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jueves, 4 de agosto de 2011

Érase una vez... concierto en el auditorio Justo Sierra

El pasado 6 de julio el tenor mexicano Francisco Araiza fue reconocido con la Medalla de Oro de Bellas Artes que es el máximo galardón que otorga el Instituto Nacional de Bellas Artes. Es difícil para las personas que no estamos inmersos en el ámbito de la música poder apreciar como es debido el mérito y gran trayectoria de artistas como Francisco Araiza.

Francisco Araiza ha participado en conciertos por todo el mundo y es considerado uno de los mejores tenores mozartianos.  En una columna de la revista Proceso, el crítico Mauricio Rábago Palafox escribió:

Lo realizado por Araiza durante los 40 años que lleva ya su carrera es un prodigio en muchos sentidos. Por principio de cuentas tuvo la pericia de saber conjuntar a un grupo de gente que creyó en él y lo apoyó: los maestros Luis Berber, Erika Kubascek e Irma González, el periodista Ricardo Rondón y Carlos Díaz Dupond, hombre muy vinculado a la ópera, y entonces trabajó muy pero muy duro y sin hacer caso de los que opinaban que era imposible lo que trataba de hacer.
 Este importante artista mexicano debutó ni más ni menos que en el Auditorio Justo Sierra de la Facultad de Filosofía y Letras, el 2 de octubre de 1970 interpretando el papel de prisionero en la Ópera Fidelio. Curioso que entre la comunidad universitaria estas cosas se tiendan a olvidar. Hoy luce muy difícil que el auditorio se presenten artistas de esta talla, consagrados; vaya, luce casi imposible que se presenten incluso aquellos que comienzan su carrera. Apenas hace unos meses el célebre Joan Manuel Serrat se presentó en la Facultad de Química en el marco del 95 aniversario de esta institución. Serrat no olvidó su presentación 40 años atrás en CU, también en el Justo Sierra.

Por supuesto, en aquel entonces, cuando Serrat se presentaba en el Justo Sierra y Araiza debutaba en el mismo recinto, no existía la sala Nezahualcóyotl y la sede para la filarmónica de la UNAM era el Justo Sierra. Hoy la sala Neza es el escenario ideal para presentaciones de este calibre, pero esto no inhabilitaba en principio al auditorio de la FFyL para acercar a los universitarios que estudian alrededor del "paseo de las facultades" a importantes eventos artísticos.

Dirán los ocupantes y sus defensores que ahora el escenario es más que un "simple entretenimiento", que ahora ahí se gestan importantes movimientos sociales. Sinceramente soy muy miope y lo único que veo es a un grupo de vagos que han tomado por vivienda y changarro al auditorio (por no mencionar las drogas y el hotel de paso) y un grupo de estudiantes que piensan que con leer los mismos panfletos por medio de los micrófonos de radio-okupación y con pasar el tiempo haciendo mantas y carteles van a cambiar la realidad.

La próxima vez pondré algo acerca de lo que ganamos con el "Che" cuando perdimos al Justo Sierra. A continuación tenemos a Francisco Araiza interpretando Recontida armonia de Puccini:



Y también la famosa y bella Nessun dorma, también de Puccini:



Reportajes que hablan de la medalla otorgada a Araiza:
Recibe el tenor Francisco Araiza la Medalla de Oro de Bellas Artes


sábado, 23 de octubre de 2010

¿Qué se ha hecho por tratar de recuperar el Auditorio Justo Sierra?





En esta entrega, el Dr. Ambrosio Velasco relata las acciones que durante sus gestiones como Director de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM fueron promovidas con el fin de acondicionar el Auditorio Justo Sierra y abrirlo al uso de la comunidad universitaria.

viernes, 15 de octubre de 2010

¿Por qué la okupa?



En esta entrega el Dr. Ambrosio Velasco Gómez manifiesta su opinión respecto a la autenticidad de los motivos que la "okupa" esgrimió para justificar su presencia en el Auditorio Justo Sierra.

viernes, 8 de octubre de 2010

Justo Sierra y la UNAM

Hoy tenemos una colaboración cortesía de Camilo Ayala Ochoa, publicada originalmente en su blog del Instituto del Libro y la Lectura A.C.

1948 fue un año de festejos para la Universidad Nacional Autónoma de México. Se cumplía el centenario del natalicio del fundador Justo Sierra Méndez, quien había sido declarado Maestro de América. El 25 de enero los restos de Sierra fueron trasladados a la Rotonda de los Hombres Ilustres en el panteón de Dolores. Sus restos fueron velados en el salón El Generalito de la Escuela Nacional Preparatoria.

Ese mismo año se comenzaron a publicar las obras completas de Justo Sierra 14 tomos, el último de los cuales salió en el año de 1949. Fue un proyecto dirigido por Agustín Yáñez y en él participaron José Luis Martínez y Edmundo O´Gorman. En 1993, a la obra completa se le añadió el tomo 15 que consta de un epistolario.

La UNAM ha editado otras obras completas como las de José Gaos, Samuel Ramos o José Joaquín Fernández de Lizardi; sin embargo, las obras de Justo Sierra fueron un reto editorial por el tiempo tan corto en el que se reunieron, organizaron, anotaron y se llevaron a cabo los procesos técnicos de edición, impresión y encuadernación.

En las obras completas encontramos mucho de muy variados temas. Poesía, cuento, teatro, ensayos, crónica de viajes, historia, alegatos jurídicos y propuestas educativas. Fue un hombre sumamente ilustrado, digno heredero de su padre el escritor Justo Sierra O’Reilly (1814-1861).

En 1952 se inauguró la primera librería universitaria en las instalaciones preparatorianas del Antiguo Colegio de San Ildefonso en el centro de la Ciudad de México. Fue llamada Justo Sierra y cerrada este año 2010 por bajas ventas. Otra librería que se estableció en Campeche y fue llamada Justo Sierra, también cerró a pesar de los esfuerzos del Instituto de Cultura de Campeche.

Realmente los lugares que han tenido el nombre de Justo Sierra son maltratados. El ejemplo más vergonzoso es el auditorio de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM llamado Justo Sierra y que fue renombrado por los estudiantes universitarios de 1968 como “Che Guevara”. Hoy esa instalación está tomada por un grupo de personas externas a la institución que malviven boteando y están dedicadas al vandalismo violento.

Los del “Che Guevara” dicen que el auditorio es un espacio de trabajo autónomo, anticapitalista, autogestivo e independiente; un espacio de resistencia histórica. La verdad es que se apropiaron ilegalmente de propiedad de la UNAM, de una parte de su patrimonio; y lo usan incluso para la venta de droga y para negocios particulares como el mantenimiento de un maloliente comedor vegetariano.

El anterior rector Juan Ramón de la Fuente no quiso desocupar el auditorio Justo Sierra y el actual rector José Narro siempre le ha tenido miedo a los grupos de seudo-estudiantes. Su política es cerrar los ojos y voltear a otro lado. El pasado 2 de octubre pintaron, golpearon, rompieron y derribaron la estatua del águila y la serpiente que se encontraba en la explanada de la Facultad de Derecho y no ha pasado nada. No hay autoridad.

Narro declaró respecto a la inseguridad que vive el país: "no se resuelve de la noche a la mañana, no habrá una varita mágica, ni una receta inmediata, milagrosa, que nos permita atender esto. Tenemos que trabajar intensamente”. Pero él esta esperando que por arte de magia se resuelva la situación de la violencia en la UNAM.

Justo Sierra tiene muchas frases citables. Una de ellas es: “México es un pueblo con hambre y sed. El hambre y la sed que tiene, no es de pan; México tiene hambre y sed de justicia”. La UNAM tiene hambre y sed de justicia.

Camilo Ayala Ochoa

lunes, 13 de septiembre de 2010

Justo Sierra, figura clave del centenario de la UNAM: Milenio

En el contexto de las celebraciones por el aniversario de la Universidad Nacional el recuerdo de su fundador se hace presente. Este lunes, el notable intelectual mexicano, conocido como Maestro de América, cumple 98 años de fallecido.


