lunes, 30 de noviembre de 2009

Algo sobre José Revueltas

En días pasados se organizó en el auditorio de la Facultad de Filosofía y Letras un coloquio por parte de algunos estudiantes de Letras Hispánicas. El coloquio pretendía homenajear a José Revueltas. Aquí les dejamos una breve columna sobre dicho personaje que apenas apareció en Excelsior este domingo. Su autor es René Avilés Fabila.



Los meses fatídicos de José Revueltas
29-Nov-2009

Roberto Escudero narra, enfático, la forma en que Pepe se ve afectado por las críticas de sus camaradas. Lo curioso es que todos ellos modificaron sus criterios.

Un año en la vida de José Revueltas, libro de Roberto Escudero, es un fascinante recuento de las críticas que sus camaradas le hicieron a Pepe luego de publicar su novela Los días terrenales y montar la obra El cuadrante de la soledad. Los censores no eran poca cosa en aquel tiempo, 1950: Enrique Ramírez y Ramírez, Vicente Lombardo Toledano, Antonio Rodríguez y Pablo Neruda. El mundo que Escudero pinta en su libro me es familiar. Lo padecí. La diferencia es que yo no tendí a la tragedia, el buen humor me puso a salvo. La primera vez que me expulsaron del Partido Comunista fue por maoísta, no lo fui, pero coloqué una cita suya en un artículo: “Que se abran cien flores que compitan cien escuelas ideológicas”, donde discrepaba con Jruschov, por decir que en materia de arte pensaba como Stalin. La izquierda era sectaria, dogmática, y de consignas torpes. En aquel escenario, Revueltas era un hombre acosado por sus demonios literarios, apasionado por las ideas de Marx, no era un militante común, teorizaba con brillantez, tenía ideas críticas y fue un prosista sin par.

Roberto Escudero narra, enfático, la forma en que Revueltas se ve afectado por las críticas de sus camaradas. Lo curioso es que todos ellos modificaron sus criterios. Ramírez y Ramírez, por ejemplo, amigo de López Mateos, pudo hacer un diario, El Día, progresista hasta que se topó con la enorme piedra llamada 1968; el político, que ya había sido diputado, mostró que el mejor tránsito era de la izquierda al PRI. Hoy lo es del PRI al PRD. Le exigen a Revueltas que retire las obras citadas y algo peor, que cambie su visión ética y estética. No es un autor optimista, es derrotista, está en la lógica de ver a los desamparados como seres bajos. Había que ver al trabajador con certeza triunfal, bajo la lógica del estalinismo y el recetario del realismo socialista. En Moscú vi una exposición llamada Cincuenta años de arte comunista. Era de mal calendario: obreros fuertes y guapos empuñando hoces y martillos. Predominaba Lenin arengando a las masas victoriosas.

Roberto señala la indefensión de Pepe, que no es otra cosa sino la forma natural de aceptar la militancia de aquella época dura donde millones miraban esperanzados a la Unión Soviética: detuvo a los fascistas en una costosa hazaña militar y sostenía un socialismo imperfecto. El libro da pistas sobre la enorme tragedia que vivió Revueltas, pistas que debemos seguir para tener una visión completa del hombre que jamás pudo desligar la lucha política del arte. Los comentarios si las novelas son desordenadas, si sus personajes no acaban de estar bien diseñados, son palabrería pedante de quienes insisten en verlo no como el gran escritor que fue sino como un pensador confuso. Fue un literato pleno de intensidad y belleza, es irrepetible. Un año en la vida de José Revueltas, me trajo muchas cosas a la memoria, combates siempre perdidos, discusiones infinitas para nada, cinismo, brutalidad, las esperanzas en una URSS que se iban diluyendo y una izquierda mexicana desastrosa (como la actual), sectaria, incapaz de crear un gran partido al servicio del proletariado. Allí, la figura inerme, romántica, generosa de Pepe, su ingenio y simpatía con los cercanos y la desdicha de quien navega a contracorriente, tratando de poner en práctica la ideología que desde niño hizo suya y a la que mucho le añadió. Roberto observa el amor de Pepe por sus hermanos Fermín y Silvestre. La muerte de ambos es una historia triste. Vale la pena leer los párrafos llenos de pasión que escribió sobre el alcohol del músico, lo equipara con el de Baudelaire y el de Poe, es atroz y creativo. A Silvestre lo consumía la bebida y el arte. José estaba peor: sufría, además de la literatura y el alcohol, la militancia.

Por otro lado, el 9 de abril de este año, Adolfo Sánchez Rebolledo publicó en La Jornada el texto que a continuación les presentamos, también sobre Revueltas. En el auditorio de Filosofía y Letras se veló el cuerpo de este ilustre personaje allá en los años setentas. El autor del texto dice: "evocación de José Revueltas: la honestidad". No dudamos de la buena voluntad de los estudiantes que organizaron el coloquio. No tenemos razones para no pensar que los okupantes del auditorio han conseguido una gran victoria al poderse colgar ahora del trabajo de algunos estudiantes. Esperemos que algún día sean honestos, reconozcan el daño que le hacen a la Universidad y le devuelvan el auditorio a la institución que tanto esfuerzo costó forjar.



Evocación de José Revueltas: la honestidad
Adolfo Sánchez Rebolledo

El 14 de abril de 1976 muere José Revueltas. Esa misma tarde, agobiados por el dolor, sus camaradas le rinden un último homenaje de cuerpo presente en el auditorio Che Guevara, ese espacio abierto, colectivo, consagrado por generaciones al debate y la crítica, el mismo lugar donde el escritor compartió, “como uno más”, en un clima de tolerancia y respeto mutuo, las esperanzas pero también los tropiezos del Movimiento Estudiantil de 1968.

De ese momento quedan varios registros. Uno de ellos es la reseña del acto luctuoso, grabada, transcrita y editada por Julio Pliego para su publicación en la revista Punto Crítico, en la cual queda constancia de las palabras dichas por Roberto Escudero, Juan de la Cabada y Eli de Gortari, así como los comentarios del maestro de ceremonias Luis González de Alba. Tomo de allí algunas citas.

“Agosto de 1968. –Escudero convoca en su intervención algunas imágenes persistentes– Este auditorio repleto de estudiantes que iniciaban un movimiento que nadie sabía hasta dónde nos iba a conducir. Primer intelectual que se presenta en este auditorio: José Revueltas con un traje gris, un gran portafolios. José Revueltas se queda en esta Facultad de Filosofía y Letras y de inmediato se incorpora al Comité de Lucha. Revueltas duerme con el mismo traje que llegó, en los escritorios de ésta facultad, boca arriba. Otras imágenes. Revueltas discute de igual a igual con los estudiantes que han iniciado este movimiento. José Revueltas sale de este auditorio para ser preso.”

Escudero subraya la independencia crítica y la militancia revolucionaria del escritor y llama la atención sobre el hecho extraordinario de que se le rinda homenaje en ese escenario “a un hombre que nunca pasó por la universidad ni como estudiante ni como profesor”, lo cual resulta, empero, un signo alentador de que nuestra universidad “puede recibir en su seno a los mejores hombres de México”. (Ver: Homenaje a José Revueltas, suplemento especial de Punto Crítico, año V. Núm. 53, mayo, 1976.)

Y es que, no obstante la sincera familiaridad con que lo tratan, Revueltas y los estudiantes saben que él, en cierto sentido más profundo, no pretende ser uno más, si bien se identifica y comparte con ellos las mismas carencias y alegrías. De la misma manera, nada habría sido más lejano a la personalidad de Revueltas que presentarse al movimiento a la manera de un santón de la izquierda, imbuido de un repentino protagonismo. Por el contrario, Revueltas decide incorporarse al Comité de Lucha de Filosofía y Letras en cumplimiento de lo que él considera su modesto deber de intelectual revolucionario, desprovisto de partido sí, pero cargado con el valioso arsenal de sus ideas y experiencias, acumuladas sin interrupción desde la adolescencia, como bien apunta Juan de la Cabada.

“Para Revueltas no había otra opción: el movimiento estudiantil era a ojos vistas un movimiento histórico al que una conciencia como la suya no podía sustraerse sin claudicar. Y a él dedica todos su esfuerzos. En el 68, una vez más, Revueltas –como escribe el editor del homenaje– combatió a los pesimistas, mantuvo viva la inteligencia en llamas de su actitud crítica.”
Allí, en asambleas multitudinarias o comités reducidos expresa sus opiniones con franqueza, debate, confronta (y es criticado) dando lo mejor de sí mismo y corriendo la suerte de sus camaradas sin pedir jamás un trato especial. No extraña, pues, que al recordar a Revueltas, la imagen imborrable del escritor aparezca en ese homenaje del 76 indisolublemente ligada a la del revolucionario, al ser radical considerado en su faceta más universal y humana: la que subraya la coherencia entre los principios y la acción, la capacidad de sostener por encima de las conveniencias pasajeras las convicciones propias, nacidas no sin desgarramientos interiores, luego de batallas imposibles de ganar conforme a la lógica convencional de “las ideas dominantes”, vinieran entonces del establishment capitalista o del adocenamiento sectario marxista-leninista,

“Me es difícil pensar en algún otro ser humano tan honesto como José Revueltas”, dijo el filósofo Eli de Gortari, encarcelado también por su adhesión desde la representación magisterial al movimiento. “Nunca fue un dogmático ni un ortodoxo”, pues en cierta forma lo que hace de Revueltas un hombre singular en nuestro medio es su fidelidad a esa “idea tan bella de Descartes”.

Frente al intento temprano de homenajear al escritor oponiéndolo al político revolucionario, se subraya la persistencia de una conducta moral, que nutre por igual vida y obra, literatura y acción, es decir, el total de la praxis revueltiana.

Arraigada en los valores que su trayectoria recoge y transmite, la actualidad de Revueltas, su irrefutable contribución al futuro, será esa disposición para eludir críticamente el adormecimiento producido por las seguridades de la falsa conciencia.

En su oración fúnebre en el Panteón Francés, Enrique González Rojo apunta con exactitud: “José Revueltas representa en México la honestidad, y cuando digo honestidad hago referencia a la rectitud política, la rectitud literaria, la rectitud humana”. Esa sencilla e inconfiscable lección dejada por Revueltas a la izquierda se sitúa en las antípodas del cálculo político y el filisteísmo que en nuestros días han crecido exponencialmente, pero tampoco es neutral ni se refugia en la opacidad de las conductas respetables, codificadas según los catecismos ideológicos en boga.

“A Revueltas –dirá en el entierro Martín Dosal, su compañero de celda en Lecumberri– lo caracteriza esencialmente la generosidad, esa generosidad sartriana que tiene como principio y fin la libertad”.

lunes, 23 de noviembre de 2009

¿Son realmente populares los movimientos estudiantiles en la Universidad?

Octavio Paz analizaba esta situación en torno a la peculiar actividad política del Partido Comunista en la década de los setentas. Habría que retomar la cuestión en la actualidad. Pues aparentemente ahora ya no existe el monopolio del partido oficial, sin embargo es muy notable el alejamiento de la sociedad de la política. La política, entendida en buen sentido, requiere de la participación de los diversos grupos de la sociedad. Entendida en mal sentido, en el de la vil grilla interesada en conseguir beneficios de algún tipo, es la que prevalece en gran parte de la decisiones que se toman en los asuntos de interés público. Es peligroso, asimismo, que lleguen a ser determinantes en la dirección del curso de la vida universitaria.

