domingo, 30 de agosto de 2009

El Maestro Sierra

En esta ocasión les presento una semblanza del Maestro, escrita por Luis Lara Pardo y que apareció en el libro Homenaje a don Justo Sierra (Secretaría de Educación Pública, 1962); y originalmente en la Revista de Revistas (1948).

Luis Lara recuerda el incidente de los jóvenes rebeldes en contra del maestro. Nos deja ver cómo el maestro no lo era sólo de historia, sino también de virtud y honor por medio del ejemplo. Es más fácil para algunos venerar la figura (pues en ocasiones es con lo único que se cuenta de ellos, una imagen, una fotografía) de quien toma el fusil y se refugia en la selva; parece no ser tan atractiva la del maestro que además de educar en las aulas se desnudaba en las columnas de los diarios, nunca desde la clandestinidad sino siempre ante los ojos de la nación, que exponía con valor y respeto a la (hoy en día devaluada) más alta tribuna de la nación, ante el Congreso, sus ideas y proyectos.

Nos recuerda su lealtad, valor ya en desuso en estos tiempos. Cuando hay quienes olvidan que formar parte de la Universidad es un compromiso, cuando hay quienes piensan que el gobierno debe darles, sin entregar nada a cambio... salvo quizás dentelladas. Y nos habla además, desde el lejano 1948, del peligro que correría la Universidad cada vez que fuera tomada como rehén de luchas políticas, ajenas a su misión fundamental. Misión que puede resumirse en estas palabras del Maestro: "En el amor de la ciencia y de la patria está la salud del pueblo". Así pues, Luis Lara Pardo nos cuenta:


Cómo Conocí al Maestro


En aquellos días, ya remotísimos, de mis primeros pasos por la Escuela Preparatoria, Justo Sierra no era todavía el maestro amado y venerado por la juventud mexicana. Comenzaba, sí, su ascensión. Era profesor de historia, por derecho propio, en el Alma Mater de las generaciones profesionales futuras.


Políticamente era diputado, primer peldaño de su carrera. Era literalmente conocido en el cenáculo que rodeaba al maestro Ignacio Altamirano. Los muchachos preparatorianos lo conocíamos principalmente como cantor romántico de la “Playera”.


Dábanse entonces algunos pasos para hacer avanzar los sistemas educativos.


Reuníase una asamblea de educadores que discutían asuntos pedagógicos, y como las sesiones eran públicas, allá íbamos los estudiantes en masa a escuchar buenos augurios para la educación obligatoria laica y gratuita, por la cual luchaban los liberales de aquel tiempo. Entre sus filas, Justo Sierra era uno de los más firmes. Ponía en la lucha su grande inteligencia, su dignidad, su voz robusta y admirablemente matizada, su elocuencia, hacían de él un orador magnífico.


Allí íbamos los muchachos preparatorianos, a oírlo en cada oportunidad que se nos presentaba.


Vino un leve eclipse. La turba estudiantil, alborotadora como siempre, se agitó muchísimo. Turbó las postrimerías de la presidencia del general González. Hubo públicas demostraciones contra la moneda del níquel, emitida en demasía, y entre los estudiantes, más que todo, por el reconocimiento de la “deuda inglesa”, que el Gobierno proponía. Para hacer efectiva una disciplina enérgica en la Escuela Preparatoria que se decía el semillero de la agitación, el Gobierno pidió su renuncia al director, el sabio naturalista don Alfonso Herrera, y nombró en su lugar al licenciado Vidal Castañeda y Nájera, ajeno a la enseñanza, extraño al profesorado, miembro de la corte, militar de Justicia y con grado de coronel del Ejército. Para los estudiantes aquello era el colmo de la humillación.


Vuelto a la presidencia el general Díaz, que no había visto con malos ojos la agitación antigobiernista de la deuda inglesa, apoyándose en razones de política internacional, la turba estudiantil volvió a agitarse. Justo Sierra, ya respetadísimo, pronunció en la Cámara un elocuente discurso a favor del reconocimiento. A los ojos estudiantiles era una defección. Había en la Preparatoria intenso movimiento, se declaraba una huelga contra el nuevo director, y algunos profesores la apoyaban indirectamente.


Un día, en las puertas del Colegio Grande, los preparatorianos vimos un anuncio que decía: “Hoy viene Justo Sierra; ¡zapotes, muchachos!” Fue la señal de una manifestación de la cuál tuvimos que avergonzarnos después. Cuando el maestro llegó, una multitud de alumnos llenaba la entrada y el portal del piso bajo que conducía a la gran escalera donde estaba el lema: “Amor, orden y progreso”, y otro: “Saber para prever, prever para obrar.”


Pasó el maestro y lo acogió una lluvia de proyectiles; zapotes que al chocar vaciaban su negro contenido. Él pasó imperturbable, subió la escalera sin siquiera volver el rostro; pálido de emoción, pero digno y solemne. Los prefectos disolvieron a la multitud de estudiantes a quienes se habían unido los de las escuelas profesionales vecinas, Jurisprudencia y Medicina, y no hubo más incidentes. Terminada la huelga, el maestro Sierra volvió a su cátedra. Nunca hizo alusión al incidente. Más tarde, le oí explicar el porqué de su apoyo a la iniciativa y su profesión de fe de porfirismo, al cual fue leal hasta el punto de seguir en su descenso al régimen, derribado por la Revolución: “Mi apoyo al gobierno se funda en las promesas que ha hecho de fomentar, perfeccionar, impulsar vivamente la educación pública, porque la educación salvará al país.”


No tardaron en olvidarse aquellos incidentes, y la aureola de maestro se fue avivando en torno de esa figura espléndida de la intelectualidad mexicana. Su cátedra, siempre oral, era en la Preparatoria una de las pocas que podían seguirse con placer y al mismo tiempo con provecho.


Eran conferencias, eran discursos elocuentes, en un estilo puro y vigoroso. Es una lástima y un motivo de sonrojo para todos los discípulos de aquel tiempo que nadie haya pensado en recogerlas taquigráficamente y reunirlas en volúmenes que habrían sido un texto nutrido y preñado de riquezas.


En política, el maestro Sierra se afilió desde sus principios al grupo llamado Científico, del cual fue uno de los portavoces más elocuentes en el Congreso y uno de los valores legítimos y más brillantes.


Así, cuando de la Secretaría de Justicia e Instrucción Pública salió el licenciado Joaquín Baranda, acusado de ambicionar la sucesión del General Díaz, y de no haber guardado discretamente sus ambiciones, resolvió el gobierno dividir en dos la esfera de acción de esa Secretaría y crear la Subsecretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes. El maestro, cuyos esfuerzos a favor de la educación pública le habían dado ya fama bien merecida, fue llamado a ocupar ese nuevo departamento.


Sus amigos le ofrecimos entonces una comida que se efectuó en salón del entresuelo del restaurante “Maison Dorée”, situado en lo que hoy es avenida Madero y entonces uno de los centros gastronómicos preferidos. En aquella ocasión, el maestro habló de sus propósitos, de sus anhelos.


No se le ocultaba que, afiliado a un grupo político que había despertado ya recelos, encontraría oposiciones; le saldrían al encuentro censuras y ataques. José Ferrel había publicado ya un artículo envenenado, “La Prostitución del Bronce”, denigrante para el progenitor del maestro.


En una conversación marcada por el tono de confianza, dijo: “Podrán acusarme de todo, menos de dos cosas: que no sea honrado o que sea tonto.”


Y efectivamente, en el seno mismo de aquel grupo científico de donde salieron grandes fortunas, se conservó siempre pobre, y sus recursos podían contarse y habrían resistido el más severo escrutinio.


De allí paso a ser Secretario, ya sin estar sujeto a otro ministro. Después de haber concurrido a su fecunda cátedra, no perdí contacto con él.


Solía encontrarlo en casa de su tío, don Pedro G. Méndez, hombre rico, cultísimo, generoso, de quien era yo lector y que me dio el único apoyo pecuniario que recibí en mi carrera.


