Mostrando entradas con la etiqueta añoranzas. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta añoranzas. Mostrar todas las entradas

lunes, 5 de abril de 2010

Todavía olía a nuevo

A mucha gente le ha pasado que apenas acaba de adquirir algún bien o artículo y, no transcurrido mucho tiempo, le es sustraído, se extravía o por alguna u otra causa se le echa a perder. Puede haber, al menos, dos tipos de reacciones cuando a uno le pasa eso. Un caso puede ser la resignación, pues uno “todavía no se encariñaba” con el objeto perdido. El otro caso es el coraje: “¡pero si estaba nuevo!”. No sé cuál de ambos haya predominado entre los que conformaban la comunidad de la facultad de filosofía y letras entre 1998 y 2000 cuando perdieron el auditorio Justo Sierra.

Ciudad Universitaria fue oficialmente inaugurada el 20 de noviembre de 1952. Aunque la actividad en sus escuelas debió esperar hasta 1954. Cuando todo estaba nuevo, el auditorio Justo Sierra, tenía la denominación de “Auditorio General”. En la revista Arquitectura, en su número 39 de septiembre de 1952, dedicado a Ciudad Universitaria, se describe en breve al Auditorio General: “con capacidad para 630 espectadores, acondicionado para teatro experimental, proyecciones cinematográficas y actos de carácter académico, dará servicio no sólo a la Facultad de Filosofía y Letras, sino también a las Escuelas de Jurisprudencia, Economía y Ciencias Políticas y Sociales” (p. 246).

Por ello fue conocido en los siguientes años como el “Auditorio de Humanidades”, aunque no ofrecía servicios sólo para el conjunto de humanidades, pues era sede de actividades destinadas a toda la comunidad universitaria; por ejemplo, sabemos que fue la casa de la Orquesta Filarmónica de la UNAM, hasta que se construyó la Sala Nezahualcóyotl.

Es en 1962, en el quincuagésimo aniversario luctuoso de Justo Sierra, cuando adquiere oficialmente el nombre del Maestro. Saltemos pues hasta 1998. Para entonces ya contaba el inmueble con mucha historia. Habían transcurrido 30 años de aquel movimiento estudiantil, cuando se le comenzó a dar el nombre del Comandante cubano-argentino caído en 1967.

Como testimonia el Prontuario 1998 de la UNAM, el inmueble fue sometido entonces a un proceso de remodelación tras casi 50 años de servicio:

El auditorio Justo Sierra, uno de los más concurridos de la Universidad, que está ubicado a un costado de la Facultad de Filosofía y Letras, fue remozado y reinaugurado con ventajas evidentes. Una megapantalla y un muro acústico le permitirán cumplir mejor su doble función: la de teatro-escuela para el Colegio de Literatura Dramática y Teatro de la mencionada Facultad y la de foro para actividades de extensión académica y difusión cultural. (p. 86)

En el libro Testimonios de arquitectura y diseño. Conservación y servicios. 1997-1998 (p. 90) se describe el proceso (de click en la imagen para agrandarla):


Como puede usted ver, el auditorio, ya con sus añitos encima, todavía olía a nuevo cuando en 1999 fue cerrado a la comunidad, junto con el resto de las instalaciones universitarias. Ya no volvió a abrir sus puertas desde entonces. Al menos no en calidad de auditorio universitario. Pues como decían sus entonces posesionarios y los actuales ocupantes: “desconocemos a la institución universitaria”. No sé si la comunidad de la facultad no se había encariñado lo suficiente con su recinto para no intentar recuperarlo enseguida, no sé, quizás lo intentaron pero los ocupantes eran demasiado fuertes, quizás quisieron evitar un conflicto como el que recién había padecido la Universidad, quizás se resignaron. Quizás no.

sábado, 13 de febrero de 2010

Cortázar, 26 años después

Sí, al parecer no era un mito urbano:


Cortázar 25 años después

Por Ariel González Jiménez

“… me había dado cuenta de que buscar era mi signo, emblema de los que salen de noche sin propósito fijo, razón de los matadores de brújulas.”

Julio Cortázar, Rayuela

Fue a comienzos de los años ochenta cuando Julio Cortázar volvió a México. Había visitado nuestro país por primera vez en 1975, pero esta vez lo traía la presentación de su libro Deshoras, publicado en 1982 por la editorial Nueva Imagen. Entonces, como ahora, me disgustaba asistir a actos multitudinarios tras una figura, pero el autor de Bestiario consiguió que me moviera hasta el Auditorio Justo Sierra de la UNAM, mejor conocido por todos como Che Guevara, para escucharlo leer uno de los cuentos de su nueva obra.

