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domingo, 16 de noviembre de 2014

Mas si osare un elemento policial 3.0 (o "De qué se trata la autonomía")


Con motivo de la marcha de hoy a las 12:00 tenemos una publicación especial, publicada originalmente aquí.






Muy buena iniciativa, muchachos, ya antes recordamos los antecedentes históricos de la autonomía universitaria; cabe ahora recordar la ley orgánica vigente para tener bien presentes los tres aspectos en que consiste la autonomía universitaria:

1) Académico. Se contempla la libertad de cátedra, la atribución a otorgar validez a estudios que se realicen en otros establecimientos, formulación libre de planes y programas de investigación y designación libre de su personal académico.

2) Gobierno. Puede organizarse de manera libre como mejor lo estime, siempre y cuando atienda a la Ley, de tal manera que se deben indicar las autoridades, pero otorgando libertad para su integración.

3) Financiero. Está facultada para formular un presupuesto y administrar libremente su patrimonio. El Estado está obligado a contribuir con un subsidio.

Aprovechemos para insistir, por si alguien -ya sea en los mediosen la academia, o incluso de entre las autoridades- no se ha enterado, en que las instalaciones universitarias no cuentan con extraterritorialidad, éstas se rigen por iguales normas que el resto del país, no funcionan como una embajada, consulado o república independiente.

Si hace falta mencionar casos en los que la autonomía es violentada, podemos citar: 

1) los paros que -so pretexto de buenas causas- interrumpen la actividad académica de forma arbitraria -y sobre todo innecesaria-. 

2) La ocupación del Auditorio Justo Sierra, distendida ya por 14 años que margina a la comunidad del uso del inmueble, sirviendo a fines ajenos a ésta. 

3) Las conductas erráticas de elementos policiales, no porque no puedan entrar en territorio universitario sino por su impericia e ineptitud, que en conjunción con la indolencia de la autoridad universitaria -distendida también por 14 años- derivó en los lamentables acontecimientos del sábado 15 de noviembre de 2014.

viernes, 8 de octubre de 2010

Justo Sierra y la UNAM

Hoy tenemos una colaboración cortesía de Camilo Ayala Ochoa, publicada originalmente en su blog del Instituto del Libro y la Lectura A.C.

1948 fue un año de festejos para la Universidad Nacional Autónoma de México. Se cumplía el centenario del natalicio del fundador Justo Sierra Méndez, quien había sido declarado Maestro de América. El 25 de enero los restos de Sierra fueron trasladados a la Rotonda de los Hombres Ilustres en el panteón de Dolores. Sus restos fueron velados en el salón El Generalito de la Escuela Nacional Preparatoria.

Ese mismo año se comenzaron a publicar las obras completas de Justo Sierra 14 tomos, el último de los cuales salió en el año de 1949. Fue un proyecto dirigido por Agustín Yáñez y en él participaron José Luis Martínez y Edmundo O´Gorman. En 1993, a la obra completa se le añadió el tomo 15 que consta de un epistolario.

La UNAM ha editado otras obras completas como las de José Gaos, Samuel Ramos o José Joaquín Fernández de Lizardi; sin embargo, las obras de Justo Sierra fueron un reto editorial por el tiempo tan corto en el que se reunieron, organizaron, anotaron y se llevaron a cabo los procesos técnicos de edición, impresión y encuadernación.

En las obras completas encontramos mucho de muy variados temas. Poesía, cuento, teatro, ensayos, crónica de viajes, historia, alegatos jurídicos y propuestas educativas. Fue un hombre sumamente ilustrado, digno heredero de su padre el escritor Justo Sierra O’Reilly (1814-1861).

En 1952 se inauguró la primera librería universitaria en las instalaciones preparatorianas del Antiguo Colegio de San Ildefonso en el centro de la Ciudad de México. Fue llamada Justo Sierra y cerrada este año 2010 por bajas ventas. Otra librería que se estableció en Campeche y fue llamada Justo Sierra, también cerró a pesar de los esfuerzos del Instituto de Cultura de Campeche.

Realmente los lugares que han tenido el nombre de Justo Sierra son maltratados. El ejemplo más vergonzoso es el auditorio de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM llamado Justo Sierra y que fue renombrado por los estudiantes universitarios de 1968 como “Che Guevara”. Hoy esa instalación está tomada por un grupo de personas externas a la institución que malviven boteando y están dedicadas al vandalismo violento.

Los del “Che Guevara” dicen que el auditorio es un espacio de trabajo autónomo, anticapitalista, autogestivo e independiente; un espacio de resistencia histórica. La verdad es que se apropiaron ilegalmente de propiedad de la UNAM, de una parte de su patrimonio; y lo usan incluso para la venta de droga y para negocios particulares como el mantenimiento de un maloliente comedor vegetariano.

El anterior rector Juan Ramón de la Fuente no quiso desocupar el auditorio Justo Sierra y el actual rector José Narro siempre le ha tenido miedo a los grupos de seudo-estudiantes. Su política es cerrar los ojos y voltear a otro lado. El pasado 2 de octubre pintaron, golpearon, rompieron y derribaron la estatua del águila y la serpiente que se encontraba en la explanada de la Facultad de Derecho y no ha pasado nada. No hay autoridad.

Narro declaró respecto a la inseguridad que vive el país: "no se resuelve de la noche a la mañana, no habrá una varita mágica, ni una receta inmediata, milagrosa, que nos permita atender esto. Tenemos que trabajar intensamente”. Pero él esta esperando que por arte de magia se resuelva la situación de la violencia en la UNAM.

Justo Sierra tiene muchas frases citables. Una de ellas es: “México es un pueblo con hambre y sed. El hambre y la sed que tiene, no es de pan; México tiene hambre y sed de justicia”. La UNAM tiene hambre y sed de justicia.

Camilo Ayala Ochoa

martes, 28 de septiembre de 2010

Una UNAM libre

En estos días de centenario universitario se ha producido en la prensa una avalancha de artículos sobre la UNAM. Como sabemos, Sheridan ha criticado muchos aspectos de nuestra (de su propia) casa de estudios, sin necesidad de esperar festividades. Nosotros hemos sido mucho más modestos, por ahora, en nuestras aspiraciones, que el Dr. Sheridan en esta columna. Como saben, este sitio está dedicado al tema de la necesidad de un Auditorio Justo Sierra libre. Reproducimos un artículo en el que Guillermo Sheridan expone aquello que según él constituye un pesado lastre para la UNAM.

Una UNAM libre

Cuando acompaña a comer a funcionarios a “La Cava”, la UNAM es una dama pomadosa. Cuando milita junto a los activistas justicieros se convierte en una Madre Coraje con boina. Es la Amante Curvilinea del acadestrativo mediocre y perpetuo que mete a la nómina a toda su familia. Es una Compañera Rojinegra que apoya las “luchas sociales” de su sindicato. Es la Musa de la Diamantina que los cursis convierten en “la conciencia y el corazón de México”. Es la Edecán mañosa que conoce las puertas para ingresar al Poder. Es la Tarta de Limón que tararea desafinadamente Carmina Burana… 

La UNAM es una multitud de personajes cuyos usuarios le ponen el traje que más les conviene. Pero entre ese baile de disfraces está la verdadera: una sabia cubierta de tiza y tinta, aromada de laboratorio, modesta y callada, que practica su vocación sin utilitarismos interesados. 

La UNAM necesitaría liberarse de sus usuarios no académicos, “despolitizarse” y “academizarse”, como propuso famosamente el rector José Sarukhán en 1988. No, dicen los usuarios, al contrario: hay que politizarla más. (Apenas ayer, Víctor Flores Olea, ideólogo obradorista, festejó el centenario de la UNAM diciendo que “el rechazo del orden existente… es hoy la función más respetable de la Universidad, la única posible”.) La UNAM debería lograr que incumplir sus objetivos generales suponga el éxito de proyectos privados. Estos usos y proyectos políticos parece superior a la voluntad de la UNAM por ser ella misma sujeto de su propia inteligencia. Cautiva de sus usuarios políticos, la UNAM es a tal grado autónoma que le está vedado reformar temas externamente urgentes y postergados.

La autonomía no es sólo la autoridad que posee la UNAM para darse sus propios reglamentos, sino la obligación que tiene de evaluar su realidad, optimizar sus recursos y sus responsabilidades. Pero a la vez carece de reglamentos contra el voluntarismo de sus usuarios. Es decir: tiene la autonomía para modificarse, mas no la suficiencia política para instrumentar sus modificaciones. Su libertad está comprometida. Y si a pesar de esta servidumbre puede producir inteligencia, investigación, graduados, ya se puede pensar en lo que podría hacer con el usufructo cabal de su libertad.

La eficiencia de la UNAM debería considerarse prioridad nacional. Los trabajadores, alumnos y funcionarios no pueden contravenir las obligaciones que le patrocina el pueblo. Los académicos tenemos que hacer valer nuestra superioridad moral y nuestra dignidad sobre cualquier otra instancia universitaria y sobre cualquier poder que no sea el del saber meritorio.

Pero no hay manera de optimizar el desinterés individual -y, por tanto, la función social de la UNAM- si no es colocando a la academia sobre cualquier otro poder, en especial el poder que sustituye la responsabilidad y la racionalidad académicas por los usos políticos. Esto es, desde luego, impensable. En aquel mismo discurso de 1988 dijo el rector Sarukhán que era esencial “una universidad donde el académico sea el personaje central”. Es triste que en la universidad que hoy festejamos, esto, tan obvio, no sea del todo así.

Guillermo Sheridan



Hemos cambiado la modalidad de los comentarios a "moderación necesaria", debido a que algún chistosito colocó códigos XSS aparentemente maliciosos en los comentarios del Coliseo y en lo que averiguamos que tan inseguro puede ser blogger bajo el ataque de esos códigos, mejor impedimos que aparezcan en sus computadoras.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

¡Eureka!

De algún modo he tratado de sostener, quizás sin éxito, que lo que está en el transfondo del problema con el auditorio Justo Sierra no es una cuestión trivial.