Más tarde, fuimos vecinos. Habitaba en la calle de Londres, una casa, un palacete propiedad del licenciado Emilio Rabasa. No tenía coche. Todavía no se acostumbraba que el gobierno pusiera a la disposición de sus Ministros automóvil, chófer y gasolina. Solía yo encontrarme con él en el tranvía donde muchas veces se dirigía a su ministerio. En uno de esos viajes me confió su proyecto supremo: la creación, o mejor dicho, el restablecimiento de la Universidad, que fue la primera de América y llevaba muchos años de suprimida. Era no sólo su ensueño, sino su decisión; decisión vigorosa, tan enérgica, que sorprendía a quienes, ante la bondad inagotable, la generosidad espléndida del maestro, lo creían débil, y no sabían de qué esfuerzos sería capaz para el progreso intelectual de la patria.


- En cuanto haya realizado este proyecto, inmediatamente me retiraré del ministerio – me dijo con firmeza.


Así lo creí. No me tocó en suerte ver la resurrección de la Universidad con la halagüeña perspectiva de agrupar los altos estudios, las escuelas profesionales, y recibir amplio subsidio de un gobierno que empezaba a preocuparse formalmente de los problemas educativos de México.


La Universidad se volvió a abrir, y es el monumento más elocuente levantado a la memoria del maestro; más duradero, más luminoso, que todas las estatuas erigidas en honor suyo y que todos los homenajes posibles.


Se abrió la Universidad. Quizá no siga la trayectoria que el ilustre maestro quiso trazarle. En los días críticos, cuando se agitan las aulas por motivos no relacionados con la enseñanza universitaria, el maestro, si viviera, se sentiría hondamente contristado y diría: “No es lo que quise hacer.”


Restablecida la casa máxima de estudios, el maestro no se retiró del Ministerio. Era también político y la política suele tener exigencias absurdas. Sentía ya que la nave gubernamental amenazaba perderse, y no quiso salvarse él solo. Fiel a su filiación política, quedó en su puesto hasta el fin. Y como era una excepción en el medio político en que había actuado y todos los intelectuales de la Revolución lo reconocían por maestro, toda sabiduría y bondad y amor a México y a la juventud, fue el único de los “científicos” a quien no alcanzaron los denuestos y los ultrajes, y fue enviado como emisario de la cultura mexicana a la corte de España, donde sus ojos se cerraron para siempre.


Luis Lara Pardo

Revista de revistas, febrero 1º de 1948.

jueves, 27 de agosto de 2009

2000

Sean, la anterior mención del inicio del conflicto de 1999 y ahora ésta sobre el final del paro el 6 de febrero de 2000 sólo un par de paréntesis que iremos rellenando con material diverso. Sí, el conflicto de hace 10 años no es algo que se pueda despachar en dos entradas.

Lamentablemente sólo pude escanear le portada de un ejemplar del diario La Jornada de ese lunes 7 de febrero de 2000. Si alguien puede hacer lo propio con algún otro periódico le agradeceremos mucho si comparte con nosotros la información (imágenes, artículos, notas, etcétera).

El domingo 6 de febreo de 2000, a las 6:30, sobre la avenida Insurgentes 2,260 integrantes de la Policia Federal Preventiva (PFP) descendieron de sus transportes. Ingresaron al campus. La crónica en la que se centraron los medios fue la del arribo de la Policia Federal al auditorio Justo Sierra, Che Guevara, o "el auditorio de Filosofía" como se repite una y otra vez en páginas del diario y en las crónicas televisivas.

Pasadas las tres de la mañana, hora que los rumores ubicaban como definitiva para el asalto policiaco a Ciudad Universitaria, la sesión del CGH tomó un respiro de alivio. Su dinámica retomo los pasos de otras asambleas: muchos estudiantes, extrañamente, abandonaron el recinto; los oradores discutían, la mesa de debates retardaba las definiciones políticas, en el butaquerío muchos dormitaban... y por consenso aprobaron regresar al diálogo resolutivo. De pronto a las 6:35... se escuchó el sonido de las botas de los cuerpos de élite, y aquel grito ya no pudo ser de alerta: "¡Compañeros, ya viene la policía!". Ya estaba allí. (Reportan Roberto Garduño y Karina Avilés para La Jornada)

Ésta fue la portada que La Jornada le dedicó al suceso:


He aquí el desplegado oficial de la Junta de Gobierno de la Universidad; y un par de desplegados lamentando el desenlace del conflicto:





Por supuesto, no podemos olvidar aquellas crónicas del desalojo que vimos una y otra vez en la televisión en aquellos días. Espero que la tolerante comunidad universitaria no nos condene por poner esta nota de televisa, pero para los que no lo vivieron o no recuerden esos sucesos vale la pena verlo.

Por último un par de fotografías sacadas de la mencionada edición de la Jornada.

Policías Federales en la entrada de Filosofía y Letras, 6 de febrero de 2000.



Policías Federales en el auditorio Justo Sierra-Che Guevara

miércoles, 26 de agosto de 2009

Bondades plumíferas

Es común escuchar que la juventud no es permeable a las palabras por el tesón revolucionario que la caracteriza. De ser cierto, estaríase suponiendo que la exaltación juvenil por la revolución no se origina en las palabras. Sin embargo, una y otra vez los jóvenes revolucionarios defienden la legitimidad de sus intentos jactándose de tener la razón. Por ello, no hay que confundirnos, las palabras pueden permear el alma humana para orientar la acción conforme a la razón o conforme a algo más: tanto las arengas como los silogismos permean al hombre. El problema entonces sería el buen tino para decir las palabras: no sólo en el modo de comunicar el mensaje, sino también, y sobre todo, en el sentido y el fin del mensaje mismo. Porque a simple vista se ve que quienes afirman que los jóvenes revolucionarios no escuchan las palabras son, precisamente, aquellos que hablándoles no logran más que ser ignorados. La verdad es que sí escuchan palabras, el problema es que no escuchan las mejores. De alguna manera, por tanto, se ha de buscar que las buenas palabras lleguen a sus oídos y los encaminen a nobles fines.


En la historia patria hay un aleccionador ejemplo de conversión juvenil por medio de la palabra. El pasaje es de las páginas anecdóticas de Daniel Cosío Villegas, quien narra una fugaz visita de Alfonso Reyes a México en 1924 y la correspondiente bienvenida que la generación de 1915 le brindó. En la reunión con el caballero de la palabra los jóvenes le presumieron del siguiente modo los avances del México revolucionario, en buena medida promovidos y realizados por ellos a lo largo de diez años: “Una reorganización completa y radical de la Universidad, con Caso como rector; un departamento nuevo de intercambio y extensión universitarios, cuya jefatura tenía Henríquez Ureña; la edición de los Clásicos Universales, tarea que dirigía Julio Torri [...]; la reaparición del Ministerio de Educación Pública, y el vastísimo programa de educación rural y de bibliotecas populares. El establecimiento de un banco de crédito agrícola para financiar los ejidos [...]; la creación en la Secretaría de Hacienda del Departamento Técnico-Fiscal que prepararía la gran reforma fiscal; creación próxima del banco único de emisión, y dentro de él, la primera escuela de economía del país. Y estaba también el movimiento obrero, sano, pujante, más el Partido Laborista que, como el británico, acogería a los intelectuales avanzados”. Todo eso en diez años, mientras que los jóvenes de ahora necesitan dejar pasar diez años para no ayudar al país en nada y, en cambio, robarle durante todo ese tiempo un espacio vital a la Universidad.