México.- Justo Sierra Méndez, a quien se recuerda este lunes en el 98 aniversario de su muerte, pugnó por contar con una verdadera ciencia nacional y mexicanizar los beneficios del saber universal.
José Narro, el actual rector de la casa de estudios, recordó que con ese propósito la institución que encabeza diseñó fórmulas para romper “las torres de marfil” sin desnaturalizar los proyectos académicos.
Justo Sierra Méndez es conocido como Maestro de América por el título que le otorgaron varias universidades del continente.
Fue hijo de Justo Sierra O’Reilly, eminente novelista e historiador, y de doña Concepción Méndez Hechaza Reta, hija de Santiago Méndez Ibarra, quien jugó un papel importante en la política yucateca del siglo XIX.
A la muerte de su padre, acaecida en 1861, siendo casi un niño, Sierra Méndez se trasladó a la ciudad de México donde, después de sus brillantes estudios, se relacionó con los mejores poetas y literatos de ese tiempo, entre ellos, Ignacio Manuel Altamirano, Manuel Acuña, Guillermo Prieto, Luis G.Urbina, poetas de la Revista Azul y de la Revista Moderna.
A partir de 1868 publicó sus primeros ensayos literarios; en el Monitor Republicano inició sus “Conversaciones del domingo”, artículos de actualidad y cuentos que después serian recogidos en el libro Cuentos románticos.
En 1871 se recibió de abogado. Fue varias veces diputado al Congreso de la Unión, lanzó un proyecto que sería aprobado en 1881 y que daba a la educación primaria el carácter de obligatoria.
En ese mismo año fue aprobado su proyecto para fundar la Universidad Nacional de México. Tardaría sin embargo 30 años para verlo convertido en realidad.
Desde 1892, expuso su teoría política sobre la “dictadura ilustrada”, pugnando por un Estado que habría de progresar por medio de una sistematización científica de la administración publica.
Presidió la Academia Mexicana, correspondiente de la española.Influyó también en los escritores Luis González Obregón y Jesús Urueta.
“Es la educación”, decía, “la que genera mejores condiciones de justicia, educar evita la necesidad de castigar”.
Justo Sierra fue también Ministro de la Suprema Corte de Justicia en 1894, de la que llegó a ser presidente.
Ocupó posteriormente importantes cargos en el gabinete porfirista como subsecretario de Justicia e Instrucción Pública y ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, entre los años 1901 y 1911.
Contando con la cartera de este ministerio puso en práctica hacia 1905 su anhelado proyecto: dar a la educación primaria el carácter de nacional, integral, laica y gratuita.
En lo político, supo ser amigo de Porfirio Díaz sin ser su adulador y Díaz lo respetó siempre como a un hombre superior.
Poesías, cuentos, novela, narraciones, discursos, doctrinas políticas y educativas, viajes, ensayos críticos, artículos periodísticos, epístolas, libros históricos y biográficos, forman el valioso legado que dejó Justo Sierra a las siguientes generaciones.
Justo Sierra Méndez falleció en Madrid, España, a la edad de 64 años, el 13 de septiembre de 1912.
Redacción 
Milenio.com  Lunes, 13 de Septiembre de 2010 http://www.milenio.com/node/528773

martes, 10 de agosto de 2010

Apertura de cursos en Filosofía y Letras

Hoy retomamos un pequeño fragmento de un discurso pronunciado en la inauguración de las clases del año 1914 en la Escuela de Altos Estudios (precursora de la actual Facultad de Filosofía y Letras y la Facultad de Ciencias). Discurso pronunciado por Henríquez Ureña, titulado "La cultura de las humanidades".

"Malos vientos soplaron para este plantel apena hubo nacido", dice Henríquez Ureña, explicando la falta de organización que había padecido una naciente y novedosa institución educativa. Pues en el corazón del nuevo proyecto de Universidad Nacional de Justo Sierra, la Escuela de Altos Estudios constituía en principio algo que las naciones como la nuestra podían mirar "con nativo recelo" pues a más de uno podría parecer "esquiva a las aplicaciones fructuosas".

Sin embargo, el esfuerzo de notables profesores y no menos notables alumnos consiguió no solamente mantener con vida la naciente Escuela, sino darle un impulso extraordinario a la cultura y la ciencia en México. Figuras como las de Antonio Caso, Sotero Prieto, Jesús Díaz de León y Valentín Gama son hoy emblemáticas y sinónimos de escuela y tradición en las más diversas disciplinas que han florecido al cobijo de la Universidad Nacional. Henríquez Ureña menciona también como en un lapso no mayor a tres años el Ateneo de la Juventud consiguió darle forma a los estudios humanísticos.

Hoy es más que frecuente escuchar hablar de las glorias de la UNAM, pero muchas de ellas se deben a personas que entendieron su compromiso con la sociedad y que al no contar con un prestigio heredado se encargaron de forjarlo.

Estamos a menos de un mes de que el Auditorio Justo Sierra cumpla 10 años de secuestro. A quienes odian tanto esta palabra, "secuestro" cabría preguntarles por los logros obtenidos en estos 10 años y cómo se han reflejado en la Universidad y en el país. Seguramente recurrirán al olvido general, que con el paso del tiempo los beneficia más, acerca de los aconteimientos de 1999-2000. Cabría preguntar a las autoridades universitarias si de verdad tienen planeado restituir el patrimonio universitario. Cabría preguntar a la comunidad si le interesa recuperar este inmueble o si considera que ésta es una cuestión vana.

Henríquez Ureña concluye su discurso de apertura de cursos así:

...De ella (de la labor humanística) no puede venir para los espíritus sino salud y paz, educación humana, estímulo de perfección.
Y la Escuela de Altos Estudios podrá decir más tarde que, en estos tiempos agitados, supo dar ejemplo de concordia y de reposo, porque el esfuerzo que aquí se realiza es todo de desinterés y devoción por la cultura. Y podrá decir también que fue símbolo de este momento singular en la historia de la educación mexicana, en el que, después de largas vacilaciones y discordias, y entre otras y graves intranquilidades, unos cuantos hombres de buena voluntad se han puesto de acuerdo, sacrificando cada cuál egoísmos, escrúpulos y recelos, personales o de grupo, para colaborar sinceramente en la necesaria renovación de la cultura nacional, convencidos de que la educación -entendida en el amplio sentido humano que le atribuyó el griego- es la única salvadora de los pueblos.

Extrañamente palabras como las de Henríquez Ureña tiene eco en todos los tiempos. Y bajo éstas, necedades como la ocupación de un inmueble emblemático y sus correspondientes apatías aparecen inexplicables en la Facultad que es heredera de esa Escuela de Altos Estudios.

martes, 20 de abril de 2010

Dèja-vu

En el año de 1966 aconteció en la UNAM una huelga, no tan famosa hoy en día como la que, supuestamente, dicen algunos, “salvó la educación pública y gratuita”. Las demandas de 1966 eran: No reelección de César Sepúlveda como director de la Facultad de Derecho; exámenes de regularización, práctica forense, levantamiento de sanciones contra estudiantes, exámenes parciales que eximieran a los alumnos de presentar examen final, cursos pilotos, retiro de consignaciones ante la Procuraduría por la toma de Rectoría que ocurrió dos años antes. Y por último: dinero: “solicitan dinero para poder despedir a ciento veinticinco personas que tienen contratadas para oponerse, en cualquier forma, a que se tome el edificio de la facultad”.

De puño y letra el Dr. Chávez, rector en ese entonces, anota en esta última petición: “¡No entablo negociaciones inmorales!”. A quien no le sea extraña la importancia de la historia no le pasarán desapercibidos los notables paralelismos en la historia de 1966, la de 1999-2000, y la de la actualidad. Por supuesto que notables diferencias hay que notar también. A continuación unos breves fragmentos de comunicación epistolar para que ustedes mismos busquen las coincidencias y las diferencias.

Culiacán, Sinaloa, a 14 de abril de 1966, carta de Enrique Esquerra a Ignacio Chávez:

…llegaron a esta ciudad las siguientes personas: Lepoldo Sánchez Duarte, hijo del señor gobernador (y líder estudiantil, expulsado el 7 de marzo de 1966 de la Facultad de Derecho); Enrique Rojas Bernal, Espiridión Payán Gallardo, … han tenido juntas con el señor gobernador del estado, siendo el resultado de ellas el siguiente:
1. Se acordó que el financiamiento de los gastos que en lo sucesivo origine el movimiento de huelga serán cubiertos totalmente por la Tesorería General del Estado.
2. En vista de que se propaló la noticia de que serían retiradas las cercas y desalojados los estudiantes del edificio de Leyes, en previsión de lo anterior, y en la posibilidad de un futuro ataque por parte de los granaderos, acordó el señor gobernador facilitarles todas las armas que se ameriten y algunos de sus pistoleros que servirían para la defensa del edificio…
Por una indiscreción de uno de sus líderes, llegó a nuestro conocimiento que la finalidad que se perseguirá en el futuro es producir un drama cruento que debilitaría los cimientos de la Rectoría y, en segundo lugar, ocasionar un caos nacional proyectado contra la estabilidad del ciudadano presidente de la república.

México D.F., a 21 de abril de 1966, carta de Ignacio Chávez a Jaime García Terrés:

…aún no termina (la huelga en Derecho), a pesar de que lleva cinco semanas y es que no hay día que no parezca que ya va a terminar. Empezó, como usted sabe, con la apariencia de una huelga local, exclusivamente contra el licenciado Sepúlveda. De todos lados vinieron elementos a sumarse y les llovieron ayudas, unas para echar fuera a Sepúlveda, pero otras, que veían más lejos, para transformar ésta en una huelga contra la Rectoría… el movimiento va agonizando en el sentido de que no ha tenido apoyo de ninguna de las escuelas de Ciudad Universitaria... cuando se agotaron los términos del entendimiento mediante discusiones y se rompió el diálogo, empecé a aplicar las sanciones que autoriza el Estatuto. Expulsé a los cinco líderes principales, de los cuales hay tres, cuando menos, probadamente corrompidos y los otros, político irresponsable el uno y fanático peligroso el otro…
…si no es bastante, y los cinco expulsados se empeñan en retener el edificio, la última arma: la consignación a los tribunales por despojo de inmuebles y daños a la propiedad de la nación…

Chávez, confiaba en la pronta solución del conflicto (las demandas plenamente académicas se habían atendido). El 26 de abril (¿por qué no nos acordamos de esta fecha año con año?) el comité de lucha obliga, literalmente, a renunciar al Dr. Chávez. El rector firma la renuncia bajo coacción después de horas de secuestro.