En una reciente discusión con uno de los consejeros universitarios alumnos de la Facultad, surgía de su parte la hipótesis de que el problema del auditorio Justo Sierra es una expresión más del problema de la escasa participación estudiantil en la conformación de proyectos y en la estructura organizacional de la Universidad. Hipótesis que no comparto. Sostenía yo que no hay que buscarle tres pies al gato: los okupantes incurren en delito y no más, no menos. Por supuesto, la prolongación del conflicto atiende a muchas causas, lo que no ocurre, según yo, es que instaurando cierto régimen de gobierno estudiantil, problemas como el del auditorio o los comedores subsidiados se solucionen, sino todo lo contrario.

Para explicar el aparente misterio que está detrás de diversos problemas de toda índole: con la planta académica, con el ejército de burócratas, con el sindicato, con los espacios "autónomos y autogestivos", etcétera, he encontrado algo que está muy cercano a mis puntos de vista al respecto y que quizás más de uno comparta: el Teorema de Moshinsky.

No pretendo que la explicación a toda una constelación de problemas se reduzca al teorema que, aparentemente, la experiencia no ha refutado todavía (por tanto se deja su demostración, o mejor dicho, la búsqueda de su confirmación en la realidad cotidiana, al amable lector):

Todo mexicano que ha mostrado capacidad en su labor, es automáticamente un privilegiado, y las instituciones públicas deberían desatenderse de él para concentrase en aquellos que no tengan esa característica.

Pero creo que el citado enunciado del recientemente fallecido físico de la UNAM, nos proporciona una vía para buscar explicaciones más completas y, por supuesto, soluciones.

Al respecto invito al lector a revisar las perspectivas (propuestas por demás optimistas y dignas de considerarse) planteadas por Roger Bartra en la edición digital de Letras Libres, a propósito del Teorema. O leer la formulación del mismo, hace 25 años por su autor.



Quizás algún día publique los corolarios de Ivo Basay, derivados del Teorema de Moshinsky.

Don Marcos Moshinsky, en acción.

¡Feliz cumpleaños, UNAM!

martes, 3 de agosto de 2010

Que no le digan, que no le cuenten... pásele, puro producto de calidad, ¡garantizado!

Como decía la semana pasada, no me detendré a intentar convencer a los potenciales nuevos lectores de que ésta es la mejor causa ni mucho menos. En primer lugar porque, si esperar "acción directa" o algún tipo de apoyo de la gran masa de estudiantes y profesores, "veteranos" y "enterados" del asunto, se ha vuelto una esperanza más bien cándida, entonces esperarlo de los nuevos alumnos no sólo es más cándido sino además abusivo. Segundo, porque la UNAM tiene problemas mucho más importantes que, tristemente, el del auditorio okupado y olvidado; al que alguien pensó sería buena idea dar el nombre del fundador de esta institución.

Ciertamente, seguimos sosteniendo que aunque los problemas más urgentes están en otra parte, dice mucho de nosotros -cuando menos de la comunidad de humanidades- el estado de la cuestión y su eventual desenlace.

Y para que no le digan y no le cuenten, compartimos con ustedes una entrevista que apareció en el  pasado mes de julio en la revista Letras Libres con el maestro Guillermo Sheridan. En esta entrevista Sheridan toca de nuevo muchos de los graves problemas que vive nuestra institución. La lectura requiere dedicarle cuando menos unos 40 minutos. En estos días de comienzo de ciclo escolar, de estudiantes no admitidos, de luchas presupuestales; no es baladí dedicarle reflexión y autocrítica a nuestra casa y a nosotros mismos como universitarios. Lea si guste y reflexione.


"Si uno se asoma a la oficina de desarrollo tecnológico de la Universidad de Harvard se encuentra con una enorme tienda de patentes e inventos. No nos podemos resignar a ser un país consumidor de patentes foráneas. Tampoco a que las universidades privadas se limiten a educar administradores locales de esas patentes, ni a que las públicas produzcan sólo mexicanos conscientes que lo denuncien a perpetuidad."


A diferencia de otros "críticos", usted puede consutar en la red las credenciales del profesor Sheridan pues sano es saber a quién escuchamos decir qué.

martes, 20 de abril de 2010

Dèja-vu

En el año de 1966 aconteció en la UNAM una huelga, no tan famosa hoy en día como la que, supuestamente, dicen algunos, “salvó la educación pública y gratuita”. Las demandas de 1966 eran: No reelección de César Sepúlveda como director de la Facultad de Derecho; exámenes de regularización, práctica forense, levantamiento de sanciones contra estudiantes, exámenes parciales que eximieran a los alumnos de presentar examen final, cursos pilotos, retiro de consignaciones ante la Procuraduría por la toma de Rectoría que ocurrió dos años antes. Y por último: dinero: “solicitan dinero para poder despedir a ciento veinticinco personas que tienen contratadas para oponerse, en cualquier forma, a que se tome el edificio de la facultad”.

De puño y letra el Dr. Chávez, rector en ese entonces, anota en esta última petición: “¡No entablo negociaciones inmorales!”. A quien no le sea extraña la importancia de la historia no le pasarán desapercibidos los notables paralelismos en la historia de 1966, la de 1999-2000, y la de la actualidad. Por supuesto que notables diferencias hay que notar también. A continuación unos breves fragmentos de comunicación epistolar para que ustedes mismos busquen las coincidencias y las diferencias.

Culiacán, Sinaloa, a 14 de abril de 1966, carta de Enrique Esquerra a Ignacio Chávez:

…llegaron a esta ciudad las siguientes personas: Lepoldo Sánchez Duarte, hijo del señor gobernador (y líder estudiantil, expulsado el 7 de marzo de 1966 de la Facultad de Derecho); Enrique Rojas Bernal, Espiridión Payán Gallardo, … han tenido juntas con el señor gobernador del estado, siendo el resultado de ellas el siguiente:
1. Se acordó que el financiamiento de los gastos que en lo sucesivo origine el movimiento de huelga serán cubiertos totalmente por la Tesorería General del Estado.
2. En vista de que se propaló la noticia de que serían retiradas las cercas y desalojados los estudiantes del edificio de Leyes, en previsión de lo anterior, y en la posibilidad de un futuro ataque por parte de los granaderos, acordó el señor gobernador facilitarles todas las armas que se ameriten y algunos de sus pistoleros que servirían para la defensa del edificio…
Por una indiscreción de uno de sus líderes, llegó a nuestro conocimiento que la finalidad que se perseguirá en el futuro es producir un drama cruento que debilitaría los cimientos de la Rectoría y, en segundo lugar, ocasionar un caos nacional proyectado contra la estabilidad del ciudadano presidente de la república.

México D.F., a 21 de abril de 1966, carta de Ignacio Chávez a Jaime García Terrés:

…aún no termina (la huelga en Derecho), a pesar de que lleva cinco semanas y es que no hay día que no parezca que ya va a terminar. Empezó, como usted sabe, con la apariencia de una huelga local, exclusivamente contra el licenciado Sepúlveda. De todos lados vinieron elementos a sumarse y les llovieron ayudas, unas para echar fuera a Sepúlveda, pero otras, que veían más lejos, para transformar ésta en una huelga contra la Rectoría… el movimiento va agonizando en el sentido de que no ha tenido apoyo de ninguna de las escuelas de Ciudad Universitaria... cuando se agotaron los términos del entendimiento mediante discusiones y se rompió el diálogo, empecé a aplicar las sanciones que autoriza el Estatuto. Expulsé a los cinco líderes principales, de los cuales hay tres, cuando menos, probadamente corrompidos y los otros, político irresponsable el uno y fanático peligroso el otro…
…si no es bastante, y los cinco expulsados se empeñan en retener el edificio, la última arma: la consignación a los tribunales por despojo de inmuebles y daños a la propiedad de la nación…

Chávez, confiaba en la pronta solución del conflicto (las demandas plenamente académicas se habían atendido). El 26 de abril (¿por qué no nos acordamos de esta fecha año con año?) el comité de lucha obliga, literalmente, a renunciar al Dr. Chávez. El rector firma la renuncia bajo coacción después de horas de secuestro.

Un par de reacciones ante tales sucesos:

México D.F., a 29 de abril de 1966, carta de Rosario Castellanos a Ignacio Chávez:

…Ante circunstancias como las que determinaron su decisión de apartarse irrevocablemente del cargo que venía usted desempeñando (circunstancias que ninguna persona consciente puede dejar de encontrar condenables y punibles) no nos queda, a quienes estuvimos tan próximos a usted, a quienes presenciamos sus esfuerzos por sanear el ambiente universitario, por elevar sus niveles académicos, por reformar sus estructuras; a quienes conocimos los obstáculos que era preciso vencer cada día –y que al día siguiente surgían multiplicados- nos queda ahora el deber de testimoniar lo que presenciamos. Y cada uno en su esfera de acción y según sus medios expresivos, lo hará…

México, a 1º de Mayo de 1966. Carta de José Gaos a Leopoldo Zea:

…estoy estupefacto de ver que el gran número de universitarios que han manifestado públicamente su reprobación, condenación, repulsa a los mayores atentados posibles contra la disciplina universitaria, a las normas, no por no escritas menos vigentes, de la convivencia académica y, aun, civilizada, y el que venía siendo el espíritu de la Universidad, parecen haberse contentado con ello y estar dispuestos o resignados a seguir conviviendo en la Universidad con los autores de tales atentados, en vez de declararse incompatibles con ellos y dar así al poder público la posibilidad de optar entre ellos y los autores de los atentados para continuar integrando la Universidad, lo que sería la más decisiva admonición y la más segura prevención contra la perpetración de actos semejantes en el futuro.
He dicho “al poder público” porque estimo que la iniciativa de ello correspondía a la H. Junta de Gobierno de la Universidad, en vez de haber aceptado el recibir, ¡y sólo simbólicamente!, una pequeña parte de los locales universitarios, que es reconocer con los hechos, aunque no lo sea con las palabras, que actuará en ellos cercada y condicionada por los autores mismos de los atentados…
… en todo caso, me siento universitariamente incompatible con los autores de los atentados, hasta el punto de no sentirme con fuerzas morales para seguir en la Universidad cuando en ésta permanecen ellos, por lo que, dolido hasta los tuétanos de que éste sea el final de mi carrera universitaria, presento ante usted mi renuncia como profesor…

Dr. Ignacio Chávez

jueves, 11 de febrero de 2010

Los antecedentes (II): PRD: "no tenía nada que ver"

Continuamos en torno al décimo aniversario de la recuperación de las instalaciones universitarias por parte de la Policía Federal Preventiva. En esta ocasión les presentamos la columna que el 9 de febrero del año en curso publicó Guilermo Sheridan en El Universal. Anteriormente habíamos publicado aquí otro texto de Sheridan, entre varios más, acerca de una insinuación del PRD en los asuntos de la Universidad en 1997. Ésta puede considerarse una continución de esa entrada acerca de los antecedentes de la larga huelga del 99-2000.