Según palabras de Cosío, “Reyes quedó atónito ante aquel despliegue de fe turbulenta”, de ánimos revolucionarios por beneficiar al país con el trabajo propio, por organizar al país desde los restos que de él habían quedado tras el gran fratricidio revolucionario, de trabajar, y trabajar mucho, para decirlo en pocas palabras. Reyes, como buen caballero que era, agradeció el despliegue de bondades con que los jóvenes lo recibieron. Cuenta Cosío que, ya de madrugada, camino al departamento alfonsino y acompañado del joven Daniel, el sabio Alfonso comentó que “entendía y aplaudía el entusiasmo y decisión de convertirnos en hacedores de un México nuevo: pero si entre nosotros había gente de talento y con vocación literaria, a la larga beneficiaríamos más al país con la pluma que con la pala”. Daniel Cosío Villegas tardó en entenderlo, pero lo entendió, y al paso del tiempo su pluma se volvió, quizá junto a la de Octavio Paz, la guía indispensable para comprender la vida política de México y andar su doloroso camino hacia la democracia. Sólo le bastó un buen consejo de un buen hombre. Quizás en nuestros tiempos hagan falta los buenos hombres y sobren los jóvenes revolucionarios que no se saben necesitados de consejo.

martes, 25 de agosto de 2009

Lo que no fue todavía puede ser

La próxima semana se cumplen 9 años de ocupación del auditorio Justo Sierra de la Facultad de Filosofía y Letras; y eso sin contar los diez meses de huelga que estuvo paralizada la Universidad desde el 20 de abril de 1999 pues así le sumaríamos más de diez años de inactividad académica y cultural al otrora auditorio más importante de CU, con una capacidad de aproximadamente 600 espectadores. Claro que para reivindicarse, las múltiples generaciones de ocupantes tienen un amplio historial de tokines de rock y asambleas político - estudiantiles para contrarrestar esos diez años, para presumir que el auditorio ha estado "más vivo que nunca" desde entonces. Hace casi un mes les compartí un boletín informativo de una dependencia universitaria, emitido un día después de iniciada la ocupación. Ahora les comparto la nota que salió en Gaceta UNAM (página 21) el mismo 4 de septiembre informando a la comunidad sobre los proyectos en torno al maltrecho auditorio. Y allá va la nota:


Renovado, el Auditorio Justo Sierra continuará
con su vocación académica y artística


A partir del 1 de octubre se contempla la presencia de Eugenia León,
Pilar Rioja, la OFUNAM, Eugenio Toussaint, Juan José Calatayud,
Alberto Zuckerman, la Compañía de Repertorio de la Facultad de
Filosofía y Letras, así como del Taller Coreográfico de la UNAM


Para continuar con la vocación académica y artística del Auditorio Justo Sierra, la Facultad de Filosofía y Letras y la Coordinación de Difusión Cultural dieron a conocer el programa de actividades que se efectuará en ese recinto a partir del mes de octubre.

Luego de un proceso de restauración y acondicionamiento, el auditorio se reabrirá para ofrecer a la comunidad universitaria un amplio programa de actividades artísticas y culturales que incluyen cine, música, teatro y danza.

En la Casa Universitaria del Libro, el licenciado Gonzalo Celorio y el maestro Ignacio Solares, titulares de la Facultad de Filosofía y Letras y de Difusión Cultural, respectivamente, dieron a conocer los pormenores del programa.

Gonzalo Celorio señaló que el Auditorio Justo Sierra ha tenido una tradición académica y artística como la Universidad Nacional Autónoma de México, en cuanto a la pluralidad, la tolerancia y la apertura.

Señaló que ese programa, aprobado por el Consejo Técnico de la Facultad de Filosofía y Letras, es la continuación de un proyecto de recuperación del auditorio que inició en 1998, con la adecuación técnica y arquitectónica del recinto para que pudiera funcionar como un espacio teatral donde la comunidad universitaria conozca los ejercicios profesionales de los estudiantes de la licenciatura de Literatura Dramática y Teatro, entre otras actividades.

Dijo que a partir del 1 de octubre se presentará una programación que contempla la presencia de diversas agrupaciones y destacados artistas como Eugenia León, Pilar Rioja, Margie Bermejo, la OFUNAM, Eugenio Toussaint, Juan José Calatayud, Alberto Zuckerman, la Compañía de Repertorio de la Facultad de Filosofía y Letras, así como el Taller Coreográfico de la UNAM.

También anunció el inicio de cuatro ciclos de cinematográficos: Cine Censurado, Cine Mexicano de los Noventa, Lo Mejor del Festival de Verano en Otoño y una revisión de la filmografía de Woody Allen.

Gonzalo Celorio precisó que trató de articularse un programa diverso que contará con la participación de la comundiad estudiantil, tanto como receptora y productora de actividades artísticas.

Ignacio Solares comentó que ese programa tiene el propósito de reactivar la tradición cultural del auditorio, “para que vuelva a ser lo que siempre ha sido, y lo que consideramos que debe continuar siendo para la comunidad universitaria”.

Respecto a la oferta cultural de esta casa de estudios –que se ampliará con la reactivación del Auditorio Justo Sierra–, mencionó que durante los días 26 y 27 de agosto, el Centro Cultural Universitario recibió ocho mil 56 personas en sus diferentes recintos. Esta respuesta, agregó, debe extenderse al mayor número posible de recintos culturales dentro del campus universitario.

Solares reconoció que las actividades culturales que se han efectuado en las últimas décadas en el recinto de la Facultad de Filosofía y Letras ya forman parte del entramado espiritual de esa facultad y de la Universidad.

Recordó que allí muchos universitarios escucharon por primera vez a la Orquesta Filarmónica de la UNAM, y evocó a Eduardo Mata, quien alguna vez dijo: “Nunca, en otro lugar, había sonado mejor la OFUNAM”, ya que el Auditorio Justo Sierra fue sede de esa orquesta de 1954 a 1976, antes de que se trasladara a la Sala Nezahualcóyotl.

Actividades programadas

El auditorio se reabrirá a partir de octubre con el ciclo Cine Censurado, que se exhibirá los lunes, e incluirá películas como La sombra del caudillo, Rojo amanecer, La ley de Herodes, La última tentación de Cristo, Yo te saludo María y La cicatriz.

Los miércoles está programado el ciclo Cine Mexicano de los Noventa, donde se proyectarán cintas representativas de la filmografía nacional de fin de siglo, con la asistencia de los realizadores.

Los viernes, las mejores películas del Festival de Verano de la Filmoteca de la UNAM, con filmes como La doble vida de Verónica y Adiós a mi concubina.

Después se va a proyectar una retrospectiva exhaustiva de la producción de Woody Allen que se acompañará con un diplomado acerca de la obra del singular cineasta estadunidense. Los sábados y domingos habrá un cine club infantil.

En cuanto a la música, se contempla la presencia de destacados jazzistas como Juan José Calatayud, Alberto Zuckerman y Eugenio Toussaint. También intervendrá la OFUNAM, mediante conciertos de música de cámara y volverá a escucharse el extraordinario concierto Así cantó Zaratustra, que comprende una selección de las piezas musicales del filósofo alemán Friedrich Nietzsche, poco conocido como compositor.

Por lo que se refiere al teatro, están programadas temporadas para la obra Los pilares de la cárcel, de Elena Garro, producida por la Compañía de Repertorio de la Facultad de Filosofía y Letras, y para el espectáculo Sala de espera de Benjamín Gavarre, con la Compañía Iguana Teatro. Asimismo, se montarán las puestas en escena Última llamada, de Ilya Cazés, y de James Joyce, Carta al artista adolescente, dirigida por Luis Mario Moncada.

Gaceta UNAM, 4 de septiembre de 2000.

Por un auditorio y una Universidad llenas de vida, pedimos la liberación del auditorio Justo Sierra.

viernes, 21 de agosto de 2009

1999

La actual ocupación del auditorio Justo Sierra de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM es un vestigio de la huelga que paralizó a la UNAM de abril de 1999 a febrero de 2000. Como anunciamos en el Coliseo, se prepara para el próximo jueves 27 de agosto la presentación de un libro más sobre el tema. La presentación está programada para realizarse en la “Galería Autónoma” del auditorio “Che Guevara”.

Los más jóvenes quizás no recuerden los pormenores del conflicto. El día de hoy comenzaremos a hablar un poco de lo que aconteció en aquellos días lejanos. Por ahora me limitaré a recordar de manera brevísima el contexto en el que surgió el conflicto y el pliego petitorio del Consejo General de Huelga (CGH).

En enero de 1997 comenzó el rectorado de Francisco Barnés de Castro. El nuevo rector emprendió una serie de reformas de carácter académico, entre las que destaca la supresión del pase automático. En lo tocante a lo económico se propuso un aumento en las cuotas reglamentarias pues debido a las devaluaciones de la moneda había quedado para ese entonces en 20 centavos.

El 15 de marzo de 1999 en un ambiente de conflicto (la Rectoría está tomada) el Consejo Universitario se reúne fuera de Ciudad Universitaria y aprueba el nuevo Reglamento General de Pagos (RGP); algunos consejeros protestan por la decisión. Para el 20 de abril estalla el paro. Como podrán ver ustedes en el video.

