viernes, 3 de julio de 2009

Grilla Ilustrada

En un esfuerzo por mantener este espacio en pie hoy incorporamos una nueva sección que podríamos títular Grilla ilustrada. En este espacio incluiremos textos de personajes no grillos pero sí muy ilustres. La grilla va por nuestra cuenta. En esta ocasión les presento un texto aparecido en la (¿extinta? al menos el último número que se puede hallar en las bibliotecas universitarias data de 1994) revista Plural publicada mensualmente por Excelsior allá en el lejano 1972. Ni tan lejano... pensaba subrayar las partes del texto que me parecían que retrataban la actualidad para que viéramos como la historia parece repetirse. Pero hubiera resultado como aquellos subrayados de los que alguna vez fuimos víctimas y que sólo coloreaban páginas enteras... Me parece que hay que decir que no es que la historia se repita, sino que estamos inmersos en problemáticas aún no resueltas y que como un oleaje, en una tormenta, golpea brutalmente a nuestra UNAM cada cierto tiempo. Es pues, importante analizar qué problemas ha tenido la Universidad y cómo la falta de racionalidad ha y sigue haciendo estragos que es necesario solucionar. Disculpe la magnitud del texto, demasiado grande para los estándares del blogger, allá va:

Letras, Letrillas, Letrones.
"Letrilla, segunda acep.: Composición poética... festiva o satírica", etc. "Letrón, segunda acep.: Edicto que en caracteres grandes se ponía en las puertas de las iglesias y otros lugares para que constase estar excomulgados los designados en él." Diccionario de la Real Academia Española.

Así, se titulaba una sección de la revista Plural, donde un misterioso pero ilustrísimo "fantasma" publicó esta columna:

Los Misterios del Pedregal.
Para entender los problemas de la Universidad hay que tener el genio de Hegel, que encontró en la lógica de las contradicciones la razón de la sinrazón de la historia; para desenredar sus embrollos hay que poseer la sagacidad de Monsieur Dupin, que descubrió que el asesino de la calle Morgue era un oragután. Pero el fantasma que escribe estas líneas no es ni filósofo de la historia ni detective amateur: es un alma en pena condenada a escribir en máquina. Ve lo que ve y dice lo que ve: las contradicciones no son momentos del proceso dialéctico sino contradicciones, faltas contra la razón. Y los delincuentes no son oragutanes, aunque lo parezcan, sino delincuentes.

El pueblo universitario -profesores, estudiantes, funcionarios y empleados- toleró que dos matachines y su banda asaltasen la Torre de la Rectoría, la ocupasen durante un mes, destruyesen los archivos y que, disfrazados de guerrilleros, representasen una farsa ultra-revolucionaria. Las autoridades, los comités de lucha y varios grupos de izquierda aclararon tímidamente que los dos valentones eran en realidad un par de farsantes enviados por fuerzas "derechistas ultra-reaccionarias para acabar con la Universidad crítica". Cuando los rufianes abandonaron la Torre, el pueblo universitario -ya sea por temor, indiferencia o complicidad- los asiló e impidió que fuesen aprehendidos. Nadie los perseguía por motivos políticos sino por robo y otros delitos de orden común. O al menos eso fue lo que dijeron las autoridades universitarias y las judiciales. Después, uno de los asaltantes pidió asilo político a Panamá y lo obtuvo. A los pocos semanas el gobierno de ese país lo devolvió a México, maniatado. Doble inconsecuencia y doble inmoralidad de los gobiernos de México y Panamá: primero, aceptar que el espadachín fuese efectivamente un perseguido político y no un delincuente de orden común; enseguida, devolverlo como si fuese un paquete (Panamá), aceptar su devolución y encarcelarlo (México). El otro sigue en la Universidad, pronuncia discursos revolucionarios, concede entrevistas ¡y pinta murales! (Oh Siqueiros, ¡cuántas bufonerías se cometen en tu nombre!). Por una curiosa confusión entre el concepto de autonomía y el derecho de extraterritorialidad, el espadachín no puede ser aprehendido. Un lío grotesco, dentro de la mejor tradición barroco-expresionista del esperpento, que revela la impotencia de las autoridades universitarias, la pasividad de la mayoría de los profesores y estudiantes y la demagogia de los comités de lucha y de los otros grupos y grupitos.