Los misterios del Pedregal IV

El extremismo –o para emplear su jerga: el “aventurismo”- del Partido Comunista mexicano, en contraste con la actitud más bien cauta de los otros partidos comunistas de América Latina, es un reflejo de su experiencia en 1968: como el Partido Comunista francés, el movimiento estudiantil lo desbordó. Pero el Partido Comunista francés es una organización de masas y no cedió ante los extremistas (aunque en Francia, país industrializado y con una notable tradición democrática, el extremismo puede ser creador y no autodestructivo y masoquista como entre nosotros). En cambio, el Partido Comunista mexicano es una agrupación minoritaria de la clase media, aislada del pueblo y con escasísima influencia entre los obreros y campesinos. Empeñado, además, en una loca competencia con los grupitos que a su izquierda lo azuzan, se desboca. Su debilidad numérica y su pobreza teórica están en proporción inversa a su radicalismo. Como no puede controlar siquiera a un sindicato de obreros industriales, aspira a tener por lo menos uno de empleados, como no puede desfilar en el Zócalo, desfila por los claustros universitarios.

La actitud del Partido Comunista no es sino una expresión particular de un fenómeno general: la “politización” de las universidades, en México, es en buena parte consecuencia de la ausencia de verdaderos partidos políticos. O dicho de otra manera: es uno de los resultados del monopolio político del PRI. La política es una actividad que se despliega en un espacio público y en México las universidades son el único espacio con que cuentan, para desplegarse, las fuerzas y grupos que no han sido asimilados o mediatizados por el sistema que nos rige desde hace 40 años. Así pues, la situación no es nueva: lo que ahora ocurre es exactamente lo mismo que ocurrió en la década de los 30. Se trata de uno de esos fenómenos de simetría inversa que deleitan a Lévi-Strauss: las “ideologías” son opuestas pero la relación entre los términos que componen la situación es idéntica.

En 1930, después de la derrota del vasconcelismo –el único gran movimiento nacional en que participó la clase media hasta el de 1968- el espacio político mexicano se cerró. Más exactamente: fue ocupado por el Partido oficial, el PNR. Las fuerzas y los grupos independientes se refugiaron entonces en las universidades y pronto la autonomía universitaria (ganada por los estudiantes en 1929) se convirtió, como ahora en Puebla, en un ariete contra el Gobierno. Los que manejaban el ariete eran intelectuales y estudiantes de la clase media, la mayoría católicos y hostiles no sólo al socialismo sino al estatismo y al anticlericalismo del régimen mexicano. Durante la década de los 30, la libertad de cátedra y la autonomía fueron usadas como arma de combate contra el Estado y la mentada “educación socialista” que inventó Bassols y aplicó Cárdenas con pobrísimos resultados. El carácter beligerante de la Universidad de esos años resalta más claramente si se recuerda que uno de sus rectores –justamente el que encarnó con mayor austeridad e intransigencia los principios de libertad de cátedra y autonomía- fue Manuel Gómez Morín, el creador del Partido Acción Nacional. La fundación de ese partido –sin descontar la influencia de Maurras y de su
Action Française- “se debió”, dice Cosío Villegas, “a una condenación apresurada y, sobre todo, prematura de la acción desordenada pero revolucionaria de Cárdenas” (El Sistema Político Mexicano, Joaquín Mortiz.) En 1972 no es la derecha, asimilada por el régimen, la que se refugia en la Universidad sino la izquierda. Fracasará como la derecha pero, también como ella, no sin antes haber desfigurado a la Universidad. Aunque hablar de izquierda y derecha es sólo una figura retórica. En realidad es la misma clase media. Las “ideologías” con que, ilusoriamente, pretende definirse no son sino signos que cambian de sentido y de valor de acuerdo con su posición en el contexto. La misma clase media y el mismo problema: la ausencia de un espacio político libre, funesta consecuencia del monopolio de poder que ha ejercido el Partido oficial desde su fundación.


-Octavio Paz-
Plural, número 16, enero de 1973

jueves, 19 de noviembre de 2009

Algunas preguntas previas

Si hacemos caso a ciertas tesis filosóficas, tendremos que admitir que la Universidad Nacional, como otras cosas en esta vida, tiene una razón de ser. También es razonable aceptar las tesis filosóficas que afirman el constante cambio de nuestro entorno. La sociedad, como parte del mundo también cambia. Buscar caminos para entender las relaciones entre la Universidad y la sociedad, ambos cambiantes, es una tarea compleja.

La cuestión suele resurgir con mayor fuerza en tiempos de crisis, de problemas. La década de los 70 fue una década por demás turbulenta no sólo para la Universidad Nacional, sino para muchas universidades públicas del país. A continuación les presentamos uno de tantos artículos que reaccionaron ante aquellos sucesos que no sólo trastornaron sino que ultrajaron la vida universitaria en aquellos años. Comparativamente, después del 1999-2000, pareciera ser que nos ha tocado vivir una época más bien tranquila para la Universidad. ¿Qué sentido tiene enojarse entonces por la okupación del Auditorio Justo Sierra y otros espacios universitarios? ¿Por qué incomodarse con paros de actividades que si bien son impuestos por una minoría son de una duración “inofensiva”?

Así, antes de comenzar la compleja tarea de entender el lugar de la Universidad Nacional, podemos comenza preguntándonos, como Gastón García Cantú lo hacía en 1973:

¿Qué universidad se desea?


1. Los delincuentes, en la Universidad, no pueden ser, ni un día más, impunes ante la Ley.
No se trata de desafueros cometidos por jóvenes, sino de actos tipificados en nuestra legislación penal.
La diferencia anterior es importante: la gran mayoría de los universitarios estudian e investigan y hacen uso de sus derechos civiles, en su casa de estudios, sin transgredir ley alguna.
El presente semestre académico no ha sufrido alteraciones. Salvo casos lamentables y reconocidos, los profesores e investigadores cumplen sus deberes.
La Universidad no tiene problemas que los propios universitarios no puedan resolver.
Ahora como en el pasado, podemos demostrar, a quien desee conocer la vida universitaria, que el compromiso contraído con el país y con la conciencia de cada uno, se cumple en la medida de la capacidad personal y en relación a los medios económicos disponibles.
En cuanto institución, la Universidad de México sigue siendo, como ayer, nacional por los fines en que se apoya: educar, investigar y difundir la cultura.
No obstante, la Universidad es objeto de una violencia generalizada.

Los hechos recientes son éstos:

a) Asaltos personales en la Ciudad Universitaria y en los planteles de la Escuela Nacional Preparatoria, por grupos extraños a la institución.
b) Ocupación de la Facultad de Medicina por quienes fueron reprobados en el examen de admisión. La Universidad no rechaza a los que desean inscribirse. No hay criterios clasistas en la elección del alumnado.
c) Amenazas, asaltos, injurias e invasión de oficinas administrativas por jóvenes de las llamadas preparatorias populares pretendiendo incorporar sus centros sin acatar, en ninguno de sus artículos, el reglamento respectivo.
d) Venta de drogas, no sin extorsión y amenazas, en el campo universitario. Los narcotraficantes han encontrado refugio en la Ciudad Universitaria y en los planteles de enseñanza media para sus actividades criminales.
e) Ostentación de armas de fuego, disparos a mansalva con el fin de amedrentar a estudiantes y profesores.
f) Ocupación de las cafeterías por sujetos extraños a la Universidad, constituyendo verdaderas guaridas de hombres y mujeres.
g) Tentativa de secuestro del rector y sentencias de muerte a maestros y estudiantes que han denunciado los actos delictivos de grupos procedentes de Sinaloa.
Lo que se pretende con todo ello es configurar a la Universidad como una institución al margen de la ley y, a los universitarios, como incapaces de gobernar su casa de estudios.

2. En la Universidad no confundimos autonomía y extraterritorialidad. Jamás, autoridad alguna, ha declarado que la libertad de cátedra ampara actividades antisociales. Nunca, ni hoy ni en el pasado, se ha afirmado que los universitarios pertenezcan a un orden legal distinto al de la República.
Los universitarios no han dicho que la liberta de pensamiento, de reunirse o expresarse estén en riesgo si las leyes se aplican a quienes delinquen.
La confusión, si la hubiera, ha partido de los que están comprometidos en diversas fechorías. Tratan de encubrir sus delitos con una supuesta conducta revolucionaria, que nada tiene en común ni con las ideas ni con las aspiraciones de los que desean o proponen cambiar el actual estado de cosas en el país.
Delito e ideología no son sinónimos.
Los actos propios de los delincuentes: robar, asaltar, amedrentar, amenazar de muerte, disparar, vender estupefacientes, retener para beneficio privado o de grupo los bienes universitarios, no son actividades, en parte alguna del mundo, afines a la actividad política.

3. ¿Qué ocurre en esta aparente confusión?
Los grupos a quienes se les ha otorgado impunidad tratan de que se acepte que son los mismos estudiantes de 1968. que el porrista de hoy fue el luchador de ayer; el bandolero, el mismo que el brigadista, el que exigía la derogación del 145 y el 145 bis y el cese del Jefe de la Policía, idéntico al que, ahora, coacciona para obtener dinero o vender drogas.
Confundir es parte de una política represiva. Crear el caos donde se hacen esfuerzos diarios por superar el destino afín a un programa de sometimiento de los verdaderos universitarios.
Los delincuentes han realizado una labor que ni la más corrompida policía, ni los miles de soldados que ocuparon la Universidad en septiembre de 1968, hicieron: disparar contra los edificios para humillar a la Institución, vejarla simbólicamente; anunciar que no hay límites para sus actos.

4. En 1968, Javier Barros Sierra luchó porque los fines y alcances de la autonomía no fueran ignorados ni desvirtuados. Libró su empeño dentro y fuera de la Universidad. Distinguió, sin equívocos, al estudiante del provocador; al estudiante del delincuente policiaco. Su denuncia no sólo es una de nuestras mejores páginas políticas, sino severa advertencia ante el peligro de que la Universidad, por incomprensión y olvido del gobierno y los universitarios, desaparezca como institución educativa.
En 1972, Pablo González Casanova no transigió al conminársele para convertirse en cómplice del Ministerio Público. Aclaró, oportunamente, que la Universidad no estaba al margen de nuestro Derecho positivo. No confundió al universitario con el delincuente. Sus denuncias respecto de las agresiones a otras casas de estudio contribuyen al esclarecimiento de problemas nacionales irresueltos. Su renuncia contiene un programa universitario que sólo los universitarios podrían realizar.
En 1973, Guillermo Soberón ha denunciado lo que se pretende que satisfaga el rector y declarado, una y otra vez, que la Universidad no está al margen de las leyes vigentes; que el acatamiento de la ley, que no está en manos de los universitarios hacer cumplir, está convirtiendo a nuestra casa de estudios en refugio de delincuentes. En tales condiciones, he reiterado el rector, la Universidad no puede sobrevivir como institución docente.
Habría sido fácil para el rector, si pudiera prescindir de sus valores morales, decir sí a lo que se le exige; aceptar lo ilícito; admitir a los reprobados; incorporar centros marginales; legitimar lo indebido.
Decir no, era elegir el camino en que abundarían injurias, amenazas personales y calumnias.
Cuando el ejemplo más frecuente está en aceptarlo todo para acomodarse en la situación presente, rechazar y resistir era lo difícil; pero también es lo universitario. Se afirma que el rector se rodea de porros; que los emplea; los usa, los manda. El hecho de que sean precisamente bandas de forajidos los agresores, demuestra que no ha aceptado ni transigido en lo que le piden. Los delincuentes atacan ahora, como en 1968 y 1972, porque no son reconocidos; porque se les ha señalado y consignado ante las autoridades judiciales.