Aunque el motivo inicial era el RGP, que hay que decir que contaba con cláusulas para evitar que los estudiantes que no pudieran pagar dejaran de estudiar, el CGH exigió el cumplimiento de un pliego petitorio, consistente en seis puntos; no negociables.

1. Derogación del RGP.
2. Derogación de las modificaciones hechas a los reglamentos de ingreso y permanencia a la UNAM en 1997.
3. Salida de la UNAM del CENEVAL.
4. Recuperación del semestre y anulación del reconocimiento a las clases extramuros.
5. Anulación de actas judiciales y universitarias contra los miembros del movimiento; y el desmantelamiento del “aparato represivo” en la UNAM.
6. Realización de un congreso democrático y resolutivo donde se discutiera la transformación de la UNAM.

Por el momento lo dejamos allí estimado lector. Hay mucho que hablar acerca de este conflicto. El problema con el Auditorio Justo Sierra no se reduce al desalojo de los ocupantes; hay que ver cómo es que fue posible que el secuestro de un auditorio de la mayor universidad de México se prolongara durante 9 años. La ocupación no es obra de la casualidad; tampoco es resultado exclusivo de la intransigencia de algunos cuantos pues hay que ver por qué no se ha hecho nada en todo este tiempo. Es un problema complejo.


A esta versión de youtube le faltan algunos fragmentos. Concretamente falta el fragmento en el que se puede ver parte de la marcha silenciosa en el campus en rechazo al paro. En este enlace lo pueden ver completo.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Intelectuales revolucionarios

No siempre se creyó que las ideas cambiarían la realidad. El pensamiento clásico estudiaba el cambio, no lo provocaba. El paradigma de las revoluciones era el movimiento de los astros, no los movimientos sociales; éstos eran, muchas veces, modificaciones necesarias sometidas al tiempo cíclico. Fue ya iniciada la Modernidad cuando la revolución cayó a la Tierra y los intelectuales devinieron astros: vanguardia de los nuevos tiempos conciente de su destino humanitario como liderazgo del cambio social. Entonces, por esos tiempos, los centros educativos -con todo y sus posgrados- se volvieron moda, oportunismos necesarios para la acción social, escaleras burocráticas en las pirámides del grupo de los que saben, montículos de iluminados que generosamente debían bajar de su montaña para guiar al pueblo inculto y lerdo en su ascenso al bienestar. Desde entonces se viene presentando, una y otra vez, con cambios ora superficiales ora sustanciales, la figura del intelectual revolucionario. Pero hay tantos modos de ser intelectual revolucionario como variedad de modos posibles de obrar: algunos más finos, otros -y hay que decirlo sin miedo a la palabra- llanamente mediocres y unos más -que el lector tolerante me perdone- simplemente zafios. Entre los últimos podemos encontrar a los secuestradores del Auditorio Justo Sierra. Entre los segundos están muchos, si no es que gran parte, de los universitarios del montón. Entre los primeros, en cambio, los especímenes son raros y contados. Vale la pena hablar, al menos brevemente, de un grupo de esos raros y contados: la generación de 1915.


Demos la palabra a Daniel Cosío Villegas: “la Revolución nos creó, y mantuvo en nosotros por un tiempo largo, largo, la ilusión de que los intelectuales debíamos y podíamos hacer algo por el México nuevo que comenzó a fraguarse cuando todavía no se apagaba completamente la mirada de quienes cayeron a la guerra civil. Y ese hacer algo no era, por supuesto, escribir o siquiera perorar; era moverse tras una obra de beneficio colectivo”. Su obra, hecha a las pausas de los pasos naturales de quienes sí hacen bien las cosas, fue beneficiosa y perdurable. Principalmente la generación de 1915 se dedicó a educar al pueblo mexicano. Lo educó, por un lado, en labor itinerante de difusores del saber. Iban y venían por los barrios haciendo lecturas públicas, convocando a quienes no leen a acercarse a la lectura. Muy pronto, por una de esas coincidencias afortunadas que tiñen momentos de la historia patria con la hechura dedicada de los hombres de bien y no de los asesinos que conforman la heroicidad de nuestro imaginario, conformaron el sagaz movimiento de las juventudes vasconcelistas; publicaron miles de libros, los regalaron, enseñaron a leer a los destinatarios del obsequio, promovieron el intercambio de los libros ya leídos y buscaron que se siguiera editando, distribuyendo, enseñando, leyendo e invitando a leer. Lo educó, por otro lado, creando sólidas instituciones que lo fuesen acostumbrando a una vida democrática plena, de política ateneísta, de inteligencia y buen gusto. Así, de la generación de 1915 vienen creaciones tan extraordinarias, y algunas tan contradictorias en su detrito actual, como la CTM, el Banco de México, el Fondo de Cultura Económica y el Colegio de México. Con los mismos objetivos, y desde las mismas personas, se tiene la renombrada autonomía universitaria. Así vivió su ilusión la generación de 1915; sólo más tarde comprendió las limitaciones de su hacer. Eran tiempos de la Revolución y era necesario seguir viviendo, mantener al país de pie, hacer de los mexicanos hombres dignos de esta vida.


Por desgracia no todas las iniciativas intelectuales tienen la altura de miras de la generación de 1915. Las más de las veces, como el caso de los secuestradores del Auditorio Justo Sierra, no tienen la disposición a obrar por el bienestar público en cuanto tal, de buscar la solución concreta a los problemas del momento, de dar respuestas simples y prácticas a nuestros embrollados predicamentos; más bien, los intelectuales revolucionarios que se atrincheran en los espacios secuestrados a la Universidad Nacional están interesados en obrar por el bienestar público subordinado a sus dogmas ideológicos, en sólo aceptar soluciones adecuadas a su credo revolucionario antes que a los problemas del momento, en rechazar las respuestas simples y prácticas que no hayan surgido de su cofrades del evangelio lacandón. Contrarios en más de un sentido a la benefactora generación de 1915, los intelectuales revolucionarios que mantienen secuestrado al Auditorio Justo Sierra nunca atinarían a pensar que es posible hacer algo por el país más allá de exigir revolución o muerte.

lunes, 17 de agosto de 2009

Canción de la más alta torre

Como bien apuntó nuestro compañero Námaste Heptákis en la primera trivia de este blog; era Octavio Paz el autor misterioso de “Los misterios del Pedregal”. Con su profunda inteligencia Paz es nuevamente el invitado especial de nuestra Grilla Ilustrada. El texto que ahora les presento es anterior a la primera entrega de “Los misterios del pedregal”. “Canción de la más alta torre” corresponde al número 12 de Plural, septiembre de 1972. En él Paz nos entera de lo ocurrido en la mentada torre del mentado pedregal. Y nos hace patente que se trata de un problema serio: violencia, indiferencia, degradación de la academia; de la razón en última instancia, entre otras cosas. Los hipervínculos en el último párrafo son para mostrar como presente, pasado y probablemente el futuro se enlazan en este texto, que parece, salvo detalles varios, literalmente escrito el día de ayer.


Canción de la más alta torre


La torre de la Rectoría –el centro de la vida académica y administrativa de la Universidad Nacional- fue ocupada durante todo el mes de agosto por una banda heterogénea: “fósiles” que han abandonado las aulas hace mucho pero que merodean por las facultades provistos de dudosas tarjetas de “estudiantes”, alumnos de la Escuela Normal, un “pintor revolucionario” y un puñado de matachines y espantanublados. El pretexto para la ocupación: los normalistas querían forzar el ingreso a la Facultad de Derecho sin presentar exámenes en tres materias que ellos no cursan en su escuela. Debe señalarse que los demás alumnos, procedentes de otros planteles preparatorios, sí las han cursado y aprobado. La finalidad era pequeña e injustificable; en cambio, los medios puestos en obra para lograrla fueron colosales: los ocupantes estaban armados y amenazaron con incendiar el edificio si se intentaba desalojarlos. El Rector tuvo que despachar durante 31 días en otro local. En ningún momento los asaltantes fueron molestados físicamente: todos los días, al mediodía, se veía descender de la Torre a los dirigentes, enfundados en sus disfraces de guerrilleros “a la Sierra Maestra”, atravesar pausadamente los prados y dirigirse a la gran piscina, donde se asoleaban y nadaban un rato. La “revolución” combinada con los placeres. La desocupación, inopinada como el asalto, fue el resultado de la presión de la opinión pública y de una transacción: la Universidad cedió a medias y los normalistas podrán inscribirse sin presentar los exámenes de las tres materias aunque con el compromiso de hacerlo en el transcurso del año. Una nueva quiebra moral e intelectual. El nivel académico descenderá aún más y la demagogia crecerá. Mejor dicho, creció ya: los ocupantes desalojaron la Torre pero se han instalado en la Facultad de Derecho y se proponen abrir una Facultad Popular para todos los que no han podido ingresar en esa institución.


