Mostrando entradas con la etiqueta Guillermo Sheridan. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Guillermo Sheridan. Mostrar todas las entradas

martes, 28 de septiembre de 2010

Una UNAM libre

En estos días de centenario universitario se ha producido en la prensa una avalancha de artículos sobre la UNAM. Como sabemos, Sheridan ha criticado muchos aspectos de nuestra (de su propia) casa de estudios, sin necesidad de esperar festividades. Nosotros hemos sido mucho más modestos, por ahora, en nuestras aspiraciones, que el Dr. Sheridan en esta columna. Como saben, este sitio está dedicado al tema de la necesidad de un Auditorio Justo Sierra libre. Reproducimos un artículo en el que Guillermo Sheridan expone aquello que según él constituye un pesado lastre para la UNAM.

Una UNAM libre

Cuando acompaña a comer a funcionarios a “La Cava”, la UNAM es una dama pomadosa. Cuando milita junto a los activistas justicieros se convierte en una Madre Coraje con boina. Es la Amante Curvilinea del acadestrativo mediocre y perpetuo que mete a la nómina a toda su familia. Es una Compañera Rojinegra que apoya las “luchas sociales” de su sindicato. Es la Musa de la Diamantina que los cursis convierten en “la conciencia y el corazón de México”. Es la Edecán mañosa que conoce las puertas para ingresar al Poder. Es la Tarta de Limón que tararea desafinadamente Carmina Burana… 

La UNAM es una multitud de personajes cuyos usuarios le ponen el traje que más les conviene. Pero entre ese baile de disfraces está la verdadera: una sabia cubierta de tiza y tinta, aromada de laboratorio, modesta y callada, que practica su vocación sin utilitarismos interesados. 

La UNAM necesitaría liberarse de sus usuarios no académicos, “despolitizarse” y “academizarse”, como propuso famosamente el rector José Sarukhán en 1988. No, dicen los usuarios, al contrario: hay que politizarla más. (Apenas ayer, Víctor Flores Olea, ideólogo obradorista, festejó el centenario de la UNAM diciendo que “el rechazo del orden existente… es hoy la función más respetable de la Universidad, la única posible”.) La UNAM debería lograr que incumplir sus objetivos generales suponga el éxito de proyectos privados. Estos usos y proyectos políticos parece superior a la voluntad de la UNAM por ser ella misma sujeto de su propia inteligencia. Cautiva de sus usuarios políticos, la UNAM es a tal grado autónoma que le está vedado reformar temas externamente urgentes y postergados.

La autonomía no es sólo la autoridad que posee la UNAM para darse sus propios reglamentos, sino la obligación que tiene de evaluar su realidad, optimizar sus recursos y sus responsabilidades. Pero a la vez carece de reglamentos contra el voluntarismo de sus usuarios. Es decir: tiene la autonomía para modificarse, mas no la suficiencia política para instrumentar sus modificaciones. Su libertad está comprometida. Y si a pesar de esta servidumbre puede producir inteligencia, investigación, graduados, ya se puede pensar en lo que podría hacer con el usufructo cabal de su libertad.

La eficiencia de la UNAM debería considerarse prioridad nacional. Los trabajadores, alumnos y funcionarios no pueden contravenir las obligaciones que le patrocina el pueblo. Los académicos tenemos que hacer valer nuestra superioridad moral y nuestra dignidad sobre cualquier otra instancia universitaria y sobre cualquier poder que no sea el del saber meritorio.

Pero no hay manera de optimizar el desinterés individual -y, por tanto, la función social de la UNAM- si no es colocando a la academia sobre cualquier otro poder, en especial el poder que sustituye la responsabilidad y la racionalidad académicas por los usos políticos. Esto es, desde luego, impensable. En aquel mismo discurso de 1988 dijo el rector Sarukhán que era esencial “una universidad donde el académico sea el personaje central”. Es triste que en la universidad que hoy festejamos, esto, tan obvio, no sea del todo así.

Guillermo Sheridan



Hemos cambiado la modalidad de los comentarios a "moderación necesaria", debido a que algún chistosito colocó códigos XSS aparentemente maliciosos en los comentarios del Coliseo y en lo que averiguamos que tan inseguro puede ser blogger bajo el ataque de esos códigos, mejor impedimos que aparezcan en sus computadoras.

martes, 3 de agosto de 2010

Que no le digan, que no le cuenten... pásele, puro producto de calidad, ¡garantizado!