La Universidad tiene conflictos que no derivan de su actividad, sino de la que se le impone desde afuera. Los problemas universitarios, muchos de los cuales incluyen la deslealtad, el espionaje, la delación, la irresponsabilidad y el abandono de funciones, pueden resolverse uno tras otro, pero…
¿Cómo luchar contra sujetos armados y enloquecidos por las drogas?
¿Cómo evitar los actos para los que están amparados, hagan lo que hagan?
¿Cómo defender una institución universitaria: armando a los estudiantes; organizando a los profesores en guardianes del orden?
¿Cómo impedir la venta de drogas en el campus universitario?
¿Cómo proteger a lo jóvenes del amedrentamiento del que son víctimas?
Lo ocurrido en 1968 ha ido en aumento hasta reventar en las últimas horas.
Estudiar bajo amenazas es difícil. Investigar, en tales condiciones, más difícil aún. Perseverar, a pesar de todo, en la obra propia de la cultura, una hazaña intelectual.
Nadie, en lo personal, y ninguna institución en lo colectivo, merecen ese trato de los encargados, por ley, de cumplir y hacer cumplir las leyes.
¿Se desea que el rector Guillermo Soberón renuncie?
¿Se pretende transformar la Universidad?
¿Se ha decidido que el delincuente muestre a miles y miles de jóvenes cuál es el verdadero estado legal de su país?
¿Qué se espera de la Universidad para que así se la humille y quebrante?
¿Se aspira a abolir la crítica social?
¿Se busca castigar en la joven generación sus ideales de mejorar la vida de México?
¿Se prefiere una Universidad sumisa, silenciosa, acrítica, desnacionalizada, autónoma sólo en apariencia?
De ser así, no servirá más para crear una nación verdaderamente independiente.

-Gastón García Cantú-
Excelsior, 3 de agosto de 1973.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Octavio Paz y los problemas universitarios

Antes de presentarles las entregas faltantes de Los Misterios del Pedregal que inauguraron la Grilla Ilustrada, les presentamos el siguiente texto de Guillermo Sheridan, invitado recurrente de este blog. En este texto Sheridan repasa la manera de ver los problemas de la Universidad por parte de uno de los más distinguidos pensadores mexicanos: Octavio Paz.

Asimismo, Sheridan responde con sencillez y claridad a la pregunta de por qué él se ha ocupado tanto de hablar sobre estos problemas. Más de una vez se nos ha cuestionado por hacer este trabajo: desde los adversarios que nos consideran enemigos del libre pensamiento y las ideas revolucionarias, hasta los amigos que consideran que esto es pérdida de tiempo en el mejor de los casos, actividad riesgosa en el peor de ellos, según la opinión de los más precavidos. Simple y sencillamente consideramos que no guardar silencio puede ser de alguna ayuda.

Octavio Paz y la Universidad
por Guillermo Sheridan

Más de una vez, Octavio Paz me pidió que le explicara por qué me interesaba tanto la Universidad. Yo contestaba: “porque vivo en ella”.

Luego de un rato, me interrumpía: “A nosotros nos interesó el asunto de la Universidad. Leímos con emoción Misión de la universidad, de Ortega, y tratamos de...” Un segundo más tarde estaba discutiendo a Ortega y ya se había olvidado de la Universidad.

Hacía tiempo que no le interesaba: ni era un problema, ni tenía solución. Tenía la impresión de que la Universidad mexicana padecía defectos semejantes a los de la intelligentsia: no utiliza las armas intelectuales de la crítica, el examen y el juicio. Y mucho menos la autocrítica. Paz no entendía que esas virtudes pudiesen escasear tanto en una institución que nació por ellas y para ellas. La falta de esas virtudes propició que la política mexicana convirtiera a las universidades en armas de combate, desde los tiempos en que la clase media conservadora aspiró a crear en ellas un bastión contra la “educación socialista” posterior a Vasconcelos y a la reforma del artículo tercero. Su resumen era lacónico y elocuente: las universidades no derrocaron al gobierno, pero casi logran desaparecer. Los comunistas, más tarde, recurrieron a las mismas tácticas con los mismos resultados. El resultado era evidente: “el nivel académico de nuestras instituciones de educación superior amenaza con convertirse en uno de los más bajos del mundo”.

Le parecía que la ruta de la crítica en el claustro a la arena de los gladiadores se llevaba entre las patas la calidad de la inteligencia que la Universidad debía redituarle a quien la patrocina. Volver a las universidades escenarios sentimentales y alternativos de una mistificación revolucionaria (lo que llamaba “blanquismo guevarista”) había terminado por cancelar su eficiencia académica. La única solución que veía era trasladar esa lucha política de las universidades a un “espacio público abierto”, es decir, al escenario de la democracia. Pero si las universidades eran las herederas de las aspiraciones de apertura del movimiento del 68, habían preferido también trasladar las responsabilidades de la democracia “a la representación -drama y sainete- de la revolución en los teatros universitarios”.

La última vez que Paz se atareó con el problema universitario fue en julio de 1977. En un artículo titulado “La Universidad, los partidos y los intelectuales”, se enfrentó a la nueva realidad de que ya no eran los académicos ni los estudiantes los que se asumían como “vanguardia del proletariado” en el vicario escenario histórico de la Universidad y la convertían en arma de combate, sino (¡imanes de Garizurieta!) su sindicato. El STUNAM había paralizado a la Universidad sólo para claudicar ante la firmeza del rector Soberón, que se negó a hipotecar la libertad de pensar a las necesidades tácticas del Partido Comunista.

Paz procuró de nuevo explicarse la peculiaridad (“casi única en el mundo”) de las razones por las que el fracaso del activismo del Partido en los territorios que le deparaban la historia y la teoría -el campo, las fábricas- se trasladaba con tal facilidad y empeño al de las universidades. Explicó con lucidez que se debía en parte a que el vacío dejado por la “explosión libertaria”, apartidista, del 68, había sido acaparado por el PC, el único partido que poseía “cierta coherencia ideológica” (lo mismo que habían hecho los conservadores después de 1929).

Las observaciones de Paz aún tienen vigencia. Hacer de las universidades un laboratorio propicio a la experimentación revolucionaria o social, como lo hizo durante años el PC, supuso una comodidad tan garantizada que rozaba la cobardía; una certeza contradictoria con los riesgos y la inteligencia de sus maestros ideológicos y tácticos. La historia del involucramiento del PC en las universidades no se ha escrito, y debería hacerse sobre todo en vísperas del trigésimo aniversario de la matanza de Tlatelolco.

Pero éstos son también los tiempos en los que la democracia ya debería haber convocado el actuar de los universitarios a la palestra más responsable, y arriesgada, de la plaza pública que Paz imaginó hace treinta años, como única solución a la quimera del involucramiento de la izquierda en las universidades.

En las universidades públicas aún hay fuerzas que aspiran a diferir la responsabilidad que supone actuar en esa plaza pública hasta el momento, el 2000, en el que esperan que la plaza esté bajo su control como una condición para ingresar a ella. Es como aceptar ingresar a un debate a condición de que sea en mi casa y el interlocutor esté mudo. El empeño en seguir capitalizando los beneficios de controlar el potencial explosivo de la Universidad con esa meta es otro acto de cobardía, una vez más disfrazada de táctica política, que propicia el riesgo de que a la Universidad no la conduzcan quienes quieren que piense, sino que la secuestren quienes desean que actúe.

Paz apostó siempre, en el tema de la Universidad como en cualquier otro, a la crítica y a la disensión. El silencio expectante que comentaristas y editorialistas guardan ante los problemas académicos, estudiantiles y sindicales de las Universidades mexicanas se convierte en cómplice de su inoperatividad y alienta los oportunismos. Dijo Paz a los intelectuales que condonaron la conducta del STUNAM en 1977:

«decir cuatro verdades al adversario es relativamente fácil; lo difícil es decírselas al amigo y al aliado. Pero si el escritor se calla, se traiciona a sí mismo y traiciona a su amigo... ¿Los escritores han dejado de ser las tapaderas de los antiguos caudillos para serlo de los secretarios generales?»

La discusión sobre el tipo de universidades que necesitamos se ha convertido en una indolencia satisfecha para todas las partes involucradas. Es un caso más frente al de decir: llevamos setenta años diciendo que las cosas ya no pueden seguir así. Hoy que la mesa está puesta otra vez para que el nuevo proyecto del rector entre en conflicto con las viejas pasiones de la izquierda, convendría repasar los artículos de Paz sobre la Universidad y su invitación a la independencia, al realismo y a la imaginación.

Vuelta, 259, junio de 1998.

Por la boca muere el pez

Hay un dicho popular que dice: El Pez muere por su boca. Eso fácilmente indica que los seres humanos debemos tener mucho cuidado con las palabras que salen de nuestra boca, no sea que un día veamos que regresan como boomerang. Ejemplo de esto son los siguientes casos:

JOHN LENNON:
Dijo en una entrevista a una revista americana: “el Cristianismo va a acabar, va a encogerse, desaparecer. Dijo además: ” Yo no preciso discutir sobre eso, estoy seguro de ello. Jesús fue bueno, pero sus disciplinas muy simples. Hoy, nosotros los Beattles somos mas populares que Jesucristo (1966)”. Después de hacer dicho que los Beatles eran más famosos que Jesús recibió 5 tiros de su propio fan.

TANCREDO NEVES:
En una ocasión en una campaña política dijo que si obtuviera 500 votos de su partido (PDS), ni Dios lo quitaría de la presidencia… los votos los obtuvo, pero su trono le fue quitado 1 día antes de su posesión.

BON SCOTE:
Ex-vocalista de grupo AC-DC en una música decía la siguiente frase: “Don’t stop me, I’m going down all the way, wow the high way to hell” (No me lo impida.,voy a seguir el camino hasta la entrada del infierno), poco después fue encontrado muerto, asfixiado por su propio vómito.


Conoce un caso parecido en...

viernes, 13 de noviembre de 2009

Por donde le busquemos: estamos en buenas manos

Uno de nuestros más respetados colaboradores nos hizo llegar hace algunos días el siguiente texto del maestro Sheridan. Apareció el martes 10 de noviembre en El Universal. Se los dejamos junto con la entrada anterior del fallecido maestro Alejandro Rossi, que no sé si alguien leyó.

