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sábado, 22 de mayo de 2010

Reiteraciones

Javier Yankelevich nos ha compartido su investigación sobre lo que él llama el conflicto por el control del auditorio Justo Sierra. Ahí, él expone de manera objetiva –considero que es un decir, pues por una parte al final del escrito se revela creyente de esa religión romántica de nuestro tiempo, destructora de la posibilidad del juicio y aniquiladora de la objetividad, aunque por lo mismo numen venerable para los relativistas morales, llamada historicismo; en tanto que por otra el uso de los verbos declarativos en las distintas citas clarifican sus simpatías y diferencias- una parte de la historia del conflicto y las motivaciones simbólicas de los actores del mismo. Una de esas motivaciones es el llamado “mito unamita”. En su exposición noto la omisión de un elemento aquí ya expuesto con anterioridad: la concepción de la universidad como un Estado dentro de un Estado, o bien la reproducción de los problemas del país al interior de la universidad –en una expresión más cercana al autor del estudio-, mediante la cual se ha suprimido la posibilidad de concebir la instauración del orden en los confines de la misma. Es decir, los universitarios no sólo creen que la UNAM es una institución de excelencia, matriarcal y mesiánica, sino que también la creen inmaculada: tanto siendo libre de pecado como permaneciendo intocada. Por esta arista del mito unamita se ha vuelto realmente difícil en la discusión sobre el auditorio el planteamiento de la posibilidad de que se reinstaure la potestad del mismo a la administración universitaria mediante la violencia; o dicho a la manera en que aquí fue expuesto: se ha malentendido la autonomía. No por nada la autonomía es reducida, en el trabajo aquí referido, a una nota al pie (pág. 54), mientras que vuelve a ser mencionada solamente al paso y de manera incidental (pág. 87). Por esta comprensión errónea de la autonomía universitaria, y la consecuente cerrazón a discutir las ideas de Antonio Caso y Manuel Gómez Morín, se ha vuelto tabú postular una solución violenta al secuestro del auditorio. Por ello, además, el análisis del conflicto se sitúa en el difícil campo de la incomprensión de las partes, igualmente cerradas y al mismo tiempo igualmente válidas para participar en el diálogo resolutorio del conflicto. Por ello, además, el autor ha creído que el conflicto es entre dos grupos de poder que se disputan el control de un espacio. Por ello, también creo que el autor quedó encerrado en su propio mito.

sábado, 8 de mayo de 2010

Coincidencias

La academia y la grilla política son lugares propicios para las buenas intenciones: su hermetismo favorece la temperatura y la humedad adecuadas para que germine una colorida flor bienintencionada, la severidad de sus palabras abona y fortalece el espinoso tallo, al tiempo que es regada por exhibiciones de clamor público para que los pétalos sean tersos y torneados; la academia y la grilla política son los invernaderos de la bondad. No hay académico o grillo político que se anime a afirmar verdades distintas a las de su público, pues entre ellos no es in ser derrotista, mucho menos reconocer errores: si un académico lleva diez años encerrado en su cubículo estudiando copiosamente un mismo tema en el mismo exacto sentido, con las mismas exactas palabras, en los mismos exactos tiempos, no reconoce que fracasó, dice que se está especializando; si un grupo de grilla lleva diez años cambiando al mundo desde su trinchera de reacción ante el Estado opresor, así sea ésta robada a una institución pública, reciclando una y otra vez las mismas palabras revolucionarias, no se dice que la ocupación ha fracasado, se afirma que son diez años de éxito rotundo, consecutivo e imparable; si al académico se le demuestra que su trabajo en realidad no ha sido bueno, que realmente ha defraudado a su universidad, que es un vil farsante, pues se acusará de intolerancia, de cerrazón intelectual, de rancio escolasticismo; si a los grillos políticos se les dice que su proyecto no ha sido bueno, que realmente han abusado de la universidad por diez años, que son una horda de farsantes, pues se acusará de reacción, de vendimia a las fuerzas fácticas, de fascismo; el académico se asusta y mira azorado desde la ventana de su cubículo a fin de recopilar (metódicamente) datos de campo que le permitan concluir la necesidad del diálogo entre los que viven del otro lado del vidrio, los grillos se asustan y acusan cercos en su contra señalando con un dedo victimario a los que viven más allá de su congal como los responsables de su situación; y así, los bienintencionados que se robustecen en la academia y en la grilla política cobijan sus buenas intenciones en el cálido clima del invernadero que bien se han sabido construir. Lo demás son golpes bajos, incitaciones a la violencia, oscuras operaciones maquinadas por oscuras mentes perversas que toman té en los entretelones del poder. Así no es posible platicar.