El Rector se abstuvo de llamar a la fuerza pública para expulsar a los intrusos. El Presidente indicó que la policía no intervendría, salvo llamada por las autoridades universitarias. Esta actitud frustró la provocación; gracias a la prudencia del Rector y del Gobierno se evitó un zafarrancho que habría sido una sangrienta caricatura de octubre de 1968. Eso era lo que probablemente buscaban los matachines. Creemos, sin embargo, que la comunidad universitaria pudo, puede y debe hacer más, mucho más. En primer término, las autoridades universitarias deberían haber convocado inmediatamente al Consejo Universitario: es el órgano representativo de la Universidad en su conjunto. La defensa de la democracia universitaria debe comenzar por la práctica de la democracia en la Universidad. No acertamos a comprender por qué se esperó hasta el 4 de septiembre para reunir al Consejo. En segundo lugar, ha sido lamentable la pasividad, como cuerpo colegiado, de los profesores. En tercer lugar, ha sido también lamentable la actitud de los estudiantes. Cierto, algunos Comités de Lucha han adoptado resoluciones condenando la invasión, pero todas han sido más bien vagas como si nadie quisiese correr el riesgo de la impopularidad atreviéndose a poner en duda la legitimidad de la exigencia de los normalistas. Vale la pena subrayar que los Comités de Lucha, compuestos por “activistas”, son elegidos por voto público en asambleas que poquísimas veces reúnen a la mayoría estudiantil. Como, por otra parte, las antiguas Sociedades de Alumnos –elegidas por la mayoría mediante el sistema de voto secreto- han caído en justo descrédito, la democracia estudiantil pasa por un mal momento. Desgarrada entre el espejismo de la democracia directa y su desconfianza ante la democracia representativa, oscila entre la demagogia y la apatía, frenesí y letargo. En suma, ni las autoridades ni los profesores ni los estudiantes quisieron o pudieron oponer a la agresión la única respuesta pacífica posible: una movilización democrática.


Las declaraciones de la mayoría de los grupos estudiantiles revelan una extraordinaria confusión intelectual y política. Un ejemplo: el Comité de Lucha de la Facultad de Ciencias, tras darle la razón a los normalistas, denunció la actitud de los asaltantes como “pseudo-revolucionaria”. Una verdad de Perogrullo pero que muestra hasta qué punto los muchachos sufren una intoxicación verbal: no puede aplicarse el vocabulario revolucionario sin deformarlo, a la pretensión de los normalistas. Las categorías de “revolucionario” o “contrarrevolucionario” no sirven para definir o calificar el incidente, aunque los “fósiles” hayan citado en sus discursos a Che Guevara y el “pintor” –émulo de Siqueiros- haya cubierto un muro con los retratos de Zapata y Jenaro Vázquez. Chabacanería y delirio: los lemas cómicamente heroicos como Inscripción o Muerte, los atuendos de revolucionarios de music-hall, las frases melenudas y los discursos mostachudos, el Padre Ubú disfrazado de guerrillero sudamericano. El incidente se ha convertido en un espectáculo insólito. Parece que asistimos a una “farsa revolucionaria” escrita y dirigida por un perverso pero gracioso sainetista reaccionario. Un nuevo género que a Valle Inclán le habría encantado: el esperpento ideológico.


¿Qué mano mueve a los títeres y, sobre todo, cuál es el sentido de la pieza? El Rector de la Universidad, Pablo González Casanova, es un hombre eminente y su libro La Democracia en México es una contribución fundamental al estudio de nuestra realidad contemporánea. Pero su hipótesis nos parece un ejemplo de lo que podría llamarse “la teoría astronómica”: atribuir los sucesos universitarios a la crisis del capitalismo mundial equivale a explicar la historia de la humanidad por la situación del planeta Tierra en el sistema solar. No es falso: es remoto. La otra teoría consiste en ver en el incidente la intervención más o menos disfrazada de fuerzas políticas ajenas a la Universidad. En 1968 se habló del comunismo internacional; en 1972 de una maniobra de la reacción. La gente se muestra más y más insatisfecha con estas denuncias demasiado generales e ideológicas, y pide, con razón, nombres. Nombres y pruebas. Aparte de esto, la teoría de la conspiración nacional y/o internacional tiene defectos parecidos, aunque en sentido inverso, a los de la “teoría astronómica”: no es falsa sino circunstancial. La intervención de grupos extraños ultrareaccionarios con caretas revolucionarias no es imposible, mejor dicho, es muy posible. Pero no es causa suficiente: hay otras más profundas y constantes. Aunque esas causas se configuran como de orden demográfico, su origen real, según se verá, es político y económico. Es evidente que hay miles y miles de muchachos –los normalistas no son una excepción- que se sienten con derecho a ingresar a la Universidad Nacional y en el Instituto Politécnico; es evidente asimismo que la mayoría de esos muchachos carecen de los conocimientos mínimos para seguir con provecho los cursos universitarios. (lo mismo sucede, hay que decirlo, con muchos de los que han logrado entrar: el descenso de nuestra educación secundaria y preparatoria es abismal). Los muchachos quieren forzar las puertas de la Universidad y el Politécnico porque sencillamente no tienen otra parte adonde ir. Lo malo es que, cuando logran entrar, la decepción es inmediata: la Universidad y el Politécnico se han convertido en aglomeraciones inhumanas y abstractas. Un escritor inteligente dijo el otro día que la Universidad había alcanzado venturosamente –y recalcó el adjetivo- la cifra de cerca de 200 000 estudiantes. Discrepamos: esa cifra sería venturosa si hubiese una cantidad proporcional de profesores, aulas, laboratorios y libros. ¿Cuántos libros por estudiante tienen las bibliotecas universitarias? Si dijésemos el número, el país entero enrojecería de vergüenza. No, México no necesita una Universidad inflada y que, como la rana de la fábula, un día puede reventar. No lo deseamos y esperamos que no sea tarde para evitarlo. Si es verdad que los universitarios son responsables de la situación de la Universidad, también lo es que la responsabilidad del Gobierno es aún mayor: durante muchos años, embriagado por una retórica sobre la que es mejor no hablar, ha desatendido la educación secundaria y postsecundaria (sería excesivo llamar a esta última: superior). Necesitamos muchas, muchas escuelas postsecundarias –llámenlas como quieran: universidades, politécnicos, institutos- que preparan un poco a la multitud de jóvenes que piden educación (aunque la pidan con mala educación). Necesitamos esas escuelas en todo el país, no sólo en México-Tenochtitlán. Y necesitamos también una o dos pequeñas, auténticas Universidades, en las que de veras sea posible dedicarse con un poco de seriedad a las ciencias y las humanidades.

Plural, número 12, septiembre de 1972.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Heroísmo universitario

Todos los universitarios son iguales, pero hay algunos más honorables que otros. Los hay que se distinguen por su talento natural, por el halo encantador de su presencia. Los hay que se dan a notar por su impecable trabajo, por una voluntad inquebrantable de hacer las cosas bien y por el bien. Los hay quienes se dan a notar por encarnar el espíritu universitario, por reunir en sí una naturaleza eminente y una vida, formada al ritmo de las acciones, impecable. Los demás, universitarios mediocres que defraudan la confianza pública depositada en ellos y que viven del uso abusivo de los bienes nacionales, son iguales, pero no honorables. Por desgracia, a veces parece que los mediocres son más y que, de no ser poco, tienen mayor éxito en la influencia dentro de la comunidad: dedicamos más tiempo a denostar a los viles que a exaltar a los virtuosos. Vayan unas líneas, cierto que breves, para exaltar a un virtuoso.