¿Recuerdan la preocupación de don Octavio Paz en el comienzo de la década de los setentas respecto a que se conformara un sindicato con las características que se preveían en aquel entonces? ¡Qué equivocado estaba! ¡Demos gracias porque contamos con el STUNAM! Vamos pues, dedicado a los combativos chavales del CCH Azcapo, que allí "nací":


Acciones previstas

Algún combativo diario publicó la semana pasada una noticia titulada “Estudiantes confían en que la UNAM completa se sume al paro nacional” (se trata de un periódico tan sensible que puede, con el mismo encabezado, dar la noticia y predecir el futuro). En fin. La noticia narra la forma en que “los estudiantes” recorren desde la semana pasada la UNAM realizando “mítines para sensibilizar a la comunidad” sobre una serie de “acciones previstas”, es decir, sumarse al llamado paro cívico nacional que deberá estallar mañana en protesta contra lo que consideran un agravio al Sindicato Mexicano de Electricistas (SME).
No deja de ser interesante que haya estudiantes previamente sensibilizados que deben sensibilizar a los estudiantes que son tan insensibles que es menester sensibilizarlos. Tampoco deja de ser interesante –a pesar de la frecuencia con que sucede— que unos cuantos ideólogos de la UNAM, así como los líderes de su sindicato, se hallen a tal grado sensibilizados como para presumir que las acciones que prevén, por el mero hecho de ser ellos quienes las prevén, ya contienen la voluntad de los demás, sensiblizados o no.
Para justificar ese voluntarismo, las “acciones previstas” transitan por un proceso democrático que consiste en improvisar una asamblea y realizar una votación sobre si se toman o no las acciones previstas. Media hora después, las acciones previstas ya se graduaron (con honoris causa) a “voluntad popular mayoritariamente expresada de manera democrática”.
Hay ocasiones, sin embargo, en que las acciones previstas se convierten en voluntad popular sin votación previa en una asamblea o, para el caso, sin haber sido antes acciones previstas. Por ejemplo, la semana pasada un grupo de activistas sensibilizados cerró el Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) Azcapotzalco en una pequeña asamblea llevada a cabo a altas horas de la noche previa a la acción prevista.
Hoy en la tarde —pero más seguramente durante la noche— los estudiantes sensibilizados llevarán a cabo asambleas para organizar las votaciones que decidirán cuáles dependencias de la UNAM se habrán de sumar al “paro cívico nacional” cerrándose a sí mismas.
El tiempo en que esas dependencias permanecerán cerradas dependerá, claro está, de qué tan sensibilizada resulte la “megamarcha” que se llevará a cabo mañana, convocada por el SME y/o el Movimiento en Defensa de la Economía Popular, el Petróleo y la Soberanía, un movimiento propiedad del Lic. López Obrador.
Otras acciones previstas para mañana en el ámbito de la educación superior incluyen “paros activos y paros totales” en las instituciones cuyos sindicatos están afiliados, tal el de la UNAM, a la Coordinadora Nacional de Sindicatos Universitarios y Educación Superior (CENSUES), como la UAM, el IPN, la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y la Universidad Pedagógica Nacional. Una “acción prevista” especialmente sensibilizada es la que llevará a cabo la Universidad Autónoma de Chapingo, que realizará “una apertura de casetas” en las autopistas.
En todo caso, y dure lo que haya de durar (la última vez duró 10 meses), es una pena que cierre la UNAM, o parte de ella, pues como es sabido, el futuro de México es impensable sin la máxima casa de estudios.
Por otro lado, dentro de esa pena hay una alegría: el cierre habrá sido decidido democráticamente.
Como siempre.
-Guillermo Sheridan-

miércoles, 11 de noviembre de 2009

La tolerancia de la posmodernidad: que decida la minoría

Ahora que están de moda los sindicatos y que la UNAM entró en paro de un día gracias a que los conscientes miembros del STUNAM concluyeron que ése era el mejor modo de apoyar al SME (después de, estoy seguro, horas de intenso raciocinio), les presentamos hoy un artículo del filósofo Alejandro Rossi. El artículo es de hace muchos años. Más de uno se preguntará la relevancia de publicarlo en este espacio de crítica a la okupación del auditorio Justo Sierra. Pensamos que tener presentes los principios que sustentan la tarea de nuestra Universidad en la Nación tienen como consecuencia no sólo estar conscientes de lo inadmisible de la okupación sino estar conscientes de otros problemas... pero de eso hablaremos otro día.

Vea aquí el boletín de la Dirección General de Comunicación Social de la UNAM.

La minoría prepotente


Junio es un mes cruel para la Universidad. Las primeras lluvias, la humedad creciente, el olor a tierra mojada tal vez desencadenen urgencias obscuras e incontrolables, delirios napoleónicos, fantasías leninistas, visiones heroicas aunque un poco estúpidas, fiebres martiriales y también deseos de sentarse en los corredores vacíos de las facultades y cantar juntos -durante las frígidas horas de la madrugada—alguna tristísima canción boliviana o una linda cueca chilena. Acepto la importancia de esas emociones nocturnas, pero reconozco que a veces conviven con las ideas más bobas. Guardemos las guitarras y olvidemos por un momento el brillo de los ojos. En el conflicto universitario hay algo más que cabelleras al viento. Hay –esto es lo esencial- una minoría que pretende imponer un proyecto académico y político. El Sindicato del Personal Académico de la UNAM (SPAUNAM) era una minoría en Junio de 1975 cuando exigió la firma y, claro está, la titularidad de un insensato contrato colectivo. En Junio de 1977 sigue siendo una agrupación minoritaria: sus afiliados no pasan de 3500. Y el personal académico de la Universidad de México llega casi a los 18,000. Durante parte de 1975 -lo admito- el SPAUNAM intentó, aunque desganadamente, ganar adeptos por medio del convencimiento y las explicaciones. Pero muy pronto abandonaron ese camino y eligieron -16 de Junio de 1975- la técnica de la fuerza, es decir, la huelga minoritaria, es decir, las barricadas, es decir, las consignas ampulosas y el desprecio por la opinión de las mayorías. Es muy fácil paralizar la Universidad: son suficientes unas cuantas piedras para que no transiten los automóviles y unas cuantas personas en las entradas de las escuelas y facultades. A eso se le llama -en la corrupta semántica del SPAUNAM- una huelga universitaria. El multado de aquel proceso fue la firma de las llamadas “Condiciones Gremiales del Personal Académico”: de un lado los representantes de la Universidad y del otro el SPAUNAM y un conjunto muy variado de Asociaciones. En esos acuerdos la Universidad logró -aunque hubo sin duda algunos deslices menores- deslindar los aspectos académicos de los específicamente laborales. Los primeros, para usar la terminología aceptada, no eran negociables; en cuanto a los segundos, se establecía un procedimiento de revisión. El SPAUNAM, con buen olfato publicitario, desenfundó las guitarras, llamó a sus oradores y les recomendó que convirtieran un triunfo parcial en una victoria aplastante. Y que, por favor, no dejaran de mencionar la inevitable “aurora roja” y la “gallarda juventud”.

A finales de Junio de 1975 todo indicaba que el SPAUNAM se transformaría con el tiempo en la agrupación académica más poderosa dentro de la Universidad. Le sobraban ventajas: franco apoyo gubernamental, ayuda decidida de la dirección del STEUNAM -el Sindicato de los Trabajadores y Empleados Administrativos- y, naturalmente, del Partido Comunista. Una curiosa combinación de pornografía política. Por otra parte los dirigentes del SPAUNAM dedicaban su tiempo completo al trabajo sindical, una vocación honorable, de acuerdo, pero diferente a la enseñanza y a la investigación. Parecía, pues, que las otras Asociaciones –surgirdas casi todas ellas como reacción al SPAUNAM e integradas por profesores más interesados en el trabajo académico que en el activismo político- no podrían competir frente a una organización profesional que contaba, además, con padrinos tan robustos. Parecía, digo, que el SPAUNAM, más allá de intenciones subjetivas, se encontraba en una posición privilegiada para alcanzar la hegemonía sin necesidad de otros actos de fuerza. Y, en efecto, al reunirse el SPAUNAM y las Asociaciones en enero de 1976 con el objeto de revisar los salarios, el Sindicato del Personal Académico presentó el mayor número de afiliados: 3263 contra 2965. Y por consiguiente, -así se había pactado en las “Condiciones Gremiales”- ejerció la representación del personal académico. Ni las autoridades universitarias ni las múltiples Asociaciones objetaron ese resultado. Fue, tal vez, el momento estelar del SPAUNAM. Una situación favorable que no supieron consolidar a lo largo de 1976. Es posible que les aburriera la lenta y cotidiana tarea de convencer a sus colegas universitarios; es posible que carecieran de buenos argumentos, pero también es posible que en el fondo despreciaran esos métodos y sólo creyeran en la técnica de la intimidación y en la política de las alianzas externas. En una palabra: no entendieron la lógica de la lucha sindical universitaria y actuaron como una vanguardia de partido. La clientela ultraizquierdista -incómoda incluso para el SPAUNAM- aceleró el proceso. Al confrontar nuevamente sus votos en enero de 1977, el SPAUNAM resultó minoritario: acreditó 3547 agremiados contra 5139 de la coalición de Asociaciones. No aceptó la derrota y entre aspavientos y amenazas desconoció los Acuerdos de 1975. Sin duda pensaron que la democracia es válida sólo cuando yo gano. Desde ese momento renunciaron definitivamente a la legitimidad mayoritaria y recurrieron por segunda vez a la prepotencia política. “¿Qué hacer?” se habrán preguntado imaginándose que también ellos viajaban hacia Finlandia en el famoso tren blindado. ¿Qué hacer, en efecto? Tácticos instantáneos -el pensamiento retrasa la acción- el primero de abril anunciaron la buena nueva: nos fusionamos con el STEUNAM para constituir un Sindicato único, el STUNAM, y reclamamos la firma de un contrato colectivo que incluye el del antiguo STEUNAM y aquel otro -adjetivo más, adjetivo menos- que no pudimos imponer ni en 1975 ni tampoco hace dos meses. ¿No quieren firmarlo? Está bien. El 20 de junio entramos en huelga.

Con esa decisión la directiva del STEUNAM se ha jugado cinco años de progresivas conquistas laborales. La explicación no debemos buscarla ni en la caridad sindical ni en la defensa de sus agremiados. Los trabajadores y empleados de la Universidad nada obtienen con la creación del nuevo sindicato. No creo exagerar si escribo que el noventa por ciento de ellos ignora las causas de la huelga. Los dirigentes del STEUNAM perpetúan así las prácticas autoritarias del sindicalismo oficial mexicano. La misma escuela, la misma letra, el mismo lema: yo pienso por ti. No hemos avanzado. En este caso lo importante es recalcar que la huelga estalló por una resolución de la dirección del Sindicato y del Partido Comunista. La “base” no intervino. No hay estrategia sindical, hay estrategia de partido. El SPAUNAM, sin embargo, no renuncia al lenguaje democrático. Según ellos, la fusión con el STEUNAM los ha convertido, automáticamente, en una mayoría. Soberbio ejemplo -imagino- de aquel inolvidable “salto cualitativo” que tanto impresionó a Cantinflas y a Beria. Esa broma sugiere que aún las más maliciosas almas liberales debieran inclinar la cabeza y aceptar, con mansedumbre electoral, la contratación colectiva del personal académico. Pero la realidad, para suerte o para desgracia nuestra, es menos mágica: si el SPAUNAM es minoritario respecto a los profesores e investigadores de la Universidad, no puede decidir quién será el representante legal de la totalidad del personal académico. Es terrible, lo sé, pero una minoría es una minoría. No puede decidir, por consiguiente, que un nuevo Sindicato, compuesto por el STEUNAM y por un grupo de profesores, sea el que ejerza la titularidad de un contrato colectivo que abarca -perdónenme la repetición-- al conjunto del personal académico. Ni el STEUNAM -porque no le compete-, ni el SPAUNAM -por ser tan pocos- pueden ordenar que se tomen en cuenta los votos de los trabajadores para resolver asuntos académicos. La conclusión, entonces, no es difícil: el SPAUNAM no busca la unión sindical para legalizar de alguna manera sus peticiones, sino para tener mayor fuerza. Para forzar la puerta que sus 3,500 votos le cerraron. Para poder entrar en huelga.