viernes, 9 de abril de 2010

Lo mejor y lo efectivo

La historia ya es conocida. Quienes nos oponemos al secuestro del auditorio Justo Sierra argumentamos que los fines de la universidad son educativos, de investigación y de difusión de la cultura, fines ajenos a las actividades de los secuestradores. Quienes se oponen a nuestra oposición nos tachan de ilusos y afirman que carece de sentido pretender que la universidad puede estar aislada de todo lo político, y aspirar a que pueda limitarse a los tres fines mentados es aislarla, por lo cual nuestra oposición carece de sentido; y puede ser, es cierto, como también pueden ser otras muchas cosas. Pero del hecho de que nuestra oposición, forjada en la delimitación de los fines, pueda carecer de sentido no dota de sentido al secuestro en sí mismo; que nosotros pretendamos que lo mejor para la universidad sea ceñirse a sus fines, y que se nos diga que nuestras pretensiones son hueras, en nada hace mejores las pretensiones de los secuestradores. Creemos que lo mejor sería limitar a la universidad en sus fines, pero sabemos que ni es lo que pasa ni es lo que más probablemente pasará, y aún así nuestra intención no pierde su valor. Lo perdería si acaso llega a demostrarse que otra opción, indudablemente, es mejor. Sin embargo, no veo en qué sea mejor para la universidad secuestrar un auditorio. Sí, posiblemente el secuestro de un auditorio es una manera efectiva de restar un coto de poder al sistema; o quizá también es un modo en el que sistemas distintos se intercambian sus cotos de poder. Sí, es posible que algo se haga por el país con un auditorio secuestrado, una galería anticapitalista, un cinito y conciertuchos; pero también puede ser que eso que se haga no sea bueno. El asunto no es ver quién hace primero algo por el bien común, sino quién hace lo mejor. Otra cosa es que los desesperados secuestradores se quieran comer el pastel de un sólo mordisco: ¡Indigestión ideológica!

miércoles, 17 de marzo de 2010

Palabras y hechos

Gandhi intentó desmontar el poder británico mediante la reafirmación de lo vernáculo (el khadi, por ejemplo) y lo logró. La acción gandhiana consistió en devolver al pueblo indio la confianza en su propia capacidad productiva, de manera que no dependiese de la profesionalización británica; en buscar medios adecuados de producción adecuada, basada en una regla simple: la productividad debe mantenerse en los límites de las necesidades. Acción sencilla y efectiva, la rebeldía de Gandhi no necesitó más que honestidad intelectual y práctica: una rebeldía que puede librarse de los valores de uso del mercado para encontrar sentido en la propia vida; rebeldía auténtica, finalmente. Es cosa digna de observar, para cuando quiera hacerse el análisis de la rebeldía de los secuestradores del auditorio Justo Sierra, que para su revolución, contraria a la de Gandhi, es imposible renunciar a los beneficios de la vida burguesa, i.e. su rebeldía es de papel; sólo así puede explicarse esa extraña coincidencia entre su berrinche ante el corte de la energía eléctrica y su apoyo al SME.