El PRD en la UNAM
Guillermo Sheridan

Con motivo del décimo aniversario del ingreso de la policía para recuperar la Ciudad Universitaria —que estuvo 264 días en manos de unos posesionarios que se hacían llamar “Consejo General de Huelga”—, hubo algunas conmemoraciones interesantes.

Por ejemplo, un grupo de 300 activistas marchaba de San Ángel a CU evocando la heroica toma de la UNAM en el año 2000 y denunciando “la represión” policiaca que le puso fin.

Frente a ella marchaban unos cascados líderes “históricos” y Fernando Belaunzarán, un líder estudiantil (CEU) que cerró la UNAM en 1987 y ahora es secretario de Formación Política del Comité Ejecutivo Nacional del PRD.

Más interesante es la entrevista que otorgó a EL UNIVERSAL el doctor Ángel Díaz Barriga; declaró que “después de la huelga se decidió compartir la dirección universitaria con el PRD.”

Algo que se sabe, pero que no suele decirse. Y ahora lo hace no sólo un universitario de toda la vida, miembro del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación y ex titular de la Dirección del Centro de Estudios sobre la Universidad, sino alguien que fue uno de los representantes de la UNAM ante los invasores durante aquel costoso, bochornoso conflicto. Supongo que la declaración deberá considerarse informada y objetiva.

Agrega Díaz Barriga que “tras la huelga se decidió otorgar una cuota de direcciones e instancias académicas sólo por la pertenencia o simpatía con el PRD, y no por competencia académica. Si hoy la Universidad es más plural, entre comillas, se debe a eso”. Obviamente no menciona ni quién hizo el pacto ni qué puestos de dirección se le entregaron al PRD. Tampoco dice a cambio de qué, pero no es difícil conjeturar que la UNAM habrá claudicado a cambio de un seguro multimodal antihuelgas y de paz interna con sus activistas y con su descomunal sindicato. (Sobre esto, puede googlearse mi artículo “Edipo en la UNAM”, que apareció en Proceso hace 10 años).

Para el PRD es negocio: se hace fuerte en una instancia con peso político nacional, fácilmente inflamable, que cuenta con un presupuesto importante. Y además beneficia a sus cuadros, en algunos casos hinchando el organigrama con dependencias administrativas y académicas para hospedar ideólogos y ex líderes estudiantiles (y a veces sus familias) que se dan premios mutuamente.

Es penoso que la UNAM comparta la responsabilidad de su conducción con un partido político, ella, tan obsesivamente autónoma. Que, tan adversa a la privatización, tolere entregar zonas de su desinterés universitario al interés privado del PRD, y no sólo a su STUNAM sino a un puñado de funcionarios y académicos “progresistas” cuyas dependencias, programas y proyectos, comisiones, mecanismos de promoción e ingreso, difícilmente podrán abstraerse de su militancia.

Esto, que sería hasta positivo en otros ámbitos, es grave en una universidad. Por eso es que la UNAM, en el artículo dos de su Estatuto General, luego de consagrar “los principios de libre investigación y libertad de cátedra” se ordena a sí misma acoger en su seno “con propósitos exclusivos de docencia e investigación, todas las corrientes del pensamiento y las tendencias de carácter científico y social”. Claro, de eso se trata una universidad, que debe precaverse contra quien opine otra cosa, por lo que el mismo artículo ordena que en la libertad de la UNAM no tienen sitio “las actividades de grupos de política militante, aun cuando tales actividades se apoyen en aquellas corrientes o tendencias”.

Pero el PRD, parecería, mandó al diablo ese estatuto.

Y la UNAM se ha resignado a ese chantaje para agregar, a sus muchos problemas, caminar en una cuerda floja zarandeada por una familia disfuncional y llena de pugnas internas que se riñe los cotos de poder e impone sus propios estatutos.

Y pensar que todavía en 1998 el PRD declaraba, con toda seriedad, que “no tenía nada que ver” con los problemas que llevarían a la UNAM a esa huelga...


domingo, 7 de febrero de 2010

Las dos ocupaciones: ¿Universidad para todos o Universidad para quienes estudian?

Ésta es la cuestión. No es un planteamiento del príncipe de Dinamarca sino de Gastón García Cantú allá por 1990, hace 20 años, allá por los momentos de esplendor del Consejo Estudiantil Universitario (CEU). Por aquel entonces se discutían una serie de reformas promovidas por el anterior rector Jorge Carpizo, así como la orientación y futuro de la UNAM. Reformas que desde el punto de vista de algunos iban encaminadas a mejorar los vicios que estancaban las labores académicas y de investigación. Que fueron vistas por otros, como es costumbre, como "el primer experimento de corte "neoliberal" y privatizador de la educación superior pública en México y en América Latina".

García Cantú continua, después de la cuestión cardinal:

Lo primero se ha confundido, no sin perversidad, con la democracia, fin político de las sociedades contemporáneas pero no medio académico. La participación en materias de estudio no puede confundirse con el sistema de decisiones por mayoría. En la Universidad deben aprenderse las teorías históricas de la democracia, pero no intentar sustituir lo que pertenece a los requerimientos académicos con lo que corresponde al orden político de las sociedades.
Tal confusión, difundida por los partidos en las universidades del Estado -las particulares son para ellos verdaderos recintos sagrados- ha llevado a las oficiales- obra educativa del Estado mexicano- a su gradual deterioro.


Diez años después, el espíritu antireformista del CEU, con el conflicto generado por el alza de cuotas en la UNAM se materializo en el CGH que mantuvo ocupada y paralizada la UNAM durante casi diez meses. Por supuesto que el cierre no era arbitrario, pues cerraban la Universidad para que "permaneciera abierta en el futuro". Sobre ello nos decía el Dr. Francisco Valdés Ugalde lo siguiente:

UNAM: derecho social y aberración política

El Universal, 26 de septiembre de 1999

¿Puede un movimiento en defensa de un “derecho social” condenarse a sí mismo a ser el enterrador de tal derecho? Si el movimiento en cuestión se interna por el camino de la aberración política, la respuesta es positiva. Lo que ocurre en la UNAM es un caso ilustrativo. Reconocerlo es sencillo, explicarlo es otro problema; es el verdadero problema.

Vienen a la mente, multitud de imágenes “útiles” para referirse a la cuestión, desde la famosa idea de Hegel de que los hechos de la historia se producen dos veces, la primera como tragedia y la segunda como farsa, hasta la de quienes han insistido en que lo que ocurre en la UNAM es un reflejo de lo que pasa en el país y viceversa. De la primera imagen, se puede afirmar ciertamente que el 68 fue la tragedia y el 99 una farsa que ha alcanzado uno de sus mayores momentos simbólicos en la imagen televisada del vándalo con pretensiones de historiador anticipado que escribió la fecha de “1999” sobre el signo de interrogación que David Alfaro Siqueiros puso de colofón en su mural de Rectoría sobre las gestas históricas del pueblo mexicano. De la segunda fórmula sobresale la banalidad del entusiasmo con aires de gloria de quienes regodean su miopía en esa supuesta intrínseca relación metafísica, incapaces de imaginar que también por ese camino podía transcurrir el “lado malo” de la historia. Esta falsa idea especular me hace evocar la célebre frase de Borges: “Los espejos y la cúpula son abominables pues reproducen a los hombres”. Pero las ideas especulares son reduccionistas. La realidad exige otro esfuerzo.

Como todo el mundo sabe, el movimiento estudiantil tuvo su origen en la protesta contra el establecimiento de cuotas en la UNAM. Después de los primeros días de efervescencia, se conformó el Consejo General de Huelga que procedió a exigir la derogación del reglamento respectivo y luego a ampliar sus exigencias a otros puntos que habían sido previamente reformados. Al iniciarse el paro, hace ya más de cinco meses, el pliego petitorio de los estudiantes combinaba extrañamente demandas de gratuidad con exigencias como las anteriores que, de aceptarse, redundarían en la degradación de la calidad educativa. Entre estas últimas sobresalía la de restaurar el pase automático de la preparatoria a la profesional y eliminar las relaciones entre la UNAM y el CENEVAL.

A pesar del tiempo que ha transcurrido desde que el conflicto se inició, es notoria la ausencia de tino político del CGH para plantear con productividad política las finalidades que dice perseguir. Por ejemplo, el CGH no se ha pronunciado ni ha exigido al Ejecutivo o al Congreso la restauración de la gratuidad en la educación superior a pesar de que el artículo tercero de la Constitución fue reformado en 1993, abriendo paso a que la educación superior deje de ser legalmente gratuita. En esta reforma se introdujo, entre otras modificaciones, una nueva redacción de las “obligaciones” del Estado para con la educación superior. Mientras que la fracción cuarta de dicho artículo señala que “toda educación que imparta el Estado será gratuita”, la siguiente acota que “además de impartir la educación primaria, preescolar y secundaria (…) el Estado promoverá y atenderá todos los tipos y modalidades educativos –incluyendo la educación superior- necesarios para el desarrollo de la nación, apoyará la investigación científica y tecnológica, y alentará el fortalecimiento y difusión de nuestra cultura”.

Esta redacción es clara pero a la vez ambigua. Por una parte se distingue entre impartir, por un lado, y promover y atender, por el otro con esta distinción se pretende dejar en claro que el Estado no imparte la educación superior. Pero se introduce una ambigüedad al decir que la promoverá y atenderá; si el Estado no la imparte, entonces no será gratuita sino solamente “promovida” y “atendida”. Naturalmente, estos últimos términos quedan totalmente indefinidos en el texto constitucional. Pero queda aún más indefinido en este nivel el carácter que tienen, desde el punto de vista presupuestal, organismos como la UNAM que es, en el ámbito de la administración pública, un “organismo descentralizado del Estado”. En esta última expresión el carácter descentralizado del organismo no se refiere al Estado, sino a la administración pública, mientras que la expresión “del Estado” designa su pertenencia al Estado. Así pues, según la Constitución, la UNAM es del Estado pero lo que la UNAM hace no es, entre otras cosas, educación impartida por el Estado.