Un par de reacciones ante tales sucesos:

México D.F., a 29 de abril de 1966, carta de Rosario Castellanos a Ignacio Chávez:

…Ante circunstancias como las que determinaron su decisión de apartarse irrevocablemente del cargo que venía usted desempeñando (circunstancias que ninguna persona consciente puede dejar de encontrar condenables y punibles) no nos queda, a quienes estuvimos tan próximos a usted, a quienes presenciamos sus esfuerzos por sanear el ambiente universitario, por elevar sus niveles académicos, por reformar sus estructuras; a quienes conocimos los obstáculos que era preciso vencer cada día –y que al día siguiente surgían multiplicados- nos queda ahora el deber de testimoniar lo que presenciamos. Y cada uno en su esfera de acción y según sus medios expresivos, lo hará…

México, a 1º de Mayo de 1966. Carta de José Gaos a Leopoldo Zea:

…estoy estupefacto de ver que el gran número de universitarios que han manifestado públicamente su reprobación, condenación, repulsa a los mayores atentados posibles contra la disciplina universitaria, a las normas, no por no escritas menos vigentes, de la convivencia académica y, aun, civilizada, y el que venía siendo el espíritu de la Universidad, parecen haberse contentado con ello y estar dispuestos o resignados a seguir conviviendo en la Universidad con los autores de tales atentados, en vez de declararse incompatibles con ellos y dar así al poder público la posibilidad de optar entre ellos y los autores de los atentados para continuar integrando la Universidad, lo que sería la más decisiva admonición y la más segura prevención contra la perpetración de actos semejantes en el futuro.
He dicho “al poder público” porque estimo que la iniciativa de ello correspondía a la H. Junta de Gobierno de la Universidad, en vez de haber aceptado el recibir, ¡y sólo simbólicamente!, una pequeña parte de los locales universitarios, que es reconocer con los hechos, aunque no lo sea con las palabras, que actuará en ellos cercada y condicionada por los autores mismos de los atentados…
… en todo caso, me siento universitariamente incompatible con los autores de los atentados, hasta el punto de no sentirme con fuerzas morales para seguir en la Universidad cuando en ésta permanecen ellos, por lo que, dolido hasta los tuétanos de que éste sea el final de mi carrera universitaria, presento ante usted mi renuncia como profesor…

Dr. Ignacio Chávez

miércoles, 24 de marzo de 2010

Señores profesores y alumnos de la universidad:

Quisimos reproducir íntegras estas palabras, algunas de entre tantas otras, que alguna vez resonaron en el auditorio de nuestra Facultad. Mejor respuesta no encontramos al porqué del nombre de nuestro auditorio. Así, dirigiendo sus palabras en primera instancia al Presidente de la República, a los secretarios de Estado e invitados de honor, como lo dicta el protoclo de un acto solemne, simbólico; el rector de la Universidad se dirigió en seguida a los destinatarios de su discurso: "señores profesores y alumnos". Hace ya casi 48 años con estas

Palabras pronunciadas en la consagración del “Auditorio Justo Sierra”

Septiembre 22 de 1962


El hombre cuya memoria venimos a honrar hoy, a la distancia de cincuenta años de su muerte, el Maestro Justo Sierra, ilustre fundador de la Universidad Nacional, pronunció un día como hoy, el 22 de septiembre de 1910, las palabras rituales con que nació a la vida nuestra institución. Aún no se apagan los ecos de su discurso memorable, en que trazó la ruta que deberíamos seguir. Aún tienen validez los consejos y las admoniciones de aquel día. Asombra su clarividencia de conductor iluminado, que le hizo, a través de las incertidumbres del futuro, trazarnos certeramente el camino.


No intentaré hacer su panegírico. Otras voces lo han hecho ya, a nombre de la Universidad, en los distintos actos que hemos organizado para este cincuentenario luctuoso. Sólo quiero alzar la mía para decir la honda gratitud con que la Universidad Nacional consagra este auditorio de la Facultad de Filosofía y Letras a la memoria del Maestro, cuyo nombre llevará en lo futuro.


Era una deuda, una vieja deuda de reconocimiento. Porque fue él quien fundó esta Facultad, allá en 1910, con el nombre de Escuela de Altos Estudios, para dar albergue a la pálida “figura de implorante”, la filosofía, que rondaba desde hacía medio siglo los claustros escolares. Él, que se declaraba partidario ferviente del positivismo comtiano como método de enseñanza, pero su adversario como doctrina filosófica; él, que fue un poseído de la ambición científica en toda disciplina del conocimiento, pero que le ponía límites a su alcance, porque advertía que la ciencia sólo sirve para navegar “por los litorales de lo conocido”; el Maestro que rindiendo culto a la razón, admitía que las ciencias en sí mismas, son una enseñanza filosófica, pero que defendía, al mismo tiempo, los fueros del espíritu, sintió la existencia de un vacío en la educación superior. Por eso hizo rematar la estructura universitaria en una escuela donde el pensamiento pudiera discurrir, fuera de los hechos tangibles, en la explicación de las grandes cuestiones filosóficas que apasionan o que angustian al hombre. El bronce que lleva su nombre y que va a descubrir dentro de un momento el Primer Magistrado de la Nación, servirá de constancia de esta inquietud espiritual.


Pero no es sólo por eso; no es sólo porque fundó esta Universidad y esta Facultad de Filosofía, por lo que venimos a clavar devotamente su nombre en nuestros muros. Es, sobre todo, porque queremos mantener perennemente encendida, frente a todo profesor, frente a todo estudiante de esta casa, igual que se enciende un faro, la virtud de su ejemplo, como una lección salvadora. Evocar sus cincuenta años de estudios, de lucha, de entrega apasionada a su misión. Recordar las dos grandes ambiciones que polarizaron su vida: ofrecer a México educación y justicia. Y los dos grandes impulsos que movieron su alma: el servicio de la patria y el de la humanidad. Y oír, sobre el trasfondo de su sensibilidad poética, en todo lo que dijo, en todo lo que hizo, el clamor angustiado por el destino de su país, como un grito que viene del fondo del pasado y que proyectado hacia delante, se vuelve un grito de esperanza.


Él fue quien nos legó el consejo, que queremos grabar indeleblemente en todos nosotros, de que una escuela se salva sólo cuando el trabajo diario, en vez de dura tarea, se trueca en emoción; él quien nos dijo que si hemos de educar, “precisa imantar de amor los caracteres” y es de él la tremenda admonición de que quien no sepa poner en la tarea educativa toda su alma, es decir, el entusiasmo, la fe, el amor; quien no ponga su espíritu entero en esa obra, “habrá hecho el mal más grave que puede hacerle a un organismo en plena evolución, acrecentar la corteza y atrofiar la médula”.


Todo eso es lo que queremos mantener siempre vivo en la conciencia universitaria. Que su mensaje y su ejemplo nos fortifiquen. Por fortuna, al cabo de cincuenta y dos años, la Universidad que él fundó sigue fiel a su destino; leal a sí misma, en superación científica sostenida, como él quería; leal a su pueblo, como él mandó, hermanando los dos grandes deberes que plasmó en su escudo: el amor de la ciencia y de la patria como fuentes de salud del pueblo.


Señores universitarios:


Las generaciones que rinden este homenaje, mañana habrán pasado, pero el bronce queda. Queremos que a su vista, mañana y en el futuro distante, todo universitario mexicano, a la pregunta de un viajero que inquiera sobre el Maestro, pueda responder con la frase lapidaria de Altamirano: “Su nombre para mí es ‘gloria’; para el mundo, Justo Sierra.”


-Ignacio Chávez-



Que no se olviden estas palabras. Ignacio Chávez (1897-1979) fue un prominente médico, científico y humanista. Graduado de medicina por la Universidad Nacional, realizó sus estudios de especialización en cardiología en París entre 1926 y 1927. En 1944 fundó el Instituto Nacional de Cardiología, primero en su tipo en el mundo. En 1961 ocupó el cargo de Rector de la Universidad Nacional. Se entregó a la misión de reformar la Universidad hasta que en 1966 renunció forzado por “los aullidos de los menos ante el silencio de los más”... silencio que, entre otros, indignó profundamente a personajes como José Gaos y Octavio Paz.

martes, 2 de marzo de 2010

Don Justo en Gaceta UNAM 2010

Con motivo de los festejos por los 100 años de la Universidad Nacional, Gaceta UNAM publica cada lunes un breve recorrido por las etapas de la historia de nuestra Institución. En esta ocasión, la cuarta entrega le corresponde a nuestro personaje: don Justo Sierra.

Ya con anterioridad nos habíamos impuesto la tarea de hablar algo acerca del fundador de la Universidad Nacional, por obvias razones. Ya lo habíamos descuidado un poco. Podemos tomar ahora este texto de María de Lourdes Alvarado como punto de partida para seguir hablando de don Justo. Lo reproducimos a continuación:

Justo Sierra, en la vanguardia de una idea con mucho futuro

Presentó ante la Cámara de Diputados, en los inicios de 1881, un proyecto de creación.

El hecho de que la Universidad Nacional de México haya sido inaugurada en medio de las festividades conmemorativas del primer centenario de la independencia nacional ha propiciado que este acto haya sido visto como un proyecto improvisado, producto exclusivo de la coyuntura política y, quizás, del interés oficial por lograr la aprobación de sus compatriotas, así como de la comunidad internacional, tan cara, como sabemos, para el gobierno de Porfirio Díaz.


