martes, 20 de abril de 2010

Dèja-vu

En el año de 1966 aconteció en la UNAM una huelga, no tan famosa hoy en día como la que, supuestamente, dicen algunos, “salvó la educación pública y gratuita”. Las demandas de 1966 eran: No reelección de César Sepúlveda como director de la Facultad de Derecho; exámenes de regularización, práctica forense, levantamiento de sanciones contra estudiantes, exámenes parciales que eximieran a los alumnos de presentar examen final, cursos pilotos, retiro de consignaciones ante la Procuraduría por la toma de Rectoría que ocurrió dos años antes. Y por último: dinero: “solicitan dinero para poder despedir a ciento veinticinco personas que tienen contratadas para oponerse, en cualquier forma, a que se tome el edificio de la facultad”.

De puño y letra el Dr. Chávez, rector en ese entonces, anota en esta última petición: “¡No entablo negociaciones inmorales!”. A quien no le sea extraña la importancia de la historia no le pasarán desapercibidos los notables paralelismos en la historia de 1966, la de 1999-2000, y la de la actualidad. Por supuesto que notables diferencias hay que notar también. A continuación unos breves fragmentos de comunicación epistolar para que ustedes mismos busquen las coincidencias y las diferencias.

Culiacán, Sinaloa, a 14 de abril de 1966, carta de Enrique Esquerra a Ignacio Chávez:

…llegaron a esta ciudad las siguientes personas: Lepoldo Sánchez Duarte, hijo del señor gobernador (y líder estudiantil, expulsado el 7 de marzo de 1966 de la Facultad de Derecho); Enrique Rojas Bernal, Espiridión Payán Gallardo, … han tenido juntas con el señor gobernador del estado, siendo el resultado de ellas el siguiente:
1. Se acordó que el financiamiento de los gastos que en lo sucesivo origine el movimiento de huelga serán cubiertos totalmente por la Tesorería General del Estado.
2. En vista de que se propaló la noticia de que serían retiradas las cercas y desalojados los estudiantes del edificio de Leyes, en previsión de lo anterior, y en la posibilidad de un futuro ataque por parte de los granaderos, acordó el señor gobernador facilitarles todas las armas que se ameriten y algunos de sus pistoleros que servirían para la defensa del edificio…
Por una indiscreción de uno de sus líderes, llegó a nuestro conocimiento que la finalidad que se perseguirá en el futuro es producir un drama cruento que debilitaría los cimientos de la Rectoría y, en segundo lugar, ocasionar un caos nacional proyectado contra la estabilidad del ciudadano presidente de la república.

México D.F., a 21 de abril de 1966, carta de Ignacio Chávez a Jaime García Terrés:

…aún no termina (la huelga en Derecho), a pesar de que lleva cinco semanas y es que no hay día que no parezca que ya va a terminar. Empezó, como usted sabe, con la apariencia de una huelga local, exclusivamente contra el licenciado Sepúlveda. De todos lados vinieron elementos a sumarse y les llovieron ayudas, unas para echar fuera a Sepúlveda, pero otras, que veían más lejos, para transformar ésta en una huelga contra la Rectoría… el movimiento va agonizando en el sentido de que no ha tenido apoyo de ninguna de las escuelas de Ciudad Universitaria... cuando se agotaron los términos del entendimiento mediante discusiones y se rompió el diálogo, empecé a aplicar las sanciones que autoriza el Estatuto. Expulsé a los cinco líderes principales, de los cuales hay tres, cuando menos, probadamente corrompidos y los otros, político irresponsable el uno y fanático peligroso el otro…
…si no es bastante, y los cinco expulsados se empeñan en retener el edificio, la última arma: la consignación a los tribunales por despojo de inmuebles y daños a la propiedad de la nación…

Chávez, confiaba en la pronta solución del conflicto (las demandas plenamente académicas se habían atendido). El 26 de abril (¿por qué no nos acordamos de esta fecha año con año?) el comité de lucha obliga, literalmente, a renunciar al Dr. Chávez. El rector firma la renuncia bajo coacción después de horas de secuestro.

