurre en la UNAM es un reflejo de lo que pasa en el país y viceversa. De la primera imagen, se puede afirmar ciertamente que el 68 fue la tragedia y el 99 una farsa que ha alcanzado uno de sus mayores momentos simbólicos en la imagen televisada del vándalo con pretensiones de historiador anticipado que escribió la fecha de “1999” sobre el signo de interrogación que David Alfaro Siqueiros puso de colofón en su mural de Rectoría sobre las gestas históricas del pueblo mexicano. De la segunda fórmula sobresale la banalidad del entusiasmo con aires de gloria de quienes regodean su miopía en esa supuesta intrínseca relación metafísica, incapaces de imaginar que también por ese camino podía transcurrir el “lado malo” de la historia. Esta falsa idea especular me hace evocar la célebre frase de Borges: “Los espejos y la cúpula son abominables pues reproducen a los hombres”. Pero las ideas especulares son reduccionistas. La realidad exige otro esfuerzo.

Como todo el mundo sabe, el movimiento estudiantil tuvo su origen en la protesta contra el establecimiento de cuotas en la UNAM. Después de los primeros días de efervescencia, se conformó el Consejo General de Huelga que procedió a exigir la derogación del reglamento respectivo y luego a ampliar sus exigencias a otros puntos que habían sido previamente reformados. Al iniciarse el paro, hace ya más de cinco meses, el pliego petitorio de los estudiantes combinaba extrañamente demandas de gratuidad con exigencias como las anteriores que, de aceptarse, redundarían en la degradación de la calidad educativa. Entre estas últimas sobresalía la de restaurar el pase automático de la preparatoria a la profesional y eliminar las relaciones entre la UNAM y el CENEVAL.

A pesar del tiempo que ha transcurrido desde que el conflicto se inició, es notoria la ausencia de tino político del CGH para plantear con productividad política las finalidades que dice perseguir. Por ejemplo, el CGH no se ha pronunciado ni ha exigido al Ejecutivo o al Congreso la restauración de la gratuidad en la educación superior a pesar de que el artículo tercero de la Constitución fue reformado en 1993, abriendo paso a que la educación superior deje de ser legalmente gratuita. En esta reforma se introdujo, entre otras modificaciones, una nueva redacción de las “obligaciones” del Estado para con la educación superior. Mientras que la fracción cuarta de dicho artículo señala que “toda educación que imparta el Estado será gratuita”, la siguiente acota que “además de impartir la educación primaria, preescolar y secundaria (…) el Estado promoverá y atenderá todos los tipos y modalidades educativos –incluyendo la educación superior- necesarios para el desarrollo de la nación, apoyará la investigación científica y tecnológica, y alentará el fortalecimiento y difusión de nuestra cultura”.

Esta redacción es clara pero a la vez ambigua. Por una parte se distingue entre impartir, por un lado, y promover y atender, por el otro con esta distinción se pretende dejar en claro que el Estado no imparte la educación superior. Pero se introduce una ambigüedad al decir que la promoverá y atenderá; si el Estado no la imparte, entonces no será gratuita sino solamente “promovida” y “atendida”. Naturalmente, estos últimos términos quedan totalmente indefinidos en el texto constitucional. Pero queda aún más indefinido en este nivel el carácter que tienen, desde el punto de vista presupuestal, organismos como la UNAM que es, en el ámbito de la administración pública, un “organismo descentralizado del Estado”. En esta última expresión el carácter descentralizado del organismo no se refiere al Estado, sino a la administración pública, mientras que la expresión “del Estado” designa su pertenencia al Estado. Así pues, según la Constitución, la UNAM es del Estado pero lo que la UNAM hace no es, entre otras cosas, educación impartida por el Estado.

Con toda su ambigüedad, la reforma de 1993 ha operado un cambio de facto y de jure en las relaciones entre el Estado y la UNAM. A pesar de que en ellas se ampara la reducción presupuestal que Hacienda le propinó a la UNAM y que está detrás de la modificación al reglamento de pagos, el CGH no ha criticado ni, mucho menos, solicitado un cambio de esta redacción actual del artículo tercero. Por el contrario, el CGH sólo le carga la mano a la UNAM y, en particular, a sus autoridades, haciéndolas responsable únicas de los cambios al reglamento de pagos. Al hacer esto y confirmar su postura con más de cinco meses de paro sin haber incomodado ni un ápice al gobierno o al Congreso, el CGH parece coincidir sospechosamente con los propósitos que oscuramente, por vías oficiosas e informales, miembros del gobierno han proferido respecto de reformar drásticamente a la Universidad o, de plano, hacerla desaparecer.