Escuela de niñas. Foto: IISUE/AHUNAM/Fondo Ezequiel A. Chávez, doc. 306.

Sin embargo, contra lo que una mirada superficial pudiera percibir, el proyecto universitario de Justo Sierra no fue un planteamiento coyuntural; para 1910 contaba con un largo historial, que se remonta a la década de los 70 del siglo XIX. Durante el gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada y motivado por el movimiento estudiantil conocido como “La Universidad Libre”,(1) por medio del cual los alumnos de las escuelas nacionales intentaron expresar su creciente deseo de emancipar la ciencia de las “garras del Estado” o, dicho de otro modo, de redefinir la relación entre educación superior y gobierno, se hicieron las primeras declaraciones de que tenemos noticia en ese sentido. Justo Sierra, entonces conocido por su incipiente labor periodística, tomó la pluma para abogar en favor de la libertad de enseñanza, de instrucción y profesional. A su juicio, el sistema educativo debía tener como base la difusión obligatoria de la enseñanza primaria, y como coronamiento “la elevación constante de la enseñanza superior por la libertad”. Confiaba en que, desembarazado el Estado de su papel de educador mediante la abolición del internado, en poco tiempo estaría capacitado para crear un sistema de enseñanza superior digno del porvenir; mejor aún, podría independizar la enseñanza superior mediante la creación de universidades libres subvencionadas por el Estado. El novel escritor ponía como ejemplo el caso de Alemania, donde se gozaba de plena libertad científica, gracias a lo cual, la cátedra estaba abierta a todas las ideas, las opiniones e, incluso, hasta a los “caprichos de los hombres”, como él decía.(2) De esta forma, opinaba, el Estado jamás se atrevería a tocar “los sacrosantos fueros de la iglesia inmortal del pensamiento que se llama universidad”.


El joven Justo Sierra. Foto: IISUE/AHUNAM/Fondo Colección Justo Sierra Méndez, doc. 2.

Pocos meses después, el futuro secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes retomaría el tema, ratificando la “incompetencia” del Estado en materias de ciencia y de religión, motivo por el cual, su misión, en lo que a instrucción pública se refería, debería concretarse a subvencionarla. Una universidad libre, insistía, habría de gobernarse exclusivamente por hombres de ciencia y por pedagogos.

Es claro, por tanto, que ya desde entonces estaban presentes algunos de los elementos vertebrales de su proyecto universitario. La aceptación de la universidad como solución institucional al problema de la educación superior; la obligación gubernamental de solventar la instrucción pública en todos sus niveles; la autonomía académica como condición básica del progreso intelectual y material de los pueblos, y la pluralidad ideológica dentro de las aulas, en las que deberían tener cabida todas las modalidades del pensamiento.

A partir de entonces se sucedieron uno tras otro los foros en los que Justo Sierra expresó y repasó sus consignas. Uno de los textos más significativos fue, sin duda, su proyecto de creación de una Universidad Nacional, presentado ante la Cámara de Diputados en los inicios de 1881.(3) En él indicaba ya que la institución estaría conformada por las escuelas Nacional Preparatoria, Secundaria para Señoritas, Bellas Artes, Comercio y Ciencias Políticas, Jurisprudencia, Ingenieros y Medicina, además de dos planteles innovadores, una Escuela Normal y una Escuela de Altos Estudios. Seguramente motivado por la reciente intromisión gubernamental en la elección del texto de lógica oficial para la Escuela Preparatoria, fundamental para el programa de estudios positivista, el maestro de historia y diputado federal concluía que “el tiempo de crear la autonomía de la enseñanza pública había llegado”.(4)

Justo Sierra, secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes. Foto: IISUE/AHUNAM/Fondo Colección Justo Sierra Méndez, s/n.


Discurso inaugural, 13 de septiembre de 1902

Particularmente importante fue el discurso inaugural del Consejo Superior de Educación Pública pronunciado por Justo Sierra el 13 de septiembre de 1902, el cual fungiría como su plan de acción, tanto en el cargo de subsecretario de Instrucción Pública, como en el de ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes que ocupó a partir de 1905. Aunque el “Plan de la escuela mexicana”, como acertadamente se ha denominado a esta pieza oratoria(5) abarcaba múltiples aspectos, sus objetivos fundamentales se concretaban a dos puntos básicos: transformar la educación primaria de simplemente instructiva en esencialmente educativa y organizar los estudios superiores mediante la creación de “un cuerpo docente y elaborador de ciencia a la vez, que se llamase Universidad Nacional”. Esta última, expresaba, serviría de “remate y corona al vasto organismo docente que sostiene el Estado”.(6)

Como ya se mencionó, en los años subsecuentes, Sierra continuó el plan trazado en 1902 y prefigurado tiempo atrás. Fueron varios los factores que impidieron la creación inmediata de la universidad, mas si confiamos en las propias palabras del funcionario, uno de los obstáculos de mayor peso fue la necesidad de, previamente a la fundación de una Universidad Nacional, encauzar y consolidar la enseñanza elemental. Sin embargo, aunque inconfesos, los motivos políticos debieron ocupar un lugar nada despreciable.

Así, tras un largo proceso, el viejo proyecto universitario se hizo realidad en septiembre de 1910; a partir de entonces, México contaría con una institución de estudios superiores con carácter nacional, eminentemente laica y abierta a todas las corrientes del pensamiento, tal y como 35 años atrás la imaginara Justo Sierra.

La Cámara de Diputados tenía su sede en el edificio de la Escuela Nacional de Ingenieros. Foto: IISUE/AHUNAM/Colección Universidad, doc. 2679.

(1) El movimiento estudiantil “La Universidad Libre”, considerado por Ma. del Carmen Ruiz Castañeda como el primer conflicto estudiantil digno de meditación, se desarrolló
en la Ciudad de México del 21 de abril al 8 de mayo de 1875. Sobre el tema, Ma. del Carmen Ruiz Castañeda, La Universidad Libre (1875), antecedente de la Universidad
Autónoma, 2ª. Edición, México, 1979. (Deslinde, 110); Ma. de Lourdes Alvarado, “Las fracturas del sistema”, en La polémica en torno a la idea de universidad en el siglo
XIX, México, CESU, UNAM, 1994, pp. 70-82; Ma. de Lourdes Alvarado, “La Universidad Libre: primer movimiento estudiantil del México independiente (1875)”, en Renate
Marsiske (Coordinadora), Movimientos estudiantiles en la historia de América Latina, vol. I, México, UNAM, 1999.
(2) Justo Sierra, “Libertad de instrucción”, El Federalista, México, 30 de abril, 1875.
(3) Inicialmente, la propuesta fue publicada por El Centinela Español del 10 de febrero de 1881; un día después fue reproducido por La Libertad y el 17 del mismo mes por La
República. Finalmente, suscrito por las diputaciones de Aguascalientes, Veracruz y Jalisco fue presentado para su aprobación a la Cámara, aunque, como el mismo Sierra
aceptara posteriormente, sin el menor éxito.
(4) Justo Sierra, “La Universidad Nacional Proyecto de Creación”, Obras Completas VIII. La educación nacional, México, UNAM, 1977, p.65.
(5) “Discurso pronunciado por el Subsecretario de Instrucción Pública, Justo Sierra, el día 13 de septiembre del año de 1902, con motivo de la inauguración del Consejo Superior
de Educación Pública”, El Imparcial, México, 14 de septiembre, 1902; “Plan de la Escuela Mexicana. Discurso en la apertura del Consejo Superior de Educación Pública,
el 13 de septiembre, 1902”, Obras Completas V. Discursos, México, UNAM, 1977, pp.293-323.
(6) Sierra, “Plan de la Escuela Mexicana. Discurso en la apertura del Consejo Superior de Educación Pública, el 13 de septiembre, 1902”, Obras Completas V. Discursos,
op. cit., p. 320.


MA. DE LOURDES ALVARADO
INSTITUTO DE INVESTIGACIONES
SOBRE LA UNIVERSIDAD Y LA EDUCACIÓN


jueves, 21 de enero de 2010

La destrucción de la autonomía universitaria (I)

En la revista digital Rojo y negro, la Confederación General del Trabajo del Estado español (CGT) anuncia que el 4 de enero pasado nuestro auditorio Che Guevara fue sorprendido por quienes pretenden destruir la autonomía universitaria.

También dice que:

Cualquiera que acuda a éste espacio en plena ciudad universitaria, puede darse cuenta de que existen alternativas capaces de articular la creatividad y el apoyo mutuo en lo cotidiano.

A ver, vamos por partes. No cuestionaré la certeza con que se declara que cualquiera puede darse cuenta de las "alternativas" que existen en dicho recinto. Y no lo cuestionaré porque eso le corresponde a nuestros lectores que día a día (dada su condición de estudiantes, profesores, trabajadores o visitantes de la facultad) conviven con el auditorio desde hace meses o años.

Ya en más de una ocasión hemos rondado el tema de la autonomía universitaria pues comprender este concepto no sólo es clave para comprender el conflicto que se vive en nuestra Facultad de filosofía y letras sino que lo es también para definir y entender nuestra razón de ser como miembros de la Universidad Nacional y así estar al tanto de nuestros deberes ante la sociedad.

Vayamos pues rápidamente al año de 1929. El día 25 de junio de ese año, el maestro Antonio Caso publicaba en El Universal un artículo titulado "Los fines de la Universidad Nacional". En él Caso explica aspectos importantes de la autonomía universitaria que se proponía en el proyecto de Ley que Portes Gil publicó el 22 de junio y que sería ratificado por el Congreso un mes después.