Un par de reacciones ante tales sucesos:

México D.F., a 29 de abril de 1966, carta de Rosario Castellanos a Ignacio Chávez:

…Ante circunstancias como las que determinaron su decisión de apartarse irrevocablemente del cargo que venía usted desempeñando (circunstancias que ninguna persona consciente puede dejar de encontrar condenables y punibles) no nos queda, a quienes estuvimos tan próximos a usted, a quienes presenciamos sus esfuerzos por sanear el ambiente universitario, por elevar sus niveles académicos, por reformar sus estructuras; a quienes conocimos los obstáculos que era preciso vencer cada día –y que al día siguiente surgían multiplicados- nos queda ahora el deber de testimoniar lo que presenciamos. Y cada uno en su esfera de acción y según sus medios expresivos, lo hará…

México, a 1º de Mayo de 1966. Carta de José Gaos a Leopoldo Zea:

…estoy estupefacto de ver que el gran número de universitarios que han manifestado públicamente su reprobación, condenación, repulsa a los mayores atentados posibles contra la disciplina universitaria, a las normas, no por no escritas menos vigentes, de la convivencia académica y, aun, civilizada, y el que venía siendo el espíritu de la Universidad, parecen haberse contentado con ello y estar dispuestos o resignados a seguir conviviendo en la Universidad con los autores de tales atentados, en vez de declararse incompatibles con ellos y dar así al poder público la posibilidad de optar entre ellos y los autores de los atentados para continuar integrando la Universidad, lo que sería la más decisiva admonición y la más segura prevención contra la perpetración de actos semejantes en el futuro.
He dicho “al poder público” porque estimo que la iniciativa de ello correspondía a la H. Junta de Gobierno de la Universidad, en vez de haber aceptado el recibir, ¡y sólo simbólicamente!, una pequeña parte de los locales universitarios, que es reconocer con los hechos, aunque no lo sea con las palabras, que actuará en ellos cercada y condicionada por los autores mismos de los atentados…
… en todo caso, me siento universitariamente incompatible con los autores de los atentados, hasta el punto de no sentirme con fuerzas morales para seguir en la Universidad cuando en ésta permanecen ellos, por lo que, dolido hasta los tuétanos de que éste sea el final de mi carrera universitaria, presento ante usted mi renuncia como profesor…

Dr. Ignacio Chávez

miércoles, 14 de abril de 2010

La labor de la crítica

“Es muy fácil criticar”, es una frase que solemos escuchar frecuentemente, en el contexto de una discusión, cuando se agotan los argumentos que pueden anteponerse a la crítica en cuestión. La frase se la hemos escuchado a futbolistas o directores técnicos cuando el equipo atraviesa una mala racha; a algunos miembros de la farándula cuando son acosados por algún “escándalo” relacionado con su vida privada; a la vecina cuando se le acusa de tener unos hijos malcriados, a los seguidores fieles del equipo atribulado, a los fans from hell del artista infiel o a la mejor amiga de la vecina problemática.

Un uso de la frase es, como ya mencioné, evitar la crítica, no mediante un argumento, sino mediante el supuesto de que cualquier crítica es cuestionable. Un uso más sensato de la frase es cuando tratamos de dar a entender con ella que, tratar de encontrar, a toda costa, errores en las acciones o puntos de vista de los demás, con la sola intención de “refutar” y salir victorioso, no es una verdadera labor crítica. Pues la verdadera crítica no es mera negación, debe ir acompañada de una propuesta alternativa y racional.

Sin embargo, el uso falaz es el que parece predominar. Quizás me equivoque, pero la próxima vez que escuchemos la frase detengámonos a ver qué se quiere dar a entender con ella. Si predominara el uso falaz solamente entre futbolistas, personajes de la farándula o vecinas chismosas, no habría tanto problema; lo preocupante es cuando esa actitud de “calla, ninguna crítica es posible” rebasa la esfera de lo banal y pasa al terreno de lo político, de la cuestión que atañe al interés público.

En ciertas coyunturas hay quienes tienen los medios (o se hacen de ellos) para hacerse escuchar y no dejar que el adversario tome la palabra. Los pretextos son variados: “eso ya se había discutido”, “ya se había tomado una resolución al respecto”, “no es la orden del día”, “se te acabó el tiempo”, etcétera. Pero a veces estamos tan conformes con nuestro silencio que, siempre y cuando sea posible ignorar lo que se dice o lo que se decide sobre la cuestión, siempre y cuando no sea algo que nos afecte de tal modo que guardar silencio resultara imposible, llevamos a cabo un pacto de silencio donde el primero que rompa la cómplice comodidad debe ser rápidamente reprendido.

¿Qué pensar entonces de aquél que habiendo decidido no hacer uso de la palabra intenta acallar a quien ha intentado romper el silencio en torno a un tema? “Es muy fácil, criticar, los queremos ver participando activamente”, agregan, para no dar la impresión de censores.

¿Pero cómo pasar a la acción sin haber construido antes, por medio de la palabra, del discurso, la posible alternativa; y sin haber vislumbrado claramente las razones que hay para disentir? Círculo vicioso, pues “es muy fácil criticar” quiere decir, en el mejor de los casos, “no hables por hablar”, pero ¿cómo evitar hablar vacíamente si no empezamos en algún momento a discurrir sobre el problema?