Con toda su ambigüedad, la reforma de 1993 ha operado un cambio de facto y de jure en las relaciones entre el Estado y la UNAM. A pesar de que en ellas se ampara la reducción presupuestal que Hacienda le propinó a la UNAM y que está detrás de la modificación al reglamento de pagos, el CGH no ha criticado ni, mucho menos, solicitado un cambio de esta redacción actual del artículo tercero. Por el contrario, el CGH sólo le carga la mano a la UNAM y, en particular, a sus autoridades, haciéndolas responsable únicas de los cambios al reglamento de pagos. Al hacer esto y confirmar su postura con más de cinco meses de paro sin haber incomodado ni un ápice al gobierno o al Congreso, el CGH parece coincidir sospechosamente con los propósitos que oscuramente, por vías oficiosas e informales, miembros del gobierno han proferido respecto de reformar drásticamente a la Universidad o, de plano, hacerla desaparecer.

Lo anterior no significa que las autoridades universitarias no tengan ninguna responsabilidad en el origen del conflicto ni en la postergación constante de su solución. Indica, sin embargo, que, o bien quienes controlan al CGH y quienes los siguen no tienen capacidad política para entender la problemática en que está situada al UNAM, o bien que sus propósitos no son los que confiesan, sino los mismos de aquellos en el gobierno que sin dar la cara buscan debilitar la institución para poder darle un golpe mortal o dispersarla. Curiosamente, a este despropósito se suman organizaciones sociales como el Frente Popular Francisco Villa y el EZLN.

A esta forma aberrante de conducta política se agrega la decisión del presidente Zedillo de que en la UNAM la aplicación de la ley, en lo que respecta a su ocupación ilegal por los huelguistas, deberá ser un hecho de excepción sujeto a la expresión “mayoritaria” de la comunidad universitaria. A pesar de la universalidad del estado de derecho como establecimiento de condiciones iguales para todos, la UNAM es, por razones de Estado no democráticas, condenada a la excepción. Al proceder así, el gobierno instaura por omisión deliberada una especie de estado de naturaleza pre-político. Me pregunto si en este proceder no se anuncia el destino al que se conduce al Estado mexicano.

Bajo la perniciosa acción de los huelguistas y la indolente actitud asumida por el gobierno (Ejecutivo, Legislativo y Judicial incluidos) anida la amenaza (esta sí verdaderamente neoliberal) de reducir los servicios a las necesidades del mercado. Si la educación es un servicio que debe sujetarse a este principio, qué ha de pasar cuando el mercado no lo demande o requiera cambios en la forma en que se le procura. Desde el punto de vista estrictamente economista si el “mercado” no demanda educación, no hay ninguna razón para que existan proveedores. Si existe tal demanda, entonces los proveedores deben satisfacerla en las modalidades en que la requieren los consumidores. Más de 200 mil estudiantes se inscribieron o reinscribieron en la UNAM para el ciclo escolar 99-2000, es decir, sí hay demanda. Al defender las aspiraciones a huelga de su paro, los paristas trataron de impedir la inscripción de los estudiantes que querían hacerlo. (Por cierto, en no pocas ocasiones se les vio formados en las colas de inscripción, luego de sus intentos por cerrar los locales de trámites escolares). Curiosamente, al detener casi todos los procesos educativos en la UNAM y tratar de impedir la inscripción de estudiantes, los paristas pusieron de manifiesto la perversa coincidencia de su actuar con los intereses de los neoliberales más extremos cuya pretensión es, simple y llanamente, cerrar la UNAM. En efecto, al debilitar la Universidad, el CGH ofrece a plenitud los argumentos de que los propios neoliberales extremos carecían para limitar aún más el presupuesto universitario e, inclusive, empezar a barajar alternativas de reforma universitaria que no la mejorarían sino que la harían desaparecer como entidad.

Volviendo a la pregunta inicial puede reiterarse la respuesta. Sí es posible que la “defensa” de un derecho social conduzca en realidad a su liquidación cuando los defensores actúan aberrantemente y en coincidencia (¿fortuita?) con sus adversarios declarados.

-Francisco Valdés Ugalde-



Por ello no es de sorprender que ante la ocupación policial, que duró poco menos de dos semanas, que no significó "la imposición de medidas neoliberales", ni privatización ni pérdida de autonomía (pues en nueve meses de dejar la UNAM a su suerte ni huelguistas ni autoridades se pusieron de acuerdo), hubiera también reacciones como las siguientes:

Me causó un gran alivio que esta recuperación -e insisto en la palabra- de la UNAM se haya llevado a cabo en forma pacífica, sin violencia, sin ningún disturbio ni heridos. Es un gran alivio.


El Estado tiene la obligación de preservar la universidad para los fines que fue creada. El gobierno no ha hecho más que cumplir con la ley, por encima de todo... la mayoría de la sociedad está porque la universidad sea recuperada, porque vuelva a funcionar y porque sea a través del diálogo lo que resta por resolverse.


Lamento mucho el desalojo, no debía haberse llegado a ese límite; pero no había otra opción porque realmente no había diálogo. El CGH había caído en una intransigencia y no dialogaba ni negociaba. Esperé, como muchos mexicanos, que en la reunión del viernes pasado (4/02/00) entre rectoría y el CGH se llegara a algún acuerdo. Esperaba, por ejemplo, que los huelguistas dijeran: "Liberen a los estudiantes presos y nosotros entregamos las instalaciones de la universidad"


Esta medida debieron tomarla hace 10 meses, no hasta ahora. La universidad es irremplazable. Se ha cometido, por parte de los delincuentes que tenían a la universidad, un atentado contra el pueblo, debido a la apatía de quienes debiron tomar esta medida. Las cosas por su nombre.

Arturo Schroeder

Se cumplen 10 años del desalojo y ocupación policial. Los policías hicieron su trabajo y se fueron. La universidad volvió a funcionar. El CGH toma siete meses después lo que queda del auditorio Justo Sierra y pretende convertirlo en el Che Guevara de 1968. Han pasado más de 10 años del inicio de la huelga, están por cumplirse 10 de la nueva okupación del Justo Sierra. Excegehacheros y actuales okupas proclaman haber salvado el derecho a la educación, lo cierto es que cuando menos diez generaciones de universitarios casi ni se han parado por el que fuera hace muchísimos años el auditorio más importante y grande de CU, el artículo tercero sigue intacto en su fracción quinta, como en 1999. ¿Qué han hecho entonces ellos por nosotros? García Cantú decía respecto a las manifestaciones ceuístas en 1990:

Ninguna idea, ningún programa expusieron, sólo el desafío y la consigna sostenida de llevar al mayor número de jóvenes para lanzarlos al asalto de lo que desean destruir en lo académico: la Universidad Nacional.

jueves, 28 de enero de 2010

Los misterios, quinta y última

Presentamos hoy la quinta y última entrega de Los misterios del Pedregal. Recordemos que el recorrido que hicimos con Octavio Paz inició con la relación de hechos y la respectiva crítica acerca del secuestro de la Torre de Rectoría allá a principios de los años 70. En la siguiente entrega Paz nos habla de lo que a juicio de algunos es la misión de la Universidad y de cómo los que pelean por una visión distinta muchas veces dejan de lado los problemas reales del país y la Universidad, aunque según ellos ese sea su principal interés. Cada quien saque sus conclusiones respecto a la confusión ideológica y pragmática del Auditorio Che Guevara.

Los misterios del Pedregal V

Nada tenemos contra la política. Al contrario: una sociedad apolítica sería una sociedad de ángeles o de bestias, una sociedad fuera de la historia. La gran invención de Grecia fue la construcción de un espacio abierto y libre que fuese el centro de la acción y la discusión de los ciudadanos. Allí donde ese espacio no existe o allí donde ha sido confiscado por un partido, un grupo o un jefe, la política se vuelve actividad secreta: conspiración de eunucos en el palacio, intrigas de la camarilla del Secretario del partido, cuartelazo de los sargentos… La política es el oxígeno de la sociedad abierta y el explosivo de la cerrada. Sin vida política sana, la sociedad se desfigura. El testimonio más impresionante sobre la desfiguración de la Universidad no viene de un intelectual de izquierda sino de un científico, uno de los más distinguidos de México, el físico matemático Marcos Moshinsky. El profesor Moshinsky divide a la comunidad universitaria en dos grupos: “nosotros y ellos… Nosotros son aquéllos que consideran que la misión principal de la Universidad es la preparación académica, sin olvidar la conciencia social que es vital en un país como México… Ellos son aquéllos que consideran que el papel fundamental de la Universidad es el de propiciar una reforma de base de las estructuras políticas del país por medios preferentemente pacíficos pero, si fuera necesario, aun violentos… Nosotros queremos un rector de sólido prestigio académico y que sea firme en la defensa del nivel de la enseñanza y la investigación. Ellos prefieren a un rector cuya principal cualidad sea la de ser “progresista” y que siga una línea blanda que propicie la “politización” en el sentido que les interesa”. (Excélsior, 22 de diciembre pasado.)

La comunidad universitaria parece que al fin ha reaccionado y ha elegido como Rector a un hombre interesado en la misión propia de la Universidad –una misión que no implica, insistimos, apartamiento de los problemas sociales y políticos del país. Pero es evidente que el nombramiento del Rector no resuelve automáticamente el problema. Hay más, mucho más. Y ese más no es una añadidura sino la raíz de la cuestión. El resto- incluso la “politización” dislocada y todo lo que arriba dijimos- son epifenómenos. El más puede condensarse en dos palabras: sobrepoblación y centralización. Esos son los dos verdaderos problemas de la Universidad (y también los del Instituto Politécnico Nacional). Muchos se han referido a este tema y no repetiremos aquí lo que todos saben –o deberían saber. (Véase, por ejemplo, el excelente artículo de Samuel I. del Villar: Ante el colapso de la Universidad, en Excélsior, 14 de diciembre pasado.) Los remedios a la sobrepoblación y a la excesiva centralización pueden reducirse a uno: la fundación en todo el país de muchas escuelas de educación postpreparatoria (llámenlas como quieran: universidades institutos, academias). So pena de exponerse a estallidos y convulsiones cada vez más frecuentes y temibles, habrá que satisfacer la creciente demanda de educación postpreparatoria y profesional de una clase media también creciente cada día y de una aristocracia obrera que empieza a enviar a sus hijos a las universidades y los politécnicos. Pero no basta con atender a los problemas sociales, políticos y educativos que plantea el crecimiento de la clase media. Si el país no quiere suicidarse habrá que hacer –o rehacer- unas cuantas y pequeñas universidades de cultura realmente superior y realmente dedicadas a la investigación científica y al cultivo de las humanidades.