Lo anterior no significa que las autoridades universitarias no tengan ninguna responsabilidad en el origen del conflicto ni en la postergación constante de su solución. Indica, sin embargo, que, o bien quienes controlan al CGH y quienes los siguen no tienen capacidad política para entender la problemática en que está situada al UNAM, o bien que sus propósitos no son los que confiesan, sino los mismos de aquellos en el gobierno que sin dar la cara buscan debilitar la institución para poder darle un golpe mortal o dispersarla. Curiosamente, a este despropósito se suman organizaciones sociales como el Frente Popular Francisco Villa y el EZLN.

A esta forma aberrante de conducta política se agrega la decisión del presidente Zedillo de que en la UNAM la aplicación de la ley, en lo que respecta a su ocupación ilegal por los huelguistas, deberá ser un hecho de excepción sujeto a la expresión “mayoritaria” de la comunidad universitaria. A pesar de la universalidad del estado de derecho como establecimiento de condiciones iguales para todos, la UNAM es, por razones de Estado no democráticas, condenada a la excepción. Al proceder así, el gobierno instaura por omisión deliberada una especie de estado de naturaleza pre-político. Me pregunto si en este proceder no se anuncia el destino al que se conduce al Estado mexicano.

Bajo la perniciosa acción de los huelguistas y la indolente actitud asumida por el gobierno (Ejecutivo, Legislativo y Judicial incluidos) anida la amenaza (esta sí verdaderamente neoliberal) de reducir los servicios a las necesidades del mercado. Si la educación es un servicio que debe sujetarse a este principio, qué ha de pasar cuando el mercado no lo demande o requiera cambios en la forma en que se le procura. Desde el punto de vista estrictamente economista si el “mercado” no demanda educación, no hay ninguna razón para que existan proveedores. Si existe tal demanda, entonces los proveedores deben satisfacerla en las modalidades en que la requieren los consumidores. Más de 200 mil estudiantes se inscribieron o reinscribieron en la UNAM para el ciclo escolar 99-2000, es decir, sí hay demanda. Al defender las aspiraciones a huelga de su paro, los paristas trataron de impedir la inscripción de los estudiantes que querían hacerlo. (Por cierto, en no pocas ocasiones se les vio formados en las colas de inscripción, luego de sus intentos por cerrar los locales de trámites escolares). Curiosamente, al detener casi todos los procesos educativos en la UNAM y tratar de impedir la inscripción de estudiantes, los paristas pusieron de manifiesto la perversa coincidencia de su actuar con los intereses de los neoliberales más extremos cuya pretensión es, simple y llanamente, cerrar la UNAM. En efecto, al debilitar la Universidad, el CGH ofrece a plenitud los argumentos de que los propios neoliberales extremos carecían para limitar aún más el presupuesto universitario e, inclusive, empezar a barajar alternativas de reforma universitaria que no la mejorarían sino que la harían desaparecer como entidad.

Volviendo a la pregunta inicial puede reiterarse la respuesta. Sí es posible que la “defensa” de un derecho social conduzca en realidad a su liquidación cuando los defensores actúan aberrantemente y en coincidencia (¿fortuita?) con sus adversarios declarados.

-Francisco Valdés Ugalde-



Por ello no es de sorprender que ante la ocupación policial, que duró poco menos de dos semanas, que no significó "la imposición de medidas neoliberales", ni privatización ni pérdida de autonomía (pues en nueve meses de dejar la UNAM a su suerte ni huelguistas ni autoridades se pusieron de acuerdo), hubiera también reacciones como las siguientes:

Me causó un gran alivio que esta recuperación -e insisto en la palabra- de la UNAM se haya llevado a cabo en forma pacífica, sin violencia, sin ningún disturbio ni heridos. Es un gran alivio.


El Estado tiene la obligación de preservar la universidad para los fines que fue creada. El gobierno no ha hecho más que cumplir con la ley, por encima de todo... la mayoría de la sociedad está porque la universidad sea recuperada, porque vuelva a funcionar y porque sea a través del diálogo lo que resta por resolverse.


Lamento mucho el desalojo, no debía haberse llegado a ese límite; pero no había otra opción porque realmente no había diálogo. El CGH había caído en una intransigencia y no dialogaba ni negociaba. Esperé, como muchos mexicanos, que en la reunión del viernes pasado (4/02/00) entre rectoría y el CGH se llegara a algún acuerdo. Esperaba, por ejemplo, que los huelguistas dijeran: "Liberen a los estudiantes presos y nosotros entregamos las instalaciones de la universidad"


Esta medida debieron tomarla hace 10 meses, no hasta ahora. La universidad es irremplazable. Se ha cometido, por parte de los delincuentes que tenían a la universidad, un atentado contra el pueblo, debido a la apatía de quienes debiron tomar esta medida. Las cosas por su nombre.

