martes, 22 de marzo de 2011

Activismo atonal

En el cacofónico desconcierto de la vida universitaria, la nota más estridente la produce, diariamente, el instrumento ideológico que tañen, en ocasiones con furor, las más, con indolencia, los okupas, y que se llama "Auditorio Che Guevara".
Dice Carlos Mejía Godoy en "La guitarra y la mujer": "Hay mujeres por docenas, de noche como de día; y no todo el que la suena, le saca la melodía". Algo así se me ocurre decir de los espacios universitarios: pueden servir para muchas cosas, y pueden ser utilizados por muchas clases de personas; pero no da cátedra todo el que pisa un salón.
Los años transcurridos dan testimonio de que los improvisados músicos revolucionarios no han podido aprender el solfa de la autogestión, y su paupérrimo repertorio no ha pasado de las mismas cantaletas de siempre: las rimadas denuncias en contra del "imperialismo", el "capitalismo" y la "represión", compuestas muchos años antes que cualquiera de esos activistas naciera.
Yo me sé varias de esas letras de memoria, y en su momento, y en boca de quienes originalmente las entonaron (como Soledad Bravo, ¡válgame Dios!, ¿quién se acuerda ya de ella?), tuvieron su razón y su mérito.
El problema es que, en palabras de Pablo Milanés, "el tiempo pasa, y nos vamos haciendo viejos". Los hombres, lo mismo que las consignas.
Claro, claro, no tenemos ahora menos problemas sociales; pero recordemos lo dicho por Zitarrosa, en "Diez décimas de saludo al pueblo argentino", a propósito de "los poetas que hacen con torpes recetas canciones estrafalarias" (con el énfasis puesto en "recetas"). Hoy en día, agarrarse de las barbas de Mijaíl Alexandrovich, o echarse un trago puro de Vladímir Illich, no conduce a ningún lugar deseable para nadie.
Es cierto que a los revolucionarios "de antes" nadie les quita lo bailado; pero el mundo tiene ahora otros ritmos, que es necesario aprender.
Y nadie les dice a los okupas y asambleros que no canten "la canción que más quisieran"; pero, en la Universidad, hay que aprender a no interrumpir a los demás, y, en la medida de lo posible, a hacer una "canción con todos".
¿Cómo se consigue eso? ¡Pues con orden, compañeros, con orden! Y no, y mil veces no, eso no significa hacer "vergonzosas concesiones" ni "arriar las banderas" (pucha digo, Manolito dixit); significa, nomás, aceptar, como cualquier individuo que no es "ni más cuerdo ni más loco que cualquier hombre prudente" que el espacio no es infinito, como la quincena no es de goma.
A dónde pretende llegar la okupación, yo no lo sé; pero donde están es un muladar, y eso es inaceptable.
Vergüenza les debería de dar seguir desperdiciando el tiempo de todos, apropiándose de un espacio que no les pertenece, y dando la desafinada nota cada chico rato. Y la dicha de perder el tiempo, ya lo demostró el poeta, y lo cantó José José, puede servir para ganar una apuesta poética; pero es inicua por una buena razón.

jueves, 3 de marzo de 2011

Pro autoridades

Se dice de este sitio y sus colaboradores que son "pro-autoridades".

En las siguientes lineas expondré las razones por las que en efecto soy pro-autoridades.

Primeramente hay que esclarecer un equívoco muy usual en la actualidad: el uso del término "autoridad" como sinónimo de "funcionario". Veremos a continuación que estos términos son distintos entre sí, aunque no contradictorios como algunos sugieren.

Autoridad se llama al prestigio y crédito que se reconoce a una persona o institución por su legitimidad o por su calidad y competencia en alguna materia; un funcionario es sencillamente una persona que desempeña un empleo público.

Es importante notar que la autoridad no se impone, se confiere de forma voluntaria por aquel que reconoce magisterio en otro, y no es un fenómeno extraordinario, en la Universidad sucede día a día cuando los estudiantes confieren respeto y confianza en sus profesores para instruirlos, ha sucedido irremediablemente en todos los escaños de la cultura y es parte fundamental de toda comunidad que busque algún tipo de bien común.

Los conceptos no se identifican, pero tampoco son excluyentes. No es imposible que un funcionario sea una persona sobre la que se confiere autoridad, ni viceversa, que una persona con autoridad en una comunidad pueda llegar a ser funcionario.

La razón por la cual sobre el funcionario se suele poner el epíteto de "autoridad" no es necesariamente un afán impositivo y fascista. Aunque el carácter de "autoridad" es contingente respecto al puesto de funcionario, no es contingente la responsabilidad de la que el funcionario es depositario: Todo funcionario es responsable por el ejercicio que su cargo suponga. Podemos decir que es en virtud del presunto ejercicio de tal responsabilidad que se confiere el epíteto de autoridad al funcionario, y cuando así sucede tiene entonces un doble compromiso qué honrar.

Naturalmente, existe la posibilidad de que el funcionario se crea el equívoco y piense que con el cargo le ha sido conferida autoridad de forma gratuita, y tanto peor, que le ha sido otorgado algún tipo de poder.

Tal posibilidad sólo puede señalarse con el contraste entre responsabilidades y ejercicio de dichas responsabilidades: No se puede juzgar a un funcionario sin antes dejarlo ejercer su cargo, ni imputársele incumplimiento para con responsabilidades que no le corresponden.

Al momento de buscar quién ocupe los cargos con mayores responsabilidades en la Universidad, suelen surgir nombres sobre los que se reviste cierta autoridad; decir si ejercen con responsabilidad su cargo o si son autoridades es una de las responsabilidades de la comunidad, pero habrán de hacerlo con la misma responsabilidad que del funcionario se espera, con argumentos pertinentes y con un espíritu Universitario razonable.

En ese sentido, sí, soy pro autoridades.

Creo que nuestra Universidad y nuestro país necesitan autoridades urgentemente.