Publicada el 12 de abril de 1868 en El Monitor Republicano, el joven Justo dedica su segunda conversación dominguera a dos asuntos: un sueño de colegial y una velada literaria en casa del señor Schiafino donde participaron, entre otros, Guillermo Prieto, Ignacio Altamirano y Manuel Payno. A continuación el joven Justo nos comparte lo primero:
... Escribílo en ese tiempo de la elaboración penosa de las ideas en el cerebro del joven, cuyas miradas después de registrar el pasado, quisieron magnetizar el porvenir.
... Escribílo en ese tiempo de la elaboración penosa de las ideas en el cerebro del joven, cuyas miradas después de registrar el pasado, quisieron magnetizar el porvenir.
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En el primer día de la semana, muy de mañana, íbamos al sepulcro llevando aromas.
El cielo estaba negro, y nuestros ojos no penetraban la oscuridad de los bosques, ni las tinieblas de los mares.
Ibamos como proscritos por la era del extranjero, cubierta la cabeza con nuestros paños de luto y envuelto el corazón como en una mortaja fría.
Oímos una gran voz como el sonido de una trompeta, sobrecogiónos el pavor, y nos prosternamos.
He aquí que la voz habló alto y dijo: "Ved."
Y el porvenir se iluminó para nosotros.
Vimos una sábana de sangre extenderse sobre cuatro centurias, y los hijos de Dios no tenían abrigo entre los hombres, y sólo podían llorar juntos en las entrañas de la tierra.
Mancebos coronados reposaban en sus lechos de adulterio, y dormían sobre el seno de sus madres y de sus hermanas... y el rayo del Señor no los consumía, y apuraban en las saturnales la copa de las abominaciones.
Uno de aquellos hombres tomó la cruz, y fué rey y dividió el imperio entre sus hijos.
Los escribas y los fariseos y los príncipes de los sacerdotes, se agruparon en torno de él, y vistieron de púrpura, y el oro y los diamantes rodearon sus cabellos.
Quisieron ser reyes entre los reyes, y se amancebaron con la prostituta, y ocuparon ebrios su lecho de siete colinas.
Y los hijos de Dios huyeron hacia donde se oía un extraño rumor.
Aquel rumor era como el de una gran tempestad sobre las aguas. Y el rumor se trocó en tumulto, y se desbordaron con ímpetu inmenso el Eufrates, el Ister y el Rin.
Arrojaron enormes multitudes de hombres que arrasaron las ciudades y desolaron las provincias.
Bañáronse en el Tíber los corceles del desierto, y los jinetes pasáronlo todo al filo de la espada.
Convirtieron en taberna el Capitolio, donde habían muerto los gansos sagrados.
Y cernióse la desolación sobre la tierra, y los cuervos poblaron por muchos años el espacio de los cielos.
Los hijos de Dios tendieron los brazos y clamaron misericordia.
Y las naciones comenzaron a brotar, como las plantas, del cieno de las campiñas.
Y vinieron siglos vestidos de hierro y de opresión y de codicia y de sangre.
Grande oscuridad reinaba sobre la tierra, y eran las edades como una noche perpetua.
La voz que salía de las siete colinas, reinaba por doquiera. Los magnates la obedecían, y ella santificaba la rapiña y la matanza y el adulterio de los magnates.
Señalaban con la cruz sus blasfemias, y con los vasos del altar se embriagaban sus concubinas.
Y ¡ay de aquel que se oponía a la voz del anciano ambicioso!: los pueblos se convertían en ejecutores de la cólera divina.
Los desheredados no tenían ni padres, ni esposa, ni hijos... Los ríos llevaban al mar olas de lágrimas, y los montes repetían un sollozo constante...
Todos eran esclavos, y el amo de todo el mundo llevaba tres coronas.
Justo Sierra, Obras Completas, T. II p. 73 y ss.
Continuará el próximo domingo.
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