El anterior gobierno es en gran medida, el responsable del conflicto actual. Por un lado fomentó el sindicalismo universitario -quizá para llevar a cabo su eficacísima lucha contra la derecha- y, por otro, impidió que se legislara sobre las relaciones laborales. Durante más de cuatro años el rector Soberón ha padecido esa contradicción que sólo procrea aventurerismo político. Ignoro cual será la solución del problema universitario. Pero sí sé lo que quiero: que no se imponga la minoría prepotente. Espero, además, que el gobierno entienda que la Universidad no debe entrar en ninguna estrategia de reforma política y espero, sobre todas las cosas, que no haya violencia.

Alejandro Rossi

1 de julio,1977



Publicado en Vuelta, número 9, agosto de 1977.

lunes, 9 de noviembre de 2009

El caso de las butacas robadas

Aunque el caso de las butacas era aparentemente demasiado obvio como para buscar a un Sherlock Holmes que lo resolviera, encontré este boletín en la red que explica la desaparición de los asientos del auditorio Justo Sierra. Parecería una simpleza exponerlo aquí pero uno de los "argumentos" recurrentes de okupas y pro-okupas ha sido que el auditorio les pertenece porque las autoridades atentaron contra el auditorio retirando las butacas. Además que decir esto le ha servido a la okupación de exculpación cuando se le ha señalado la evidente degradación física que ha sufrido el inmueble por su prolongada estancia en el lugar (después de todo han afirmado (vea el punto 1) que el inmueble ya no le pertenece a la institución, ¿por qué habría de darle mantenimiento la institución entonces?).




Allá va pues el boletín de hace más de 9 años, emitido por la DGCS:



Boletin: UNAM-2000/509

Lugar: Ciudad Universitaria

Fecha: Martes, 29 de Agosto de 2000

SE REHABILITA EL AUDITORIO “JUSTO SIERRA” DE CIUDAD UNIVERSITARIA

La UNAM informa que han dado inicio los trabajos de rehabilitación del auditorio “Justo Sierra”, ubicado en Ciudad Universitaria, que tienen por objeto devolverle las condiciones necesarias para ser utilizado de manera óptima por los universitarios en actividades académicas y culturales.

Los trabajos de rehabilitación, coordinados por la Dirección General de Obras y Conservación, comprenden la limpieza a fondo en pisos y muros; la restauración de parte del plafón que se encuentra dañada, así como la pintura del inmueble.

Estas tareas implican también, entre otras cosas, el acondicionamiento de las instalaciones especiales con las que cuenta el auditorio para las actividades teatrales, como son la iluminación, las tramoyas, el sonido y el muro acústico.

Será rehabilitada, o en su caso sustituida, la mayoría de las butacas que se encuentran en condiciones inapropiadas, además de que se repondrán pisos y alfombras.

La rehabilitación del auditorio “Justo Sierra” forma parte de un programa integral de mantenimiento y rehabilitación de espacios e inmuebles en Ciudad Universitaria.

Por otra parte, la Coordinación de Difusión Cultural y la Facultad de Filosofía y Letras, corresponsables de las actividades académicas y culturales que se desarrollan en el auditorio, están en la disposición de atender las sugerencias y los planteamientos que cualquier miembro de la comunidad quiera hacer para enriquecer sus funciones universitarias.

En caso de que se requiera el uso del auditorio antes de que concluya su remodelación, la Secretaría de la Rectoría atenderá dichas necesidades, poniendo a disposición de los interesados otros espacios de Ciudad Universitaria, tales como el auditorio “Alfonso Caso”.



Bueno, espero que en el trueque de libros de hace algunos días los estudiantes hayan donado a los ingenuos asambleístas todo el material necesario para el reacondicionamiento del auditorio, después de todo, según ellos el auditorio ya es de todos. Si los estudiantes somos la parte más importante de la UNAM tiene que ser en parte por nuestra omnipotencia, qué Dirección General de Obras y Conservación ni que 8/4: no los necesitamos.

domingo, 8 de noviembre de 2009

NO A LA VIOLENCIA


Ante los últimos comentarios manifestados en el foro, se reitera que los administradores de este blog no aceptan ni promueven ningún tipo de violencia física o confrontación. La propuesta es y será la lucha de ideas.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Anti-Universidad

Si leen las primeras líneas del siguiente artículo podrá parecerles que se escribió en 1999, o que alude a los secuestradores del auditorio Justo Sierra. No es así. Es una historia vieja aunque recurrente. La última vez Octavio Paz se refirió a un artículo publicado en Excelsior el 8 de diciembre de 1972 por Gastón García Cantú. A continuación lo reproducimos para ustedes.


Antiuniversidad



La Universidad no padece una crisis más, sino la amenaza de su desaparición. Ha sido quebrantada en sus bases académicas y científicas; en su labor de difundir la cultura. Se introdujeron en su vida misma las corrientes irracionales más destructivas de nuestra época: la calumnia, la injuria; el calificativo despectivo como réplica a los argumentos. La violencia impune.

Se fomentó, dentro y fuera de sus recintos, la política del fascismo: condena del opositor; persecución ideológica y encomio de los actos sin escrúpulos.

Los jóvenes han renunciado a su derecho a estudiar y, los profesores, a su deber de enseñar.

Se ha favorecido la abstención ante el agresor, el apoyo silencioso al delincuente, el acatamiento a quien dispone los actos autoritarios; realidad la cual ha favorecido tres actitudes: la indiferencia y el ser cómplices o delincuentes.

Deben recorrerse los pasillos, verse las escuelas, los auditorios, las bibliotecas, los letreros infamantes; advertir la basura moral enseñoreada en las aulas; oír la cólera insana de los oradores espontáneos; comprobar la estupidez y la locura de quienes alientan, hora tras hora, la demolición de la Universidad, para persuadirse de que, el dilema, ha sido resuelto: o la Universidad o la antiuniversidad; o la moral, o la delincuencia; o la verdad o la calumnia; o la cultura o la barbarie; o la justicia o la venalidad; es decir, los valores que representa Pablo González Casanova o los que simbolizan Mario Falcón, Nicolás Olivos Cuellar y Evaristo Pérez Arreola.

La integridad y la decencia o la triste vida de los seres sin conciencia moral.

La comunidad universitaria, al parecer, ha elegido: Falcón y los supuestos representantes de los trabajadores.

Ha preferido, y acaso seguirá haciéndolo, a quienes convocan al asalto de los recintos universitarios, al agresor, al ladrón, al iscariote, al drogadicto y no al que procuró educarlos y defender, con la ley, sus libertades académicas.

La comunidad, al parecer, he hecho su elección. Dejó solo al rector, uno de los hombres más dignos de esta generación.

Se ha apoyado la fechoría, la mentira y el despojo, abierto y público.

Ni mil universitarios acudieron a su casa de estudios y sí más de cincuenta mil a un juego de futbol norteamericano. No se permitió a nuestros investigadores salvar su trabajo: era romper la huelga; pero sí abrieron los campos deportivos para que los jugadores practicaran su derrota.

La Universidad no merecía eso. Ni nadie. No se les enseñó a los jóvenes ese camino. No se les abrieron las aulas para que confundieran los valores esenciales de la vida. No se les indicó a los profesores que sólo el cheque quincenal fuera lo sagrado de la Universidad. No se clausuraron los laboratorios. A nadie se le persiguió por sus ideas. No se intentó corromper a líderes estudiantiles. Ni se impidió, a los injuriadores obsesivos del rector, el acceso a los auditorios. Todo lo contrario. Se invitó a los universitarios a que discutieran, se informaran y trazaran, democráticamente, el futuro de su casa de estudios; se ofreció a los trabajadores y empleados prestaciones que ni ellos mismos imaginaron y un sindicalismo sin las facultades propias de la venalidad y la corrupción.

Nada de eso importó. Lo urgente era barrenar la Universidad. Desprestigiarla. Volverla inútil para todos. Detener la afluencia de los jóvenes a las escuelas superiores. Separarla de la razón y el derecho. Aislarla como si fuera una institución nociva. Hacerla, a su pesar y contra sus protestas, ajena al derecho positivo. Señalar que los delincuentes podían vivir en ella, impunes y respetados. Así, el bandolero se convirtió en héroe; sus pistoleros, en guardianes de la ley; el drogadicto y el insano mental, en maestro de la juventud. El agente provocador, en guía universitario.

Estos hechos no son representación de la locura sino la realidad misma. Son lo real de nuestros días, no su ficción; la verdad de lo ocurrido, no lo falso. Esto ha sido así. Se trabajó con afán para lograrlo; con audacia, paciencia y tesón para mellar la moral, desviar la razón colectiva, quebrantar la ley y enajenar la Universidad al país; separarla de la nación.

Lo que se pretendía que México aceptara, se ha obtenido: configurar a los universitarios como incapaces de gobernarse a sí mismos; señalar que la autonomía es un bien que ellos no saben, ni pueden, apreciar. En esa labor de demolición coadyuvaron los enloquecidos que se sobreviven a sí mismos en los comités de lucha, los ultraizquierdistas, verdaderos enfermos de la razón, los dirigentes del Partido Comunista –la agrupación más antimarxista de América Latina- que pretenden hacerse de un sindicato de alcances nacionales y dominar la Universidad, los ignorantes, algunos directores plegadizos y acobardados, los adversarios de la educación superior, los patrones nacionales y extranjeros coludidos para desmembrar toda institución crítica, los grupos más reaccionarios para los cuales todo lo que no esté sellado y lacrado por los empresarios de Monterrey, es marxismo, y, también, los que, ahora, ven llegada su oportunidad de lanzarse sobre las escuelas y facultades para repartirse, ilusoriamente, los presupuestos administrativos.

La Universidad no será más la misma. Quienes retornen a ella la verán intacta, aparentemente. Su espíritu; su misión, han sufrido daños irreparables. Javier Barros Sierra se hizo esta pregunta el 17 de noviembre de 1968: “¿A quién puede convenir que la Universidad no cumpla sus fines, que se frene el avance científico y tecnológico, que se supriman las libertades universitarias?

“No podemos engañarnos
–afirmó aquel rector-: a aquellos intereses que se proponen mantener su hegemonía sobre los países que todavía no alcanzan su pleno desenvolvimiento. Y a las fuerzas internas que, olvidando el servicio a la patria, coinciden con las de afuera. Sólo a ellas les interesa ver reducida nuestra Universidad a la condición que afecta, por desgracia, a otras en numerosos países latinoamericanos. Estas fuerzas quisieran verla debilitada, sin autoridad moral ni capacidad para cumplir con sus auténticas funciones que se resumen en una esencial: contribuir al desarrollo democrático e independiente del país, en beneficio de la colectividad entera y no de grupos, facciones o partidos.”