Caso punta: la autonomía de la Universidad no tiene por objeto terminar la agitación estudiantil provocada en contra de las autoridades universitarias; su propósito es más alto y más duradero.

A continuación hace notar que: por muy grave que se suponga el conflicto universitario actual, no es en suma, sino uno de tantos incidentes de la vida de la Universidad. En efecto, en 1929 se suscitó un grave conflicto estudiantil: huelga, intervención de la fuerza pública y violencia.

Sin embargo Caso no estaba minimizando los sucesos, estaba haciendo hincapié en algo que últimamente pasa de largo ante casi cualquier situación conflictiva: buscar una solución que no sea momentánea sino que sea perdurable y que constituya un valioso legado: una buena ley de la autonomía tiene que estar inspirada no en estas situaciones momentáneas y en estas inquietudes reales o ficticias que el tiempo aclarará y juzgará, sino en los propósitos, en los fines mismos de la Universidad.

Así, si como reza el anuncio de la CGT: El Auditorio Che Guevara se despertaba éste 4 de enero sobresaltado por quienes quieren materializar la destrucción de la autonomía universitaria... entonces debemos pensar que quienes "acosan" a los okupantes de algún modo están atentando en contra de los fines de la Universidad.

La autonomía universitaria fue concebida por muchos ilustres pensadores; cabe apuntar que empezando por Justo Sierra, allá en el siglo XIX, años antes de que se materializara el proyecto de la Universidad Nacional; como el único medio que garantizaría la adecuada consecución de los tres fines universitarios: la educación superior general, técnica y artística; la investigación científica (y humanista) y la difusión de la cultura.

De este modo, cuando el comunicado de denuncia de la okupación culmina exigiendo "respeto a la autonomía universitaria" debemos entender que al encomendársele a auxilio UNAM que impidiera (hay que decir que sin violencia, hasta donde se ha atestiguado) la venta de artículos varios en las inmediaciones del espacio okupado se ha violado la libertad de la institución universitaria (y de su comunidad) para ejercer sus facultades y llevar a cabo libremente sus fines de educación y cultura ante la Nación.

¿O qué entienden entonces por autonomía?

La autonomía tiene por objeto garantizar que el Estado no tenga injerencia en las decisiones que la Universidad debe tomar por sí misma para cumplir con eficacia sus propósitos, en el entendido de que son los universitarios los que mejor perspectiva tienen de las necesidades de su institución. Sin embargo no es sólo ante el Estado que debe defenderse la autonomía. Sino de cualquier persona, grupo, partido u organización que, con fines distintos a los antes señalados, de alguna manera estorbe, paralize o dificulte la labor de los universitarios.

Ante esto ¿quiénes destruyen la autonomía universitaria? ¿Se la entiende correctamente cuando sólo se le invoca como medio de presión en medio de un conflicto (que se quiere hacer pasar por estudiantil) con la autoridad universitaria?
















lunes, 30 de noviembre de 2009

Algo sobre José Revueltas

En días pasados se organizó en el auditorio de la Facultad de Filosofía y Letras un coloquio por parte de algunos estudiantes de Letras Hispánicas. El coloquio pretendía homenajear a José Revueltas. Aquí les dejamos una breve columna sobre dicho personaje que apenas apareció en Excelsior este domingo. Su autor es René Avilés Fabila.



Los meses fatídicos de José Revueltas
29-Nov-2009

Roberto Escudero narra, enfático, la forma en que Pepe se ve afectado por las críticas de sus camaradas. Lo curioso es que todos ellos modificaron sus criterios.

Un año en la vida de José Revueltas, libro de Roberto Escudero, es un fascinante recuento de las críticas que sus camaradas le hicieron a Pepe luego de publicar su novela Los días terrenales y montar la obra El cuadrante de la soledad. Los censores no eran poca cosa en aquel tiempo, 1950: Enrique Ramírez y Ramírez, Vicente Lombardo Toledano, Antonio Rodríguez y Pablo Neruda. El mundo que Escudero pinta en su libro me es familiar. Lo padecí. La diferencia es que yo no tendí a la tragedia, el buen humor me puso a salvo. La primera vez que me expulsaron del Partido Comunista fue por maoísta, no lo fui, pero coloqué una cita suya en un artículo: “Que se abran cien flores que compitan cien escuelas ideológicas”, donde discrepaba con Jruschov, por decir que en materia de arte pensaba como Stalin. La izquierda era sectaria, dogmática, y de consignas torpes. En aquel escenario, Revueltas era un hombre acosado por sus demonios literarios, apasionado por las ideas de Marx, no era un militante común, teorizaba con brillantez, tenía ideas críticas y fue un prosista sin par.

Roberto Escudero narra, enfático, la forma en que Revueltas se ve afectado por las críticas de sus camaradas. Lo curioso es que todos ellos modificaron sus criterios. Ramírez y Ramírez, por ejemplo, amigo de López Mateos, pudo hacer un diario, El Día, progresista hasta que se topó con la enorme piedra llamada 1968; el político, que ya había sido diputado, mostró que el mejor tránsito era de la izquierda al PRI. Hoy lo es del PRI al PRD. Le exigen a Revueltas que retire las obras citadas y algo peor, que cambie su visión ética y estética. No es un autor optimista, es derrotista, está en la lógica de ver a los desamparados como seres bajos. Había que ver al trabajador con certeza triunfal, bajo la lógica del estalinismo y el recetario del realismo socialista. En Moscú vi una exposición llamada Cincuenta años de arte comunista. Era de mal calendario: obreros fuertes y guapos empuñando hoces y martillos. Predominaba Lenin arengando a las masas victoriosas.

Roberto señala la indefensión de Pepe, que no es otra cosa sino la forma natural de aceptar la militancia de aquella época dura donde millones miraban esperanzados a la Unión Soviética: detuvo a los fascistas en una costosa hazaña militar y sostenía un socialismo imperfecto. El libro da pistas sobre la enorme tragedia que vivió Revueltas, pistas que debemos seguir para tener una visión completa del hombre que jamás pudo desligar la lucha política del arte. Los comentarios si las novelas son desordenadas, si sus personajes no acaban de estar bien diseñados, son palabrería pedante de quienes insisten en verlo no como el gran escritor que fue sino como un pensador confuso. Fue un literato pleno de intensidad y belleza, es irrepetible. Un año en la vida de José Revueltas, me trajo muchas cosas a la memoria, combates siempre perdidos, discusiones infinitas para nada, cinismo, brutalidad, las esperanzas en una URSS que se iban diluyendo y una izquierda mexicana desastrosa (como la actual), sectaria, incapaz de crear un gran partido al servicio del proletariado. Allí, la figura inerme, romántica, generosa de Pepe, su ingenio y simpatía con los cercanos y la desdicha de quien navega a contracorriente, tratando de poner en práctica la ideología que desde niño hizo suya y a la que mucho le añadió. Roberto observa el amor de Pepe por sus hermanos Fermín y Silvestre. La muerte de ambos es una historia triste. Vale la pena leer los párrafos llenos de pasión que escribió sobre el alcohol del músico, lo equipara con el de Baudelaire y el de Poe, es atroz y creativo. A Silvestre lo consumía la bebida y el arte. José estaba peor: sufría, además de la literatura y el alcohol, la militancia.

Por otro lado, el 9 de abril de este año, Adolfo Sánchez Rebolledo publicó en La Jornada el texto que a continuación les presentamos, también sobre Revueltas. En el auditorio de Filosofía y Letras se veló el cuerpo de este ilustre personaje allá en los años setentas. El autor del texto dice: "evocación de José Revueltas: la honestidad". No dudamos de la buena voluntad de los estudiantes que organizaron el coloquio. No tenemos razones para no pensar que los okupantes del auditorio han conseguido una gran victoria al poderse colgar ahora del trabajo de algunos estudiantes. Esperemos que algún día sean honestos, reconozcan el daño que le hacen a la Universidad y le devuelvan el auditorio a la institución que tanto esfuerzo costó forjar.



Evocación de José Revueltas: la honestidad
Adolfo Sánchez Rebolledo

El 14 de abril de 1976 muere José Revueltas. Esa misma tarde, agobiados por el dolor, sus camaradas le rinden un último homenaje de cuerpo presente en el auditorio Che Guevara, ese espacio abierto, colectivo, consagrado por generaciones al debate y la crítica, el mismo lugar donde el escritor compartió, “como uno más”, en un clima de tolerancia y respeto mutuo, las esperanzas pero también los tropiezos del Movimiento Estudiantil de 1968.

De ese momento quedan varios registros. Uno de ellos es la reseña del acto luctuoso, grabada, transcrita y editada por Julio Pliego para su publicación en la revista Punto Crítico, en la cual queda constancia de las palabras dichas por Roberto Escudero, Juan de la Cabada y Eli de Gortari, así como los comentarios del maestro de ceremonias Luis González de Alba. Tomo de allí algunas citas.

“Agosto de 1968. –Escudero convoca en su intervención algunas imágenes persistentes– Este auditorio repleto de estudiantes que iniciaban un movimiento que nadie sabía hasta dónde nos iba a conducir. Primer intelectual que se presenta en este auditorio: José Revueltas con un traje gris, un gran portafolios. José Revueltas se queda en esta Facultad de Filosofía y Letras y de inmediato se incorpora al Comité de Lucha. Revueltas duerme con el mismo traje que llegó, en los escritorios de ésta facultad, boca arriba. Otras imágenes. Revueltas discute de igual a igual con los estudiantes que han iniciado este movimiento. José Revueltas sale de este auditorio para ser preso.”