Como decía la semana pasada, no me detendré a intentar convencer a los potenciales nuevos lectores de que ésta es la mejor causa ni mucho menos. En primer lugar porque, si esperar "acción directa" o algún tipo de apoyo de la gran masa de estudiantes y profesores, "veteranos" y "enterados" del asunto, se ha vuelto una esperanza más bien cándida, entonces esperarlo de los nuevos alumnos no sólo es más cándido sino además abusivo. Segundo, porque la UNAM tiene problemas mucho más importantes que, tristemente, el del auditorio okupado y olvidado; al que alguien pensó sería buena idea dar el nombre del fundador de esta institución.

Ciertamente, seguimos sosteniendo que aunque los problemas más urgentes están en otra parte, dice mucho de nosotros -cuando menos de la comunidad de humanidades- el estado de la cuestión y su eventual desenlace.

Y para que no le digan y no le cuenten, compartimos con ustedes una entrevista que apareció en el  pasado mes de julio en la revista Letras Libres con el maestro Guillermo Sheridan. En esta entrevista Sheridan toca de nuevo muchos de los graves problemas que vive nuestra institución. La lectura requiere dedicarle cuando menos unos 40 minutos. En estos días de comienzo de ciclo escolar, de estudiantes no admitidos, de luchas presupuestales; no es baladí dedicarle reflexión y autocrítica a nuestra casa y a nosotros mismos como universitarios. Lea si guste y reflexione.


"Si uno se asoma a la oficina de desarrollo tecnológico de la Universidad de Harvard se encuentra con una enorme tienda de patentes e inventos. No nos podemos resignar a ser un país consumidor de patentes foráneas. Tampoco a que las universidades privadas se limiten a educar administradores locales de esas patentes, ni a que las públicas produzcan sólo mexicanos conscientes que lo denuncien a perpetuidad."


A diferencia de otros "críticos", usted puede consutar en la red las credenciales del profesor Sheridan pues sano es saber a quién escuchamos decir qué.

martes, 12 de enero de 2010

Sobre nuestro centenario

Nuestro involuntario colaborador, Guillermo Sheridan, publicó el 5 de enero en El Universal la siguiente columna, que también pueden leer y comentar en su propio blog de la revista Letras Libres. Con motivo de nuestro próximo centenario, los 100 años de la Universidad Nacional. Aquí les va:


Otro Centenario

2010-01-05

Al cumplir el mes pasado dos años como rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el Dr. José Narro Robles hizo una crítica de la enorme, compleja, imprescindible institución. Me parece laudable. La UNAM está obligada a la autocrítica: sólo en la medida en que sea capaz de conocerse con inteligencia y honestidad, de enfrentar sus deficiencias, detectar sus errores y reconocer sus fallas, cumplirá su misión con honestidad e inteligencia.

En tiempos en los que se habla alegremente de “refundarlo” todo, y en el año de su centenario, hace bien el rector en recapacitar en las fortalezas y debilidades de la UNAM, para evocar el título de la evaluación que realizó el rector Jorge Carpizo en 1986, aquella severa crítica (“una universidad gigantesca y mal organizada”) que se diluyó en un congreso eterno y estéril, saboteado por las fuerzas políticamente “progresistas”, pero académicamente conservadoras, aposentadas en la UNAM. Triste cosa: hoy persisten debilidades idénticas a las señaladas en 1986, como que haya facultades y escuelas en las que la eficiencia terminal de licenciatura sea de apenas el 10%. Y hay otras que siguen ahí, aunque no se mencionen, como la preeminencia de las consideraciones políticas sobre las académicas.

“Aún falta mucho por hacer”, dijo el rector. Suenan bien estas palabras cuando se refieren a la UNAM. Le contagian realidad y prudencia a una institución orgullosa y propensa a celebrarse y cantarse a sí misma. El rector juzgó que es menester aumentar la movilidad académica en el escenario internacional; que es necesario crear fuentes de financiamiento, como las becas-crédito; que la cantidad de patentes logradas por la investigación universitaria es mínima (dos de cada 100 el año pasado); que falta seguridad en algunas instalaciones; que la enseñanza de idiomas no rinde frutos adecuados; que se necesita mejorar la vinculación de la investigación con el sector productivo; que es necesario renovar la planta académica; que es imperativo fomentar una “actitud emprendedora” entre sus estudiantes.