Lo censurable es cuando, bajo concienzudo análisis, efectivamente, se constata que la supuesta crítica es inconsistente, carece de fundamento objetivo, fuentes, labor de investigación y de una perspectiva de a qué se quiere llegar con ella.

Pero en algún momento debe existir la crítica, digo, si ante un problema se quiere llegar a una solución. Reclamar la generación espontánea de la acción es reclamar una falsa salida, que en el mejor de los casos, funcionaría “de chiripa”. Es reclamar la acción a ciegas. ¿Y a quién convendría que el opositor actuara a ciegas, sin conocimiento de lo que critica, y por tanto sin un análisis de lo que mejor convendría para solucionar el embrollo? ¿Acaso a quien no quiere que se solucione el problema?

Un opositor acrítico difícilmente conseguirá un resultado. Y fácilmente desistirá de su empresa. La labor de la crítica no es sencilla. Pero si imprescindible. La labor de la crítica no es suficiente, pero sí necesaria.

Por otra parte, si nos quisieran de convencer de que la labor de crítica no es necesaria en ciertos casos, dada la evidente veracidad de nuestras (hipó)tesis, si se nos dice “ya basta de criticar, estamos de acuerdo con el punto, a actuar ya” podemos, asimismo, sospechar de alguna inconsistencia, de alguna debilidad en el andamiaje sobre el que se sostendría nuestra tesis, que desea ocultarse, no hacerse problemática, materia de discusión. Vuelvo a preguntar ¿a quién podría convenir esto? ¿Acaso a los que buscan reclutar fanáticos que concuerden con todos los puntos de vista del líder y, por tanto, que secunden sus acciones o las obedezcan sin chistar? Recordemos que el mejor modo de sacar a los ratoncitos de Hamelín no fue por la fuerza, ni con un buen argumento, fue haciéndoles escuchar una dulce flauta. La crítica no es dulce, por ello incomoda.

Así, que, a manera de concusión se me ocurre lo siguiente: si alguien te dice “es tan fácil criticar” te está diciendo una de dos cosas: “no hables por hablar” o bien “calla, que me pones en evidencia”. O quizás sólo se trate de una persona inofensiva, inocente, sin malas intenciones, pero profundamente insensata.

viernes, 9 de abril de 2010

Lo mejor y lo efectivo

La historia ya es conocida. Quienes nos oponemos al secuestro del auditorio Justo Sierra argumentamos que los fines de la universidad son educativos, de investigación y de difusión de la cultura, fines ajenos a las actividades de los secuestradores. Quienes se oponen a nuestra oposición nos tachan de ilusos y afirman que carece de sentido pretender que la universidad puede estar aislada de todo lo político, y aspirar a que pueda limitarse a los tres fines mentados es aislarla, por lo cual nuestra oposición carece de sentido; y puede ser, es cierto, como también pueden ser otras muchas cosas. Pero del hecho de que nuestra oposición, forjada en la delimitación de los fines, pueda carecer de sentido no dota de sentido al secuestro en sí mismo; que nosotros pretendamos que lo mejor para la universidad sea ceñirse a sus fines, y que se nos diga que nuestras pretensiones son hueras, en nada hace mejores las pretensiones de los secuestradores. Creemos que lo mejor sería limitar a la universidad en sus fines, pero sabemos que ni es lo que pasa ni es lo que más probablemente pasará, y aún así nuestra intención no pierde su valor. Lo perdería si acaso llega a demostrarse que otra opción, indudablemente, es mejor. Sin embargo, no veo en qué sea mejor para la universidad secuestrar un auditorio. Sí, posiblemente el secuestro de un auditorio es una manera efectiva de restar un coto de poder al sistema; o quizá también es un modo en el que sistemas distintos se intercambian sus cotos de poder. Sí, es posible que algo se haga por el país con un auditorio secuestrado, una galería anticapitalista, un cinito y conciertuchos; pero también puede ser que eso que se haga no sea bueno. El asunto no es ver quién hace primero algo por el bien común, sino quién hace lo mejor. Otra cosa es que los desesperados secuestradores se quieran comer el pastel de un sólo mordisco: ¡Indigestión ideológica!

miércoles, 7 de abril de 2010

Debut y despedida

El viernes 19 de marzo, nuestro camarada Daniel Leyva, nos envió este ilustrativo testimonio. Agradecemos su participación.