Escudero subraya la independencia crítica y la militancia revolucionaria del escritor y llama la atención sobre el hecho extraordinario de que se le rinda homenaje en ese escenario “a un hombre que nunca pasó por la universidad ni como estudiante ni como profesor”, lo cual resulta, empero, un signo alentador de que nuestra universidad “puede recibir en su seno a los mejores hombres de México”. (Ver: Homenaje a José Revueltas, suplemento especial de Punto Crítico, año V. Núm. 53, mayo, 1976.)

Y es que, no obstante la sincera familiaridad con que lo tratan, Revueltas y los estudiantes saben que él, en cierto sentido más profundo, no pretende ser uno más, si bien se identifica y comparte con ellos las mismas carencias y alegrías. De la misma manera, nada habría sido más lejano a la personalidad de Revueltas que presentarse al movimiento a la manera de un santón de la izquierda, imbuido de un repentino protagonismo. Por el contrario, Revueltas decide incorporarse al Comité de Lucha de Filosofía y Letras en cumplimiento de lo que él considera su modesto deber de intelectual revolucionario, desprovisto de partido sí, pero cargado con el valioso arsenal de sus ideas y experiencias, acumuladas sin interrupción desde la adolescencia, como bien apunta Juan de la Cabada.

“Para Revueltas no había otra opción: el movimiento estudiantil era a ojos vistas un movimiento histórico al que una conciencia como la suya no podía sustraerse sin claudicar. Y a él dedica todos su esfuerzos. En el 68, una vez más, Revueltas –como escribe el editor del homenaje– combatió a los pesimistas, mantuvo viva la inteligencia en llamas de su actitud crítica.”
Allí, en asambleas multitudinarias o comités reducidos expresa sus opiniones con franqueza, debate, confronta (y es criticado) dando lo mejor de sí mismo y corriendo la suerte de sus camaradas sin pedir jamás un trato especial. No extraña, pues, que al recordar a Revueltas, la imagen imborrable del escritor aparezca en ese homenaje del 76 indisolublemente ligada a la del revolucionario, al ser radical considerado en su faceta más universal y humana: la que subraya la coherencia entre los principios y la acción, la capacidad de sostener por encima de las conveniencias pasajeras las convicciones propias, nacidas no sin desgarramientos interiores, luego de batallas imposibles de ganar conforme a la lógica convencional de “las ideas dominantes”, vinieran entonces del establishment capitalista o del adocenamiento sectario marxista-leninista,

“Me es difícil pensar en algún otro ser humano tan honesto como José Revueltas”, dijo el filósofo Eli de Gortari, encarcelado también por su adhesión desde la representación magisterial al movimiento. “Nunca fue un dogmático ni un ortodoxo”, pues en cierta forma lo que hace de Revueltas un hombre singular en nuestro medio es su fidelidad a esa “idea tan bella de Descartes”.

Frente al intento temprano de homenajear al escritor oponiéndolo al político revolucionario, se subraya la persistencia de una conducta moral, que nutre por igual vida y obra, literatura y acción, es decir, el total de la praxis revueltiana.

Arraigada en los valores que su trayectoria recoge y transmite, la actualidad de Revueltas, su irrefutable contribución al futuro, será esa disposición para eludir críticamente el adormecimiento producido por las seguridades de la falsa conciencia.

En su oración fúnebre en el Panteón Francés, Enrique González Rojo apunta con exactitud: “José Revueltas representa en México la honestidad, y cuando digo honestidad hago referencia a la rectitud política, la rectitud literaria, la rectitud humana”. Esa sencilla e inconfiscable lección dejada por Revueltas a la izquierda se sitúa en las antípodas del cálculo político y el filisteísmo que en nuestros días han crecido exponencialmente, pero tampoco es neutral ni se refugia en la opacidad de las conductas respetables, codificadas según los catecismos ideológicos en boga.

“A Revueltas –dirá en el entierro Martín Dosal, su compañero de celda en Lecumberri– lo caracteriza esencialmente la generosidad, esa generosidad sartriana que tiene como principio y fin la libertad”.

lunes, 23 de noviembre de 2009

¿Son realmente populares los movimientos estudiantiles en la Universidad?

Octavio Paz analizaba esta situación en torno a la peculiar actividad política del Partido Comunista en la década de los setentas. Habría que retomar la cuestión en la actualidad. Pues aparentemente ahora ya no existe el monopolio del partido oficial, sin embargo es muy notable el alejamiento de la sociedad de la política. La política, entendida en buen sentido, requiere de la participación de los diversos grupos de la sociedad. Entendida en mal sentido, en el de la vil grilla interesada en conseguir beneficios de algún tipo, es la que prevalece en gran parte de la decisiones que se toman en los asuntos de interés público. Es peligroso, asimismo, que lleguen a ser determinantes en la dirección del curso de la vida universitaria.

Los misterios del Pedregal IV

El extremismo –o para emplear su jerga: el “aventurismo”- del Partido Comunista mexicano, en contraste con la actitud más bien cauta de los otros partidos comunistas de América Latina, es un reflejo de su experiencia en 1968: como el Partido Comunista francés, el movimiento estudiantil lo desbordó. Pero el Partido Comunista francés es una organización de masas y no cedió ante los extremistas (aunque en Francia, país industrializado y con una notable tradición democrática, el extremismo puede ser creador y no autodestructivo y masoquista como entre nosotros). En cambio, el Partido Comunista mexicano es una agrupación minoritaria de la clase media, aislada del pueblo y con escasísima influencia entre los obreros y campesinos. Empeñado, además, en una loca competencia con los grupitos que a su izquierda lo azuzan, se desboca. Su debilidad numérica y su pobreza teórica están en proporción inversa a su radicalismo. Como no puede controlar siquiera a un sindicato de obreros industriales, aspira a tener por lo menos uno de empleados, como no puede desfilar en el Zócalo, desfila por los claustros universitarios.

La actitud del Partido Comunista no es sino una expresión particular de un fenómeno general: la “politización” de las universidades, en México, es en buena parte consecuencia de la ausencia de verdaderos partidos políticos. O dicho de otra manera: es uno de los resultados del monopolio político del PRI. La política es una actividad que se despliega en un espacio público y en México las universidades son el único espacio con que cuentan, para desplegarse, las fuerzas y grupos que no han sido asimilados o mediatizados por el sistema que nos rige desde hace 40 años. Así pues, la situación no es nueva: lo que ahora ocurre es exactamente lo mismo que ocurrió en la década de los 30. Se trata de uno de esos fenómenos de simetría inversa que deleitan a Lévi-Strauss: las “ideologías” son opuestas pero la relación entre los términos que componen la situación es idéntica.

En 1930, después de la derrota del vasconcelismo –el único gran movimiento nacional en que participó la clase media hasta el de 1968- el espacio político mexicano se cerró. Más exactamente: fue ocupado por el Partido oficial, el PNR. Las fuerzas y los grupos independientes se refugiaron entonces en las universidades y pronto la autonomía universitaria (ganada por los estudiantes en 1929) se convirtió, como ahora en Puebla, en un ariete contra el Gobierno. Los que manejaban el ariete eran intelectuales y estudiantes de la clase media, la mayoría católicos y hostiles no sólo al socialismo sino al estatismo y al anticlericalismo del régimen mexicano. Durante la década de los 30, la libertad de cátedra y la autonomía fueron usadas como arma de combate contra el Estado y la mentada “educación socialista” que inventó Bassols y aplicó Cárdenas con pobrísimos resultados. El carácter beligerante de la Universidad de esos años resalta más claramente si se recuerda que uno de sus rectores –justamente el que encarnó con mayor austeridad e intransigencia los principios de libertad de cátedra y autonomía- fue Manuel Gómez Morín, el creador del Partido Acción Nacional. La fundación de ese partido –sin descontar la influencia de Maurras y de su
Action Française- “se debió”, dice Cosío Villegas, “a una condenación apresurada y, sobre todo, prematura de la acción desordenada pero revolucionaria de Cárdenas” (El Sistema Político Mexicano, Joaquín Mortiz.) En 1972 no es la derecha, asimilada por el régimen, la que se refugia en la Universidad sino la izquierda. Fracasará como la derecha pero, también como ella, no sin antes haber desfigurado a la Universidad. Aunque hablar de izquierda y derecha es sólo una figura retórica. En realidad es la misma clase media. Las “ideologías” con que, ilusoriamente, pretende definirse no son sino signos que cambian de sentido y de valor de acuerdo con su posición en el contexto. La misma clase media y el mismo problema: la ausencia de un espacio político libre, funesta consecuencia del monopolio de poder que ha ejercido el Partido oficial desde su fundación.


-Octavio Paz-
Plural, número 16, enero de 1973

jueves, 19 de noviembre de 2009

Algunas preguntas previas

Si hacemos caso a ciertas tesis filosóficas, tendremos que admitir que la Universidad Nacional, como otras cosas en esta vida, tiene una razón de ser. También es razonable aceptar las tesis filosóficas que afirman el constante cambio de nuestro entorno. La sociedad, como parte del mundo también cambia. Buscar caminos para entender las relaciones entre la Universidad y la sociedad, ambos cambiantes, es una tarea compleja.