Los secuestradores del Justo Sierra afirman que orientan su acción con una finalidad liberadora, pero su irritación ante el corte del suministro eléctrico permite ver con facilidad que la liberación que buscan es de esa que requiere reflectores, que es una liberación dependiente de los servicios que los burgueses demandan del Estado, que para liberar a los otros dependen de aquello mismo de lo que los quieren liberar. De lo contrario, ante el corte del suministro eléctrico, los secuestradores del auditorio Justo Sierra hubiesen mostrado que podían continuar su acción liberadora sin la necesidad de las comodidades opresivas de nuestros días; pero no pueden, su propaganda libertaria sólo funciona en la molicie de los acomodados, su guerrita sólo es posible porque hay otros que los mantengan: son vividores que prometen manumisión al pueblo.


Enigmáticamente, aun cuando su declaración de principios afirma la oposición a las relaciones de obediencia-dominio y el rechazo al Capitalismo, en la práctica han venido a defender a los trabajadores afiliados al SME. ¿Se habrán dado cuenta que la compañía en la que trabajaban los afiliados a ese sindicato establece inevitablemente una relación de obediencia-dominio entre los clientes y los prestadores del servicio? ¿Que la industria eléctrica está indisolublemente ligada con la acumulación moderna de poder y capital? ¿Que el Capitalismo dominante tras la alianza por el desarrollo hunde sus raíces en el modo de explotación y producción que caracteriza a la industria eléctrica? ¿Que el sindicalismo con sello mexicano que caracterizó al SME motiva la acumulación de poder y capital? Si lo que realmente quieren es hacer acción liberadora, ¿por qué no preocuparse mejor por la promoción y el desarrollo de una vía energética blanda que devuelva la autonomía productiva al pueblo, a la vez que disminuye las posibilidades de acumulación de poder y riqueza? Aventuro una respuesta: porque su rebeldía no es verdadera, pues sólo son burguesitos jugando a la búsqueda de la libertad en el tiovivo de la revolución.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Las buenas acciones

Es cosa de agradecer que todavía haya gente bienintencionada en el mundo. También es cosa de agradecer que haya agrupaciones preocupadas por la educación. No ha de faltarnos, por supuesto, agradecer que además haya quienes actúen para reificar sus buenas intenciones educativas en el mundo. Lo que ya no sé es si hay que agradecer cualquier acción bienintencionada, o cualquier resultado derivado de ella. Sería bueno juzgar esas acciones. Buen ejercicio sería, por ejemplo, juzgar las acciones de los secuestradores del auditorio Justo Sierra. Por un lado, en su declaración de principios, afirman que su labor se orientará hacia lo educativo con una finalidad liberadora. Por otro, en el mismo documento, afirman que pretenden llevar la universidad al pueblo y el pueblo a la universidad. Detalle no menor, y que de alguna manera dificulta nuestro análisis, es que los secuestradores del auditorio Justo Sierra no dejan muy clara la definición de sus acciones, y mucho menos aclaran los destinatarios y participantes de las mismas –los «revolucionados», diría el maestro Luis González-, por lo que permanece en la obscuridad a qué parte del pueblo llevan a la universidad y qué parte de la universidad llevan al pueblo (sería bueno, dicho sea de paso, que informaran a la comunidad universitaria estos datos importantes, no tanto por principio democrático de rendición de cuentas, pues ellos no creen en eso, sino que les resultaría beneficioso mercadológicamente hablando), por lo que nuestro análisis, preliminar ha de proceder al tanteo. Veamos, pues, cómo es que los secuestradores del auditorio Justo Sierra están cambiando al mundo.