Corrían los tiempos de la revolución. Mientras los caudillos desbrozaban el campo, acabando al mismo tiempo con las alimañas y la vida, en la cátedra un hombre notable cargó sobre sus hombros la cultura nacional. Mientras los mexicanos valentones empuñaban las armas en el pantano anecdótico, un hombre valiente entonaba su profunda voz para que lo permanente fuese visible para la generación que tendría el trabajo de recoger los bagazos dejados en la casa tras la juerga revolucionaria. Los unos tienen nombres y grados distintos, el otro tiene un nombre inolvidable y un grado irrebatible. Aquellos generales Carranza, Zapata y Villa, este el Maestro Antonio Caso. Aquellos “pelearon por la patria”, este salvó al espíritu nacional. Aquellos tendrán su gran homenaje, este es recordado en algunas bellas líneas.

En la Universidad Popular Antonio Caso tuvo un público devoto: la prometedora generación siguiente, los preparatorianos de 1915. Caso cuidó la formación intelectual de los incuestionables talentos de Manuel Gómez Morín, Vicente Lombardo Toledano, Alfonso Caso y Daniel Cosío Villegas. Recuerda el último unas clases sobre cristianismo en un recinto carente de luz eléctrica: “El aspecto del salón resultaba tétrico, pues con el propósito de ahorrar velas, sólo quedaban encendidas dos. No veíamos, pues, sino el rostro de Caso, y eso como si estuviera labrado a hachazos, tan brutal, así resultaba el contraste de la luz y la sombra. Miré y escuché a Caso mil veces más dando sus clases en condiciones enteramente normales y por eso puedo estar seguro que aquellas de la Universidad Popular no desmerecieron de ninguna otra”. ¡Y ahora los mediocres hablan de represión “cuando se va la luz”!

Por aquellos días de 1915 Caso no sólo mantenía vivo el espíritu de la Universidad Popular, tomó la dirección de la Escuela Nacional Preparatoria e impartió en la misma clases de ética, psicología y lógica. Publicó dos libros: Problemas filosóficos y Filósofos y doctrinas morales. Además se encargó de enseñar estética e historia de los sistemas filosóficos en la Escuela de Altos Estudios. De uno de esos cursos se extrae una conmovedora descripción: “Se hizo el silencio expectante. Empezó a hablar el maestro. El tema del día era Sócrates. Ante nuestros ojos asombrados revivió la sociedad fastuosa y refinada de Atenas, la ciudad llena de las obras de arte más grandes de todos los tiempos. En ese ambiente situó a Sócrates. «Feo», chato, ventrudo, allí donde todos los hombres eran hermosos. Recorría las calles de Atenas inquietando los espíritus de sus conciudadanos con preguntas capciosas. La ironía de Sócrates rompía la cáscara de la vida fácil. Y así continuó la cátedra, hasta la muerte del filósofo. Terminó la clase. Nadie se movió de su asiento. Un silencio recogido, emocionado, siguió a sus últimas palabras. Fue después, pasada un poco la emoción, que estalló el aplauso”. ¡Y ahora los mediocres creen que distinguir entre hombres honorables y deshonrosos es reaccionario!

Así como el Sócrates de su clase, Caso recorría las calles de la ciudad de México, esquivando las balas, para llegar a las instituciones educativas a inquietar ciudadanos, a formarlos en la responsabilidad del buen gusto para arreglar el tiradero que sus mayores, los héroes de la revolución, dejarían después de su farra. Así como Sócrates, Caso sufrió condena: muerte política. Así como Sócrates, Caso sembró en sus discípulos la responsabilidad política del espíritu liberal: “el gobierno tiene que ser democrático, aun cuando fuere imperfecto”. Y fueron sus discípulos, la siguiente generación, quienes se encargaron de construir el México moderno.

Cultivar lo bello en medio de la inmundicia del ambiente revolucionario, ser fiel a las letras en medio de las infidelidades y traiciones de la infame lucha por el poder, buscar una vida buena en medio de la obsesión por el agandalle hace de Caso, según la insuperable definición de Alfonso Reyes, “un espíritu tan fuerte, tan sencillamente fuerte” que es digno de admirar.

lunes, 10 de agosto de 2009

Invitación a la lectura

¿Puede usted confiar en que leer este blog no es una pérdida de tiempo? Es sensato preguntarse eso. Después de todo circulan por la red muchísimos conglomerados de palabras que después de haber gastado las púpilas del internauta revelan que éste hizo un esfuerzo que no valía la pena. Con el riesgo de parecerle tremendamente parcial he de responder que sí, que no es una pérdida de tiempo.

Si usted no interrumpió la lectura en el párrafo anterior indignado con la aparente falta de modestia para con el propio trabajo expuesto aquí, le daré a continuación mis razones. La primera es que nuestro malestar por la situación del auditorio Justo Sierra ha crecido a tal grado que nos hemos convencido e impuesto el deber de no quedarnos con los brazos cruzados un sólo día más. Esto no quiere decir que busquemos imponer un punto de vista al respecto. Por ello la primera razón es en realidad el hecho de que deseamos entablar el diálogo con la comunidad. Lo que ocurre en el "Justo Sierra" actualmente es sólo un episodio más en la larga y penosa serie de problemas que han golpeado a la Universidad en su historia reciente. Todo esto que estoy adelantando requiere de una larga argumentación. Y eso es lo que hemos intentado construir en este sitio desde hace casi dos meses; por supuesto, sigue en construcción. Ahora trataré de resumir lo que me parece son las razones esenciales del por qué exigimos la liberación del auditorio de Filosofía y Letras. Razones que podrán diferir en algún matiz con la de alguno de mis colegas; por ello lo expuesto a continuación no es necesariamente dicho a título de todo el equipo. El motivo de hacer esto ahora es prevenirlo a usted, carísimo lector, de nosotros mismos. Al hacer público este trabajo le debemos al lector paciente e inteligente todo nuestro respeto.

¿Qué implica pedir la liberación del auditorio Justo Sierra? Implica en primer lugar suponer que está cautivo. Sostenemos que lo está. Esto implica suponer que alguien o algo lo aprisiona. Sostenemos que es así. La situación es harto compleja. Pero para que no se preste a malas interpretaciones intentaré ser claro en pocas líneas. ¿Por qué sostenemos que alguien mantine cautivo el auditorio Justo Sierra? No es una afirmación a priori, y por ello tampoco pretende tener una aceptación tal. Cierto grupo de personas vive en el auditorio, otro cierto grupo de personas sólo trabaja en él. El problema en ello es que no debería ser así. El auditorio, como parte del patrimonio de la Universidad debe ser utilizado para los fines de la Universidad. Este grupo de personas utiliza el inmueble presumiblemente para llevar a cabo lucha social e incluso actividad cultural. El problema con ello es que un inmueble público no debe ser capturado para uso privado; aun cuando este uso tenga proyección social. La Universidad tiene suficientes foros para llevar a cabo este tipo de iniciativas, siempre dentro del marco de la academia y la difusión de la cultura; así como para la libre expresión y el debate de ideas. No es necesario para ello privatizar ningún inmueble, ni siquiera si se promete ser incluyente y "dar permiso" (punto dos del comunicado de la okupación) a todos para que compartan su uso. Este lunes me percaté de que el rector Narro decidió no hacer caso omiso a este principio básico, incluyéndolo en su mensaje de bienvenida al nuevo ciclo escolar:

"La Universidad es de todos, pero nadie puede disponer de ella para otros fines que no sean los de educar y ser educados, el de investigar, el de hacernos de la cultura nacional y universal y difundirlas, el prepararnos y desarrollarnos como ciudadanos críticos, comprometidos y solidarios."

Espero sinceramente que este mensaje sea escuchado y que la intolerancia hacia la figura de la autoridad no ensordezca a los universitarios ante un mensaje que en sí mismo es valioso, independientemente de la figura que lo emite.