El rector, que practica un protagonismo importante en el escenario político nacional, aporta la positiva señal de que el buen juez por su casa empieza: ordenó a los directores ahorrar recursos controlando el uso de teléfonos celulares, vigilando la compra de gasolina y los gastos de representacion, cancelando las reuniones foráneas, las “comidas y actos de fin de año” y la adquisición de nuevos vehículos y mobiliario (que la UNAM le entregue automóvil, chofer y gasolina a sus decenas de bien pagados directores no va con los tiempos, pero menos aún con una universidad pública y gratuita). Y deploró que la UNAM no haya logrado recuperar para su comunidad el auditorio “Justo Sierra” de la Facultad de Filosofía y Letras, expropiado hace diez años por un puñado de empresarios privados dedicados a la compraventa de religión e ideología. Un precio elevado para la lección no aprendida sobre la facilidad con que la UNAM suele sucumbir a las necesidades y estrategias del voluntarismo.

Criticar a la UNAM, sobre todo desde el interior de la UNAM, es un ejercicio de básica higiene intelectual. Es extraño celebrar por extraordinario algo que debería serle sustancial. La autocrítica, en una universidad pública, no es conducta optativa, sino definitoria: le suma lucidez a su proyecto, afina su responsabilidad, explica el patrocinio del Estado.

Gracias, Sr. Rector, por poner el ejemplo.
-Guillermo Sheridan-


lunes, 16 de noviembre de 2009

Octavio Paz y los problemas universitarios

Antes de presentarles las entregas faltantes de Los Misterios del Pedregal que inauguraron la Grilla Ilustrada, les presentamos el siguiente texto de Guillermo Sheridan, invitado recurrente de este blog. En este texto Sheridan repasa la manera de ver los problemas de la Universidad por parte de uno de los más distinguidos pensadores mexicanos: Octavio Paz.

Asimismo, Sheridan responde con sencillez y claridad a la pregunta de por qué él se ha ocupado tanto de hablar sobre estos problemas. Más de una vez se nos ha cuestionado por hacer este trabajo: desde los adversarios que nos consideran enemigos del libre pensamiento y las ideas revolucionarias, hasta los amigos que consideran que esto es pérdida de tiempo en el mejor de los casos, actividad riesgosa en el peor de ellos, según la opinión de los más precavidos. Simple y sencillamente consideramos que no guardar silencio puede ser de alguna ayuda.

Octavio Paz y la Universidad
por Guillermo Sheridan

Más de una vez, Octavio Paz me pidió que le explicara por qué me interesaba tanto la Universidad. Yo contestaba: “porque vivo en ella”.

Luego de un rato, me interrumpía: “A nosotros nos interesó el asunto de la Universidad. Leímos con emoción Misión de la universidad, de Ortega, y tratamos de...” Un segundo más tarde estaba discutiendo a Ortega y ya se había olvidado de la Universidad.

Hacía tiempo que no le interesaba: ni era un problema, ni tenía solución. Tenía la impresión de que la Universidad mexicana padecía defectos semejantes a los de la intelligentsia: no utiliza las armas intelectuales de la crítica, el examen y el juicio. Y mucho menos la autocrítica. Paz no entendía que esas virtudes pudiesen escasear tanto en una institución que nació por ellas y para ellas. La falta de esas virtudes propició que la política mexicana convirtiera a las universidades en armas de combate, desde los tiempos en que la clase media conservadora aspiró a crear en ellas un bastión contra la “educación socialista” posterior a Vasconcelos y a la reforma del artículo tercero. Su resumen era lacónico y elocuente: las universidades no derrocaron al gobierno, pero casi logran desaparecer. Los comunistas, más tarde, recurrieron a las mismas tácticas con los mismos resultados. El resultado era evidente: “el nivel académico de nuestras instituciones de educación superior amenaza con convertirse en uno de los más bajos del mundo”.