Usufructúan las instalaciones universitarias, ya liberadas del yugo represor del rector y las autoridades y sometidas al yugo liberador de la autogestión, para establecer un comedor comunitario vegetariano, una exposición gráfica anticapitalista, ciclos de cine, conciertos (y extraoficialmente se usa como bodega, motel y picadero, pero eso sólo lo dicen los malpensados, claro está). No veo de qué manera el comedor comunitario vegetariano educa y libera: comer lo hacen todos, tanto educados como ineducados o deseducados. Tampoco veo con claridad qué parte del pueblo satisfaría sus deseos de alimentos en el vegetarianismo, pues a veces me parece una necesidad clasemediera, para nada una condición del pueblo realmente pobre, de lo contrario no habría manera de explicar la desnutrición del campo. En cuanto a la exposición gráfica anticapitalista tampoco veo la labor educativa y liberadora, en cambio sí veo una labor panfletera y exhibicionista. ¿Qué parte del pueblo está interesada en una exposición gráfica anticapitalista? Pues la parte que puede darse el ocio suficiente para entrar a la grilla: uno que otro obrero escalador, uno que otro hijo de papi de los sectores medios de la modernidad mexicana, el estudiante consciente con morralito de lana y mata larga... Pero a esa parte del pueblo, la exposición gráfica anticapitalista ni le educa ni le libera, pues le dice lo que quiere oír, le repite lo que ya sabe, le acaricia la conciencia con lo que ya cree. Los ciclos de cine más o menos tienen el mismo problema. ¿Qué parte del pueblo asiste al ciclo de cine lésbico-gay? La parte moderna que se siente necesitada de expresiones liberadoras de las estructuras de control, los beneficiados de la explotación del campo que tienen tiempo suficiente para luchar por sus derechos. Y por último, los conciertos. No sé si la parte más necesitada de educación liberadora en México sea aquella que tiene tiempo y recursos para disfrazarse con los atuendos de concierto; creo que los realmente necesitados no tienen siquiera esa opción. Así, mientras no sepamos qué hacen realmente los secuestradores del auditorio Justo Sierra para educar y liberar al pueblo, podríamos concluir que sus acciones semejan más a un parque de diversiones para los señoritos urgidos de palpitaciones contestatarias, kindergarten para revolucionarios, que a un núcleo de actividad social comprometido con la educación y el bienestar del pueblo. ¡Disneylandia desde el Che!

miércoles, 17 de febrero de 2010

Ternura utópica

A veces enternecen las buenas intenciones, sobre todo cuando se enuncian plenas de candidez como no sabiendo muy bien lo que se dice. Nadie hay que no se oculte tras la máscara de un benefactor cuando quiere justificar su imagen pública. Sin embargo, como en aquella fábula de Esopo, detrás de la máscara no siempre hay lo que se espera. En el caso de los secuestradores del auditorio Justo Sierra la máscara se ostenta como una buena intención: quieren que su trabajo de secuestradores tenga un enfoque educativo, i.e. liberador. Por desgracia, enclenque como todo raquitismo, el documento que contiene la declaración de principios del grupo secuestrador no aclara cómo lograr dicho enfoque. A veces me da por sospechar que ellos confían en la magia declarativa: y digo esto y esto es, y veo que es bueno. Otras veces comienzo a creer que esa es una de muchas frases bonitas que se usan para decorar los documentos. Y unas más me parece que una declaración como la que he referido sirve para no desentonar con el contexto; seguramente si en lugar de secuestrar un espacio universitario secuestrasen la sala de un hospital afirmarían buscar la salud pública, bienestar liberador desde la bata blanca. Pero no son más que sospechas, los autogestivos bienintencionados no aclaran su proyecto educativo, tan sólo dicen que son un colectivo que se entretiene haciendo tal o cual actividad, oponiéndose a tal o cual disposición, adhiriéndose a tal o cual declaración, sintiéndose reprimidos por tal o cual acción, mas de cómo liberar a través de la educación no dicen nada. Desde afuera podríamos juzgar si realmente es posible la verificación de su proyecto: vemos lo que hacen y reconocemos la distancia entre sus palabras y sus actos plenamente discordantes: el proyecto no se verifica. ¿Qué se requeriría para verificar un proyecto tal? Me encontré unos versos que bien pueden servir de sugerencia.