La cuestión suele resurgir con mayor fuerza en tiempos de crisis, de problemas. La década de los 70 fue una década por demás turbulenta no sólo para la Universidad Nacional, sino para muchas universidades públicas del país. A continuación les presentamos uno de tantos artículos que reaccionaron ante aquellos sucesos que no sólo trastornaron sino que ultrajaron la vida universitaria en aquellos años. Comparativamente, después del 1999-2000, pareciera ser que nos ha tocado vivir una época más bien tranquila para la Universidad. ¿Qué sentido tiene enojarse entonces por la okupación del Auditorio Justo Sierra y otros espacios universitarios? ¿Por qué incomodarse con paros de actividades que si bien son impuestos por una minoría son de una duración “inofensiva”?

Así, antes de comenzar la compleja tarea de entender el lugar de la Universidad Nacional, podemos comenza preguntándonos, como Gastón García Cantú lo hacía en 1973:

¿Qué universidad se desea?


1. Los delincuentes, en la Universidad, no pueden ser, ni un día más, impunes ante la Ley.
No se trata de desafueros cometidos por jóvenes, sino de actos tipificados en nuestra legislación penal.
La diferencia anterior es importante: la gran mayoría de los universitarios estudian e investigan y hacen uso de sus derechos civiles, en su casa de estudios, sin transgredir ley alguna.
El presente semestre académico no ha sufrido alteraciones. Salvo casos lamentables y reconocidos, los profesores e investigadores cumplen sus deberes.
La Universidad no tiene problemas que los propios universitarios no puedan resolver.
Ahora como en el pasado, podemos demostrar, a quien desee conocer la vida universitaria, que el compromiso contraído con el país y con la conciencia de cada uno, se cumple en la medida de la capacidad personal y en relación a los medios económicos disponibles.
En cuanto institución, la Universidad de México sigue siendo, como ayer, nacional por los fines en que se apoya: educar, investigar y difundir la cultura.
No obstante, la Universidad es objeto de una violencia generalizada.

Los hechos recientes son éstos:

a) Asaltos personales en la Ciudad Universitaria y en los planteles de la Escuela Nacional Preparatoria, por grupos extraños a la institución.
b) Ocupación de la Facultad de Medicina por quienes fueron reprobados en el examen de admisión. La Universidad no rechaza a los que desean inscribirse. No hay criterios clasistas en la elección del alumnado.
c) Amenazas, asaltos, injurias e invasión de oficinas administrativas por jóvenes de las llamadas preparatorias populares pretendiendo incorporar sus centros sin acatar, en ninguno de sus artículos, el reglamento respectivo.
d) Venta de drogas, no sin extorsión y amenazas, en el campo universitario. Los narcotraficantes han encontrado refugio en la Ciudad Universitaria y en los planteles de enseñanza media para sus actividades criminales.
e) Ostentación de armas de fuego, disparos a mansalva con el fin de amedrentar a estudiantes y profesores.
f) Ocupación de las cafeterías por sujetos extraños a la Universidad, constituyendo verdaderas guaridas de hombres y mujeres.
g) Tentativa de secuestro del rector y sentencias de muerte a maestros y estudiantes que han denunciado los actos delictivos de grupos procedentes de Sinaloa.
Lo que se pretende con todo ello es configurar a la Universidad como una institución al margen de la ley y, a los universitarios, como incapaces de gobernar su casa de estudios.

2. En la Universidad no confundimos autonomía y extraterritorialidad. Jamás, autoridad alguna, ha declarado que la libertad de cátedra ampara actividades antisociales. Nunca, ni hoy ni en el pasado, se ha afirmado que los universitarios pertenezcan a un orden legal distinto al de la República.
Los universitarios no han dicho que la liberta de pensamiento, de reunirse o expresarse estén en riesgo si las leyes se aplican a quienes delinquen.
La confusión, si la hubiera, ha partido de los que están comprometidos en diversas fechorías. Tratan de encubrir sus delitos con una supuesta conducta revolucionaria, que nada tiene en común ni con las ideas ni con las aspiraciones de los que desean o proponen cambiar el actual estado de cosas en el país.
Delito e ideología no son sinónimos.
Los actos propios de los delincuentes: robar, asaltar, amedrentar, amenazar de muerte, disparar, vender estupefacientes, retener para beneficio privado o de grupo los bienes universitarios, no son actividades, en parte alguna del mundo, afines a la actividad política.

3. ¿Qué ocurre en esta aparente confusión?
Los grupos a quienes se les ha otorgado impunidad tratan de que se acepte que son los mismos estudiantes de 1968. que el porrista de hoy fue el luchador de ayer; el bandolero, el mismo que el brigadista, el que exigía la derogación del 145 y el 145 bis y el cese del Jefe de la Policía, idéntico al que, ahora, coacciona para obtener dinero o vender drogas.
Confundir es parte de una política represiva. Crear el caos donde se hacen esfuerzos diarios por superar el destino afín a un programa de sometimiento de los verdaderos universitarios.
Los delincuentes han realizado una labor que ni la más corrompida policía, ni los miles de soldados que ocuparon la Universidad en septiembre de 1968, hicieron: disparar contra los edificios para humillar a la Institución, vejarla simbólicamente; anunciar que no hay límites para sus actos.

4. En 1968, Javier Barros Sierra luchó porque los fines y alcances de la autonomía no fueran ignorados ni desvirtuados. Libró su empeño dentro y fuera de la Universidad. Distinguió, sin equívocos, al estudiante del provocador; al estudiante del delincuente policiaco. Su denuncia no sólo es una de nuestras mejores páginas políticas, sino severa advertencia ante el peligro de que la Universidad, por incomprensión y olvido del gobierno y los universitarios, desaparezca como institución educativa.
En 1972, Pablo González Casanova no transigió al conminársele para convertirse en cómplice del Ministerio Público. Aclaró, oportunamente, que la Universidad no estaba al margen de nuestro Derecho positivo. No confundió al universitario con el delincuente. Sus denuncias respecto de las agresiones a otras casas de estudio contribuyen al esclarecimiento de problemas nacionales irresueltos. Su renuncia contiene un programa universitario que sólo los universitarios podrían realizar.
En 1973, Guillermo Soberón ha denunciado lo que se pretende que satisfaga el rector y declarado, una y otra vez, que la Universidad no está al margen de las leyes vigentes; que el acatamiento de la ley, que no está en manos de los universitarios hacer cumplir, está convirtiendo a nuestra casa de estudios en refugio de delincuentes. En tales condiciones, he reiterado el rector, la Universidad no puede sobrevivir como institución docente.
Habría sido fácil para el rector, si pudiera prescindir de sus valores morales, decir sí a lo que se le exige; aceptar lo ilícito; admitir a los reprobados; incorporar centros marginales; legitimar lo indebido.
Decir no, era elegir el camino en que abundarían injurias, amenazas personales y calumnias.
Cuando el ejemplo más frecuente está en aceptarlo todo para acomodarse en la situación presente, rechazar y resistir era lo difícil; pero también es lo universitario. Se afirma que el rector se rodea de porros; que los emplea; los usa, los manda. El hecho de que sean precisamente bandas de forajidos los agresores, demuestra que no ha aceptado ni transigido en lo que le piden. Los delincuentes atacan ahora, como en 1968 y 1972, porque no son reconocidos; porque se les ha señalado y consignado ante las autoridades judiciales.

La Universidad tiene conflictos que no derivan de su actividad, sino de la que se le impone desde afuera. Los problemas universitarios, muchos de los cuales incluyen la deslealtad, el espionaje, la delación, la irresponsabilidad y el abandono de funciones, pueden resolverse uno tras otro, pero…
¿Cómo luchar contra sujetos armados y enloquecidos por las drogas?
¿Cómo evitar los actos para los que están amparados, hagan lo que hagan?
¿Cómo defender una institución universitaria: armando a los estudiantes; organizando a los profesores en guardianes del orden?
¿Cómo impedir la venta de drogas en el campus universitario?
¿Cómo proteger a lo jóvenes del amedrentamiento del que son víctimas?
Lo ocurrido en 1968 ha ido en aumento hasta reventar en las últimas horas.
Estudiar bajo amenazas es difícil. Investigar, en tales condiciones, más difícil aún. Perseverar, a pesar de todo, en la obra propia de la cultura, una hazaña intelectual.
Nadie, en lo personal, y ninguna institución en lo colectivo, merecen ese trato de los encargados, por ley, de cumplir y hacer cumplir las leyes.
¿Se desea que el rector Guillermo Soberón renuncie?
¿Se pretende transformar la Universidad?
¿Se ha decidido que el delincuente muestre a miles y miles de jóvenes cuál es el verdadero estado legal de su país?
¿Qué se espera de la Universidad para que así se la humille y quebrante?
¿Se aspira a abolir la crítica social?
¿Se busca castigar en la joven generación sus ideales de mejorar la vida de México?
¿Se prefiere una Universidad sumisa, silenciosa, acrítica, desnacionalizada, autónoma sólo en apariencia?
De ser así, no servirá más para crear una nación verdaderamente independiente.