Le parecía que la ruta de la crítica en el claustro a la arena de los gladiadores se llevaba entre las patas la calidad de la inteligencia que la Universidad debía redituarle a quien la patrocina. Volver a las universidades escenarios sentimentales y alternativos de una mistificación revolucionaria (lo que llamaba “blanquismo guevarista”) había terminado por cancelar su eficiencia académica. La única solución que veía era trasladar esa lucha política de las universidades a un “espacio público abierto”, es decir, al escenario de la democracia. Pero si las universidades eran las herederas de las aspiraciones de apertura del movimiento del 68, habían preferido también trasladar las responsabilidades de la democracia “a la representación -drama y sainete- de la revolución en los teatros universitarios”.

La última vez que Paz se atareó con el problema universitario fue en julio de 1977. En un artículo titulado “La Universidad, los partidos y los intelectuales”, se enfrentó a la nueva realidad de que ya no eran los académicos ni los estudiantes los que se asumían como “vanguardia del proletariado” en el vicario escenario histórico de la Universidad y la convertían en arma de combate, sino (¡imanes de Garizurieta!) su sindicato. El STUNAM había paralizado a la Universidad sólo para claudicar ante la firmeza del rector Soberón, que se negó a hipotecar la libertad de pensar a las necesidades tácticas del Partido Comunista.

Paz procuró de nuevo explicarse la peculiaridad (“casi única en el mundo”) de las razones por las que el fracaso del activismo del Partido en los territorios que le deparaban la historia y la teoría -el campo, las fábricas- se trasladaba con tal facilidad y empeño al de las universidades. Explicó con lucidez que se debía en parte a que el vacío dejado por la “explosión libertaria”, apartidista, del 68, había sido acaparado por el PC, el único partido que poseía “cierta coherencia ideológica” (lo mismo que habían hecho los conservadores después de 1929).

Las observaciones de Paz aún tienen vigencia. Hacer de las universidades un laboratorio propicio a la experimentación revolucionaria o social, como lo hizo durante años el PC, supuso una comodidad tan garantizada que rozaba la cobardía; una certeza contradictoria con los riesgos y la inteligencia de sus maestros ideológicos y tácticos. La historia del involucramiento del PC en las universidades no se ha escrito, y debería hacerse sobre todo en vísperas del trigésimo aniversario de la matanza de Tlatelolco.

Pero éstos son también los tiempos en los que la democracia ya debería haber convocado el actuar de los universitarios a la palestra más responsable, y arriesgada, de la plaza pública que Paz imaginó hace treinta años, como única solución a la quimera del involucramiento de la izquierda en las universidades.

En las universidades públicas aún hay fuerzas que aspiran a diferir la responsabilidad que supone actuar en esa plaza pública hasta el momento, el 2000, en el que esperan que la plaza esté bajo su control como una condición para ingresar a ella. Es como aceptar ingresar a un debate a condición de que sea en mi casa y el interlocutor esté mudo. El empeño en seguir capitalizando los beneficios de controlar el potencial explosivo de la Universidad con esa meta es otro acto de cobardía, una vez más disfrazada de táctica política, que propicia el riesgo de que a la Universidad no la conduzcan quienes quieren que piense, sino que la secuestren quienes desean que actúe.

Paz apostó siempre, en el tema de la Universidad como en cualquier otro, a la crítica y a la disensión. El silencio expectante que comentaristas y editorialistas guardan ante los problemas académicos, estudiantiles y sindicales de las Universidades mexicanas se convierte en cómplice de su inoperatividad y alienta los oportunismos. Dijo Paz a los intelectuales que condonaron la conducta del STUNAM en 1977:

«decir cuatro verdades al adversario es relativamente fácil; lo difícil es decírselas al amigo y al aliado. Pero si el escritor se calla, se traiciona a sí mismo y traiciona a su amigo... ¿Los escritores han dejado de ser las tapaderas de los antiguos caudillos para serlo de los secretarios generales?»

La discusión sobre el tipo de universidades que necesitamos se ha convertido en una indolencia satisfecha para todas las partes involucradas. Es un caso más frente al de decir: llevamos setenta años diciendo que las cosas ya no pueden seguir así. Hoy que la mesa está puesta otra vez para que el nuevo proyecto del rector entre en conflicto con las viejas pasiones de la izquierda, convendría repasar los artículos de Paz sobre la Universidad y su invitación a la independencia, al realismo y a la imaginación.