Hay quienes sostienen que "cederle el auditorio a las autoridades" no es más digno que la ocupación actual. Ni el auditorio ni ninguna otra parte de la Universidad es propiedad privada de nadie, mucho menos de las autoridades. El papel de las autoridades es administrar el patrimonio que la nación cede para la educación superior del pueblo. El papel de los universitarios es vigilar que se haga correctamente. ¿Qué quiere decir "vigilar que se haga correctamente"? Que no haya trabas extra-académicas para el uso del patrimonio de la Universidad. Es papel de los universitarios no sólo vigilar esto, también ejercer el derecho de utilizar estos recursos ¿Qué quiere decir esto? Que uno como universitario, debe trabajar, y trabajar mucho. Para que ese trabajo otorgue el fundamento que permita a alguien pedir los recursos que necesite a la Universidad; llámense becas, espacios, materiales, etcétera. A partir del trabajo serio uno obtiene los dones que la Universidad le pueda otorgar ¿Para qué? Para seguir trabajando, enriqueciendo la cultura de la nación, para educar y así contribuir en mayor medida a la libertad.


¿Qué significa recuperar el auditorio? No es cambiarle de dueño. No es pasárselo al hombre de pantalón largo y corbata. Es devolverlo a una comunidad que renunciando a la apatía y la indiferencia haga suyo no sólo el auditorio sino la Universidad entera. Pero no de la manera más simple y más fácil (y más cobarde también) que es secuestrando instalaciones. Sino trabajando, proponiendo. Un coloquio, por poner un ejemplo, no se hace de la noche a la mañana; requiere de un gran trabajo de investigación de los participantes, de discusión, de diálogo, de enriquecimiento; trátese sobre lo que se trate: lógica, literatura, problemas de la sociedad, educación, historia, topología; más etcétera. La vida de la Universidad depende de la actividad de la comunidad.

El paréntesis... ¿Por qué dije "cobarde"? Porque parece ser que si el auditorio Justo Sierra y otras instalaciones padecen la ocupación se debe en gran medida a que son vulnerables. Y esta vulnerabilidad (lo que sigue son meras suposiciones mías, es decir, no poseo mayor evidencia para afirmarlo, es una interpretación personal de los hechos) se debe en gran parte a una funesta interpretación del vocablo "autonomía". En 1968 hubo una lucha, de la cuál no sé mucho, no me tocó vivirla y por tanto no puedo presumirla (punto uno del comunicado). Pero sé que murieron muchos, que otros tantos fueron encarcelados, que entonces (en condiciones totalmente distintas a las de 1999; de este paréntesis se hablará después) el ejército sí entró de manera reprobable a la Universidad. Escudándose en el terrible recuerdo los actuales ocupantes se sienten seguros, saben que sólo bajo condiciones extremas alguien, allá arriba en la torre más alta de CU, se atrevería a llamar a la policía (fin del apartado subjetivo).

¿Por qué llamaría el Rector a la fuerza pública?
Porque la ocupación, en tanto que explícitamente (vea el punto 3 y el final del 5 del comunicado) se jacta de no rendirle cuentas a la autotidad universitaria está en contra de la ley. Porque todo el patrimonio universitario es otorgado por la nación. La Universidad debe rendirle cuentas a la nación. Es inadmisible que los recursos federales (i.e. del pueblo mexicano) sean usados para algo distinto de lo que fueron programados. Y el programa que comprende a la Universidad es el de la educación, no la lucha política. Cada universitario es libre de tener la postura que más le acomode, incluso de difundirla o expresarla dentro del ámbito universitario; esto no está en contra de la ley. Lo que no es admisible es que alguien use para otros fines los recursos que la nación piensa se están utilizando para la educación. Eso es fraude.

¿Que en el auditorio sí se llevan actividades culturales? Si es así ¿por qué no hacerlo dentro del marco de la legislación universitaria? La Universidad tiene suficiente apertura para aceptar propuestas serias de trabajo. No es necesario, para llevar a cabo loables actividades culturales y libertarias arrebatar nada a la Universidad. Si yo quiero promover un taller de lectura, digamos que de Aristóteles, no necesito privatizar un salón, vivir en y lucrar con él.

Y a todo esto, ¿por qué leer el blog no es pérdida de tiempo? Porque nos hemos esforzado en continuar un debate que lleva años vigente; porque adherirse a una causa reponsablemente requiere tener buenas razones. No afirmo que ya las tengamos. Eso es lo que intentamos construir. Sabemos que hay gente a favor de la liberación del auditorio y en contra. Pensamos que más que un debate, los dimes y diretes pueden seguir años más; y la facultad continuar sin auditorio. Creemos que es importante el diálogo entre la comunidad. No pretendemos ser ningún árbitro. Sólo somos una más de las voces que se han levantado, con la intención de clarificar lo que ahora sólo son rumores o gritos espontáneos. Esperamos con ello que se levanten más voces, que en el futuro las discusiones no tengan que hacerse desde una trinchera. Si el lector encuentra algo rescatable en éstas mis intenciones no perderá el tiempo en leer lo que nos esforzamos en escribir. Y nosotros estaremos más tranquilos que al comienzo, y para ello será de gran ayuda escuchar sus voces.


Nota: El blog no se agota en la refutación de la ocupación. Pensamos que sería muy aburrido eso, tanto para nosotros como para los que se aventuren a leerlo; se volvería repetitivo. Por ello hemos estado incluyendo cosas que tienen que ver con ciertas etapas de la historia de la universidad y de sus problemas. También, ¿por qué no? de las glorias que la rodearon y las lecciones valiosas de los grandes maestros. Podrá leer usted más Grillas Ilustradas próximamente. Un tema importante es la persona de Justo Sierra. El motivo de que se escriba sobre él es solamente conocer algo más de aquel al que se hizo alguna vez homenaje en esta Facultad de Filosofía y Letras y en la UNAM al nombrar así a cierto gran auditorio. No se trata de hacer proselitismo web para adoptar cierta denominación. Solamente me di cuenta de cuán poco sabía de este personaje ilustrísimo. También podrá usted asistir al sub-blog "el Coliseo", que como su nombre lo indica puede llegar a ser más violento, pasional y potencialmente ofensivo para las inteligencias más agudas. Por ello separamos los contenidos fúricos, para tampoco aguantárnoslos y no irnos a enfermar de eso que uno se enferma cuando se aguanta los corajes. No es menos serio, pero sí menos adecuado como recurso argumentativo. Queda usted advertido de lo que se trata esto. Gracias... ¡Ah! creo que sobra decirlo, pero éste su blog ¿Auditorio Che Guevara o Justo Sierra? (en constante actualización) no es patrocinado por las autoridades ni pretende invitar a la comunidad a ningún tipo de acción respecto a los ocupantes, es decir, no los estamos arengando, no estamos buscando kamikazes que ayuden al desalojo. Eso no le corresponde a la comunidad, eso le compete o a los mismos ocupantes o a la autoridad.

Gracias nuevamente.

domingo, 9 de agosto de 2009

Conversaciones (III)


El domingo pasado compartía con ustedes, los amables lectores de este blog, la segunda Conversación del joven Justo. Continuemos con el sueño del colegial, nos quedamos en que:

...Todos eran esclavos, y el amo de todo el mundo llevaba tres coronas.

Un hombre nació en las regiones germánicas, y con el trabajo de sus manos inmortalizó el pensamiento sobre la tierra.

Entonces la primera luz apareció en el horizonte.

Un siglo después, los hijos de aquel hombre dijeron: la conciencia es libre en nombre del mártir de la razón, y tembló el trono de las siete colinas.

Estremecióse el mundo como con los dolores del parto... y el alba brilló por el lado del norte.

Entonces un piloto cruzaba los mares, y descubría por el camino que la naturaleza ha marcado a la luz, un mundo ignorado, durmiendo sobre el océano, y reclinando su frente en la almohada glacial del polo.

Y se produjo un movimiento de admiración, y en aquel instante la luz se proyectaba por doquiera...

En vano quisieron apagarla con sangre, y el brillo de las hogueras compitió con el fulgor de lo alto.

Los hijos de Dios vislumbraron el país natal desde el sendero del extranjero, y el tibio aliento de la esperanza refrigeró su alma.

La soberana voz de la inteligencia resonó en todos los ámbitos, y el hacha del verdugo comenzó a embotarse, y los bosques empezaban a negar la leña para la hoguera.

La voz divina recorría el espacio, desde el humilde hogar del pueblo hasta los palacios de los nobles convertidos en templos de Príapo...

Los hijos de la palabra santa sacudían sus cadenas del otro lado del mar, y asentaban en la virgen del mundo la emancipación de los pueblos.