también Minerva queda aquí plantando

una Universidad autorizada,

do sus ciencias se van ejercitando,

y aun la tiene ya casi levantada,

poblada de doctores eminentes

y de una juventud bien inclinada,

dotada de jüicios excelentes,

de habilidad tan rara y peregrina

que parecen Maestros los oyentes

Los versos de Eugenio de Salazar recién citados refieren a la situación de la Universidad de México a poco tiempo de su fundación en el siglo XVI. Me interesa resaltar que a ojos del poeta la posibilidad real de que los estudiantes dignificaran a su universidad le venía de la buena inclinación y los juicios excelentes, de que ante todo se preocupaban primero por estudiar y pensar con claridad, por cumplir cabalmente con su labor universitaria. Ya después, la fiebre romántica de los universitarios deseosos del poder los llevaría a soñar con la liberación del pueblo. La diferencia es notoria: para unos lo importante es el saber, para otros el poder. Desde esta perspectiva parece que su proyecto es irrealizable, su presencia una carga que aletarga y su vida una fábula colmada de buenas intenciones. ¡Ternurita!

miércoles, 3 de febrero de 2010

La autonomía de los buenos deseos


Mucho gana la autonomía psicológica cuando el trabajo autogestivo del autoelogio substituye al psicoanalista, pues por una parte uno se da ánimos a sí mismo sobre lo bien que hace las cosas y lo bueno de sus intenciones, y por otra sus palabras sirven para esgrimir la buena voluntad que mueve a sus acciones. Nada hay de provechoso en andar por el mundo diciendo que uno es un aprovechado y sujeto de poca fianza. Más se gana en el crédito público y el up grading mercadológico al jactarse como beneficioso a la sociedad. ¿Quién hay que le den pan y llore? ¿Quién tan vil como para ennegrecer el anuncio de bellos fines? Por eso, cuando los secuestradores del auditorio Justo Sierra plantean como fin de su actividad la liberación y como medio para la misma la educación; o cuando proponen practicar el compañerismo, la solidaridad, el apoyo mutuo, el respeto, la coherencia, la seriedad, la disciplina y la humildad -¿no serán valores burgueses?-; o cuando forjan su labor con los martillazos de la honestidad, la crítica y la autocrítica; o cuando se autoexigen autogestiva y autónomamente que su trabajo no pierda de vista la lucha de clases; o cuando un forofo de su organización afirma que un 10 por ciento de los estudiantes del país está dispuesto a transformarlo y que esa transformación, que nadie podrá parar, ya es suceso mundial entre los grupos progresistas; cuando se dice todo eso, ¿cómo criticar? Se necesitaría ser un completo insensato para criticar así como así las buenas intenciones. No es bonito dejar sin ilusiones a los niños; en algo se han de entretener cuando van a ese clubejo llamado universidad. Finalmente, en eso ha venido a dar la tan mentada autonomía universitaria. Mitos aquí y mitos allá, finalmente.

Por los años en que la autonomía universitaria comenzó a ser un mito del progreso, un rector inteligente, de esos que siempre hacen falta, ofreció un discurso destinado a la reflexión universitaria. Para este hombre inteligente no eran incompatibles los deseos de cambio social y la razón de ser de la universidad, al contrario él los pensó como complementarios; sin embargo, como todo hombre prudente, supo distinguir muy bien los límites: uno es el trabajo de la universidad y otro el de los universitarios en la sociedad, cuando se confunden los límites no se hace bien ninguno de los dos, sólo se finge actuar óptimamente y más bien se estropea todo. En el discurso hay un párrafo por demás conspicuo:
“Si se dice que se ha de dar a los alumnos la noción de que es menester modificar profundamente la estructura social contemporánea y restablecer para la vida valores distintos del provecho económico y de la ganancia, hacerles sentir la necesidad de no considerar aceptables las tesis y las doctrinas que no se apoyen en datos objetivos y soporten la crítica racional, inculcarles el sentido de su trabajo como deber de servicio y no como ocasión de fácil medro, entonces no se traerá nada nuevo a la Universidad actual, porque todo su trabajo se apoya precisamente en esos postulados y porque su actitud no es la de defensa de una situación administrativa, sino precisamente la defensa de una estructura adecuada para cumplir esa misión que no se logra con declaraciones, ni con gregaria sumisión a un líder, ni con subordinación a un mandato venido de fuera, sino que debe ser y sólo puede ser fruto libre y responsable de convicción alcanzada en la investigación y en la crítica libres. Para la acción y para la estructuración de partidos políticos, valen la convicción ciega, la autoritaria adopción de un credo, la propaganda hecha a martillazos de retórica. Para formar brigadas de asalto, fuerzas de choque, precisa la subordinación coaccionada a una voluntad única. Para la vida de la Universidad, no es ese el camino, ya que su misión no es actuar ni imponer, sino por definición, investigar y conocer”.