Vuelta, 259, junio de 1998.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Por donde le busquemos: estamos en buenas manos

Uno de nuestros más respetados colaboradores nos hizo llegar hace algunos días el siguiente texto del maestro Sheridan. Apareció el martes 10 de noviembre en El Universal. Se los dejamos junto con la entrada anterior del fallecido maestro Alejandro Rossi, que no sé si alguien leyó.

¿Recuerdan la preocupación de don Octavio Paz en el comienzo de la década de los setentas respecto a que se conformara un sindicato con las características que se preveían en aquel entonces? ¡Qué equivocado estaba! ¡Demos gracias porque contamos con el STUNAM! Vamos pues, dedicado a los combativos chavales del CCH Azcapo, que allí "nací":


Acciones previstas

Algún combativo diario publicó la semana pasada una noticia titulada “Estudiantes confían en que la UNAM completa se sume al paro nacional” (se trata de un periódico tan sensible que puede, con el mismo encabezado, dar la noticia y predecir el futuro). En fin. La noticia narra la forma en que “los estudiantes” recorren desde la semana pasada la UNAM realizando “mítines para sensibilizar a la comunidad” sobre una serie de “acciones previstas”, es decir, sumarse al llamado paro cívico nacional que deberá estallar mañana en protesta contra lo que consideran un agravio al Sindicato Mexicano de Electricistas (SME).
No deja de ser interesante que haya estudiantes previamente sensibilizados que deben sensibilizar a los estudiantes que son tan insensibles que es menester sensibilizarlos. Tampoco deja de ser interesante –a pesar de la frecuencia con que sucede— que unos cuantos ideólogos de la UNAM, así como los líderes de su sindicato, se hallen a tal grado sensibilizados como para presumir que las acciones que prevén, por el mero hecho de ser ellos quienes las prevén, ya contienen la voluntad de los demás, sensiblizados o no.
Para justificar ese voluntarismo, las “acciones previstas” transitan por un proceso democrático que consiste en improvisar una asamblea y realizar una votación sobre si se toman o no las acciones previstas. Media hora después, las acciones previstas ya se graduaron (con honoris causa) a “voluntad popular mayoritariamente expresada de manera democrática”.
Hay ocasiones, sin embargo, en que las acciones previstas se convierten en voluntad popular sin votación previa en una asamblea o, para el caso, sin haber sido antes acciones previstas. Por ejemplo, la semana pasada un grupo de activistas sensibilizados cerró el Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) Azcapotzalco en una pequeña asamblea llevada a cabo a altas horas de la noche previa a la acción prevista.
Hoy en la tarde —pero más seguramente durante la noche— los estudiantes sensibilizados llevarán a cabo asambleas para organizar las votaciones que decidirán cuáles dependencias de la UNAM se habrán de sumar al “paro cívico nacional” cerrándose a sí mismas.
El tiempo en que esas dependencias permanecerán cerradas dependerá, claro está, de qué tan sensibilizada resulte la “megamarcha” que se llevará a cabo mañana, convocada por el SME y/o el Movimiento en Defensa de la Economía Popular, el Petróleo y la Soberanía, un movimiento propiedad del Lic. López Obrador.
Otras acciones previstas para mañana en el ámbito de la educación superior incluyen “paros activos y paros totales” en las instituciones cuyos sindicatos están afiliados, tal el de la UNAM, a la Coordinadora Nacional de Sindicatos Universitarios y Educación Superior (CENSUES), como la UAM, el IPN, la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y la Universidad Pedagógica Nacional. Una “acción prevista” especialmente sensibilizada es la que llevará a cabo la Universidad Autónoma de Chapingo, que realizará “una apertura de casetas” en las autopistas.
En todo caso, y dure lo que haya de durar (la última vez duró 10 meses), es una pena que cierre la UNAM, o parte de ella, pues como es sabido, el futuro de México es impensable sin la máxima casa de estudios.
Por otro lado, dentro de esa pena hay una alegría: el cierre habrá sido decidido democráticamente.
Como siempre.
-Guillermo Sheridan-

martes, 8 de septiembre de 2009

Los antecedentes

Como había sólo mencionado anteriormente, al llegar el nuevo rector en 1997, Francisco Barnés de Castro, se pusieron en marcha varios proyectos de índole académico en el interior de la Universidad. No creo que haya muchos que hoy evoquen con algún sentimiento favorable el recuerdo del Dr. Barnés. Sólo lo menciono porque habrá más de uno que al leer las siguientes líneas asumirá que lo que sigue es una apología del ex-rector.