La acción decisiva de ese propósito señalado en su tiempo por Barros Sierra y después por Pablo González Casanova, corrió a cargo de las fuerzas internas de la Universidad. Sus trabajadores más humildes han sido impulsados para cerrarla y confiar su destino a quienes habrán de aherrojarlos.

Se ha permitido que la delincuencia y la conspiración política destruyeran la Universidad.

Las consecuencias de todo ello las pagará el país.


-Gastón García Cantú -
Excelsior, 8 de diciembre de 1972.


Un par de preguntas para José Narro, Juan Ramón de la Fuente o quién las pueda contestar: ¿Permitir el secuestro del auditorio Justo Sierra es una especie de sacrificio que tenemos que ofrendar para contener las fuerzas de aquellos demonios que están prestos para destruir la Universidad?

En menos de un año se cumplen cien de la fundación de la Universidad Nacional. ¿No sería lo propio que la ceremonia del 22 de septiembre de 2010 se llevará a cabo en el que fue el principal auditorio de la Ciudad Universitaria, cuyo nombre evoca al gestor del gran proyecto del que hoy somos beneficiarios?

jueves, 5 de noviembre de 2009

Comentarios y conjeturas: Los misterios del Pedregal III

Para los que creen o quieren hacernos creer que no hay razones de fondo para exigir la devolución del auditorio Justo Sierra a la Universidad, les presentamos la tercera parte de Los misterios del Pedregal, cortesía del señor Octavio Paz. La tercera parte es larga pero nos deja ver una vez más que las batallas por la UNAM datan de tiempo atrás y que lo que está en juego no es nada trivial.


Los misterios del Pedregal III


Mientras ocurría todo esto, los comisionados de la Universidad proseguían sus largas negociaciones con los dirigentes de los empleados. Los comisionados han mostrado flexibilidad pero asimismo una loable firmeza: han cedido en todo lo que era posible ceder, no en la inaceptable cláusula de exclusión. Esa cláusula es tanto la negación de la libertad individual como del auténtico derecho de asociación. Hacer del sindicato mayoritario un sindicato único, es tanto como convertirlo en el árbitro de la Universidad. La diferencia entre los comisionados y los dirigentes se reduce a un punto pero ese punto no es económico ni social sino político: lo que desean los dirigentes es el control de todos los empleados y trabajadores de la Universidad. Como no es fácil que abandonen de motu propio su posición, la única solución –nada remota- será que los empleados y los trabajadores obliguen a sus dirigentes a adoptar una actitud un poco más conciliadora.



En tanto que las negociaciones llegaban a un punto muerto, se inició la actividad tendiente a elegir un nuevo Rector. En los auditorios, teatros, explanadas y catacumbas de la megalomaniaca Ciudad Universitaria se reunieron durante unos diez días las tribus de profesores y estudiantes, convocadas por el areópago para auscultar su opinión. La paralización de los servicios, el desánimo de la “base” y el griterío de los “grillos” hicieron extremadamente difícil la averiguación. Por fin, el 4 de enero la Junta de Gobierno anunció el nombre del elegido: Guillermo Soberón Acevedo, doctor en química biológica. Todos se hacen lenguas de sus méritos como científico y como catedrático. Plural se une al coro y le desea buena suerte. Ojalá que no sea una nueva víctima de la vesania de los demagogos, los sambenitos de los comisarios del Santo Oficio y los tejemanejes de los politicastros.

El país no puede sacrificar cada dos o tres años a sus mejores gentes en ese Teatro del Escarnio en que se ha convertido la Torre de la Rectoría. Por eso, a riesgo de ser tachados de pájaros de mal agüero, no podemos callarnos: ya hay signos de que se inicia una campaña contra Soberón. Algunos de los doctrinarios y de los adoctrinados de Filosofía y Letras, Ciencias Políticas, Economía y otras Facultades, partidarios de un candidato “progresista”, empiezan a “cuestionar” (como ellos dicen) al nuevo Rector. Otro indicio: en un mitin de los empleados, estudiantes y profesores que apoyan el paro, se hicieron críticas al doctor Soberón y “un orador auguró que su política sería reaccionaria… También fue censurada la Junta de Gobierno y se habló de una imposición”. (Véase Excelsior, 5 de enero). ¿Quiénes mueven a esas gentes y qué es lo que quieren realmente?

Intermedio: comentarios y conjeturas.
Hasta hace poco la teoría en boga para explicar los disturbios universitarios era la que llamamos en una nota de esta sección (
Canción de la torre más alta, Plural 12) la “hipótesis astronómica”: atribuir a una maquinación del imperialismo la crisis de la Universidad equivale a explicar la caída de Constantinopla o la Guerra de Cien Años por la situación del planeta Tierra en el sistema solar. No es falso: es remoto. Otra teoría en boga –vieja como la Inquisición, Hitler, Stalin y el delirio de persecución- es la de la “conspiración contra la Universidad”. En 1968 los conspiradores eran la CIA y el comunismo internacional; en 1972, otra vez la CIA, la oligarquía, la CTM y el PRI. Una pintoresca asociación de mujeres universitarias denunció en Excelsior “al imperialismo y a los emisarios del pasado (sic), que han enviado a la Universidad dos agitadores para destruirla, uno de derecha y otro de izquierda” (se referían al “pintor” y a su compadre, el que está en la sombra). La verdad es que si la derecha interviene en los líos universitarios, lo hace de una manera paradójica: no sólo se disfraza de izquierda sino que adopta el vocabulario, la táctica y aun los programas del Partido Comunista y de las otras sectas y hermandades radicales. Y hay más: todos los grupos y personalidades que intervienen en la política universitaria, sin excepción y con asombrosa unanimidad, coincidían –las cosas han cambiado un poco en las últimas semanas- en señalar al imperialismo y las fuerzas de la derecha como causantes de los desórdenes. Esto comprueba que la derecha mexicana ya no tiene ideología –sólo tiene intereses. O que el descrédito de sus ideas es tal que nadie se atreve a sostenerlas en público. Pero el abuso del vocabulario revolucionario revela asimismo que las ideas de izquierda se han vuelto gaseosas y mostrencas, de modo que a fuerza de significar todo y a todos no significan ya nada. Han dejado de ser una visión crítica y se han convertido, precisamente en el sentido marxista de la palabra, en una “ideología”: un velo para ocultar la realidad.

Marx decía que antes de hacer la crítica de la tierra había que hacer la crítica del cielo: las religiones y las ideologías. Triste destino el del marxismo: después de haber sido en Rusia la gnosis del sangriento Stalin se ha vuelto en México catecismo de escolapios atarantados y Organon de dómines poseídos de furor paralógico. Naturalmente la responsabilidad mayor de esta situación corresponde a los que profesan de una manera auténtica –esto es, con responsabilidad intelectual y entereza moral- las ideas de izquierda. Desde el siglo XVIII lo que llamamos, con cierta inexactitud pero expresivamente: pensamiento de izquierda, ha sido un pensamiento crítico. De Diderot a Marx y de Fourier a Bertrand Russell, el intelectual de izquierda ha sido lo contrario de un demagogo: no ha temido quedarse solo ni enfrentarse a las opiniones y prejuicios de la mayoría. Es desolador que la mayoría de nuestros intelectuales haya callado ante la escandalosa utilización de las ideas de izquierda en la Universidad y que incluso algunos, echando aceite al fuego, amparen con su autoridad la “hipótesis astronómica” y las parodias revolucionarias. Sin embargo, en las últimas semanas hemos sido testigos de una reacción. Tímida y tardía pero saludable. El primero fue quizá Pablo González Casanova que, al fin, un poco antes de presentar su renuncia, expresó su preocupación ante la actitud de ciertos grupos de estudiantes y profesores que se llaman de izquierda. Un poco después, en un valiente artículo, Gastón García Cantú confirmó –secreto a voces- la participación central en el paro de los empleados de “los comités de lucha, los ultraizquierdistas y los dirigentes del Partido Comunista –la agrupación más antimarxista de la América Latina y que pretende hacerse de un sindicato de alcances nacionales y dominar la Universidad…” (Excelsior, 8 de diciembre pasado). Sobre esto vale la pena detenerse un poco.

La opinión general –nosotros mismos nos hicimos ecos de esa versión- veía en los dirigentes del STEUNAM (el sindicato de empleados universitarios) a muñecos movidos por Fidel Velázquez y la CTM, es decir, por el ala derecha del PRI. No es así: el 4 de enero los contingentes del STEUNAM desfilaron por la explanada universitaria lanzando gritos contra las bombas nixonianas y contra… Fidel Velázquez. Otro intelectual de izquierda, Joaquín Sánchez MacGregor, confirma que la táctica del STEUNAM coincide con la del Partido Comunista y que ambos “se proponen expresamente como modelo la Universidad Autónoma de Puebla”. Se trata de “usar a la Universidad como un ariete contra el Gobierno.” Sánchez MacGregor prevé lo que puede ocurrir: “sometida a un desgaste continuo, la Universidad se defiende como gato boca arriba contra un enemigo superior en fuerzas y, sin sentirlo, poco a poco se vuelve contra-universidad, según el término acuñado por sus ideólogos”. (Excelsior, 8 de diciembre pasado.) Eso es lo que ha sucedido en Puebla. En una provincia donde se combinan las tradiciones caciquiles y crueles del avilacamachismo con las de un catolicismo de excomunión y lapidación de réprobos, una provincia que es la plaza fuerte de la clase patronal más obtusa y sanguinaria del país, allí precisamente el Partido Comunista ha convertido a la Universidad local en una base de operaciones. La Universidad de Puebla ha cambiado la crítica por la acción. Ya no es una Universidad: es un bastión. Pero es un bastión sitiado y ensangrentado: dos de sus soldados han sido asesinados. ¿Ese es el modelo suicida que se quiere aplicar a todo el país?

Plural, número 16, enero de 1973

Continuará...


Hoy el auditorio de Filosofía y Letras no es un auditorio universitario; no lo es desde hace 10 años. ¿Es un bastión? ¿De quién? ¿Contra qué exactamente? ¿Quién está detrás de la okupación? ¿Qué querrán realmente?

jueves, 29 de octubre de 2009

Los Misterios del Pedregal II

Nuevamente recibimos al muy ilustre invitado que abrió esta sección del blog hace meses. Les presentamos el segundo episodio de Los Misterios del Pedregal, cortesía de Octavio Paz.


Los misterios del pedregal II


(Véase el Primer Episodio en el número 15 de Plural y, como antecedente, en el número 12, Canción de la torre más alta.)