-Gastón García Cantú-
Excelsior, 3 de agosto de 1973.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

La tolerancia de la posmodernidad: que decida la minoría

Ahora que están de moda los sindicatos y que la UNAM entró en paro de un día gracias a que los conscientes miembros del STUNAM concluyeron que ése era el mejor modo de apoyar al SME (después de, estoy seguro, horas de intenso raciocinio), les presentamos hoy un artículo del filósofo Alejandro Rossi. El artículo es de hace muchos años. Más de uno se preguntará la relevancia de publicarlo en este espacio de crítica a la okupación del auditorio Justo Sierra. Pensamos que tener presentes los principios que sustentan la tarea de nuestra Universidad en la Nación tienen como consecuencia no sólo estar conscientes de lo inadmisible de la okupación sino estar conscientes de otros problemas... pero de eso hablaremos otro día.

Vea aquí el boletín de la Dirección General de Comunicación Social de la UNAM.

La minoría prepotente


Junio es un mes cruel para la Universidad. Las primeras lluvias, la humedad creciente, el olor a tierra mojada tal vez desencadenen urgencias obscuras e incontrolables, delirios napoleónicos, fantasías leninistas, visiones heroicas aunque un poco estúpidas, fiebres martiriales y también deseos de sentarse en los corredores vacíos de las facultades y cantar juntos -durante las frígidas horas de la madrugada—alguna tristísima canción boliviana o una linda cueca chilena. Acepto la importancia de esas emociones nocturnas, pero reconozco que a veces conviven con las ideas más bobas. Guardemos las guitarras y olvidemos por un momento el brillo de los ojos. En el conflicto universitario hay algo más que cabelleras al viento. Hay –esto es lo esencial- una minoría que pretende imponer un proyecto académico y político. El Sindicato del Personal Académico de la UNAM (SPAUNAM) era una minoría en Junio de 1975 cuando exigió la firma y, claro está, la titularidad de un insensato contrato colectivo. En Junio de 1977 sigue siendo una agrupación minoritaria: sus afiliados no pasan de 3500. Y el personal académico de la Universidad de México llega casi a los 18,000. Durante parte de 1975 -lo admito- el SPAUNAM intentó, aunque desganadamente, ganar adeptos por medio del convencimiento y las explicaciones. Pero muy pronto abandonaron ese camino y eligieron -16 de Junio de 1975- la técnica de la fuerza, es decir, la huelga minoritaria, es decir, las barricadas, es decir, las consignas ampulosas y el desprecio por la opinión de las mayorías. Es muy fácil paralizar la Universidad: son suficientes unas cuantas piedras para que no transiten los automóviles y unas cuantas personas en las entradas de las escuelas y facultades. A eso se le llama -en la corrupta semántica del SPAUNAM- una huelga universitaria. El multado de aquel proceso fue la firma de las llamadas “Condiciones Gremiales del Personal Académico”: de un lado los representantes de la Universidad y del otro el SPAUNAM y un conjunto muy variado de Asociaciones. En esos acuerdos la Universidad logró -aunque hubo sin duda algunos deslices menores- deslindar los aspectos académicos de los específicamente laborales. Los primeros, para usar la terminología aceptada, no eran negociables; en cuanto a los segundos, se establecía un procedimiento de revisión. El SPAUNAM, con buen olfato publicitario, desenfundó las guitarras, llamó a sus oradores y les recomendó que convirtieran un triunfo parcial en una victoria aplastante. Y que, por favor, no dejaran de mencionar la inevitable “aurora roja” y la “gallarda juventud”.

A finales de Junio de 1975 todo indicaba que el SPAUNAM se transformaría con el tiempo en la agrupación académica más poderosa dentro de la Universidad. Le sobraban ventajas: franco apoyo gubernamental, ayuda decidida de la dirección del STEUNAM -el Sindicato de los Trabajadores y Empleados Administrativos- y, naturalmente, del Partido Comunista. Una curiosa combinación de pornografía política. Por otra parte los dirigentes del SPAUNAM dedicaban su tiempo completo al trabajo sindical, una vocación honorable, de acuerdo, pero diferente a la enseñanza y a la investigación. Parecía, pues, que las otras Asociaciones –surgirdas casi todas ellas como reacción al SPAUNAM e integradas por profesores más interesados en el trabajo académico que en el activismo político- no podrían competir frente a una organización profesional que contaba, además, con padrinos tan robustos. Parecía, digo, que el SPAUNAM, más allá de intenciones subjetivas, se encontraba en una posición privilegiada para alcanzar la hegemonía sin necesidad de otros actos de fuerza. Y, en efecto, al reunirse el SPAUNAM y las Asociaciones en enero de 1976 con el objeto de revisar los salarios, el Sindicato del Personal Académico presentó el mayor número de afiliados: 3263 contra 2965. Y por consiguiente, -así se había pactado en las “Condiciones Gremiales”- ejerció la representación del personal académico. Ni las autoridades universitarias ni las múltiples Asociaciones objetaron ese resultado. Fue, tal vez, el momento estelar del SPAUNAM. Una situación favorable que no supieron consolidar a lo largo de 1976. Es posible que les aburriera la lenta y cotidiana tarea de convencer a sus colegas universitarios; es posible que carecieran de buenos argumentos, pero también es posible que en el fondo despreciaran esos métodos y sólo creyeran en la técnica de la intimidación y en la política de las alianzas externas. En una palabra: no entendieron la lógica de la lucha sindical universitaria y actuaron como una vanguardia de partido. La clientela ultraizquierdista -incómoda incluso para el SPAUNAM- aceleró el proceso. Al confrontar nuevamente sus votos en enero de 1977, el SPAUNAM resultó minoritario: acreditó 3547 agremiados contra 5139 de la coalición de Asociaciones. No aceptó la derrota y entre aspavientos y amenazas desconoció los Acuerdos de 1975. Sin duda pensaron que la democracia es válida sólo cuando yo gano. Desde ese momento renunciaron definitivamente a la legitimidad mayoritaria y recurrieron por segunda vez a la prepotencia política. “¿Qué hacer?” se habrán preguntado imaginándose que también ellos viajaban hacia Finlandia en el famoso tren blindado. ¿Qué hacer, en efecto? Tácticos instantáneos -el pensamiento retrasa la acción- el primero de abril anunciaron la buena nueva: nos fusionamos con el STEUNAM para constituir un Sindicato único, el STUNAM, y reclamamos la firma de un contrato colectivo que incluye el del antiguo STEUNAM y aquel otro -adjetivo más, adjetivo menos- que no pudimos imponer ni en 1975 ni tampoco hace dos meses. ¿No quieren firmarlo? Está bien. El 20 de junio entramos en huelga.

Con esa decisión la directiva del STEUNAM se ha jugado cinco años de progresivas conquistas laborales. La explicación no debemos buscarla ni en la caridad sindical ni en la defensa de sus agremiados. Los trabajadores y empleados de la Universidad nada obtienen con la creación del nuevo sindicato. No creo exagerar si escribo que el noventa por ciento de ellos ignora las causas de la huelga. Los dirigentes del STEUNAM perpetúan así las prácticas autoritarias del sindicalismo oficial mexicano. La misma escuela, la misma letra, el mismo lema: yo pienso por ti. No hemos avanzado. En este caso lo importante es recalcar que la huelga estalló por una resolución de la dirección del Sindicato y del Partido Comunista. La “base” no intervino. No hay estrategia sindical, hay estrategia de partido. El SPAUNAM, sin embargo, no renuncia al lenguaje democrático. Según ellos, la fusión con el STEUNAM los ha convertido, automáticamente, en una mayoría. Soberbio ejemplo -imagino- de aquel inolvidable “salto cualitativo” que tanto impresionó a Cantinflas y a Beria. Esa broma sugiere que aún las más maliciosas almas liberales debieran inclinar la cabeza y aceptar, con mansedumbre electoral, la contratación colectiva del personal académico. Pero la realidad, para suerte o para desgracia nuestra, es menos mágica: si el SPAUNAM es minoritario respecto a los profesores e investigadores de la Universidad, no puede decidir quién será el representante legal de la totalidad del personal académico. Es terrible, lo sé, pero una minoría es una minoría. No puede decidir, por consiguiente, que un nuevo Sindicato, compuesto por el STEUNAM y por un grupo de profesores, sea el que ejerza la titularidad de un contrato colectivo que abarca -perdónenme la repetición-- al conjunto del personal académico. Ni el STEUNAM -porque no le compete-, ni el SPAUNAM -por ser tan pocos- pueden ordenar que se tomen en cuenta los votos de los trabajadores para resolver asuntos académicos. La conclusión, entonces, no es difícil: el SPAUNAM no busca la unión sindical para legalizar de alguna manera sus peticiones, sino para tener mayor fuerza. Para forzar la puerta que sus 3,500 votos le cerraron. Para poder entrar en huelga.

El anterior gobierno es en gran medida, el responsable del conflicto actual. Por un lado fomentó el sindicalismo universitario -quizá para llevar a cabo su eficacísima lucha contra la derecha- y, por otro, impidió que se legislara sobre las relaciones laborales. Durante más de cuatro años el rector Soberón ha padecido esa contradicción que sólo procrea aventurerismo político. Ignoro cual será la solución del problema universitario. Pero sí sé lo que quiero: que no se imponga la minoría prepotente. Espero, además, que el gobierno entienda que la Universidad no debe entrar en ninguna estrategia de reforma política y espero, sobre todas las cosas, que no haya violencia.

Alejandro Rossi

1 de julio,1977



Publicado en Vuelta, número 9, agosto de 1977.