La cuestión de la educación superior será la cuestión central del último tercio del siglo XX, lo mismo en los países en vías de desarrollo que en los desarrollados. Lo será sobre todo por el notable aumento de la influencia de la clase media, que es tanto la depositaria de la tradición humanística como la que concentra en proporción mayor el nuevo saber tecnológico. Sus funciones serán cardinales en la nueva sociedad porque es la clase de los administradores y los técnicos pero asimismo la clase política por excelencia: la más sensible y la más inestable. En los países en desarrollo es y será la palanca del cambio y/o de las revoluciones. En los países desarrollados sus funciones, ya importantes, serán decisivas a medida que se realice el cambio de la sociedad industrial a la postindustrial. En esta última el poder se medirá por el control del conocimiento.

La tarea es inmensa y nuestro retraso es considerable. En esta materia la política de nuestros gobiernos, ha sido una no-política. Recogemos ahora sus no-frutos: un plato de arena. Necesitamos recursos enormes y capacidades fuera de lo común. ¿Dónde están? ¿Y quién se atreverá a acometer esta empresa: el Estado o la iniciativa privada? Aunque esta pregunta aparece raras veces en las elucubraciones de nuestros “progresistas”, es la pregunta cardinal. El Estado mexicano, mal que bien, encarna un proyecto nacional; la iniciativa privada no tiene no digamos un proyecto pero ni siquiera intereses nacionales: los suyos son estrictamente privados y lucrativos. La burguesía europea y la norteamericana fueron creadoras de Naciones y Estados; la nuestra, heredera de la concepción árabe de la riqueza, atesora y vive amurallada como en un país conquistado. El último proyecto nacional de los conservadores mexicanos fue el Imperio de Maximiliano pero nuestros burgueses no son los descendientes de los monarquistas del siglo pasado: son gente desarraigada, the brown sahib of Mexico. Sin embargo, la iniciativa privada sentirá fatalmente la tentación (ya la siente) de apoderarse de la cultura superior en provecho propio. Por eso lo que se juega en la crisis universitaria no es esa revolución de bolsillo con que sueñan los ilusos y los suicidas sino algo infinitamente más concreto, inmediato y precioso: la cuestión de la educación media y superior es la cuestión del ser de México.
-Octavio Paz-
Plural, número 16, enero de 1973



martes, 12 de enero de 2010

Sobre nuestro centenario

Nuestro involuntario colaborador, Guillermo Sheridan, publicó el 5 de enero en El Universal la siguiente columna, que también pueden leer y comentar en su propio blog de la revista Letras Libres. Con motivo de nuestro próximo centenario, los 100 años de la Universidad Nacional. Aquí les va:


Otro Centenario

2010-01-05

Al cumplir el mes pasado dos años como rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el Dr. José Narro Robles hizo una crítica de la enorme, compleja, imprescindible institución. Me parece laudable. La UNAM está obligada a la autocrítica: sólo en la medida en que sea capaz de conocerse con inteligencia y honestidad, de enfrentar sus deficiencias, detectar sus errores y reconocer sus fallas, cumplirá su misión con honestidad e inteligencia.

En tiempos en los que se habla alegremente de “refundarlo” todo, y en el año de su centenario, hace bien el rector en recapacitar en las fortalezas y debilidades de la UNAM, para evocar el título de la evaluación que realizó el rector Jorge Carpizo en 1986, aquella severa crítica (“una universidad gigantesca y mal organizada”) que se diluyó en un congreso eterno y estéril, saboteado por las fuerzas políticamente “progresistas”, pero académicamente conservadoras, aposentadas en la UNAM. Triste cosa: hoy persisten debilidades idénticas a las señaladas en 1986, como que haya facultades y escuelas en las que la eficiencia terminal de licenciatura sea de apenas el 10%. Y hay otras que siguen ahí, aunque no se mencionen, como la preeminencia de las consideraciones políticas sobre las académicas.

“Aún falta mucho por hacer”, dijo el rector. Suenan bien estas palabras cuando se refieren a la UNAM. Le contagian realidad y prudencia a una institución orgullosa y propensa a celebrarse y cantarse a sí misma. El rector juzgó que es menester aumentar la movilidad académica en el escenario internacional; que es necesario crear fuentes de financiamiento, como las becas-crédito; que la cantidad de patentes logradas por la investigación universitaria es mínima (dos de cada 100 el año pasado); que falta seguridad en algunas instalaciones; que la enseñanza de idiomas no rinde frutos adecuados; que se necesita mejorar la vinculación de la investigación con el sector productivo; que es necesario renovar la planta académica; que es imperativo fomentar una “actitud emprendedora” entre sus estudiantes.

El rector, que practica un protagonismo importante en el escenario político nacional, aporta la positiva señal de que el buen juez por su casa empieza: ordenó a los directores ahorrar recursos controlando el uso de teléfonos celulares, vigilando la compra de gasolina y los gastos de representacion, cancelando las reuniones foráneas, las “comidas y actos de fin de año” y la adquisición de nuevos vehículos y mobiliario (que la UNAM le entregue automóvil, chofer y gasolina a sus decenas de bien pagados directores no va con los tiempos, pero menos aún con una universidad pública y gratuita). Y deploró que la UNAM no haya logrado recuperar para su comunidad el auditorio “Justo Sierra” de la Facultad de Filosofía y Letras, expropiado hace diez años por un puñado de empresarios privados dedicados a la compraventa de religión e ideología. Un precio elevado para la lección no aprendida sobre la facilidad con que la UNAM suele sucumbir a las necesidades y estrategias del voluntarismo.

Criticar a la UNAM, sobre todo desde el interior de la UNAM, es un ejercicio de básica higiene intelectual. Es extraño celebrar por extraordinario algo que debería serle sustancial. La autocrítica, en una universidad pública, no es conducta optativa, sino definitoria: le suma lucidez a su proyecto, afina su responsabilidad, explica el patrocinio del Estado.

Gracias, Sr. Rector, por poner el ejemplo.
-Guillermo Sheridan-


lunes, 23 de noviembre de 2009

¿Son realmente populares los movimientos estudiantiles en la Universidad?

Octavio Paz analizaba esta situación en torno a la peculiar actividad política del Partido Comunista en la década de los setentas. Habría que retomar la cuestión en la actualidad. Pues aparentemente ahora ya no existe el monopolio del partido oficial, sin embargo es muy notable el alejamiento de la sociedad de la política. La política, entendida en buen sentido, requiere de la participación de los diversos grupos de la sociedad. Entendida en mal sentido, en el de la vil grilla interesada en conseguir beneficios de algún tipo, es la que prevalece en gran parte de la decisiones que se toman en los asuntos de interés público. Es peligroso, asimismo, que lleguen a ser determinantes en la dirección del curso de la vida universitaria.

Los misterios del Pedregal IV

El extremismo –o para emplear su jerga: el “aventurismo”- del Partido Comunista mexicano, en contraste con la actitud más bien cauta de los otros partidos comunistas de América Latina, es un reflejo de su experiencia en 1968: como el Partido Comunista francés, el movimiento estudiantil lo desbordó. Pero el Partido Comunista francés es una organización de masas y no cedió ante los extremistas (aunque en Francia, país industrializado y con una notable tradición democrática, el extremismo puede ser creador y no autodestructivo y masoquista como entre nosotros). En cambio, el Partido Comunista mexicano es una agrupación minoritaria de la clase media, aislada del pueblo y con escasísima influencia entre los obreros y campesinos. Empeñado, además, en una loca competencia con los grupitos que a su izquierda lo azuzan, se desboca. Su debilidad numérica y su pobreza teórica están en proporción inversa a su radicalismo. Como no puede controlar siquiera a un sindicato de obreros industriales, aspira a tener por lo menos uno de empleados, como no puede desfilar en el Zócalo, desfila por los claustros universitarios.

La actitud del Partido Comunista no es sino una expresión particular de un fenómeno general: la “politización” de las universidades, en México, es en buena parte consecuencia de la ausencia de verdaderos partidos políticos. O dicho de otra manera: es uno de los resultados del monopolio político del PRI. La política es una actividad que se despliega en un espacio público y en México las universidades son el único espacio con que cuentan, para desplegarse, las fuerzas y grupos que no han sido asimilados o mediatizados por el sistema que nos rige desde hace 40 años. Así pues, la situación no es nueva: lo que ahora ocurre es exactamente lo mismo que ocurrió en la década de los 30. Se trata de uno de esos fenómenos de simetría inversa que deleitan a Lévi-Strauss: las “ideologías” son opuestas pero la relación entre los términos que componen la situación es idéntica.

En 1930, después de la derrota del vasconcelismo –el único gran movimiento nacional en que participó la clase media hasta el de 1968- el espacio político mexicano se cerró. Más exactamente: fue ocupado por el Partido oficial, el PNR. Las fuerzas y los grupos independientes se refugiaron entonces en las universidades y pronto la autonomía universitaria (ganada por los estudiantes en 1929) se convirtió, como ahora en Puebla, en un ariete contra el Gobierno. Los que manejaban el ariete eran intelectuales y estudiantes de la clase media, la mayoría católicos y hostiles no sólo al socialismo sino al estatismo y al anticlericalismo del régimen mexicano. Durante la década de los 30, la libertad de cátedra y la autonomía fueron usadas como arma de combate contra el Estado y la mentada “educación socialista” que inventó Bassols y aplicó Cárdenas con pobrísimos resultados. El carácter beligerante de la Universidad de esos años resalta más claramente si se recuerda que uno de sus rectores –justamente el que encarnó con mayor austeridad e intransigencia los principios de libertad de cátedra y autonomía- fue Manuel Gómez Morín, el creador del Partido Acción Nacional. La fundación de ese partido –sin descontar la influencia de Maurras y de su
Action Française- “se debió”, dice Cosío Villegas, “a una condenación apresurada y, sobre todo, prematura de la acción desordenada pero revolucionaria de Cárdenas” (El Sistema Político Mexicano, Joaquín Mortiz.) En 1972 no es la derecha, asimilada por el régimen, la que se refugia en la Universidad sino la izquierda. Fracasará como la derecha pero, también como ella, no sin antes haber desfigurado a la Universidad. Aunque hablar de izquierda y derecha es sólo una figura retórica. En realidad es la misma clase media. Las “ideologías” con que, ilusoriamente, pretende definirse no son sino signos que cambian de sentido y de valor de acuerdo con su posición en el contexto. La misma clase media y el mismo problema: la ausencia de un espacio político libre, funesta consecuencia del monopolio de poder que ha ejercido el Partido oficial desde su fundación.