No me opongo, pues, a que los cándidos okupas se crean capaces de cambiar al mundo, pues sueñan desde los inteligentes hasta los idiotas, me opongo a que pretendan que su labor algo tiene que ver con la universidad. ¿O si escribo mis memorias sobre un barco será suficiente para intitularlas “Memorias de un marinero”?

sábado, 26 de septiembre de 2009

La vara que midas...

Eso es valentía, estoy seguro.

Déjenme contarles un cuento en dos actos.


Primer acto.
En un refinadísimo comentario enviado ayer al presente blog se le dice a mi amigo Ivo Basay: "llora Basay, llora, no te queda de otra. Ora sí ya te tenemos en foto".

Segundo acto.
En otro refinadísimo comentario, de un no menos eximio (que no ex-simio) comentarista, enviado hoy al presente blog se dice a Zabateck: "Es ofensivo que nos saques fotos, porque seas tira o no, la tira ve esta página de mierda y seguro que toma nota. No mames compa, la cagaste bien gacho si no eres tira, y si sí, vas y chingas a tu madre porque a todos los vamos quemar un día de estos. Exijo a la administración de este blog que, por la seguridad de los estudiantes, esas fotos sean retiradas inmediatamente. Si no, procederemos al juego sucio de los hackers y quitamos la página entera, ustedes deciden".

¿Cómo se llamó la obra?

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Autonomía derelicta

La mitología unamita resguarda como cáliz sagrado a su autonomía. De entre los distintos grupos que viven en -y de- la UNAM, no hay uno que no justifique públicamente su labor en la autonomía. No sólo banderín o estandarte, adorno administrativo, vehículo de lujo o grito de batalla, la autonomía ha sido desde tiempo atrás el elemento definitivo de la identidad pública de los unamitas. Nada hay que los enorgullezca tanto, nada que los vuelva tan combativos, nada que manipulen y distorsionen más. Sin embargo, la mayoría de los usos y defensas de la autonomía universitaria ignora y oculta -sin saberlo, pero lo oculta- los orígenes y la razón de ser de su sello identitario. Para mirar qué es la autonomía universitaria debemos ir al año de 1929.

Turbulento en más de un sentido, 1929 parecía ser el año en que los caudillos de la familia revolucionaria se harían a un lado y dejarían las riendas del país en las manos de los que saben. Pronto, a los ojos de los cachorros de la revolución, los universitarios y su universidad nacional cobraron importancia en el cuchicheo político. Por primera vez, al menos en la historia de las instituciones educativas mexicanas, los profesionales de la política voltearon hacia la universidad. ¿Por qué voltearon hacia la Universidad? ¿Qué buscaban allí? ¿Qué les llamó la atención?