Los desheredados miraban atónitos aquel prodigio, y volvieron la vista hacia sus señores y compararon.

Un rugido como el de todos los leones del desierto, retumbó bajo la tierra y los tronos cayeron, y la fuerza sirvió a la idea, y era aquel como el correr de un torrente retenido por los siglos. Los hijos de Dios vistieron de gala y entraron al país natal...

Una voz de lo alto dijo Fiat lux, como en el primer día de la creación...

Y el disco del sol apareció como una coma de oro sobre el horizonte.

Y comenzó la décimanona centuria.

El reino de Dios se acercaba, y los tigrillos de la opresión se arrojaron a la lucha...

Pero el sol surgía lentamente, y hundíanse lentamente el fanatismo y la tiranía...

En vano agotó su saña la iniquidad y los pueblos cejaron alguna vez en la lucha... Las huellas del sicario imprimieron zonas rojas en todas direcciones: desde el Vístula hasta la verde Erin, desde los Alpes a la Sierra Madre.

Y los gemidos del proscrito y el estertor de la agonía poblaban de dolor los cielos.

En vano. El sol surgía, y surgían con él las flores del surco de sangre, y del dolor de los desheredados un canto de victoria...

Y cuando estaba próximo el faro del día a mostrar toda su esfera, habló la voz de lo alto y dijo: "Vivid, porque sois dignos, y porque con vuestro trabajo habéis destruído la ignorancia y la maldad; vivid y trabajad sobre la tierra a quien habéis arrancado sus secretos. Vivid y sed libres, y dominad vuestra mansión, porque la habéis conquistado y habéis fundado sobre ella el altar imperecedero de la razón que es mi altar"...

Y el sol ilumnió los espacios, y la décimanona centuria cayó como una gota de agua en la clepsidra de los tiempos.

Y el primer destello del día iluminó en la conciencia del género humano la palabra eterna: Libertad.
*


Justo Sierra, Obras Completas, T. II p. 73 - 76.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Ejemplo de tolerancia


No es accidental que, ante el público, los intolerantes se las den de tolerantes y que, a los ojos del vulgo, los tolerantes parezcan intolerantes; ¡la tolerancia es elástica, ofuscable nuestro juicio! La comparación entre las nobles acciones del Ateneo de la Juventud de México y las innobles gesticulaciones de los secuestradores del Auditorio Justo Sierra nos da, nuevamente, luces sobre el asunto.

El Ateneo fue conformado por hombres de actitudes y gustos más que disímiles. Ahí estaba Pedro Henríquez Ureña, socrático en más de un sentido, que desde edad temprana apuntaba a ser un ciudadano de América, encarnación dominicana de los más nobles sueños de José Enrique Rodó, fiel creyente -de una fe más pura y originaria que la moda del sincretismo radical bolivariano de nuestros días- de la necesidad de la unidad latinoamericana. Henríquez Ureña “ensañaba a oír, a ver, a pensar, y suscitaba una verdadera reforma en la cultura, pensando en su pequeño mundo con mil compromisos de laboriosidad y conciencia”; era el alma de la renovación espiritual del México de inicios del siglo pasado, introdujo a Nietzsche -y lo tomó en serio-, a Bergson -y convirtió a la fenomenología a los grandes filósofos de su generación-, encarnó el escepticismo como remedio ante los excesos positivistas y lo elevó a “grado heroico de la inteligencia”. Henríquez Ureña, emprendió una incomparable campaña cultural hispanoamericana a fin de “buscar bases firmes para los demás, en su convicción de que -antes de improvisar- debemos enterarnos de muchas cosas”, fue, en suma, el “mayor ejemplo de comunidad y entusiasmo espiritual” de su tiempo.

Ahí estaba, también, Antonio Caso, el hombre que encarna la responsabilidad del académico, el gran ejemplo de persistencia educativa ante toda la adversidad del estrepitoso ambiente mexicano, el hombre que encontró en la filosofía verdaderas posibilidades heroicas y las vertió en la cátedra: el orgullo universitario. Caso era un hombre que quería saberlo todo, pero no al modo erudito de los coleccionistas de discursos, sino al modo clásico del saber de buen saber: “no hay una teoría, una afirmación o una duda que él no haya hecho suyas siquiera un instante, para penetrarlas con aquel íntimo conocimiento que es el amor intelectual”. Caso fue el primer gran crítico de la filosofía oficial. Encontró la justa medida entre cristianismo y fenomenología, entre tradición y modernidad, y la plasmó en su clásico -injustamente olvidado- La existencia como economía, como desinterés y como caridad (editado por última vez hace exactamente veinte años, ya agotado en las librerías y de bajo flujo en los resquicios de los libros viejos, en malas condiciones en bibliotecas públicas, ¿no sería bueno que la UNAM lo reeditara ya?). Introdujo a las costumbres intelectuales de México la lectura de William James y Boutroux; su lectura de Plotino, además, alentó los ímpetus místicos del otro gran filósofo de su generación. Caso fue hombre sencillo e inteligente que no dejó de pensar y enseñar a pensar, buscando al mismo tiempo -lo que puede verse en su defensa de la autonomía universitaria- las condiciones para pensar libremente.

La tercera arista de esa complejidad llamada Ateneo era José Vasconcelos, hombre tan impetuoso como aquel río en el que Homero vio a Diomedes. Vasconcelos, cabe recordarlo, fue el gran maestro de América. Asumido Odiseo e inquieto indagador de las filosofías de Oriente, amante de Wagner y entusiasmado lector de Nietzsche, estudioso de Bergson e incansable buscador de la articulación de la totalidad del ser. Maderista, apóstol educativo, poseedor de una fe en el libro que bien vale imitar en los lúgubres tiempos en que el destino nos ha dado a vivir. Ensayista de musicalidad ideológica, frustrado filósofo rey.

Completaba el cuadrado perfecto del Ateneo un hombre perfecto: Alfonso Reyes. El escritor más refinado de México, un alma pura que buscaba cosechar, a través del arado de las inigualables líneas de sus letras, la luz necesaria para hacer del alma mexicana un alma adulta, plena, dichosa, asidua al buen gusto y nutrida en las más nobles tradiciones de la historia occidental. El modo en que lo apodaban sus amigos del Ateneo, Euforión, lo describe claramente: hijo de Fausto y la belleza clásica. Mexicano universal, “un hombre para quien la literatura ha sido algo más que una vocación o un destino: una religión”, inteligencia esclarecedora, “el minero, el artífice, el peón, el jardinero, el amante y el sacerdote de las palabras”, el excelente caballero de las letras.

¿Cómo, pues, pudieron congeniar en un mismo proyecto cuatro personalidades tan variadas? Ellos mismos lo dijeron: por la afición de Grecia. Porque Grecia representa los más nobles ideales de la humanidad, porque en ella se encuentra la savia espiritual del mejor humanismo, porque tuvieron un modelo bello, bueno y eterno para guiar sus acciones.

Sin embargo, decirlo así, afirmar que ese amor por el humanismo heleno enriquece de tal modo las relaciones humanas que se forja la más genuina de las tolerancias, suena falso en nuestros tiempos. Solemos creer que no puede ser tolerante aquel que reconoce un modelo, aquel que puede distinguir entre lo bueno y lo malo, aquel que -finalmente- exhibe las diferencias en nuestro mundo. Pero a la vez, creemos eso porque nuestros ojos, extenuado cada vez más su brillo, suelen mirar el mundo con una gris indiferencia, con desprecio, con desgana, como moribundos, como si nos hallásemos tumbados oteando al derredor después de una resaca ideológica. En tal condición no hay posibilidad de estudiarlo todo como Pedro Henríquez Ureña, de buscar la heroicidad como Antonio Caso, de soñar con la grandeza como José Vasconcelos, de ennoblecer la vida con el aura de la palabra bella como Alfonso Reyes; en tal condición no queda más que embrutecerse en los pleitos, atiborrarse en los gritos, revolcarse en la propia inmundicia y culpar a los demás de la pesadumbre ínsita a la existencia que uno se ha forjado desde la indiferencia travestida de tolerancia. Quizá por ello, los últimos nihilistas fingen llamar al diálogo evitando a los infiltrados. Es una farsa, un autoengaño, una vida inútil, infeliz y vana...