-Octavio Paz-
Plural, número 16, enero de 1973

jueves, 19 de noviembre de 2009

Algunas preguntas previas

Si hacemos caso a ciertas tesis filosóficas, tendremos que admitir que la Universidad Nacional, como otras cosas en esta vida, tiene una razón de ser. También es razonable aceptar las tesis filosóficas que afirman el constante cambio de nuestro entorno. La sociedad, como parte del mundo también cambia. Buscar caminos para entender las relaciones entre la Universidad y la sociedad, ambos cambiantes, es una tarea compleja.

La cuestión suele resurgir con mayor fuerza en tiempos de crisis, de problemas. La década de los 70 fue una década por demás turbulenta no sólo para la Universidad Nacional, sino para muchas universidades públicas del país. A continuación les presentamos uno de tantos artículos que reaccionaron ante aquellos sucesos que no sólo trastornaron sino que ultrajaron la vida universitaria en aquellos años. Comparativamente, después del 1999-2000, pareciera ser que nos ha tocado vivir una época más bien tranquila para la Universidad. ¿Qué sentido tiene enojarse entonces por la okupación del Auditorio Justo Sierra y otros espacios universitarios? ¿Por qué incomodarse con paros de actividades que si bien son impuestos por una minoría son de una duración “inofensiva”?

Así, antes de comenzar la compleja tarea de entender el lugar de la Universidad Nacional, podemos comenza preguntándonos, como Gastón García Cantú lo hacía en 1973:

¿Qué universidad se desea?


1. Los delincuentes, en la Universidad, no pueden ser, ni un día más, impunes ante la Ley.
No se trata de desafueros cometidos por jóvenes, sino de actos tipificados en nuestra legislación penal.
La diferencia anterior es importante: la gran mayoría de los universitarios estudian e investigan y hacen uso de sus derechos civiles, en su casa de estudios, sin transgredir ley alguna.
El presente semestre académico no ha sufrido alteraciones. Salvo casos lamentables y reconocidos, los profesores e investigadores cumplen sus deberes.
La Universidad no tiene problemas que los propios universitarios no puedan resolver.
Ahora como en el pasado, podemos demostrar, a quien desee conocer la vida universitaria, que el compromiso contraído con el país y con la conciencia de cada uno, se cumple en la medida de la capacidad personal y en relación a los medios económicos disponibles.
En cuanto institución, la Universidad de México sigue siendo, como ayer, nacional por los fines en que se apoya: educar, investigar y difundir la cultura.
No obstante, la Universidad es objeto de una violencia generalizada.

Los hechos recientes son éstos:

a) Asaltos personales en la Ciudad Universitaria y en los planteles de la Escuela Nacional Preparatoria, por grupos extraños a la institución.
b) Ocupación de la Facultad de Medicina por quienes fueron reprobados en el examen de admisión. La Universidad no rechaza a los que desean inscribirse. No hay criterios clasistas en la elección del alumnado.
c) Amenazas, asaltos, injurias e invasión de oficinas administrativas por jóvenes de las llamadas preparatorias populares pretendiendo incorporar sus centros sin acatar, en ninguno de sus artículos, el reglamento respectivo.
d) Venta de drogas, no sin extorsión y amenazas, en el campo universitario. Los narcotraficantes han encontrado refugio en la Ciudad Universitaria y en los planteles de enseñanza media para sus actividades criminales.
e) Ostentación de armas de fuego, disparos a mansalva con el fin de amedrentar a estudiantes y profesores.
f) Ocupación de las cafeterías por sujetos extraños a la Universidad, constituyendo verdaderas guaridas de hombres y mujeres.
g) Tentativa de secuestro del rector y sentencias de muerte a maestros y estudiantes que han denunciado los actos delictivos de grupos procedentes de Sinaloa.
Lo que se pretende con todo ello es configurar a la Universidad como una institución al margen de la ley y, a los universitarios, como incapaces de gobernar su casa de estudios.

2. En la Universidad no confundimos autonomía y extraterritorialidad. Jamás, autoridad alguna, ha declarado que la libertad de cátedra ampara actividades antisociales. Nunca, ni hoy ni en el pasado, se ha afirmado que los universitarios pertenezcan a un orden legal distinto al de la República.
Los universitarios no han dicho que la liberta de pensamiento, de reunirse o expresarse estén en riesgo si las leyes se aplican a quienes delinquen.
La confusión, si la hubiera, ha partido de los que están comprometidos en diversas fechorías. Tratan de encubrir sus delitos con una supuesta conducta revolucionaria, que nada tiene en común ni con las ideas ni con las aspiraciones de los que desean o proponen cambiar el actual estado de cosas en el país.
Delito e ideología no son sinónimos.
Los actos propios de los delincuentes: robar, asaltar, amedrentar, amenazar de muerte, disparar, vender estupefacientes, retener para beneficio privado o de grupo los bienes universitarios, no son actividades, en parte alguna del mundo, afines a la actividad política.

3. ¿Qué ocurre en esta aparente confusión?
Los grupos a quienes se les ha otorgado impunidad tratan de que se acepte que son los mismos estudiantes de 1968. que el porrista de hoy fue el luchador de ayer; el bandolero, el mismo que el brigadista, el que exigía la derogación del 145 y el 145 bis y el cese del Jefe de la Policía, idéntico al que, ahora, coacciona para obtener dinero o vender drogas.
Confundir es parte de una política represiva. Crear el caos donde se hacen esfuerzos diarios por superar el destino afín a un programa de sometimiento de los verdaderos universitarios.
Los delincuentes han realizado una labor que ni la más corrompida policía, ni los miles de soldados que ocuparon la Universidad en septiembre de 1968, hicieron: disparar contra los edificios para humillar a la Institución, vejarla simbólicamente; anunciar que no hay límites para sus actos.

4. En 1968, Javier Barros Sierra luchó porque los fines y alcances de la autonomía no fueran ignorados ni desvirtuados. Libró su empeño dentro y fuera de la Universidad. Distinguió, sin equívocos, al estudiante del provocador; al estudiante del delincuente policiaco. Su denuncia no sólo es una de nuestras mejores páginas políticas, sino severa advertencia ante el peligro de que la Universidad, por incomprensión y olvido del gobierno y los universitarios, desaparezca como institución educativa.
En 1972, Pablo González Casanova no transigió al conminársele para convertirse en cómplice del Ministerio Público. Aclaró, oportunamente, que la Universidad no estaba al margen de nuestro Derecho positivo. No confundió al universitario con el delincuente. Sus denuncias respecto de las agresiones a otras casas de estudio contribuyen al esclarecimiento de problemas nacionales irresueltos. Su renuncia contiene un programa universitario que sólo los universitarios podrían realizar.
En 1973, Guillermo Soberón ha denunciado lo que se pretende que satisfaga el rector y declarado, una y otra vez, que la Universidad no está al margen de las leyes vigentes; que el acatamiento de la ley, que no está en manos de los universitarios hacer cumplir, está convirtiendo a nuestra casa de estudios en refugio de delincuentes. En tales condiciones, he reiterado el rector, la Universidad no puede sobrevivir como institución docente.
Habría sido fácil para el rector, si pudiera prescindir de sus valores morales, decir sí a lo que se le exige; aceptar lo ilícito; admitir a los reprobados; incorporar centros marginales; legitimar lo indebido.
Decir no, era elegir el camino en que abundarían injurias, amenazas personales y calumnias.
Cuando el ejemplo más frecuente está en aceptarlo todo para acomodarse en la situación presente, rechazar y resistir era lo difícil; pero también es lo universitario. Se afirma que el rector se rodea de porros; que los emplea; los usa, los manda. El hecho de que sean precisamente bandas de forajidos los agresores, demuestra que no ha aceptado ni transigido en lo que le piden. Los delincuentes atacan ahora, como en 1968 y 1972, porque no son reconocidos; porque se les ha señalado y consignado ante las autoridades judiciales.

La Universidad tiene conflictos que no derivan de su actividad, sino de la que se le impone desde afuera. Los problemas universitarios, muchos de los cuales incluyen la deslealtad, el espionaje, la delación, la irresponsabilidad y el abandono de funciones, pueden resolverse uno tras otro, pero…
¿Cómo luchar contra sujetos armados y enloquecidos por las drogas?
¿Cómo evitar los actos para los que están amparados, hagan lo que hagan?
¿Cómo defender una institución universitaria: armando a los estudiantes; organizando a los profesores en guardianes del orden?
¿Cómo impedir la venta de drogas en el campus universitario?
¿Cómo proteger a lo jóvenes del amedrentamiento del que son víctimas?
Lo ocurrido en 1968 ha ido en aumento hasta reventar en las últimas horas.
Estudiar bajo amenazas es difícil. Investigar, en tales condiciones, más difícil aún. Perseverar, a pesar de todo, en la obra propia de la cultura, una hazaña intelectual.
Nadie, en lo personal, y ninguna institución en lo colectivo, merecen ese trato de los encargados, por ley, de cumplir y hacer cumplir las leyes.
¿Se desea que el rector Guillermo Soberón renuncie?
¿Se pretende transformar la Universidad?
¿Se ha decidido que el delincuente muestre a miles y miles de jóvenes cuál es el verdadero estado legal de su país?
¿Qué se espera de la Universidad para que así se la humille y quebrante?
¿Se aspira a abolir la crítica social?
¿Se busca castigar en la joven generación sus ideales de mejorar la vida de México?
¿Se prefiere una Universidad sumisa, silenciosa, acrítica, desnacionalizada, autónoma sólo en apariencia?
De ser así, no servirá más para crear una nación verdaderamente independiente.