Debut y despedida

Paso a contar mi resobada anécdota: en el "gloriosos año" del '99, estuvo a punto de lograrse el estreno de una joya de la literatura dramática novo-hispana: "El Divino Narciso" (c. 1690), Auto Sacramental escrito por sor Juana Inés de la Cruz; bajo la dirección de José Luis Ibáñez, eximio "teatrero" de larga y distinguida carrera, y autoridad en el Siglo de Oro. Pero hubo un pequeño problema: el foro elegido para su representación era el Auditorio Justo Sierra. De hecho, el "estreno" sí tuvo lugar (según nos cuentan). Supongo que se trató de una suerte de "ensayo general", aunque sin vestuario ni iluminación. Pero eso fue todo; llegó la falange revolucionaria y, utilizando las palabras del son de Carlos Puebla, "mandó a callar". Así terminaron los días de labor académica del recinto -por cierto, recién remodelado y vuelto a equipar-. Ni modo; la obra que esperó 300 y pico de años para llegar a escena, tendrá que seguir soñando con las tablas desde las páginas impresas. Y todo, ¿por qué? Porque sí, porque así es la vida, y porque así lo decidieron, de común acuerdo, un grupo de oratunganes dizque "guevaristas", y las inanes "autoridades" universitarias.

-Daniel Leyva-

lunes, 5 de abril de 2010

Todavía olía a nuevo

A mucha gente le ha pasado que apenas acaba de adquirir algún bien o artículo y, no transcurrido mucho tiempo, le es sustraído, se extravía o por alguna u otra causa se le echa a perder. Puede haber, al menos, dos tipos de reacciones cuando a uno le pasa eso. Un caso puede ser la resignación, pues uno “todavía no se encariñaba” con el objeto perdido. El otro caso es el coraje: “¡pero si estaba nuevo!”. No sé cuál de ambos haya predominado entre los que conformaban la comunidad de la facultad de filosofía y letras entre 1998 y 2000 cuando perdieron el auditorio Justo Sierra.

Ciudad Universitaria fue oficialmente inaugurada el 20 de noviembre de 1952. Aunque la actividad en sus escuelas debió esperar hasta 1954. Cuando todo estaba nuevo, el auditorio Justo Sierra, tenía la denominación de “Auditorio General”. En la revista Arquitectura, en su número 39 de septiembre de 1952, dedicado a Ciudad Universitaria, se describe en breve al Auditorio General: “con capacidad para 630 espectadores, acondicionado para teatro experimental, proyecciones cinematográficas y actos de carácter académico, dará servicio no sólo a la Facultad de Filosofía y Letras, sino también a las Escuelas de Jurisprudencia, Economía y Ciencias Políticas y Sociales” (p. 246).

Por ello fue conocido en los siguientes años como el “Auditorio de Humanidades”, aunque no ofrecía servicios sólo para el conjunto de humanidades, pues era sede de actividades destinadas a toda la comunidad universitaria; por ejemplo, sabemos que fue la casa de la Orquesta Filarmónica de la UNAM, hasta que se construyó la Sala Nezahualcóyotl.

Es en 1962, en el quincuagésimo aniversario luctuoso de Justo Sierra, cuando adquiere oficialmente el nombre del Maestro. Saltemos pues hasta 1998. Para entonces ya contaba el inmueble con mucha historia. Habían transcurrido 30 años de aquel movimiento estudiantil, cuando se le comenzó a dar el nombre del Comandante cubano-argentino caído en 1967.

Como testimonia el Prontuario 1998 de la UNAM, el inmueble fue sometido entonces a un proceso de remodelación tras casi 50 años de servicio:

El auditorio Justo Sierra, uno de los más concurridos de la Universidad, que está ubicado a un costado de la Facultad de Filosofía y Letras, fue remozado y reinaugurado con ventajas evidentes. Una megapantalla y un muro acústico le permitirán cumplir mejor su doble función: la de teatro-escuela para el Colegio de Literatura Dramática y Teatro de la mencionada Facultad y la de foro para actividades de extensión académica y difusión cultural. (p. 86)

En el libro Testimonios de arquitectura y diseño. Conservación y servicios. 1997-1998 (p. 90) se describe el proceso (de click en la imagen para agrandarla):


Como puede usted ver, el auditorio, ya con sus añitos encima, todavía olía a nuevo cuando en 1999 fue cerrado a la comunidad, junto con el resto de las instalaciones universitarias. Ya no volvió a abrir sus puertas desde entonces. Al menos no en calidad de auditorio universitario. Pues como decían sus entonces posesionarios y los actuales ocupantes: “desconocemos a la institución universitaria”. No sé si la comunidad de la facultad no se había encariñado lo suficiente con su recinto para no intentar recuperarlo enseguida, no sé, quizás lo intentaron pero los ocupantes eran demasiado fuertes, quizás quisieron evitar un conflicto como el que recién había padecido la Universidad, quizás se resignaron. Quizás no.