Para enredar más la maraña, el sindicato de empleados y trabajadores universitarios ha declarado un paro. Nueva suspención de la actividad docente. Lo peor es que, debido al cierre de los laboratorios, se han perdido muchos trabajos de experimentación e investigación. Aunque las autoridades universitarias han accedido a casi todas las demandas del sindicato -salvo aquellas que, de aceptarse, lesionarían gravemente la autonomía y la vida de la institución- los huelguistas no han cejado y piden satisfacción completa. Los puntos en litigio -tales como el derecho irrestricto de huelga y la libertad de afiliación del sindicato a cualquier central obrera- expresan una contradicción fundamental sobre una cuestión básica: ¿la Universidad es una empresa capitalista o es una institución nacional de cultura? Es claro que, si fuese una empresa, el derecho de huelga de sus empleados no podría tener más limitaciones que aquellas que señalen las leyes federales- y es claro también que el sindicato tendría la facultad de afiliarse a cualquier central obrera. No faltará chusco que sostenga que la Universidad es una empresa: si no es una fábrica que produce cosas, sí es una fábrica que produce empleados para las otras fábricas y para el Estado. Podría replicarse que, en tal caso, es una empresa en quiebra tanto por la calidad de sus productos como por su desfalco crónico... En cambio, si la Universidad no es una empresa (¿y cómo podría serlo realmente?), las proposiciones que las autoridades universitarias han hecho a los empleados son equitativas y de sobra razonables: libertad para constituir un sindicato universitario y libertad de ese sindicato para ligarse con los de las otras universidades; derecho a huelga con modalidades específicas; convenio colectivo de trabajo celebrado con el sindicato que se acredite mayoritario; libre afiliación
individual de los empleados a los sindicatos y partidos políticos que les plazca.

Muchos grupos de izquierda -unos de estudiantes y otros, menos numerosos, de profesores- apoyan las demandas de los empleados y denuncian a la Universidad como una empresa explotadora y paternalista. Al mismo tiempo, estos grupos son partidarios de una "Universidad crítica"; inconforme con el actual estado de cosas, rebelde y promotora de la conciencia revolucionaria (sic.). Es imposible que no se den cuanta de la contradicción en que incurren: si la autonomía es la condición
sine qua non de la "Universidad crítica", la libre afiliación sindical significa el fin de la Universidad y de la crítica. En efecto, el ingreso del sindicato universitario a cualquiera de las centrales obreras implica la intromisión de un cuerpo extraño: aquel que controlase al sindicato, controlaría a la Universidad. Apenas si es necesario agregar que las centrales obreras mexicanas no se distinguen precisamente por su radicalismo ni por su amor a la crítica. Al contrario, desde hace mucho son un sector conservador, inmovilista y conformista. La "Universidad crítica" de hoy es un corral donde aficionados de buena fe y farsantes felones representan sainetes y pantomimas revolucionarias; la "Universidad crítica" de mañana tendría por rector invisible a un Fidel Velázquez.

En un documento que aplaudimos por su claridad, el Rector Pablo González Casanova ha puesto tres condiciones para retirar la renuncia que ha presentado: los empleados deberían levantar el paro; los profesores y los directores de la facultades y los institutos tendrían que presentar un proyecto de reformas a los Estatutos con objeto de constituir consejos de gobierno compuestos por representantes de los profesores, los estudiantes y los empleados; el Gobierno de la República debería impedir la comisión de delitos de orden común contra la Universidad. Nos parece que el Rector se propuso con ese documento realizar algo que nosotros sugerimos desde el principio (véase el número 12 de
Plural): la movilización de la opinión pública universitaria. El llamamiento fue escuchado por el Presidente Echeverría, que ha prometido enviar al Congreso de la Unión un proyecto de ley que garantice constitucionalmente la autonomía universitaria. ¿Y los profesores y los estudiantes? Algunos apoyaron al Rector, otros a los empleados pero la mayoría, resignada o indiferente, calla. No ha habido movilización de la opinión universitaria. En cuanto a los empleados: siguen en su trece. ¿Pablo González Casanova sufrirá la suerte de muchos de sus predecesores en la rectoría y su nombre se unirá al de esos mexicanos distinguidos -el caso más reciente ha sido el del ilustre doctor Ignacio Chávez- que ha sido sacrificado por la demagogia, la intriga y la estupidez?

Nota: Al cierre de éste número, nos informamos que el Dr. Pablo González Casanova renunció definitivamente a su cargo de rector.

Plural, número 15, diciembre de 1972.

¿Sabe usted quién escribió esta columna?

3 comentarios:

Námaste Heptákis dijo...

El autor es Octavio Paz. Este es uno de los pocos textos que dedicó al problema político de la UNAM. Volvió a él a inicios del 73, y por último en 1977.
En cuanto a la historia de la revista Plural hay que señalar que la original, la que ideó y dirigió Paz, terminó en 1976 con el golpe a Excélsior, y después fue la versión -digámosle- pirata.

Hell dijo...

Órale. Un texto totalmente desconocido para mí, casi como el problema al que se refiere, claro, el problema específico de aquellos años, ya que el problema de la amenaza que podría conllevar un sindicato... es a todas luces visible y conocida por mí en mis pocos años de universitario. Tengo que buscar más sobre la rectoría del Maestro Pablo González Casanova.

Ivo Basay dijo...

Hell:

Al menos en este blog reproducimos seis pequeños textos más aceca de este mismo problema. Todos ellos de Octavio Paz. Pondré los enlaces en esta misma entrada.