-Gastón García Cantú-
Excelsior, 3 de agosto de 1973.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Octavio Paz y los problemas universitarios

Antes de presentarles las entregas faltantes de Los Misterios del Pedregal que inauguraron la Grilla Ilustrada, les presentamos el siguiente texto de Guillermo Sheridan, invitado recurrente de este blog. En este texto Sheridan repasa la manera de ver los problemas de la Universidad por parte de uno de los más distinguidos pensadores mexicanos: Octavio Paz.

Asimismo, Sheridan responde con sencillez y claridad a la pregunta de por qué él se ha ocupado tanto de hablar sobre estos problemas. Más de una vez se nos ha cuestionado por hacer este trabajo: desde los adversarios que nos consideran enemigos del libre pensamiento y las ideas revolucionarias, hasta los amigos que consideran que esto es pérdida de tiempo en el mejor de los casos, actividad riesgosa en el peor de ellos, según la opinión de los más precavidos. Simple y sencillamente consideramos que no guardar silencio puede ser de alguna ayuda.

Octavio Paz y la Universidad
por Guillermo Sheridan

Más de una vez, Octavio Paz me pidió que le explicara por qué me interesaba tanto la Universidad. Yo contestaba: “porque vivo en ella”.

Luego de un rato, me interrumpía: “A nosotros nos interesó el asunto de la Universidad. Leímos con emoción Misión de la universidad, de Ortega, y tratamos de...” Un segundo más tarde estaba discutiendo a Ortega y ya se había olvidado de la Universidad.

Hacía tiempo que no le interesaba: ni era un problema, ni tenía solución. Tenía la impresión de que la Universidad mexicana padecía defectos semejantes a los de la intelligentsia: no utiliza las armas intelectuales de la crítica, el examen y el juicio. Y mucho menos la autocrítica. Paz no entendía que esas virtudes pudiesen escasear tanto en una institución que nació por ellas y para ellas. La falta de esas virtudes propició que la política mexicana convirtiera a las universidades en armas de combate, desde los tiempos en que la clase media conservadora aspiró a crear en ellas un bastión contra la “educación socialista” posterior a Vasconcelos y a la reforma del artículo tercero. Su resumen era lacónico y elocuente: las universidades no derrocaron al gobierno, pero casi logran desaparecer. Los comunistas, más tarde, recurrieron a las mismas tácticas con los mismos resultados. El resultado era evidente: “el nivel académico de nuestras instituciones de educación superior amenaza con convertirse en uno de los más bajos del mundo”.

Le parecía que la ruta de la crítica en el claustro a la arena de los gladiadores se llevaba entre las patas la calidad de la inteligencia que la Universidad debía redituarle a quien la patrocina. Volver a las universidades escenarios sentimentales y alternativos de una mistificación revolucionaria (lo que llamaba “blanquismo guevarista”) había terminado por cancelar su eficiencia académica. La única solución que veía era trasladar esa lucha política de las universidades a un “espacio público abierto”, es decir, al escenario de la democracia. Pero si las universidades eran las herederas de las aspiraciones de apertura del movimiento del 68, habían preferido también trasladar las responsabilidades de la democracia “a la representación -drama y sainete- de la revolución en los teatros universitarios”.

La última vez que Paz se atareó con el problema universitario fue en julio de 1977. En un artículo titulado “La Universidad, los partidos y los intelectuales”, se enfrentó a la nueva realidad de que ya no eran los académicos ni los estudiantes los que se asumían como “vanguardia del proletariado” en el vicario escenario histórico de la Universidad y la convertían en arma de combate, sino (¡imanes de Garizurieta!) su sindicato. El STUNAM había paralizado a la Universidad sólo para claudicar ante la firmeza del rector Soberón, que se negó a hipotecar la libertad de pensar a las necesidades tácticas del Partido Comunista.

Paz procuró de nuevo explicarse la peculiaridad (“casi única en el mundo”) de las razones por las que el fracaso del activismo del Partido en los territorios que le deparaban la historia y la teoría -el campo, las fábricas- se trasladaba con tal facilidad y empeño al de las universidades. Explicó con lucidez que se debía en parte a que el vacío dejado por la “explosión libertaria”, apartidista, del 68, había sido acaparado por el PC, el único partido que poseía “cierta coherencia ideológica” (lo mismo que habían hecho los conservadores después de 1929).

Las observaciones de Paz aún tienen vigencia. Hacer de las universidades un laboratorio propicio a la experimentación revolucionaria o social, como lo hizo durante años el PC, supuso una comodidad tan garantizada que rozaba la cobardía; una certeza contradictoria con los riesgos y la inteligencia de sus maestros ideológicos y tácticos. La historia del involucramiento del PC en las universidades no se ha escrito, y debería hacerse sobre todo en vísperas del trigésimo aniversario de la matanza de Tlatelolco.

Pero éstos son también los tiempos en los que la democracia ya debería haber convocado el actuar de los universitarios a la palestra más responsable, y arriesgada, de la plaza pública que Paz imaginó hace treinta años, como única solución a la quimera del involucramiento de la izquierda en las universidades.

En las universidades públicas aún hay fuerzas que aspiran a diferir la responsabilidad que supone actuar en esa plaza pública hasta el momento, el 2000, en el que esperan que la plaza esté bajo su control como una condición para ingresar a ella. Es como aceptar ingresar a un debate a condición de que sea en mi casa y el interlocutor esté mudo. El empeño en seguir capitalizando los beneficios de controlar el potencial explosivo de la Universidad con esa meta es otro acto de cobardía, una vez más disfrazada de táctica política, que propicia el riesgo de que a la Universidad no la conduzcan quienes quieren que piense, sino que la secuestren quienes desean que actúe.

Paz apostó siempre, en el tema de la Universidad como en cualquier otro, a la crítica y a la disensión. El silencio expectante que comentaristas y editorialistas guardan ante los problemas académicos, estudiantiles y sindicales de las Universidades mexicanas se convierte en cómplice de su inoperatividad y alienta los oportunismos. Dijo Paz a los intelectuales que condonaron la conducta del STUNAM en 1977:

«decir cuatro verdades al adversario es relativamente fácil; lo difícil es decírselas al amigo y al aliado. Pero si el escritor se calla, se traiciona a sí mismo y traiciona a su amigo... ¿Los escritores han dejado de ser las tapaderas de los antiguos caudillos para serlo de los secretarios generales?»

La discusión sobre el tipo de universidades que necesitamos se ha convertido en una indolencia satisfecha para todas las partes involucradas. Es un caso más frente al de decir: llevamos setenta años diciendo que las cosas ya no pueden seguir así. Hoy que la mesa está puesta otra vez para que el nuevo proyecto del rector entre en conflicto con las viejas pasiones de la izquierda, convendría repasar los artículos de Paz sobre la Universidad y su invitación a la independencia, al realismo y a la imaginación.

Vuelta, 259, junio de 1998.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Por donde le busquemos: estamos en buenas manos

Uno de nuestros más respetados colaboradores nos hizo llegar hace algunos días el siguiente texto del maestro Sheridan. Apareció el martes 10 de noviembre en El Universal. Se los dejamos junto con la entrada anterior del fallecido maestro Alejandro Rossi, que no sé si alguien leyó.

¿Recuerdan la preocupación de don Octavio Paz en el comienzo de la década de los setentas respecto a que se conformara un sindicato con las características que se preveían en aquel entonces? ¡Qué equivocado estaba! ¡Demos gracias porque contamos con el STUNAM! Vamos pues, dedicado a los combativos chavales del CCH Azcapo, que allí "nací":


Acciones previstas

Algún combativo diario publicó la semana pasada una noticia titulada “Estudiantes confían en que la UNAM completa se sume al paro nacional” (se trata de un periódico tan sensible que puede, con el mismo encabezado, dar la noticia y predecir el futuro). En fin. La noticia narra la forma en que “los estudiantes” recorren desde la semana pasada la UNAM realizando “mítines para sensibilizar a la comunidad” sobre una serie de “acciones previstas”, es decir, sumarse al llamado paro cívico nacional que deberá estallar mañana en protesta contra lo que consideran un agravio al Sindicato Mexicano de Electricistas (SME).
No deja de ser interesante que haya estudiantes previamente sensibilizados que deben sensibilizar a los estudiantes que son tan insensibles que es menester sensibilizarlos. Tampoco deja de ser interesante –a pesar de la frecuencia con que sucede— que unos cuantos ideólogos de la UNAM, así como los líderes de su sindicato, se hallen a tal grado sensibilizados como para presumir que las acciones que prevén, por el mero hecho de ser ellos quienes las prevén, ya contienen la voluntad de los demás, sensiblizados o no.
Para justificar ese voluntarismo, las “acciones previstas” transitan por un proceso democrático que consiste en improvisar una asamblea y realizar una votación sobre si se toman o no las acciones previstas. Media hora después, las acciones previstas ya se graduaron (con honoris causa) a “voluntad popular mayoritariamente expresada de manera democrática”.
Hay ocasiones, sin embargo, en que las acciones previstas se convierten en voluntad popular sin votación previa en una asamblea o, para el caso, sin haber sido antes acciones previstas. Por ejemplo, la semana pasada un grupo de activistas sensibilizados cerró el Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) Azcapotzalco en una pequeña asamblea llevada a cabo a altas horas de la noche previa a la acción prevista.
Hoy en la tarde —pero más seguramente durante la noche— los estudiantes sensibilizados llevarán a cabo asambleas para organizar las votaciones que decidirán cuáles dependencias de la UNAM se habrán de sumar al “paro cívico nacional” cerrándose a sí mismas.
El tiempo en que esas dependencias permanecerán cerradas dependerá, claro está, de qué tan sensibilizada resulte la “megamarcha” que se llevará a cabo mañana, convocada por el SME y/o el Movimiento en Defensa de la Economía Popular, el Petróleo y la Soberanía, un movimiento propiedad del Lic. López Obrador.
Otras acciones previstas para mañana en el ámbito de la educación superior incluyen “paros activos y paros totales” en las instituciones cuyos sindicatos están afiliados, tal el de la UNAM, a la Coordinadora Nacional de Sindicatos Universitarios y Educación Superior (CENSUES), como la UAM, el IPN, la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y la Universidad Pedagógica Nacional. Una “acción prevista” especialmente sensibilizada es la que llevará a cabo la Universidad Autónoma de Chapingo, que realizará “una apertura de casetas” en las autopistas.
En todo caso, y dure lo que haya de durar (la última vez duró 10 meses), es una pena que cierre la UNAM, o parte de ella, pues como es sabido, el futuro de México es impensable sin la máxima casa de estudios.
Por otro lado, dentro de esa pena hay una alegría: el cierre habrá sido decidido democráticamente.
Como siempre.
-Guillermo Sheridan-

miércoles, 11 de noviembre de 2009

La tolerancia de la posmodernidad: que decida la minoría

Ahora que están de moda los sindicatos y que la UNAM entró en paro de un día gracias a que los conscientes miembros del STUNAM concluyeron que ése era el mejor modo de apoyar al SME (después de, estoy seguro, horas de intenso raciocinio), les presentamos hoy un artículo del filósofo Alejandro Rossi. El artículo es de hace muchos años. Más de uno se preguntará la relevancia de publicarlo en este espacio de crítica a la okupación del auditorio Justo Sierra. Pensamos que tener presentes los principios que sustentan la tarea de nuestra Universidad en la Nación tienen como consecuencia no sólo estar conscientes de lo inadmisible de la okupación sino estar conscientes de otros problemas... pero de eso hablaremos otro día.

