martes, 30 de junio de 2009

El moho de sus palabras


Los programas políticos, dejados sólo a las letras muertas, pueden parecer iguales, pues regularmente comparten el diagnóstico básico de los problemas y las orientaciones mínimas de las soluciones. Casi todos los grupos políticos coinciden en lo general, sus diferencias radican en lo particular. Desde lo general parece que el grupo delictivo que mantiene secuestrado al Auditorio Justo Sierra cumple cabalmente con alguno de los fines de la UNAM, pues en su plan de operación los delincuentes afirman que tienen por objetivo llevar “la Universidad al Pueblo y el Pueblo a la Universidad”. Visto así, por encimita, esa es la tarea de la UNAM y la oposición al secuestro no es más que un capricho pequeburgués. Sin embargo, aquí como en otras cosas, lo importante está en los detalles. A continuación intentaré mostrar que los fines con los que nació la UNAM no son los que presume ese grupo delictivo y que, además, los contraviene.

Vayamos al 22 de septiembre de 1910. Escuchemos a don Justo Sierra Méndez dar el discurso inaugural de la Universidad Nacional de México. Quédenos en la memoria un hato de palabras que identifica la misión universitaria: “la acción educadora de la Universidad resultará de su acción científica; haciendo venir a ella grupos selectos de la intelectualidad mexicana y cultivando intensamente en ellos el amor puro por la verdad, el tesón de la labor cotidiana para encontrarla. La persuasión de que el interés de la ciencia y el interés de la patria deben sumarse en el alma de todo estudiante mexicano, creará tipos de caracteres destinados a coronar, a poner el sello a la obra magna de la educación popular que la escuela y la familia, la gran escuela del ejemplo, cimientan maravillosamente cuando obran de acuerdo”. Démonos cuenta que, para su fundador, la universidad no tiene nada que ofrecer si no cultiva la ciencia. Veamos que primero está el amor al saber y después el deseo de enseñar. Reconozcamos que, sin ser sabientes, no tenemos nada que enseñar, pues la enseñanza regular, cotidiana, vernácula, no necesita de universidades; la organización social para ello se basta sola. Es el lugar preponderante de la ciencia en la consolidación de la actividad universitaria lo que lleva a Sierra a afirmar, pocos minutos después del párrafo que ahora nos permanece resonando, que la universidad nace sin tener historia. No es un anacronismo, quizá tampoco sea un soberbio y despectivo desliz, sino que la carencia de una historia de la universidad, del trabajo universitario, es una necesidad para la realización de la vocación científica universitaria. Teniendo historia se tienen compromisos ideológicos, se tienen dogmas ascendidos a verdades, se tienen vanas repeticiones de lo ya sabido, se pierde la posibilidad de educar, se cancela la contribución a la patria, se enmohece la vida universitaria. Si la universidad se entrega al ornatismo ideológico, no le queda nada por hacer. Si la universidad ya no puede hacer nada, entonces hay que cerrarla. Sin embargo, un cierre de tal talante representa un rotundo fracaso de la universidad, pues no se agotó su acción en hacer tan bien las cosas al punto en que ya nada quedase por hacer, sino que se extenuaron sus ímpetus críticos hasta pacer entre la inanidad y la catatonia de la indiferencia.

Actualmente, y no sé por cuanto, la universidad mantiene su talante crítico. Al día, la universidad aún sienta sus reales en la labor científica. Ahora, la universidad sigue siendo viable. Pero al interior de la misma universidad grupos delictivos como el que mantiene secuestrado al Auditorio Justo Sierra apuestan por acabar con la universidad. Quienes delinquen con la privatización del Auditorio Justo Sierra toman las letras universitarias y proclaman que su acción es educativa, pero carecen de la ciencia que insufla vida a esas letras, y por tanto sus enseñanzas sólo embaucan, sólo engañan, sólo lucran con recursos, ideas y buenas voluntades ajenas. La acción liberadora del grupo delictivo que mantiene en el secuestro al auditorio sólo consiste en abigarrar la mente ajena con letras muertas, en sembrar ahí cadáveres de los que algún día pueda germinar la putrefacción ideológica. Su acción liberadora está esclavizada al evangelio lacandón. Su saber es sólo propaganda. Su belicosidad verbal y sus rabietas de autodefensa sólo buscan colmar las paciencias, desgastar las mentes críticas, opacar la luz de la razón mediante la fuerza: quieren que Acteal ponga sucursal en el Pedregal. Así son las revoluciones blandas.

¿Y qué hacer ante los enmohecedores? Ante ellos nada. Frente a ellos alumbrar caminos, refutar sus palabras, mostrar que hay opciones y, por qué no decirlo, esperanza. No estaría de más advertirle a quien los escucha: quorum scientia formae asini similis est. Noli huismori imitari.

1 comentario:

Ivo Basay dijo...

Me da pena como ex-estudiante de Filosofía y Letras no poder traducir la frase con la que cierras éste artículo... bueno no estudié letras clásicas sino filosofía... pero eso no es pretexto hay que cultivar el saber. El comentario: es claro que hay cosas que no se pueden tolerar. Hay que dejar un espacio para la intolerancia, no podemos tolerar la irracionalidad y la criminalidad en el seno de la Universidad. Pero como bien dices, nuestro papel como auténticos universitarios no es el de fusilarlos (aunque nos sobren ganas y motivos), sino el de alumbrar caminos, refutar sus palabras.