Fueron dos los focos principales de atención: los huelguistas y José Vasconcelos. El maestro de América dedicó el año de 1929 a su campaña política por la presidencia de la república. Maderista entusiasmado a inicios de la revolución, desterrado en medio de la rebatinga caudillista, exitoso evangelizador de la cultura en la estabilización obregonista, Vasconcelos se consideraba el indicado para guiar al país, pues era el único representante posible que conjugaba el espíritu de los revolucionarios y los ilustrados; ¡estaba dialécticamente señalado a gobernar! Que un hombre de letras llamara la atención pública; que fuera digno de crédito, tanto por sus palabras como por sus obras, ante los ojos del pueblo; que fuera admirado por los hacedores de la revolución, por los institucionalizadores que le siguieron y las juventudes de su tiempo; que se entregara sin cortapisas a sanear el espíritu de su raza; que en torno a él se reuniera y consolidase una propuesta ciudadana que no fuese organizada desde los gobernantes; que de los libros llegara al poder era, finalmente, algo novedoso. Nunca antes se hubiera pensado. (Quizá ni en la tertulia liberal de la República Restaurada). Los políticos del 29 veían en Vasconcelos un nuevo modo de hacer política, una vertiente más de la revolución. Quizá por eso decidieron voltear la mirada al campo nutricio de la popularidad vasconcelista y organizar dentro de los límites de la universidad corporaciones políticas que encausaran a sus miembros a utilizar su ciencia para legitimar a los caudillos. Así, por ejemplo, la universidad comenzó a ser utilizada para la política: las organizaciones sindicales y las agrupaciones obreras reclamaron su coto de poder dentro de la universidad para impulsar el socialismo; los cristianos perseguidos y los grupos conservadores usaron a la universidad como lanza crítica del gobierno represor; los miembros de la familia revolucionaria a los que correspondía el turno de mandar usaron a los universitarios para justificar científicamente sus caprichos. La universidad pasó de guía moral de la patria, en el bello proyecto de don Justo Sierra, a patíbulo ejecutorio de los enemigos; de ágora para el cultivo del espíritu, según los altos fines del Ateneo, a mercado de influencias, recompensas y sanciones; de motor para la acción nacional renovadora, como lo quiso la inagotable generación de 1915, a anclaje nacional en la pulcritud ideológica; de, finalmente, campo del saber a ejido político, espacio libre a institución autónoma.

Se dio autonomía a la universidad no tanto por el reclamo estudiantil, ni por el ejemplo cultural de Vasconcelos, sino para dejar a la universidad al alcance de los políticos, para extender a sus aulas los dominios de los hombres afanosos de poder. La autonomía universitaria no se otorgó, como en los corrillos se propala, por la diversidad ideológica, sino por el dogma utilitario de quienes quisieron fincar su poder en la universidad. La libertad de investigación y de pensamiento nunca estuvo coaccionada, pues el espíritu es libre; la autonomía sólo vino a garantizar la libertad a los políticos que quisieran utilizar a la universidad. Por ello, quienes ahora más defienden la autonomía lo hacen desde cuestiones administrativas o berrinches políticos, tanto desde abajo y a la izquierda como hasta arriba y adelante; quienes ahora se aferran a la autonomía y la utilizan como escudo hercúleo ante la crítica universitaria no hacen más que fingirse hombres de palabras y razones, cuando más bien son soeces idólatras que hacen política a coces. Por ello, en un ilustrador artículo del 25 de junio de 1929, Alfonso Caso advertía que, dada la autonomía, los universitarios serían enteramente responsables de la forma en que realizarían sus fines. Hemos permitido que la política barata anide en la universidad, amamante a sus propios zánganos y que estos la comiencen a cercenar desde un auditorio secuestrado; el cáncer disfrazado de revolución está mermando nuestra salud. Los universitarios estamos fracasando.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

De culto y de cultura

Jactarse de la propia preocupación por la cultura puede ser un buen negocio, pues le da a uno la imagen de culto, solidario y redentor. Sin embargo, con sólo jactarse de la preocupación no se cultiva a la cultura, y de hecho parece que la jactancia más bien le estorba a ésta. Por eso, cuando escucho que los actuales secuestradores del auditorio Justo Sierra se las dan de comprometidos con la cultura y la educación nacional, que se autonombran defensores autogestivos de la educación pública y que se jactan de ser los protectores libertarios del pueblo oprimido, no puedo más que rumiar para mí que sus declaraciones no se tratan más que de una vil farsa. Porque cuando se quiere trabajar por la cultura, cuando se quiere hacer labor educativa, cuando se quiere trabajar de verdad, importa menos la promoción y más el trabajo; en cambio, cuando se pierden las proporciones, ni la cultura, ni la educación ganan, sólo ganan el publicista y el publicitado (aunque su publicidad sea autogestiva, anticapitalista y zapatista). Un buen ejemplo de promoción cultural efectiva y de destrucción de la labor cultural a partir de la pérdida de las proporciones nos lo da la campaña vasconcelista por la educación. Veamos.


