viernes, 5 de agosto de 2011

¿Dónde estás que no te veo?

Pregunta la "asambleaffyl", en su artículo de denuncia más reciente: "¿En dónde queda la educación pública y gratuita?", como si de verdad fuera tan difícil localizarla. Tratemos de ayudar a estos desorientados supuestos estudiantes: esa señora por la que tanto se preocupan, hace muchos años que tiene residencia permanente en todas las universidades públicas mexicanas.


Ahí está, y realmente no hay ninguna necesidad de histerizarse pensando que está próximo el día en que la "derecha" va a desalojarla de los recintos que le son propios. Recintos donde a ningún ciudadano se le excluye por razones extra académicas (de ahí lo público de su carácter) y donde, en casos como el de la UNAM, a ningún estudiante inscrito se le cobra un peso por tomar clases (y ya más gratuito que eso creo que no se puede); o, si algo se cobra, son colegiaturas tan inferiores al costo real de los servicios educativos ofrecidos, que hay que ser de a tiro muy "contreras" para no aceptar que se trata de cuotas más bien simbólicas.


Además, si tomamos en cuenta que no hay ley vigente que estipule que la educación universitaria debe ser gratuita en México, entonces hay que aceptar que ese compromiso totalmente voluntario de nuestras instituciones de educación superior por facilitar lo más posible el acceso a sus aulas coloca la aprehensión izquierdista por la "inminente" privatización de la UNAM -por poner un caso- en el mismo rango de probabilidad en que se encuentran las "predicciones mayas".


En resumen, no hace falta buscar mucho para hallar la educación pública y gratuita, y mucho menos se requiere perder el tiempo organizando al pueblo estudiantil para defender un "bastión" que nadie está interesado en reducir a cenizas. En mi opinión, todo este aparato de "resistencia" tiene tanto sentido como pedirle al Congreso que autorice la compra de un portaviones nuclear para proteger el Fuerte de San Juan de Ulúa.

Sin embargo, hay algunos aspectos educativos, de la mayor importancia cuando hablamos de estudios superiores, que no aparecen por ningún lado en la prédica asambleísta. Eso sí, las demandas de todo tipo de "derechos" abundan en sus discursos; "derechos" que, por cierto, suelen referirse a cuestiones materiales (comida barata, copias baratísimas, cubículos gratuitos para sentarse a resolver los problemas mundiales) que, si algo garantizan, es la mayor comodidad de la vida estudiantil; mas nada, absolutamente nada, se propone para asegurar que los cuantiosos recursos públicos que reciben nuestras universidades se traduzcan en resultados académicos de alto nivel.

Ahora bien, si lo pensamos un poquito, a un estudiante universitario consciente no le importa llegar al final de su carrera con el entrañable recuerdo de haber pasado cuatro o cinco años comiendo caliente y viendo cine de arte en un auditorio "liberado", sino salir de la escuela -lo antes posible- contando con el respaldo de una institución seria y reputada, y con la seguridad de que sus denodados esfuerzos intelectuales serán recompensados con un trabajo decente dentro de su campo o una beca decorosa que le permita continuar sus estudios.

Yo soy de los que sostienen la opinión de que, en el mundo académico, pasa con la reputación de la institución como con el dinero, que no comprará la felicidad, pero cómo ayuda. Y lo que hace la reputación de una universidad son cosas como el nivel de aprovechamiento de sus alumnos, la competencia (y competitividad) de sus maestros, la relevancia de sus publicaciones, el eficiente manejo de sus recursos -medido de acuerdo con su capacidad para cumplir con sus objetivos académicos-, y una actividad cultural constante y de calidad.

Es en relación con todo esto que, creo, deberíamos estarnos preguntando dónde queda la educación pública y gratuita, la cual, insisto, no se ha ido ni se irá a ningún lado, como le consta a cualquiera que tenga ojos en la frente. ¿Y cuáles son las respuestas de okupas y asambleros? El culto a la ideología del desayuno escolar y el apoyo a la sobrepoblación de la matrícula.

Para mí que la protesta universitaria adolece de dos graves problemas: ni sabe para qué sirven las buenas universidades, ni tiene la menor idea de cómo funcionan. Más otro, todavía peor: tampoco le interesa saberlo.

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