Un amigo médico me dijo alguna vez, desde la perspectiva que le otorga su experiencia profesional, que pretender cambiar el modo de hacer las cosas en este país "está cabrón". Siempre va a encontrarse uno varios obstáculos. Desde aquellos sectores a quienes repugna la idea de hacer las cosas de manera distinta a como están acostumbradas hasta los oportunismos políticos que están siempre al acecho. De cualquier modo, la oposición por lo regular no encuentra un fundamento en la naturaleza y características de lo que está a discusión, es decir, un fundamento pertinente.


De esto nos habla a continuación Guillermo Sheridan, un incisivo crítico de lo que pasa en la UNAM. El siguiente texto apareció en julio de 1997 en la revista Vuelta y después en el libro Allá en el campus grande donde se recogen varios de sus escritos alrededor del conflicto de 1999-2000 en la UNAM.

Cárdenas y Barnés: la disputa por la UNAM

Al poco tiempo de haber sido elegido jefe de gobierno del Distrito Federal, Cuauhtémoc Cárdenas se pronuncia en contra de las reformas promovidas por el rector Francisco Barnés de Castro.


La Universidad Nacional Autónoma de México vive un momento interesante: el inminente enfrentamiento entre el doctor Barnés, que quiere reformar la UNAM, y el ingeniero Cárdenas, que quiere reformarlo todo menos la UNAM.

Las primeras reformas del rector: la Universidad se deslinda de las llamadas «prepas populares» y concluye una mascarada de chantajes que se prolongó durante lustros; se toman medidas para acabar –otra vez- con los fósiles y su disposición para el caos patrocinado; se arrasa con la mediocridad institucionalizada que ampara el «pase automático». Tras estos tres hechos se puede leer una sola intención: impedir que circunstancias de utilidad política fugaz para algunos se perpetúen en reglamentos académicos para todos.

Las propuestas del rector son insuficientes, pero prometedoras. El pase automático fue una enorme tontería que averió durante años la eficiencia de la UNAM; si el pase reglamentado no es enorme, no deja de ser una tontería, pues al igual que el otro, somete a lo burocrático lo que debería ser sólo académico. (El graduado con siete de la preparatoria de la UNAM podrá ocupar el sitio que se le negará al graduado con diez de una «ajena» a la UNAM. Decir que el graduado de la preparatoria de la UNAM tiene prioridad es insostenible: toda preparatoria del Distrito Federal está incorporada a la UNAM; si el sello de la UNAM está en sus certificados de estudios, todos los bachilleres deben de ser iguales en el proceso de selección y disputarse el honor de merecer el patrocinio del pueblo, sin ningún distingo.)

El rector denunció el clasismo políticamente correcto que propone que la UNAM debe por principio preferir al mediocre de bajos recursos, por el simple hecho de serlo, sobre el listo de clase media o alta:

«De ninguna manera podemos aceptar el falso supuesto de que por destino o genética los menos favorecidos están condenados a ser estudiantes de segunda o profesionales de tercera. Repetir constantemente que los estudiantes con desventajas económicas y sociales son víctimas impotentes predestinadas al fracaso escolar; no sólo es un juicio falso y tendencioso, sino también una condena que les roba su autoestima, aniquila sus esperanzas y asesina su futuro.»

Pero entonces ¿por qué éste énfasis en las causales de tipo social no se contagia, con mucho mayor razón, a las de tipo burocrático? El rector afirmó que los estudiantes que ingresan a la UNAM deben ser «entusiastas, enérgicos e inteligentes», más allá de la clase social que padezcan o de la que se vanaglorien. Es su manera de decir que la UNAM es pública, pero no popular.