Arturo Schroeder

Se cumplen 10 años del desalojo y ocupación policial. Los policías hicieron su trabajo y se fueron. La universidad volvió a funcionar. El CGH toma siete meses después lo que queda del auditorio Justo Sierra y pretende convertirlo en el Che Guevara de 1968. Han pasado más de 10 años del inicio de la huelga, están por cumplirse 10 de la nueva okupación del Justo Sierra. Excegehacheros y actuales okupas proclaman haber salvado el derecho a la educación, lo cierto es que cuando menos diez generaciones de universitarios casi ni se han parado por el que fuera hace muchísimos años el auditorio más importante y grande de CU, el artículo tercero sigue intacto en su fracción quinta, como en 1999. ¿Qué han hecho entonces ellos por nosotros? García Cantú decía respecto a las manifestaciones ceuístas en 1990:

Ninguna idea, ningún programa expusieron, sólo el desafío y la consigna sostenida de llevar al mayor número de jóvenes para lanzarlos al asalto de lo que desean destruir en lo académico: la Universidad Nacional.

miércoles, 3 de febrero de 2010

La autonomía de los buenos deseos


Mucho gana la autonomía psicológica cuando el trabajo autogestivo del autoelogio substituye al psicoanalista, pues por una parte uno se da ánimos a sí mismo sobre lo bien que hace las cosas y lo bueno de sus intenciones, y por otra sus palabras sirven para esgrimir la buena voluntad que mueve a sus acciones. Nada hay de provechoso en andar por el mundo diciendo que uno es un aprovechado y sujeto de poca fianza. Más se gana en el crédito público y el up grading mercadológico al jactarse como beneficioso a la sociedad. ¿Quién hay que le den pan y llore? ¿Quién tan vil como para ennegrecer el anuncio de bellos fines? Por eso, cuando los secuestradores del auditorio Justo Sierra plantean como fin de su actividad la liberación y como medio para la misma la educación; o cuando proponen practicar el compañerismo, la solidaridad, el apoyo mutuo, el respeto, la coherencia, la seriedad, la disciplina y la humildad -¿no serán valores burgueses?-; o cuando forjan su labor con los martillazos de la honestidad, la crítica y la autocrítica; o cuando se autoexigen autogestiva y autónomamente que su trabajo no pierda de vista la lucha de clases; o cuando un forofo de su organización afirma que un 10 por ciento de los estudiantes del país está dispuesto a transformarlo y que esa transformación, que nadie podrá parar, ya es suceso mundial entre los grupos progresistas; cuando se dice todo eso, ¿cómo criticar? Se necesitaría ser un completo insensato para criticar así como así las buenas intenciones. No es bonito dejar sin ilusiones a los niños; en algo se han de entretener cuando van a ese clubejo llamado universidad. Finalmente, en eso ha venido a dar la tan mentada autonomía universitaria. Mitos aquí y mitos allá, finalmente.

Por los años en que la autonomía universitaria comenzó a ser un mito del progreso, un rector inteligente, de esos que siempre hacen falta, ofreció un discurso destinado a la reflexión universitaria. Para este hombre inteligente no eran incompatibles los deseos de cambio social y la razón de ser de la universidad, al contrario él los pensó como complementarios; sin embargo, como todo hombre prudente, supo distinguir muy bien los límites: uno es el trabajo de la universidad y otro el de los universitarios en la sociedad, cuando se confunden los límites no se hace bien ninguno de los dos, sólo se finge actuar óptimamente y más bien se estropea todo. En el discurso hay un párrafo por demás conspicuo:
“Si se dice que se ha de dar a los alumnos la noción de que es menester modificar profundamente la estructura social contemporánea y restablecer para la vida valores distintos del provecho económico y de la ganancia, hacerles sentir la necesidad de no considerar aceptables las tesis y las doctrinas que no se apoyen en datos objetivos y soporten la crítica racional, inculcarles el sentido de su trabajo como deber de servicio y no como ocasión de fácil medro, entonces no se traerá nada nuevo a la Universidad actual, porque todo su trabajo se apoya precisamente en esos postulados y porque su actitud no es la de defensa de una situación administrativa, sino precisamente la defensa de una estructura adecuada para cumplir esa misión que no se logra con declaraciones, ni con gregaria sumisión a un líder, ni con subordinación a un mandato venido de fuera, sino que debe ser y sólo puede ser fruto libre y responsable de convicción alcanzada en la investigación y en la crítica libres. Para la acción y para la estructuración de partidos políticos, valen la convicción ciega, la autoritaria adopción de un credo, la propaganda hecha a martillazos de retórica. Para formar brigadas de asalto, fuerzas de choque, precisa la subordinación coaccionada a una voluntad única. Para la vida de la Universidad, no es ese el camino, ya que su misión no es actuar ni imponer, sino por definición, investigar y conocer”.

No me opongo, pues, a que los cándidos okupas se crean capaces de cambiar al mundo, pues sueñan desde los inteligentes hasta los idiotas, me opongo a que pretendan que su labor algo tiene que ver con la universidad. ¿O si escribo mis memorias sobre un barco será suficiente para intitularlas “Memorias de un marinero”?