Mientras soportaba los diez mil empellones de la masa que finalmente abarrotó el enorme auditorio, pensé que para ser cronopio era ya demasiado popular. Porque un cronopio, decía para mis adentros, no puede ser la envidia de tanta fama que anda por ahí publicando tonterías. Pero verlo entrar como el gigante que era (ya que, como se sabe, nunca dejaba de crecer debido a una rara enfermedad), con paso tranquilo y elegante; escucharlo con todas sus erres orgullosas y observar sus gestos serenos, valió francamente la pena.

Ya había leído yo casi todos sus cuentos, pero ahora, luego de escucharlo, debía ir corriendo por Deshoras a la librería, donde me esperaba Botella al mar, ese gran epílogo a Queremos tanto a Glenda; también Segundo viaje, secuela indiscutible de sus maravillosos relatos boxísticos Torito y La noche de Mantequilla; y luego La escuela de noche, esa recreación de la vida escolar a manera de pesadilla que muchos podemos referir de distintos modos. En fin, me esperaba la novedad y la continuidad, porque el estilo Cortázar resultaba siempre impredecible, aunque de pronto te sintieras con todos los antecedentes a la mano. Así, en todos sus cuentos de enfermos uno entiende que el escritor sabía de eso por experiencia propia, y no es difícil encontrar atmósferas semejantes en muchas de sus historias (La salud de los enfermos o Liliana llorando, por ejemplo).

Veinticinco años después de su muerte, hojeo y releo muchos de mis subrayados favoritos de su obra y —acaso por el paso del tiempo y su infernal desmemoria— me siento ante un modelo para armar. Los recuerdos de lo leído adquieren hoy otra forma, muy distante de cuando tenía 17 años y llevaba sus libros bajo el brazo. Es natural. Ocurre con todos los autores y, especialmente, con uno que fue capaz de proponerse jugar. Pero no sólo jugar con las palabras o la estructura y contenido de sus relatos, sino también con la posibilidad de que alcanzaran una cierta sonoridad, como si de piezas musicales se tratara.

El pasado jueves 12, para recordarlo, Radio UNAM tuvo el buen gusto de realizar a lo largo de todo el día una transmisión especial que incluyó lecturas de sus textos, música, entrevistas, diversas evocaciones de otros escritores, grabaciones hechas por el propio Cortázar de sus cuentos… Un auténtico festín cortazariano que comenzó desde muy temprano con un platillo exquisito: la retransmisión de algunos de los programas que Juan López Moctezuma preparó hace años para acercar a los radioescuchas a lo que sin duda es ya un tópico: la relación del autor de Rayuela con el jazz.

Con magníficos textos y una selecta discografía, el inolvidable Juanito (incluso apenas conociéndolo, como fue mi caso, su presencia y trato dejaron huella) abordó con fino talento todo el paisaje jazzístico que sirve de trasfondo a una parte esencial de la obra de Cortázar, como Rayuela, pero también en cuentos inolvidables como El perseguidor o Siestas.

El jazz es una de las grandes guías para conocer a Cortázar, aunque en realidad, para quien no esté familiarizado con este género musical, el escritor es el que hace las veces de extraordinario jefe de scouts en el tema. Imposible leer Rayuela sin sentir curiosidad por escuchar a Thelonious Monk, Jelly Roll, Miles Davies y a tantos otros que desfilan por sus páginas; y si no se responde a esa curiosidad se terminará por tener una lectura parcial del texto. Debe haber un editor audaz que incluya en futuras publicaciones de Rayuela un buen mapa de París y varios discos con las luminarias del jazz que allí se mencionan.

Al conseguir armar algo a través de su relectura, llego a la conclusión de que no todo Cortázar me gusta como antes. Prefiero al autor fantástico de La noche boca arriba más que al autor ideologizado de Reunión. Pero sé que todo responde a una época y lugar. Es que tampoco me gusta ya mucho de lo que yo pensaba o creía (más creencia que pensamiento, desde luego) a finales de los setenta y principios de los ochenta, si bien estoy seguro de su honestidad, que en muchas formas amparó la mía.

No sé si hoy Cortázar volvería a donar a los sandinistas (malamente representados en nuestros días por Daniel Ortega) los derechos de autor de un libro como Los autonautas de la cosmopista, escrito en 1983 con su última mujer, Carol Dunlop. No estoy seguro, pero no me preocupa. En todo caso confirmaría que su condición de escritor no le impidió equivocarse en muchos temas políticos. Pero independientemente de ello, él siempre sabría, como Johnny en El perseguidor, que “en realidad las cosas verdaderamente difíciles son otras tan distintas, todo lo que la gente cree poder hacer a cada momento”.

Fuente (de la fuente): Milenio / México
Sábado, 14 de febrero de 2009


Nuestra fuente: Fondo de Cultura Economica: prensafondo.com