En «Misión de la universidad» (Revista de Occidente, Madrid, 1930, p.50.), Ortega y Gasset señaló que «la tarea de hacer porosa la universidad al obrero es en mínima parte cuestión de la universidad y es casi totalmente cuestión del Estado. Sólo una gran reforma de éste hará efectiva aquella».

Alegando que el Estado no funciona, se ha impedido desde hace décadas que funcione la Universidad y se le ha hecho pagar las culpas del Estado. Esto no ha mejorado al Estado, pero sí ha echado a perder la Universidad (con el agravante de que una universidad eficiente puede colaborar, creando inteligencia, a mejorar el Estado). Ortega agregaba que «si un pueblo es políticamente vil, es vano esperar nada de la escuela más perfecta», pero al mismo tiempo reconoce que la universidad es una de las alternativas para abatir esa vileza. En México es el Estado el que desdeña a la Universidad y el que puede instrumentar ese desdén en sus políticas educativas. Su éxito es evidente. En esta tarea ha tenido muchas veces como aliados a políticos viles para quienes la UNAM no debe ser buena o mejor, sino útil: la proveedora de una utilidad estratégica que están dispuestos a capitalizar aun si ello supone hacerla tan ineficiente como el Estado. Exigirle más cupo, más tolerancia con los mediocres, más clasismo de buena conciencia, más pases automáticos y más fósiles, es exigirle más vileza, menos eficiencia y menos responsabilidad frente al pueblo que la subvenciona.

Quizás el rector limitó el alcance de sus propuestas considerando que las reformas tienen que avanzar con tiento, sujetas al margen de la maniobrabilidad que permiten las actuales circunstancias políticas. Quizá calculó que el activismo militante estaría atareado en la campaña de Cárdenas. Si es sí, no será difícil imaginar las presiones en su contra que se desatarán a partir del 7 de julio, o antes. Ningún político apoya reformas contra una entidad que le da doscientos mil votos, y menos aún si con los votos se le entrega una probada y enorme base de movilización social. No deja de resultar paradójico que el rector, a quien lo único que interesa es la eficiencia de la UNAM, ya sea considerado enemigo de la «clase estudiantil»; ni que Cárdenas, a quien lo único que le interesa es la utilidad de la UNAM, sea considerado su adalid.

La coincidencia de un rector decidido a tener una universidad mejor y un jefe de gobierno que la prefiere útil, será conflictiva. El rector Barnés parece tener la voluntad de poner en práctica las muchas recomendaciones que, desde los tiempos del doctor Chávez, la crítica universitaria ha propuesto en numerosos diagnósticos, estudios y análisis. Ya en otras ocasiones el Estado las ha cancelado ante la muy peculiar explosividad que la UNAM puede causar, con la contundente razón de que no es el momento. Esto ha llevado a la UNAM a padecer la paradoja de que buena parte de su historia es la acumulación de esos momentos que no eran por razones nunca académicas, aunque sí lo fueron sus consecuencias. La llegada de Cárdenas a la jefatura de gobierno augura que, una vez más, no va a ser el momento, y demostrará que a la hora de desdeñar universidades, él mismo no está muy lejos del PRI, su propia alma mater.

La UNAM será respetable en la medida que sea coherente. Un aspecto interesante del discurso del rector fue su llamado a «combatir la cultura de la impunidad, que es una de las cosas que más lastiman el ethos universitario». ¿A qué impunidad se refiere? Por lo pronto parece tener en mente sólo la de aquellos que utilizan la Universidad para sus fines particulares. Pero la energía del rector, para legitimarse moralmente, no deberá olvidar las impunidades internas que propician que se trueque su eficiencia académica por su utilidad política.