En el Primer Episodio dejamos a la Universidad maniatada por el paro de sus empleados y sin Rector. El “pintor revolucionario” había acampado en la gran explanada y desde allí, armado y al frente de su mesnada, urdía sus golpes de mano. Como la praxis y la teoría van juntas, mientras guerreaba cubría los muros de las facultades con ejemplos de su arte ideológico. Algunos miembros de la Junta de Gobierno acudieron al Procurador para pedir la aprehensión del jeque. Aunque la Procuraduría no procedió porque la Junta no formalizó la petición, los comités de lucha estudiantiles y algunos altos funcionarios y profesores universitarios armaron el alboroto y la algarabía:* ¡la policía se apresta a violar la autonomía de la Universidad! Entonces dos jóvenes tribunos persuadieron al “pintor” de que mejor mudase de aires y se marchase al extranjero para dar a conocer allá el muralismo mexicano y sus maravillas. Asintió el trabucaire y los dos predicantes se fueron a ver al Embajador del Perú para pedirle que le diese techo como refugiado político. El embajador accedió, luego de haber consultado con su Gobierno y con el de México. Escoltado por los tribunos, el revolvedor se cambió a la Embajada y de ahí, por avión, a Lima. Al día siguiente los dos corifeos convocaron a una junta de estudiantes y declararon que, “aunque no debían a nadie explicación de sus actos, salvo a la base (sic) estudiantil”, habían obrado así por “deber revolucionario”: con el pretexto de aprehender al “pintor” –con cuya “línea” no se solidarizaban- se tramaba otro ataque contra la autonomía universitaria. ¡Una nueva intriga reaccionaria había sido deshecha! A despecho de su utilización del vocabulario revolucionario (o quizá por eso mismo: asistimos ala desvalorización de ese lenguaje), los dos tribunos se convirtieron, ingenuos y/o tontos, en cómplices del espadachín. Si la acción de los dos líderes revela tanto su arrogancia como su nulidad política –a los provocadores no se les cubre promoviéndolos a la dignidad de perseguidos políticos sino que se les desenmascara- ¿qué decir del Gobierno? Se desdijo y su incongruencia fue algo más que una falta contra la lógica: el Gobierno le faltó el respeto a la opinión nacional y se lo faltó a sí mismo. ¿Y qué ha pasado con el otro espantanublados, compañero del “pintor” en el asalto y ocupación de la Torre de Rectoría? Panamá, que lo había asilado, lo devolvió por escandaloso y fue a parar a chirona. Allá sigue pero no se ha vuelto a saber de su suerte. Si hay proceso, las diligencias deben ser ultra-secretas pues nada ha transpirado a la calle. ¿Se quiere tapa el son con un dedo? Es público que el chiquilicuatro es mandadero de un Senador: ¿se temen sus indiscreciones?

* Alboroto, del latín volutare: agitar; algarabía, del árabe arabiya: griterío confuso.


Plural, número 16, enero de 1973, p.37.



Continuará...


Vea aquí la relación de estos hechos, cortesía del STUNAM.





Miguel Castro Bustos, ex líder estudiantil en la UNAM. Participó en la toma de la rectoría de la UNAM en 1972 (foto del 6 de noviembre de 1986).

martes, 27 de octubre de 2009

El año que se confinó a la Universidad

Varios de nuestros combativos lectores han manifestado su preocupación porque temen que los incautos caigan en nuestras redes de engaños y mentiras. Quizás por eso desaparecen los carteles que pegamos o los volantes que intentamos distribuir... bueno, es sólo una conjetura. Ya lo había manifestado antes: los que llegan aquí en busca de información no tienen por qué creer cada palabra que digamos. Por ello les proporcionamos enlaces a los sitios web que defienden posturas contrarias a las nuestras. Así pues, sean críticos lectores e investiguen por su propia cuenta, juzguen de qué lado está la razón, si es que está en algún lado.

A propósito de mentiras, el otro día escuché a un compañero de la facultad decir por un micrófono que en 1999 ya se había decretado la privatización de la Universidad y que el CGH consiguió echar para atrás ese "decreto". Nada más falso. Sí, se aprobó una modificación en las cuotas reglamentarias. Los activistas de entonces decían que era el primer paso hacia la privatización. Pero ni los más radicales de ellos habían aceptado la existencia de un "decreto" inexistente. En nuesta intención de recordar lo que ocurrió en aquel entonces o de hacerle saber a los que no lo vivieron qué se decía entonces; les presentamos hoy este texto, originalmente publicado en
Reforma; su autor es Jesús Silva-Herzog Márquez.


La Universidad en el exilio

Reforma
3 de mayo de 1999

Debe ser muy difícil pintar como atropello que los que pueden pagar, paguen y los que no, no; lo que procede para fundamentar la empresa es instalar el debate en el universo de la conspiración.

Es imposible mantenerse indiferente frente a la imagen: las puertas de la universidad convertidas en barricadas. El territorio de la razón cerrado por troncos y fierros, lo inapropiable capturado por unos cuantos. La comunidad universitaria es despojada, así, de su espacio de trabajo, expulsada de su casa, lanzada al exilio. La universidad es, ante todo, una comunidad, una gran asociación colectiva con un propósito de cultura. Esa comunidad ha sido desterrada. Los estudiantes no pueden encontrarse en su salón con sus maestros; los investigadores no pueden llegar al laboratorio; las bibliotecas están tapiadas. Le escuela ha sido cerrada en nombre de la educación popular.

La democracia es el trapo con el que quiere envolverse el atropoello. Democrático es lo que se viste de popular, sea cual sea su expresión y sus prácticas, sean cuales sean sus efectos. Demócrata es el que invoca al pueblo, el que habla en su nombre. El discurso es realmente cómodo: antidemocrático será lo que me disgusta; democrático lo que me complace. La sesión que aprobó el aumento de las cuotas es, desde luego, ilegítima por no haberse celebrado en el lugar de siempre. Que por la violencia se haya impedido la reunión de los miembros del Consejo Universitario resulta irrelevante en el desenvolvimiento de la lucha social. Impecablemente legítimo será, en contraposición, el procedimiento para decidir la huelga en la Universidad. Una asamblea sin reglas, el más grotesco instrumento de manipulación colectiva, se disfraza como foro ejemplar de deliberación y decisión comunitaria.

Será un arcaismo fenomenal reivindicar a estas alturas el asambleísmo como método razonable de actuación colectiva, pero no es, de modo alguno, extraño en estos tiempos de confusión democrática e inflamación demagógica. La asamblea no solamente es uno de los espacios más antiliberales sino también uno de los foros más antidemocráticos que pueden imaginarse. Una asamblea carente de procedimientos estrictos y normas claras para debatir y tomar decisiones es el espacio de la aclamación que aniquila cualquier voz discordante y que asegura todo el poder a los activistas. De ellos, no de los estudiantes, es la huelga. El método de actuación es una joya de estas prácticas: se instaura una asamblea permanente que discutirá durante horas y horas hasta que la decisión sea la prefigurada. Si a medio día se dice no a la huelga, seguramente a las cuatro de la mañana se dirá que sí. El cansancio de los otros es el mejor aliado del activista.

Las razones de los huelguistas son bien flacas. Debe ser, en efecto, muy difícil pintar como atropello el que los que puedan pagar, paguen y los que no, no. Lo que procede para fundamentar la empresa es instalar el debate en el universo de la conspiración. Ahí todo cobra sentido y color. Es muy simple: hay que escoger entre neoliberalismo y nación. Detrás del cambio al reglamento universitario hay una estrategia oculta de privatizar la educación y, de plano, vender el país. “No, no son las cuotas", reconoce Adolfo Gilly, el cercano asesor del jefe de gobierno del Distrito Federal. "Quieren cambiarle a México la UNAM. Quieren convertir a México en un espacio de la nueva dominación de las finanzas y organizarnos la vida según sus sinrazones”. Pensar en la exención del pago de quienes no tienen los recursos para hacerlo es, según el biógrafo de la familia Cárdenas, una medida hitleriana que pretende humillar públicamente a los excluidos, tatuarlos como judios bajo el nazismo. La lucha de los estudiantes es una defensa de la razón y de la libertad. Nada menos. Las cuotas anuncian la ofensiva del capital financiero internacional en contra de la inteligencia. Eso dice don Adolfo Gilly.

Es divertido explorar estos universos conspiratorios pero quizá es más útil preguntarse por las razones de éxito de este discurso. No cabe duda que miles de personas sintonizan con estas fantasías de la mano negra que juega con la historia, con la narración segura que anuda todos los hechos de nuestra historia reciente en la complicidad satánica del neoliberalismo. No es una casualidad que estas disertaciones florezcan en este tiempo alborotado. Las condiciones de eficacia de este discurso están sembradas en años de contrariedades y estafas, en la hondura de nuestras desconfianzas, en la ausencia de medios profesionales que sirvan como mecanismos ordenadores. Con una memoria rica en desengaños, con una prensa facciosa, el país se agita entre desmesuras.

En este caldo de desconfianzas se alimenta la petición central de los huelguistas: diálogo público. Ha de ser público porque lo discreto es, por definición, indecente. Aceptar el diálogo privado sería equivalente a venderse. El único modo de tratar a las autoridades es mediante un encuentro público, visible a través de los ojos de los medios de comunicación. El dialogar público, sin embargo, transporta el proceso de negociación al terreno de lo circense.

No hace mucho que la Universidad presenció precisamente ese espectáculo. Todo proceso negociador reclama espacios de discreción. La cámara impone sus reglas a cualquier conversación: el objetivo deja de ser el encontrar un espacio de entendimiento, asumiendo la necesidad de ceder y se vuelve el ánimo de halagar y persuadir al respetable público. Lo saben bien quienes han estado involucrados en las negociaciones más espinosas, quienes han buscado compromisos de paz: los resultados de las pláticas deben hacerse públicos, no sus ceremonias. No hay, pues, en la discreción nada de indigno.

De esta manera, puede verse a la comunidad universitaria atrapada entre las autoridades que muestran una enorme incapacidad persuasiva y una notable torpeza política y los activistas que imponen su voluntad por la fuerza. El gran derrotado es, nuevamente, el estudiante, el maestro, el investigador que no apoya a uno o a otro y que es damnificado por el pleito de estos bandos que no tienen disposición de entenderse. Están en el exilio y no tienen voz. Los que tratan de reanudar su vida académica fuera de su casa de trabajo son tachados de cómplices de las autoridades. Si se establece un diálogo, saben que será con los otros, con los activistas que cerraron la Universidad y que tienen toda la atención de los medios y el respaldo del poder: ¿Alguien los escucha?

-Jesús Silva-Herzog Márquez-


Por cierto, Adolfo Gilly también pidió en su momento la liberación del Auditorio Justo Sierra. Cuando menos dos veces (vea aquí sobre la primera y aquí sobre la segunda), y en una de ellas el llamado lo hizo esperando que el Sub Marcos intercediera y le pidiera a los ocupantes que ya nos devolvieran el auditorio.

domingo, 25 de octubre de 2009

Sobre el gobierno estudiantil

Este texto apareció el 18 de mayo de 1999 en el periódico El Universal, también está firmado por el profesor Guevara Niebla.


La república de estudiantes

El Universal
18 de mayo de 1999

He aquí el relativismo moral que impregna el ámbito universitario: una vez que estalló la huelga y se hizo perceptible la gravedad del problema, muchos maestros que no habían visto mal el aumento de las cuotas o que al menos habían mantenido un discreto silencio al respecto, comenzaron a murmurar diciendo: “La culpa es del rector, no supo escoger adecuadamente los tiempos”. O bien: “El rector no ha sabido construir el consenso necesario antes de aprobar el aumento a las cuotas”. O bien: “El rector ya no controla la situación”.