Vea aquí el boletín de la Dirección General de Comunicación Social de la UNAM.

La minoría prepotente


Junio es un mes cruel para la Universidad. Las primeras lluvias, la humedad creciente, el olor a tierra mojada tal vez desencadenen urgencias obscuras e incontrolables, delirios napoleónicos, fantasías leninistas, visiones heroicas aunque un poco estúpidas, fiebres martiriales y también deseos de sentarse en los corredores vacíos de las facultades y cantar juntos -durante las frígidas horas de la madrugada—alguna tristísima canción boliviana o una linda cueca chilena. Acepto la importancia de esas emociones nocturnas, pero reconozco que a veces conviven con las ideas más bobas. Guardemos las guitarras y olvidemos por un momento el brillo de los ojos. En el conflicto universitario hay algo más que cabelleras al viento. Hay –esto es lo esencial- una minoría que pretende imponer un proyecto académico y político. El Sindicato del Personal Académico de la UNAM (SPAUNAM) era una minoría en Junio de 1975 cuando exigió la firma y, claro está, la titularidad de un insensato contrato colectivo. En Junio de 1977 sigue siendo una agrupación minoritaria: sus afiliados no pasan de 3500. Y el personal académico de la Universidad de México llega casi a los 18,000. Durante parte de 1975 -lo admito- el SPAUNAM intentó, aunque desganadamente, ganar adeptos por medio del convencimiento y las explicaciones. Pero muy pronto abandonaron ese camino y eligieron -16 de Junio de 1975- la técnica de la fuerza, es decir, la huelga minoritaria, es decir, las barricadas, es decir, las consignas ampulosas y el desprecio por la opinión de las mayorías. Es muy fácil paralizar la Universidad: son suficientes unas cuantas piedras para que no transiten los automóviles y unas cuantas personas en las entradas de las escuelas y facultades. A eso se le llama -en la corrupta semántica del SPAUNAM- una huelga universitaria. El multado de aquel proceso fue la firma de las llamadas “Condiciones Gremiales del Personal Académico”: de un lado los representantes de la Universidad y del otro el SPAUNAM y un conjunto muy variado de Asociaciones. En esos acuerdos la Universidad logró -aunque hubo sin duda algunos deslices menores- deslindar los aspectos académicos de los específicamente laborales. Los primeros, para usar la terminología aceptada, no eran negociables; en cuanto a los segundos, se establecía un procedimiento de revisión. El SPAUNAM, con buen olfato publicitario, desenfundó las guitarras, llamó a sus oradores y les recomendó que convirtieran un triunfo parcial en una victoria aplastante. Y que, por favor, no dejaran de mencionar la inevitable “aurora roja” y la “gallarda juventud”.

A finales de Junio de 1975 todo indicaba que el SPAUNAM se transformaría con el tiempo en la agrupación académica más poderosa dentro de la Universidad. Le sobraban ventajas: franco apoyo gubernamental, ayuda decidida de la dirección del STEUNAM -el Sindicato de los Trabajadores y Empleados Administrativos- y, naturalmente, del Partido Comunista. Una curiosa combinación de pornografía política. Por otra parte los dirigentes del SPAUNAM dedicaban su tiempo completo al trabajo sindical, una vocación honorable, de acuerdo, pero diferente a la enseñanza y a la investigación. Parecía, pues, que las otras Asociaciones –surgirdas casi todas ellas como reacción al SPAUNAM e integradas por profesores más interesados en el trabajo académico que en el activismo político- no podrían competir frente a una organización profesional que contaba, además, con padrinos tan robustos. Parecía, digo, que el SPAUNAM, más allá de intenciones subjetivas, se encontraba en una posición privilegiada para alcanzar la hegemonía sin necesidad de otros actos de fuerza. Y, en efecto, al reunirse el SPAUNAM y las Asociaciones en enero de 1976 con el objeto de revisar los salarios, el Sindicato del Personal Académico presentó el mayor número de afiliados: 3263 contra 2965. Y por consiguiente, -así se había pactado en las “Condiciones Gremiales”- ejerció la representación del personal académico. Ni las autoridades universitarias ni las múltiples Asociaciones objetaron ese resultado. Fue, tal vez, el momento estelar del SPAUNAM. Una situación favorable que no supieron consolidar a lo largo de 1976. Es posible que les aburriera la lenta y cotidiana tarea de convencer a sus colegas universitarios; es posible que carecieran de buenos argumentos, pero también es posible que en el fondo despreciaran esos métodos y sólo creyeran en la técnica de la intimidación y en la política de las alianzas externas. En una palabra: no entendieron la lógica de la lucha sindical universitaria y actuaron como una vanguardia de partido. La clientela ultraizquierdista -incómoda incluso para el SPAUNAM- aceleró el proceso. Al confrontar nuevamente sus votos en enero de 1977, el SPAUNAM resultó minoritario: acreditó 3547 agremiados contra 5139 de la coalición de Asociaciones. No aceptó la derrota y entre aspavientos y amenazas desconoció los Acuerdos de 1975. Sin duda pensaron que la democracia es válida sólo cuando yo gano. Desde ese momento renunciaron definitivamente a la legitimidad mayoritaria y recurrieron por segunda vez a la prepotencia política. “¿Qué hacer?” se habrán preguntado imaginándose que también ellos viajaban hacia Finlandia en el famoso tren blindado. ¿Qué hacer, en efecto? Tácticos instantáneos -el pensamiento retrasa la acción- el primero de abril anunciaron la buena nueva: nos fusionamos con el STEUNAM para constituir un Sindicato único, el STUNAM, y reclamamos la firma de un contrato colectivo que incluye el del antiguo STEUNAM y aquel otro -adjetivo más, adjetivo menos- que no pudimos imponer ni en 1975 ni tampoco hace dos meses. ¿No quieren firmarlo? Está bien. El 20 de junio entramos en huelga.

Con esa decisión la directiva del STEUNAM se ha jugado cinco años de progresivas conquistas laborales. La explicación no debemos buscarla ni en la caridad sindical ni en la defensa de sus agremiados. Los trabajadores y empleados de la Universidad nada obtienen con la creación del nuevo sindicato. No creo exagerar si escribo que el noventa por ciento de ellos ignora las causas de la huelga. Los dirigentes del STEUNAM perpetúan así las prácticas autoritarias del sindicalismo oficial mexicano. La misma escuela, la misma letra, el mismo lema: yo pienso por ti. No hemos avanzado. En este caso lo importante es recalcar que la huelga estalló por una resolución de la dirección del Sindicato y del Partido Comunista. La “base” no intervino. No hay estrategia sindical, hay estrategia de partido. El SPAUNAM, sin embargo, no renuncia al lenguaje democrático. Según ellos, la fusión con el STEUNAM los ha convertido, automáticamente, en una mayoría. Soberbio ejemplo -imagino- de aquel inolvidable “salto cualitativo” que tanto impresionó a Cantinflas y a Beria. Esa broma sugiere que aún las más maliciosas almas liberales debieran inclinar la cabeza y aceptar, con mansedumbre electoral, la contratación colectiva del personal académico. Pero la realidad, para suerte o para desgracia nuestra, es menos mágica: si el SPAUNAM es minoritario respecto a los profesores e investigadores de la Universidad, no puede decidir quién será el representante legal de la totalidad del personal académico. Es terrible, lo sé, pero una minoría es una minoría. No puede decidir, por consiguiente, que un nuevo Sindicato, compuesto por el STEUNAM y por un grupo de profesores, sea el que ejerza la titularidad de un contrato colectivo que abarca -perdónenme la repetición-- al conjunto del personal académico. Ni el STEUNAM -porque no le compete-, ni el SPAUNAM -por ser tan pocos- pueden ordenar que se tomen en cuenta los votos de los trabajadores para resolver asuntos académicos. La conclusión, entonces, no es difícil: el SPAUNAM no busca la unión sindical para legalizar de alguna manera sus peticiones, sino para tener mayor fuerza. Para forzar la puerta que sus 3,500 votos le cerraron. Para poder entrar en huelga.

El anterior gobierno es en gran medida, el responsable del conflicto actual. Por un lado fomentó el sindicalismo universitario -quizá para llevar a cabo su eficacísima lucha contra la derecha- y, por otro, impidió que se legislara sobre las relaciones laborales. Durante más de cuatro años el rector Soberón ha padecido esa contradicción que sólo procrea aventurerismo político. Ignoro cual será la solución del problema universitario. Pero sí sé lo que quiero: que no se imponga la minoría prepotente. Espero, además, que el gobierno entienda que la Universidad no debe entrar en ninguna estrategia de reforma política y espero, sobre todas las cosas, que no haya violencia.

Alejandro Rossi

1 de julio,1977



Publicado en Vuelta, número 9, agosto de 1977.