Cada vez que no fue el momento, surgieron agrupaciones sindicales y estudiantiles para las que sí lo fue, que hicieron de la UNAM un río revuelto en el que pescan en él a sus anchas, debilitando más todavía a la UNAM al insistir en convertirla en un remedo «popular» del Estado. Para administrar a cientos de miles de estudiantes, tuvo que crear una burocracia onerosa. Para administrar un sindicato «libre» de veinticinco mil miembros –que hace el trabajo que podría hacer la quinta parte- y para defenderse de sus reivindicaciones laborales, acabó por crear un sector legal capaz de administrar a Centroamérica. Para «cerrar filas» ante todos estos acosos, tuvo que propiciar una administración académica hecha de lealtades, intereses y corruptelas organizadas en mafias ilustradas que se fortalecen y se perpetúan a su sombra; la impunidad de directores que convierten las instituciones encomendadas en el coto privado de sus ambiciones; la impunidad de académicos cuyo comportamiento académico general en poco se diferencia del de los «fósiles»; la impunidad con la que el aparato burocrático se expande y sangra los escasos recursos; la de proyectos que tuvieron razón de ser hace décadas y hoy no son sino inercias costosas, etcétera. Para todos ellos sí fue el momento. La impunidad de las organizaciones estudiantiles, la de los sindicalizados y la de la aristocracia académico administrativa también debería ser atacada con reformas inteligentes y, sobre todo, con la voluntad de los universitarios a quienes no les interesa beneficiarse de la confusión general (si es que existen).

«La Universidad juega limpio, con reglas claras», dijo Barnés, citando sin saberlo a Ignacio Chávez, que afirmó, literalmente, lo mismo, dos meses antes de pagar su osadía con las atroces vejaciones (no era el momento) que sufrió a manos de porros patrocinados, empleados acomodaticios, estudiantes manipulados y profesores e investigadores tan indiferentes que José Gaos prefirió la renuncia a padecer la vergüenza de seguir siendo considerado parte del personal académico.

Por mi parte, creo que se impone apoyar al rector y colaborar con la reforma que ha convocado. Mi escepticismo se entusiasmó ante las medidas de un rector que, por lo pronto, quiere una UNAM que debute en el siglo XXI con un poco de coherencia. Por lo pronto ha tenido la prudente iniciativa de reconocer abiertamente algo que, por demagogia, por interés, por prudencia política o por buena conciencia, se suponía imposible escuchar de un rector: la educación universitaria es una posibilidad al alcance de todos, pero que no todos tienen esa posibilidad. Exactamente lo contrario de lo que piensa no la inteligencia de Cárdenas, pero sí sus ambiciones.

Guillermo Sheridan en Vuelta, julio de 1997

En el mismo ánimo de ir pa' atrás y pa' delante les dejo ahora el reportaje de la visita del ingeniero Cárdenas a Ciudad Universitaria en el marco de su campaña presidencial del año 2000. Unos meses después de terminada la huelga. Lamentable el ambiente de violencia que vivía por aquel entonces la UNAM. Ojalá que no se repita.

lunes, 29 de junio de 2009

Sheridan en Letras Libres vs los habitantes del Justo Sierra

Guillermo Sheridan abordó el tema que nos ocupa en cinco digeribles y agradables entregas que se publicaron en Letras libres. No se puede copiar el texto, seguramente pensando en derechos de autor, por lo que consignamos a continuación los enlaces a cada uno de los capítulos de la zaga.

La primera parte describe la suerte de las firmas recabadas para solicitar a sus ocupantes la liberación del auditorio.

El segundo episodio relata el historial de huéspedes del Auditorio, por momentos parece parte del Pentateuco Bíblico; por otros la descripción de una cadena alimenticia en un libro de biología de la SEP.

La parte tres es una descripción de la marcha trágica del auditorio, es decir, describe las actividades culturales que sus ilustres ocupantes promueven.

La parte 4 consigna la ideología de los ocupantes, materializada en su constitución... Qué Licurgo ni qué 8 cuartos...

La
5a parte relata la indiferencia del delegado Zero al solicitársele su apoyo para la recuperación del auditorio y el triste, tristísimo proyecto de los dueños del Auditorio que les quitará el sueño.

Pueden leerlas allá, y si averiguan cómo se pone un comentario, platíquenle a Sheridan que eso estuvo rifado, que la gente lo está leyendo y que se están desarrollando argumentos con la esperanza de ver materializado un cambio favorable para con el Auditorio Justo Sierra y el resto de los espacios arbitrariamente ocupados en la Universidad.

Sí, de eso no hablamos todavía pero está muy próximo en la agenda: Se me ocurre, inspirado en el modelo de Sheridan, explorar las consignas detrás de las ocupaciones particulares y cotejarlas con sus actividades. ¿Se les ocurre otra?