Quizás algo de insensatez hay en eso de considerarse siempre original, de creer que las propias ideas son siempre acertadas, que las propias acciones son siempre prudentes, que las propias recomendaciones realmente son convenientes. Quizás es mejor pensar un poco, reflexionar, buscar la luz... pero la revolución no da tiempo para ello, quienes prefieren la fuerza a la razón buscan la rapidez de los efectos más que la bondad de los actos. Se pueden tener fines similares, pero la manera de lograrlos permite distinguir una acción buena de una mala, pues a veces el fin no lo asegura. Por ejemplo, tanto los actuales secuestradores del Auditorio Justo Sierra como el Ateneo de la Juventud comparten un fin: extender la acción universitaria al pueblo; pero sus medios son radicalmente distintos. El 3 de diciembre de 1912 los miembros del Ateneo firmaron el acta constitutiva de la Universidad Popular Mexicana. En la primera cláusula, segundo apartado, se define el objetivo de la nueva Universidad: “se propone fomentar y desarrollar la cultura del pueblo de México, especialmente de los gremios obreros”. En el siguiente apartado se aclaran los medios: “conferencias aisladas, cursos, lecturas comentadas, visitas a museos y galerías de arte, excursiones a lugares históricos, arqueológicos, artísticos o pintorescos”. Más adelante detallan el contenido de sus medios: “las conferencias versarán sobre ciencias, artes, industrias y, en general, sobre todo cuanto tienda a acrecentar la cultura popular; pero de modo que no se repita la labor de las escuelas de obreros ya existentes. Quedan excluidas terminantemente del programa de la Universidad Popular Mexicana las cuestiones políticas y religiosas”. Además se establece que las actividades de la Universidad Popular se realizarían en la casa de la Universidad, las fábricas, los centros obreros o de empleados y domicilios de sociedades obreras. Se aclara que los profesores, todos universitarios y miembros del Ateneo, no podrían recibir paga alguna y que su primera falta se consideraría una renuncia a la Universidad. Además, los fondos para la operación de la Universidad podrían venir, únicamente, de los donativos de los miembros del Ateneo y de la iniciativa privada. Pedro Henríquez Ureña aclararía, años más tarde, que por nada utilizaron fondos, bienes o medios del gobierno, ni mucho menos aceptaron su apoyo o patrocinio. Si el local para las actividades no les era prestado, los ateneístas pagarían su renta. La diferencia del proyecto ateneísta con el proyecto de los actuales secuestradores del Auditorio Justo Sierra es notable: mientras unos creen que al pueblo se le educa en la libertad de las ciencias y las artes, los otros creen que al pueblo se le ha de liberar mediante la ideología; mientras unos consideran que es impropio abusar de los bienes públicos para una iniciativa personal -si bien de alcance público-, los otros usufructúan los muebles y bienes públicos para sus propios fines; mientras los jóvenes del Ateneo se cuidaban de pensar bien lo que iban a hacer y a decir, de cultivarse para poder dárselas de sapientes y poder practicar como maestros, de actuar con miras a la legalidad y la justicia, los actuales secuestradores del Auditorio Justo Sierra no parecen cuidar ni sus palabras ni sus actos, más bien parecen ajenos a las buenas maneras, no parecen preocuparse de la propia pulcritud intelectual, sino del cultivo de una obsesiva exhibición de la radicalidad, se fingen preocupados de la justicia al margen de la legalidad. Con todo, hay aún una mayor diferencia: los fines reales. Los actuales secuestradores del Auditorio Justo Sierra quieren llevar la universidad al pueblo y el pueblo a la universidad como una promesa manumisora, como un ideal revolucionario, como una misión pastoral; en otras palabras, sus actividades son políticas, pero se hacen desde arriba, aunque se presuman desde abajo, desde la comodidad de la grilla universitaria. El proyecto del Ateneo era absolutamente contrario: hacer política desde abajo, esto es, girar la mirada de los ciudadanos al bien común. Nada mejor que decirlo en palabras del caballero de las letras mexicanas, Alfonso Reyes, quien sí supo qué es eso de revolución: “la Universidad Popular es como un Proteo de la enseñanza que puede adaptarse a todas las formas”; “no es, pues, la Universidad Popular una escuela técnica, sino que es, propiamente, la escuela para ciudadanos. Para ciudadanos, entendiéndolo bien: para hombres y mujeres plenamente útiles a la sociedad”; “la democracia, de que tanto se habla, no viene, efectivamente, de la clava de Hércules, sino de la cabeza de Atenea; la democracia se alcanza enseñando y aprendiendo, porque la libertad política, como todas las libertades, baja del espíritu”.
1 comentario:
Me quito el sombrero: excelente ejercicio comparativo. Bien articulado y minucioso, son apenas algunas de las virtudes de este texto.
A no dudarlo, pronto vendrán los que acusen de "fresitas utópicos" y "burgueses filantrópicos" a los ateneístas. Quizás no les falte razón -si nos atenemos a las despiadadas reglas del estricto análisis sociopolítico-, pero una cosa me queda clara: en la medida en que esto sea posible, los miembros del Ateneo se propusieron, antes que diseminar una ideología, compartir sus conocimientos, "donarlos a la causa", si se quiere, para que los obreros hicieran con esas herramientas los que les pareciera más conveniente para mejorar su situación.
Como quien dice, los unos (los viejos jóvenes) quisieron darles a sus compatriotas, "free of charge", algunos consejos útiles a la hora de salir a pescar ideas; mientras los otros (los nuevos) se conforman con vender mojarras fritas a precios populares con un doble propósito: dárselas de revolucionarios, y ganarse unos cuantos pesitos "on the side".
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