José Vasconcelos había llegado a estar al frente de la política educativa nacional. En torno a él había reunido a un grupo de jóvenes decididos a educar al pueblo mexicano, y convencidos de la bondad de esa educación. Algunos miembros del grupo iban de aquí para allá dando conferencias, leyendo poesía en voz alta en los patios de las vecindades, organizando grupos de enseñanza básica de las primeras letras. Otros, se encaramaban en las instituciones educativas para ampliar la cobertura y esparcir las actividades. Unos más estaban a la caza de más difusores culturales en el seno de las escuelas. Y unos pocos, entre ellos el genial Julio Torri, se dedicaron a editar los grandes clásicos en ediciones baratas para inundar al país de buenos libros, a fin de que de ese diluvio de pastas verdes emergiera un buen número de lectores empapados de buenas letras. Detrás de todos, coordinando, impulsando, motivando, inspirando y observando, estaba el maestro Vasconcelos. Su campaña de lectura pronto se volvió épica, casi apostólica.


En su momento más exitoso, la difusión de la lectura fue posible por el tejido de tres características propias de la campaña. La primera consistía en guardar más fe en el libro que en el autor, pues, al contrario de nuestras campañas actuales, difundir un libro no era promover a un autor, sino promover las palabras. Desde esta perspectiva, lo importante no era ni la vida del autor, ni su filiación política, ni su ascendencia ideológica, ni su proximidad a tal o cual grupo; sino que se debía resaltar la calidad de su palabra. En contraste, la difusión cultural de los actuales secuestradores del auditorio Justo Sierra se limita a los autores aprobados y acordes a su ideología, porque para ellos lo importante no son los libros, sino los autores como personajes de la fábula revolucionaria.


La segunda característica de la campaña cultural vasconcelista consistía en tener más fe en la gente que en los educadores, pues lo importante era llevar a los educadores hacia la gente para que esta comenzara a acercarse a los libros, de acuerdo a sus propias necesidades, sin mantener el control de los educadores sobre la gente, es decir, para que la gente lea y piense lo que quiera, y no lo que los educadores le quieran hacer leer y pensar. En contraste, la difusión cultural que presumen los actuales secuestradores del auditorio Justo Sierra no es más que propaganda ideológica, no sólo tienen -al modo de la inquisición- autores buenos y malos, revolucionarios y reaccionarios, progresistas y fascistas; sino que además se concentran en mantener su tutoría sobre la gente, a fin de convencerla de la necesidad de la revolución por ellos planificada. No sólo no creen en el libro, tampoco creen en la gente; necesitan de autores y educadores, necesitan de la manipulación.


En tercer lugar, la campaña vasconcelista adquirió sentido mientras orientaba su acción educadora por la caridad, porque lo importante era beneficiar a los otros respecto a aquello que sus propias necesidades señalaran. En contraste, los actuales secuestradores del auditorio Justo Sierra usan la propaganda ideológica travestida de difusión cultural para ganar poder mediante la manipulación de las personas, para enfilar a quienes ellos embustan hacia su proyecto revolucionario. Los secuestradores del auditorio Justo Sierra no buscan difundir la cultura por caridad, por el simple hecho de que el otro se lo merece, sino por poder, porque la revolución es necesaria. La campaña vasconcelista se estropeó cuando el maestro perdió las proporciones y quiso ganar poder. ¿Algo podría decirles el fracaso vasconcelista a los filocráticos de la revolución?