El juicio de estos docentes no ponía en la balanza el comportamiento de los huelguistas, de un lado, y las normas universitarias (y jurídicas) del otro. No, en su reflexión, las normas no contaban y hacían juicios sin aludir a ellas: de esta forma se ponía y se pone en el mismo plano la conducta del rector con la conducta de los huelguistas, como si ambos hubieran incurrido en infracciones similares (si lo hallo, un enlace a uno de los resolutivos de las asambleas que exigen auditoria a las autoridades). La verdad es que el rector no violó las normas universitarias, sin embargo se le reprocha el haber tomado la iniciativa del aumento sin construir previamente “el consenso necesario”.

Yo me pregunto: ¿es que todas las medidas adoptadas por el Consejo Universitario o por el rector deben tener “consenso”? ¿Y qué es el “consenso” en la Universidad? ¿Consenso de quién o de quiénes? Esta idea inevitablemente hace evocar la vieja idea reformista de gobierno universitario que postulaba que la Universidad era una pequeña república dentro de la gran República. Una república de estudiantes. Esta república estudiantil era, desde luego, democrática, de modo que se consideraba a cada alumno como un ciudadano, y a semejanza de la gran República, cada ciudadano-estudiante representaba un voto. Como en toda república democrática, los ciudadanos elegían periódicamente, por voto universal y secreto, a sus autoridades: al rector (que simbolizaba al Poder Ejecutivo) y a los consejeros (diputados) que pasaban a integrar el Consejo Universitario (Parlamento).

Es difícil no evocar este esquema cuando escucha uno decir: “El Consejo Universitario no representa a la comunidad”; “los estudiantes están mal representados en el Consejo”; “el rector, a través del Consejo Universitario, se ha burlado de la voluntad estudiantil”. ¿Cuál es, o cuál debe ser, me pregunto, el concepto de “representación” que debe regir en la Universidad (si es que debe existir alguno)? ¿Es que la Universidad Nacional es, realmente, una República dentro de la República? ¿Existe una soberanía universitaria paralela y, por lo tanto, opuesta a la soberanía nacional? ¿Puede existir una soberanía universitaria?

Estas preguntas no son nuevas: son las mismas que en su época se plantearon Justo Sierra, José Vasconcelos, Manuel Gómez Morín y Alfonso Caso, para mencionar sólo algunos de los grandes hombres que crearon o defendieron la existencia de la Universidad Nacional, y la conclusión a la que llegaron fue unánime en este sentido: no, no existe ni puede existir una soberanía universitaria; no, la Universidad no se puede gobernar de la misma manera que se gobierna la República, entre otras cosas, porque la esencia de una y otra entidad son distintas. El objeto de la Universidad es servir a la sociedad a través del desarrollo del conocimiento, su creación, transmisión y difusión (o, si se quiere, del desarrollo de la cultura superior) que exige condiciones determinadas, en primer lugar la libertad de pensamiento, la libertad espiritual, que supone ausencia de coerciones, supone tranquilidad y paz. En segundo, respeto por el conocimiento y por las jerarquías del conocimiento.

Con el fin de lograr esa libertad se concibió la autonomía universitaria. ¿Qué es la autonomía sino una apuesta de la sociedad moderna a la seriedad y autorresponsabilidad de los universitarios? Con ella se busca, precisamente, deslindar y separar el ámbito de la cultura del ámbito de la política. La historia ha demostrado (Alemania, URSS) fehacientemente que no se puede introducir la política dentro de la Universidad sin desembocar en resultados catastróficos. No olvidemos nunca que la historia de la UNAM es una larga serie de jornadas dolorosas y, a veces, sangrientas, por defender el mundo de la academia frente a las acechanzas del poder político.

Esto no significa que la Universidad deba de dar la espalda a la nación. De ninguna manera. Por su función, ella está destinada a promover el desarrollo nacional mediante la creación de conocimientos, la producción de cuadros técnicos, la formación de líderes sociales, la difusión de la ciencia y la cultura, pero jamás logrará su cometido si su vida interna está sujeta a acciones violentas y la intervención de grupos que no respetan los principios y valores de la academia y sólo atienden a la lógica de sus intereses políticos.

Gilberto Guevara Niebla



El día 5 de Octubre tuvo lugar en el auditorio Justo Sierra el primer foro de discusión en torno a la nueva administración del auditorio. La segunda reunión fue “resolutiva”. Aunque la okupación ha mantenido en reiteradas ocasiones que la cuestión de su estancia en la FFyL es más compleja de lo que quieren hacer ver “las autoridades”, la discusión se agotó pronto y los consensos llegaron rápido. Uno de esos consensos fue el de exigir una auditoría a las autoridades de la facultad para saber qué ha pasado con los recursos que durante diez años debieron utilizarse en el mantenimiento de la residencia de la okupación. Otro fue el de “reconocer” el “trabajo” que durante estos años han realizado en el auditorio los colectivos que lo mantienen secuestrado, perdón, los colectivos que autogestan en él. Claro, hubo algunos sensatos que sí aprovecharon su minuto al micrófono en el histórico inmueble para darle un “jalón de orejas” a los okupas por organizar fiestas, ingerir drogas en el auditorio y lucrar con él.

Auditoría para las autoridades y regaño a los secuestradores. Como si ambos hubieran incurrido en faltas semejantes… más bien, como si fuera una falta mayor guardar un poco la dignidad no legitimando a la okupación dándole mantenimiento a “su auditorio”… y como si fuera una falta menor lo que han hecho los okupantes durante estos últimos 9 años despojando a la Universidad Nacional de uno de sus principales auditorios.

Se supone pues, que “La Asamblea” ya ha comenzado a tomar acuerdos sobre cómo funcionará el auditorio ¿en qué quedó? Con todo y la aspiración de la asamblea de constituir una especie de "república de estudiantes", la okupación ha manifestado:
“aquí los mandones somos nosotros” (bueno, no de manera tan directa aunque sí igual de cínica).

Una nota curiosa: La asamblea
se autoproclamó máximo órgano rector del auditorio (vea el punto 4 relativo al auditorio). Comenzaban sus alegatos diciendo que la organización estudiantil sí representaba los intereses de la comunidad. Pero cuando se les cuestiona sobre esa supuesta representatividad, puesto que es evidente que la mayoría de la comunidad no participa en las asambleas, se defienden diciendo que no es necesario escuchar a aquellos a quienes no les interesan los problemas de la facultad (pues por ello no asisten a las asambleas). Si alguien dice algo opuesto a lo que ellos piensan en un foro distinto a la asamblea no se vale, pues el único foro pertinente para entablar la discusión es su asamblea.

Si las estructuras de gobierno de la universidad son tan deleznables a causa de su antirepresentatividad democrática, y si la propia asamblea ha reconocido ser la voz de “aquellos a quienes importan” los problemas de la facultad, excluyendo no sólo los intereses de los apáticos sino los puntos de vista de todos lo que huelen a “derecha”; en suma, si ambas representaciones son antidemocráticas ¿por qué preferir la segunda a la primera?

miércoles, 21 de octubre de 2009

¿Autogestión?


La voz de los lectores: aunque como saben los comentarios son libres en este sitio, en esta ocasión tenemos el gusto de presentarles de manera formal el punto de vista de la compañera Norma del colegio de Pedagogía.

¿Cuál es la razón? Muy sencilla, nos solicitó el espacio, pues le interesa sobremanera contribuir en la discusión en torno al auditorio de la Facultad de Filosofía y Letras.

¿Cualquiera puede participar? La idea es que sea un espacio abierto. También la idea es que no deje de ser un espacio serio y riguroso, aunque algunos no lo consideren tal. Las circunstancias que nos planteó nuestra nueva colaboradora nos convencieron de que era buena idea incluir su texto aquí. Pero dejemos que ella nos lo diga:
¿Autogestión?

Quiero agradecer al blog por tomar en cuenta mi opinión acerca de lo acontecido últimamente en el auditorio, el lector le puede llamar como más le parezca: “Justo Sierra” o “Che Guevara”. En las asambleas realizadas en mi colegio, el de Pedagogía, sólo se discutía sobre lo mismo y las máximas siempre eran: “No al desalojo”, “No a la intervención de las autoridades” y “El auditorio no es una vivienda y debe mantenerse libre de drogas” (pero me pregunto cómo compaginar el primer y el último punto). Yo no concuerdo con sus dos primeros puntos, los cuales ya no se prestaban a discusión. Cuando mencioné que el auditorio debería ser regresado a las autoridades, inmediatamente descalificaron mi opinión, me censuraron y no querían sustentar con argumentos sólidos la no intervención de las autoridades. Desilusionada de no ser tomada en cuenta dejé de ir a las asambleas, pero posteriormente comencé a escuchar que el no desalojo era defendido a partir de una premisa: “el auditorio es un espacio de trabajo autogestivo”, intrigada por ello me di a la tarea de investigar lo que es la autogestión.

Etimológicamente autogestión se deriva del griego autos propio, uno mismo y geneos formación de una cosa. Es decir, la autogestión es la acción de producir con recursos propios, sin intervención de agentes externos.

Según los diccionarios de María Moliner, la autogestión es la gestión con base a recursos propios de cualquier asociación sin injerencia externa. Pretende alcanzar la participación activa de sus integrantes y la independencia organizativa o económica.

Para Bakunin esta palabra, como casi todas las palabras del vocabulario económico-político-social, puede significar más de una cosa, pero su significado más reducido, autogestión es sinónimo de cogestión, que es la gestión cooperativa de una asociación, en la que participan todos sus integrantes de forma libre e igualitaria y con independencia de factores externos a la misma. La autogestión tiene dos objetivos principales; el primero, promover la participación en una actividad de los implicados de la misma, sin delegar en otras personas y sin relaciones de autoridad entre los participantes. El segundo, también alejarse de las ayudas que pudieran dar o recibir de sectores enemigos a la asociación autogestionada, siendo así independientes de cualquier factor político o económico externo.


Con estas definiciones me vienen a la mente dos cuestionamientos, 1. ¿Hasta qué punto se puede ser autogestivo? Y 2. ¿La autogestión se lleva a la praxis en el auditorio Justo Sierra o Che Guevara? Haciendo un intento por responderme considero que no se puede ser 100% autogestivo (a menos que se sea un robinson[1]) ya que esto implicaría por ejemplo producir nuestra propia ropa y alimentos. Respondiendo al segundo cuestionamiento considero que la autogestión no es practicada en el auditorio. Me atrevo a decir que el auditorio no es autogestivo por los siguientes puntos:

  • La autogestión llevada a la práctica implica el hecho de no recibir recursos económicos, bienes inmuebles y servicios de ninguna autoridad institucional. Podemos comprobar que no son autogestivos por el simple hecho de reclamar el servicio de luz que ni siquiera pagan, si son autogestivos esto me parece poco ético.
  • La autogestión se debe dar en la calle, no en un recinto académico, ya que en la calle es en donde realmente se debe y se requiere ejercer presión.
  • La autogestión se puede dar sin necesidad de un espacio fisco.

Compañeros estudiantes con estas escuetas premisas yo les pregunto ¿no creen que los ocupantes se escudan en la autonomía de la UNAM? es decir que ellos confían en que las autoridades no se deciden a actuar (desalojarlos) porque el tema es delicado y probablemente implicaría el uso de la fuerza pública.
Compañeros ocupantes y simpatizantes de los mismos, para ustedes ¿Qué es la autogestión?

Norma

[1] Persona que puede llegar a ser autosuficiente en soledad